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un espíritu burlón que se encuentra en una situación de gran tentación para quien
tiene ese espíritu... Lo entiendo muy bien. Me gustaría tener esa posibilidad
de encontrarme con unos reyes, con el presidente de una república, con un diplomático
y poder decir la boutade que se me ocurra. Envidio a García Márquez por haber
tenido esa valentía. Pero en cambio le reprocho, ya como ciudadano del mundo hispánico,
el desaliento que ha causado en infinidad de profesores, en millares de profesores
que pugnan por elevar a los niños a un nivel cultural superior. La
ortografía y la lengua no son de él, de la Academia, ni de nadie. Y una "b" o
una "v" que intentáramos cambiar causaría una rebelión entre partidarios y contrarios.
Se ha llegado a un statu quo totalmente compartido, desde la Patagonia
hasta el Río Grande, y cuando a alguien en una convención se le ocurre esta idea,
que no es nueva porque yo recibo en la Academia entre cuatro y cinco cartas al
mes, como mínimo, pidiendo cambios en la "v" y la "b" y la "c" y la "k", cabe
considerarla como absolutamente infantil. También el lingüista mexicano Raúl Ávila
propone "fonologizar la escritura", lo que implicaría eliminar cinco letras del
abedecedario (la "c", la "h", la "q", la "v", la "w") y añadir un nuevo fonema:
la "sh", tan de moda en Hispanoamérica. ¿Cuáles
serían los principales inconvenientes de semejante propuesta? Infantil.
¿Qué haría con todos estos libros si el mundo hispánico cambiara el sistema ortográfico?
Habríamos jubilado millones y millones de libros. ¿Y qué fonología? ¿Cómo se escribiría
Cáceres? Con tilde, con "c" o "k", "c" o "s"... A ver si nos ponemos de acuerdo
los hispanohablantes en cómo se escribe. Y ya que tenemos un acuerdo, ¡para qué
romperlo! ¿Sería como decía el gran Rufino José Cuervo, la posible disolución
del español en lenguas locales, siguiendo la suerte que tuvo el latín? Sí, absolutamente.
Y dicho riesgo está conjurado por ese gran acuerdo ortográfico sobre el cual se
funda la diversidad fonética, que puede producirse tranquilamente porque hay un
acuerdo base. Es una partitura común, interpretada luego por distintas personas,
pero que piensan todas en la misma partitura. De todos modos, como usted bien
sabe, estamos ante un debate que se repite con cierta frecuencia. Y que es infantil
y que ha tenido manifestaciones tan insignes como la de Gonzalo Correas... ...
Y ya en 1823 el venezolano Andrés Bello defendió la simplificación de la ortografía
en América Latina eliminando la "g" y la "j". Pero Andrés Bello rectificó y recomendó
la ortografía castellana cuando ni en Chile fue aceptada, cuando recomendó el
acatamiento en todo lo idiomático a la Comunidad de Madrid. Como también la iniciativa
del argentino Domingo Faustino Sarmiento (1843) en su Memoria sobre Ortografía
Americana, e incluso aquí en España el mismísimo Juan Ramón Jiménez, que hizo
a un lado la "g" y escribió siempre con "j". Esto
demuestra, una vez más, que se trata de una polémica que se manifiesta cada cierto
tiempo y que tampoco debería extrañarnos, ¿no? Y que en el caso de Juan Ramón
pasó a ser un distintivo personal. Uno es dueño de la manera como quiera escribir,
pero también los demás son dueños de aceptarla o no. Eso es así. El
señor García Márquez idiomáticamente tiene la misma autoridad que tiene usted,
que tengo yo o que tiene el tendero. Entre los argumentos esgrimidos a favor de
dicha simplificación ortográfica figuran un mayor acercamiento a la forma de hablar
de la población local, como también un mayor aprendizaje para los estratos sociales
más bajos, especialmente en aquellos países donde hay grandes índices de analfabetismo.
Para simplificar eso y captar esas personas analfabetas lo que hay que hacer es
sencillamente escolarizarlas bien. Para
eso, ¿tenemos que abdicar cinco siglos de historia ortográfica, más el siglo y
medio que nos une? ¿Jubilar todos esos libros? ¡Ya no servirían todos esos libros
para mis nietos! Y, además, ¿qué fonología, qué fonética correspondería?. |