Dedico
esta modesta obra a mi maestro y amigo, Dr. GUIDO ANTONIO PÉREZ ARÉVALO,
siempre presente en el momento justo, en el lugar necesario y a la hora precisa.
A él, mecenas silencioso y cómplice confeso de mi quehacer literario.
A él, que cuando comprendió que no sólo del estro vivía
el hambre, me rescató de los dédalos de la insidia y el oscurantismo
y me condujo hasta puertos seguros, desde donde sigo rubricando con versos la
nostalgia. El autor |