"Además, mi ortografía me la corrigen los
correctores de pruebas. Si fuera un hombre de mala fe diría que ésta es una demostración
más de que la gramática no sirve para nada. Sin embargo la justicia es otra: si
cometo pocos errores gramaticales es porque he aprendido a escribir leyendo al
derecho y al revés a los autores que inventaron la literatura española y a los
que siguen inventándola porque aprendieron con aquellos. No hay otra manera de
aprender a escribir". En
toda la conversación, el Nobel de Literatura reivindica su papel de escritor y
como tal, piensa "más en el sufrimiento de la gente que en la pureza del lenguaje".
"Por eso dije y repito que debería jubilarse la ortografía. Me refiero, por supuesto,
a la ortografía vigente, como una consecuencia inmediata de la humanización general
de la gramática. No dije que se elimine la letra hache, sino las haches rupestres.
Es decir, las que nos vienen de la edad de piedra. No muchas otras, que todavía
tienen algún sentido, o alguna función importante, como en la conformación del
sonido che, que por fortuna desapareció como letra independiente". Quizá
el mayor escándalo se ha formado con sus propuestas respecto a las bes
y las uves, y con los acentos. Sobre las primeras, dice: "No
faltan los cursis de salón o de radio y televisión que pronuncian la be
y la ve como labiales o labiodentales, al igual que en las otras letras
romances. Pero nunca dije que se eliminara una de las dos, sino que señalé el
caso con la esperanza de que se busque algún remedio para otro de los más grandes
tormentos de la escuela. Tampoco dije que se eliminara la ge o la jota.
Juan Ramón Jiménez reemplazó la ge por la jota, cuando sonaba como
tal, y no sirvió de nada. Lo que sugerí es más difícil de hacer pero más necesario:
que se firme un tratado de límites entre las dos para que se sepa dónde va cada
una". En cuanto
los acentos, irónico, explica: "Creo
que lo más conservador que he dicho en mi vida fue lo que dije sobre ellos: pongamos
más uso de razón en los acentos escritos. Como están hoy, con perdón de los señores
puristas, no tienen ninguna lógica. Y lo único que se está logrando con estas
leyes marciales es que los estudiantes odien el idioma". García
Márquez opina que los gramáticos y los escritores son oficios distintos. Su diferente
dialéctica es la que ha generado el debate. "La
raíz de esta falsa polémica es que somos los escritores, y no los gramáticos y
lingüistas, quienes tenemos el oficio feliz de enfrentarnos y embarrarnos con
el lenguaje todos los días de nuestras vidas. Somos los que sufrimos con sus camisas
de fuerza y cinturones de castidad. A veces nos asfixiamos, y nos salimos por
la tangente con algo que parece arbitrario, o apelamos a la sabiduría callejera".
"Por ejemplo: he dicho en mi discurso que la palabra condoliente no existe. Existen
el verbo condoler y el sustantivo doliente, que es el que recibe las condolencias.
Pero los que las dan no tienen nombre. Yo lo resolví para mí en El General en
su laberinto con una palabra sin inventar: condolientes. Se me ha reprochado también
que en tres libros he usado la palabra átimo, que es italiana derivada del latín,
pero que no pasó al castellano. Además, en mis últimos seis libros no he usado
un sólo adverbio de modo terminado en mente, porque me parecen feos, largos y
fáciles, y casi siempre que se eluden se encuentran formas bellas y originales".
El escritor, que
está de excelente humor, concluye la conversación de un modo muy expresivo.
"El deber de los escritores
no es conservar el lenguaje sino abrirle camino en la historia. Los gramáticos
revientan de ira con nuestros desatinos pero los del siglo siguiente los recogen
como genialidades de la lengua. De modo que tranquilos todos: no hay pleito. Nos
vemos en el tercer milenio". Y
reitera sus palabras de Zacatecas: "Simplifiquemos
la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros".. |