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toda esa generación de amigos que crecieron conmigo y que como yo, también
creyeron en la grandeza de nuestra gente y que hoy son artífices del progreso
y desarrollo de nuestro municipio... El Autor. Lalo...oooo.....
Lalo...oooo...... Eran las ocho
de la mañana aproximadamente. El sol era fuerte, pero una fresca brisa
no permitía que fuese más abrasador. También ese día
era 24 de Diciembre y se notaba en el ambiente. El silencio eterno del pueblo
se interrumpía a veces, por los rasgueos cíclicos de alguna guitarra
en tónica de subdominante, animando la parranda, o con las voces angustiadas
de algunas madres que ya, a esa hora, trataban en vano de localizar a sus hijos,
así tuviesen que gritar tan duro, como ese grito que doña Chela
Grimaldos, expelía en busca de su hijo menor. Lalo
no estaba en la casa. Bien temprano, con el despuntar del nuevo dia, había
cogido el camino rumbo a los palos de mango de la casa del difunto Emiliano Ovallos.
Sabía que allí podría jugar al trompo tranquilamente, bajo
las sombras de los frondosos árboles, con los hermanos Acosta (Efraín
y Rubelindo) y con Juancho, sus eternos rivales, sin que nadie los molestara.
Doña Chela atizó
el fogón y le dijo a Vicente Grimaldos, su marido: «No vas a dejar
que se derrame la leche, me voltiás las arepas para que no se quemen. Me
voy a ver en dónde encuentro al Lalo.... Lo
encontró dándole golpecitos al errón del trompo sobre una
piedra. Allí estaba Lalo con su ropa de siempre: El pantaloncito color
kaqui,la camisa de cuadros azules anudada a la cintura, sudado y con los pies
mugrosos por los efectos del pertinaz polvo de la tierra. Cuando se dio cuenta
de la presencia tangible de doña Chela, ya era demasiado tarde para salir
corriendo. Sintió que su oreja derecha se desprendía de la cabeza.
Doña Chela con su descomunal fuerza lo llevaba literalmente alzado, valiéndose
de su pequeño auricular derecho. -«Cuántas
veces tengo que repetirte que por ese maldito juego del trompo te voy a fregar»,
-le gritó. Y así lo llevaba por toda la calle, cuando al pasar por
la tienda de Don Juan Ramírez, éste le gritó: «Un día
de éstos te van a meter a la cárcel por todo lo que le hacés
al pobre Lalo, y bien merecido que lo tenés, carajo!». La
respuesta no se hizo esperar: «Vé, Juan, andá a comer mierda.
Lalo no es nada tuyo. Ademas yo con mis hijos hago lo que se me da la puta gana.»
Al llegar a la casa, doña Chela
le había impuesto a Lalo un castigo deplorable. Con dos ladrillos en las
manos lo había arrodillado en la mitad del patio, sometido al escarnio
público de sus amigos y compañeros. Don Vicente, su papá,
hubiera querido optar por otro castigo, pues sabido era que la que llevaba los
pantalones bien puestos, era doña Chela, quien tomaba las decisiones y
en más de una ocasión le dijo a su marido: «Aquí mando
yo. Primero yo, segundo yo y tercero yo.» Y
asi llegó la hora del almuerzo. Fue entonces cuando Lalo dejó de
sufrir, pero algo le faltaba a doña Chela hacer con su hijo menor. Lo agarró
de las manos y lo llevó al baño donde lo metió en una ponchera
grande de aluminio y comenzó a echarle agua con una totuma y a restregarlo
con un estropajo, actividad ésta que más tarde resultaría
inútil, pues más se demoraron en bañarlo, que Lalo salir
corriendo hasta el patio y revolcarse en la tierra gritando a todo pulmón:
«Ahora me desbaño.... Ahora me desbaño....» Los
hermanos Acosta y Juancho fueron a buscar a Lalo para ir a la iglesia, jugar en
la plaza y presenciar la quema de la vaca-loca antes del juego de pólvora,
pero todo fue en vano. No pudieron sacarle una palabra al locuaz muchacho que
ya por esa época, ostentaba el título del mejor jugador de trompo
que se recuerde en el epueblo. Una alternativa le quedaba a doña Chela
esa tarde: tratar de que Carmen, su hija mayor, lo persuadiera de su tristeza
y lo hiciese vestir. Y en efecto, fue Carmen quien logró llevar a Lalo
nuevamente hasta el baño y con supremo cuidado le lavó todo el cuerpo
y lo secó con una vieja toalla que tenía estampados unos elefantes
de la selva asiática. Lo vistió con un pantalón color gris
plomo y una camisa rosada que le regaló doña Clemencia López,
la mujer más orgullosa y petulante en toda la comarca. Y como cosa rara,
Teodoro su hermano mayor, le hechó agua de colonia en las mejillas y detras
de las orejas. «Tú lo que estás es demasiado consentido, lalo
-le dijo- y la culpa de todo la tiene mi mama.» Nunca
a Lalo le gustó ir a la escuela. Se sentía mal, pues según
había escuchado, el nombre de la institución estaba registrado como
«Escuela Urbana de Niñas.» Ademas, la única vez que
fué, salió desilusionado porque la vieja, Sara, en la clase de botánica
les había dicho: «Mañana, de tarea me traen unos tomates,
unas yucas y unas mazorcas.» Estrategias didácticas que utilizaba
la maestra cuando su marido, Etanislao Peña, se largaba de la casa y no
le dejaba ni siquiera para comprar el café. Todos
fueron a la iglesia y rezaron. Jamás a los allí presentes se les
olvidaría aquella frase disparatada de Lalo, cuando el «Padre Santiago»
dijo: «El señor esté con vosotros» y Lalo respondió:
«Y con usted». También fue la única vez que la gente
rió a carcajada suelta dentro de la iglesia. Esa tarde, inolvidable para
el pueblo, Lalo se sentó en una banca de la plaza y se puso a tararear:
«Bendito el que viene en nombre del señor, hossana en el cielo.»
Navidad feliz que el pueblo tendría presente por muchos lustros. !Quién
lo creyera!: Lalo cantando el gloria en la plaza, en vez de estar jugando al trompo.
Cuando le inquirieron a doña Chela del por qué Lalo era tan feliz,
ella sin ambages respondió: «Yo creo que su felicidad está
en haber nacido con el cordón umbilical enredado en el pescuezo.....»
Gran error de la madre, haber dado a conocer el enigma de aquella felicidad....
Regresaron a la casa. El sol
también se aprestaba para regresar al poniente, acompañado por unas
mitológicas nubes que reflejaban una tristeza enorme. Los burros, terneros
y vacas que habitualmente regresaban al campo a esa hora, no se sabe por qué
extraña razón ese día cambiaron de itinerario y al pasar
por los mangos de la casa del difunto Emiliano Ovallos, se echaron a descansar
como si estuviesen fatigados después de un largo viaje. Caía
la noche boreal en todo el pueblo y con ella, las mariposas conciliaban el sueño
en los bonches y azucenos y los surrucucos emitían su remedo de canto con
una melancolía inaudita. Lalo
se había quitado la camisa rosada que doña Clemencia López,-
la más orgullosa y prepotente del pueblo-, le había regalado a doña
Chela, para que vistiera a su hijo menor. «Mamá, parece que me voy
a morir»,- le dijo el niño a la madre. Nadie le hizo caso a esas
siete palabras premonitorias que Lalo expresó. Se quedó dormido
en un sueño profundo del cual no regresó jamas. Cuando quisieron
levantarlo al otro dia para que viera lo que le había traído el
Niño Dios, el cuerpo de Lalo yacía frío en la camita que
doña Chela le arreglaba todas las noches. Dicen que todo el pueblo lloró
la muerte del muchacho. Sebastián
Lloreda el médico del pueblo, fue llevado a la casa para que revisara el
cadáver. Fueron suficientes 60 segundos para recordar el Juramento de Hipócrates,
suficientes para recordar las calles bogotanas; también recordó
en esos 60 segundos «La Señorita Elegida» y «El Rincón
de los Niños» de Claude Debussi; también la tarde en que recibió
el grado de «Médico-Cirujano» en el Paraninfo de la Universidad
Nacional de la capital del país. «Me
retiro de este oficio», le dijo a Dioselina, su esposa. (Él que tanto
había amado su profesión) En adelante no volvería a ejercer
más la medicina. En el Acta
de Defunción quedaron impresas estas palabras: «MUERTE PREMATURA
PRODUCIDA POR UNA ENFERMEDAD CONGÉNITA, NO INFECTO-CONTAGIOSA: ORGULLO.»
En efecto, a Lalo nunca le gustó que lo hubiesen vestido con la camisa
rosada que doña Clemencia López, la más orgullosa y prepotente
del pueblo, le regaló a doña Chela. Tampoco pudo disfrutar del trompo
que el Niño Dios le había puesto debajo de la almohada ese veinticuatro
de diciembre.... ...Dicen que don Juan,
el de la tienda de la esquina, lo ha visto jugando al trompo debajo de los mangos
de la casa del difunto Emiliano Ovallos, cuando en las tardes, el crepúsculo
comienza a caer. También han oído su risa estruendosa, en las noches
decembrinas cuando se acerca la navidad... Y doña Chela guarda para siempre
en su baúl, el trompo que le compró para esa fecha, junto con los
rizos dorados de su último hijo... La
Playa de Belén, Diciembre 16 de 1.984 | |
| «Sólo
el recto pensar y obrar nos conduce a la convivencia pacífica» Cruzó
la calle presurosamente como tratando de evadir la inclemencia vertical del sol,
en esa mañana de sábado bullicioso. GOYO; (apelativo cariñoso
inventado por sus amigos, pues su nombre original era Eliodoro) tenía una
cita importante a las diez y allí iba con su carga de sueños y de
esperanzas; tantos y tantas, que parecía un adolescente en su primera cita
con la novia de la infancia. Apretó
sus pasos y por fin llegó al céntrico CAFÉ en donde impacientes
le esperaban PACO y CRISANTO otros dos soñadores, ciudadanos del mundo
quienes al igual que GOYO, le hacían el quite a la vida diaria para no
ser embestidos por los fantasmas del hambre y la miseria cotidiana. Claro está
que de los tres, era GOYO el más afectado, ya que, aparte de estar desempleado,
debía suplir con sus exiguas ganancias de músico barato, las necesidades
más elementales de su mujer y cuatro niños. El ambiente de aquel
cafetín era pesado. En él se mezclaban en una heterogeneidad indescifrable,
el tufo de los licores consumidos, el humo de cigarros baratos y el espumoso líquido
renal de los borrachitos de turno. Luego del saludo protocolario, a GOYO le fue
presentado un tipo con cara de nadie, a quien sus amigos llamaban misteriosamente,
«El Jefe». A
partir de aquella reunión y conocidos sus objetivos, el rumbo de nuestro
personaje se orientó hacia otro derrotero. Por primera vez y pese a las
incontables necesidades por las que había pasado en otras ocasiones, iba
a delinquir. La misión consistía, según le explicaron, en
visitar la residencia de una pareja ya septuagenaria, que vivía en uno
de los barrios más prestantes y adinerados de la ciudad, a los cuales eliminarían
para posteriormente alzarse con un botín, que según había
manifestado «El Jefe», fácilmente podría ascender a
los cien millones de pesos, los cuales serían repartidos equitativamente
entre los cuatro. Y
esa noche, en medio de la conmoción espiritual que despertó en la
sencilla personalidad de GOYO tan halagüeña perspectiva, comenzó
a divagar con las posibilidades que representarían para su azarosa existencia,
la obtención fácil y rápida de esos veinticinco millones
de pesos. Se desató entonces, intempestivamente, una imperiosa necesidad
interior de rebelarse contra todas las normas establecidas por él y para
él. «Este es el hombre», se dijo con cierta decisión
inusual y de la cual se sintió hasta orgullosos en cierta forma. «Este
es el hombre, ésta la fortaleza que siempre debí tener y ésta,
una decisión afortunada que me permitirá forjar un mejor futuro
para los míos y para mí». Para un hombre acostumbrado a vivir
en el hacinamiento de los cuartuchos arrendados, sería de inobjetable prioridad
adquirir una casa digna, para descansar de una vez por todas de la maldita prepotencia
y el constreñimiento continuo de los arrendadores de turno. La inocultable
desnutrición de sus hijos, así como la esquelética figura
de su adorada mujer, serían ya cosa del pasado pues su nueva situación
les permitiría comprar la leche de más alta calidad, los mejores
suplementos vitamínicos y lo más reconfortante aun, ¡podrían
comer tres veces al día!. Ahora si tendría la oportunidad de poder
comprarle a sus muchachos, aquellos zapatitos de charol negro que tantas veces
había visto en el exhibidor del Almacén Don Blas, además
de aquellas bragas multicolores que solamente podían lucir los niños
de los padres ricos. ¡Ah,
y aquel vestido de chiffón azul que tanto soñó verle puesto
a su sufrida esposa!. Y qué decir de aquella muda de ropa tan elegante,
tan fina que tantas veces acarició por sobre el vidrio del almacén
del centro; ¡cómo se parecía esa ropa a la que usaba su compadre
allá en Bogotá, para asistir a los bailes del club! El
insomnio tendió sus redes silenciosas sobre la humanidad de GOYO, quien
solo volvía a la realidad cada vez que su esposa, o los niños sofocados
por el bochorno de la noche veraniega, se volteaban en el catre arrebatándole
la colcha de remiendos que oficiaba de ruana para arropar sus sueños de
pobreza. Alucinado por fantásticas visiones de mundos fabulosos, apenas
si se dio cuenta del inminente clarear del día y entonces se volvió
a repetir con la certidumbre de la autoconvicción: «Este es el hombre
que siempre debí ser. Estoy decidido. Hoy es mi día. Será
hoy o nunca, la ocasión propicia para asegurarle un futuro digno a mi familia.».
Con una agilidad casi desconocida, casi felina, saltó del catre, dio una
tierna mirada al rostro macilento de su abnegada esposa y se dirigió hasta
el cuarto de tablas que hacía las veces de ducha, para todas las familias
que habitaban aquel gris y paupérrimo inquilinato. Por sobre el ruido
del agua, que a borbotones manaba del enmohecido tubo de hierro, se le escuchó
tararear una sentida melodía. «GRACIAS A LA VIDA QUE ME HA DADO TANTO:
ME HA DADO LA RISA Y ME HA DADO EL LLANTO. II
Y se presentó
el gran día; o mejor, la gran noche. Llegados los cuatropersonajes (El
jefe», Paco, Crisanto y Goyo) hasta el sitio previamente acordado, se repartieron
ecuánimanente las funciones, tocándole en suerte a Goyo la función
de vigía, con el fin de prevenir intromisiones desagradables mientras los
otros cumplían su tenebrosa tarea. Y fue allí, en medio de la calle
desolada y fría cuando sin proponérselo, llegó hasta el corazón
de GOYO la última oleada de cordura, el último sobresalto de su
conciencia y sin meditarlo siquiera, comenzaron a desarrollarse en la pantalla
de sus recuerdos, auspiciados por el último rescoldo de su dignidad a punto
de sucumbir ante el peligro del delito, todos los acontecimientos de una vida
matizada de valor, de una vida enfrentada con fervor, de una solvencia moral motivo
de elogios por parte de quienes lo conocieron siempre. Se vio así mismo
en los años de su niñez lejana, rodeado por unos padres pobres casi
hasta la miseria, pero tiernos y amorosos los cuales produjeron en su espíritu
infantil, una barrera de contención hacia las acciones consideradas indebidas
y pecaminosas. Fue en aquella época cuando comenzó a retoñar
en su corazón la semilla de la bondad y del amor hacia sus semejantes;
aprendió también con demasiada facilidad, el respeto por lo divino.
Tanto que por sus dotes naturales para el culto religioso, fue llamado por el
padre Egaña, para que ejerciera los oficios de sacristán, en el
templo de su tierra natal. Desde allí, desde las torres empinadas de aquel
templo, haciendo las veces de atalaya del universo, aprendió de las campanas
el sentido de pertenencia a los demás, porque a través de ellas,
lograba la mágica función de reunir en un solo haz, las peticiones,
de todos sus paisanos, con destino al Cristo de los hombres. Por
su pantalla de los recuerdos cruzaron también con prisa inusitada sus primeros
años de estudio en la escuelita local donde, con la irreverencia de su
precocidad, hizo que sus maestros vislumbraran en él la redención
del pueblo sumido en el mutismo de los años que se iban inexorablemente.
De sus amados profesores aprendió la sabiduría que produce la lectura
y más tarde, con el paso del tiempo, empezó a comprender la potencialidad
histórica que ejercían los libros sobre su afiebrada imaginación.
Se dio cuenta que cada libro leído por sus ávidos ojos, cobraba
vida y asombrado comprendía porque éstos lo educaban muy por encima
de sus allegados y aun de sus mismos profesores. Luego de la muerte de sus padres,
remontó los aires y con el empuje de quien desea superarse, deambuló
por un sinnúmero de trabajos que le permitieron finalizar su bachillerato.
Aun así, continúo creyendo en sus libros con quienes compartía
mil soledades y de los que extraía lo mejor que podía. Catapultado
por algún político amigo hasta las esferas de la burocracia oficial,
aplicó con desmesurada honradez la disciplina de su constancia. Trató
de ejercer con esmero y pulcritud todo cuanto correspondía a un verdadero
funcionario público, hasta que los gamonales de turno consideraron como
un obstáculo su recio carácter y su sentido crítico, para
no permitir los desmanes y arbitrariedades de sus diarias actuaciones. Poco a
poco lo fueron desvinculando de sus nóminas hasta convertirlo en un desempleado
más, agregado a la ya larga lista de los trashumantes del mundo. Con sus
cuarenta y dos años a cuestas, retomó los senderos de la búsqueda,
pero laboralmente era ya muy viejo para ocupar una vacante inexistente para él.
Abruptamente despertó de sus cavilaciones y se dio cuenta entonces que
estaba perfectamente vivo en medio de la noche mutilada, a punto de ser cómplice
de lo que tanto maldijo y combatió a través de su largo y agitado
trascender por la tierra. Y vino la disyuntiva. El eterno elegir entre el bien
y el mal, entre lo efímero y lo perdurable. Entre el ser o no ser.
Comenzó
a caminar lentamente, calle abajo. acompañado por la augusta soledad de
las estrellas. filosofando de esa manera pura y exacta que siempre lo caracterizó.
Se dio ánimos pensando que en esos momentos cruciales de su vida, necesitaba
la valentía necesaria para enfrentar la hermosa cobardía de no delinquir.
Y., no era un contrasentido pensar así, puesto que el coraje para él
era ni más ni menos que la autoafirmación de sí mismo, que
le permitía hacer frente a su mismo yo y a los factores exteriores, humanos
o circunstanciales. Para un hombre bastante atormentado y que no había
tenido una vida fácil pero sí una sensibilidad a toda prueba, el
coraje era eso: «hacer frente a la vida» y esto tiene mucho que ver
con la dignidad: aceptar la vida y hacerle frente con la cara en alto. Para Goyo
y su elemental filosofía, aquel que siempre se queja, el que se arrastra,
el que se lamenta, el que envidia la situación del otro, el que pone su
carga sobre los hombros de los demás; el que deja que la vida lepueda y
no hace lo posible por superarse y enfrentarla, ese no tiene el coraje de vivir.
Sin embargo afirma Goyo, que también existe el caso contrario o sea de
aquellos que le hacen frente a la vida sin aceptarse a sí mismos, sin conocerse
a sí mismos, no conocer sus limitaciones y debilidades, creyéndose
los mejores. Estos no tienen coraje; lo que tienen es el egoísmo de andar
por la vida pisoteando a los demás y predicando su prepotencia. Afortunadamente,
existe dentro de cada uno de nosotros algo que algunos llaman «instinto
vital», que nos impulsa a optar por la vida aun en circunstancias que cuando
las vemos desde lejos, nos parecen insoportables. Recordó a Ivan Illich,
uno de sus autores favoritos, quien decía que la vida humana podía
ser interpretada como un continuo intento por evitar la desesperación.
Y que ese intento tenía éxito casi siempre. ¿No sería
acaso ésta, la grandeza del hombre? El coraje de vivir, continuaba pensando
Goyo, era sencillamente el valor de comenzar cada día sabiendo y confiando
en nuestras propias capacidades, prosiguiendo así el camino con la humana
dignidad de quien no se da por vencido; porque cada ser humano con su propia vida
está edificando una sociedad nueva y la solidez de ésta, radica
en el coraje de todos sus individuos. Con
una sonrisa de satisfacción y una esperanza tan grande como su propia angustia,
terminó por beberse sus pensamientos de un solo trago. Y allá en
el horizonte, el ángel de su guarda le hacia un guiño a la noche
desvelada, mientras la ciudad dormía plácidamente de espaldas a
un continuo amanecer. Los
amigos de Goyo solo se percataron de su ausencia, cuando el Comandante de la Estación
con voz pastosa, sentenció; «Están ustedes arrestados. Tienen
derecho a...» | |
| 1.-
GENÉTICA Él,
minusválido mental y drogadicto. Ella,
malhumorada y displicente. Y
en medio de una pobreza abismal, un hijo les nació, fruto del dolor y la
desesperanza. Fué creciendo como flor silvestre; moldeado a su antojo por
la máquina invisible de una sociedad cada vez más inhumana, cada
vez más cruenta, cada vez más invisible. Crece, se reproduce, abandona
su hogar y la calle lo endurece hasta lo insensible, hasta hacerse un hombre...
¿Hombre? II
Los
destrozos ocasionados por el estallido del explosivo sintético, han sido
inconmensurables. Pero no más que el número de víctimas inocentes
caídas en aras de la intolerancia y la brutalidad. III
Fumando
el quinto cigarrillo y eludiendo la tumultuosa confusión originada por
la tragedia, el HOMBRE piensa si no hubiese sido menos complicada su vida al tener
un hogar y unos padres como cualquiera de estos seres fantasmagóricos que
ahora pasan por su lado, atribulados... Todavía tiene rabia, le pesa el
corazón y de unapatada, termina por romperle el timón a su destino... 2.-
EDIPO _«Buenas
tardes, señora...». _«Buenas tardes, jovencito. ¿En
qué te puedo ayudar? _«Necesito un «fierro».
_«Armas? ¿Quién pregunta? _(Silencio)... «Soy «Guillo»,
tengo catorce años y vengo a nombre de «El Manco». _«Ah,
ahora si entiendo joven. Mire: Este es un RUGER 38 largo y está en oferta
especial: $800.000. Y se puede saber para qué lo quieres? _ «Voy
a matar la vida para ganarme la vida y ganarle a la vida. Gracias, señora.
Adiós...». II
Noche
oscura y lluviosa. Rechinar de llantas sobre el asfalto dormido. Esquina desierta
y propicia para la celada... Cuatro disparos le rompen el tímpano al silencio.
Una mujer cae de espaldas a la noche mutilada. Los últimos vestigios de
la vida que se escapa a borbotones, le iluminan la pantallita de los recuerdos:
Hoy, hace exactamente 168 meses con 25 días, le negó la estrella
de los sueños al hijo que abandonó envuelto en pañales, a
las puertas del mundo... ...La
luna le hace un guiño cómplice a la potente farola de la KMX- 125,
que se pierde veloz por el túnel del tiempo. El diario matutino titula:
«SICARIO ASESINA TRAFICANTE DE ARMAS». 3.-
ELECTRA A
la luz mortecina de los últimos faroles, se exhibe: ¡Tan niña...!
¡Tan bella...! ¡Tan puta...! II
El
hombre negocia el cuerpo joven, que significa carne totalmente fresca para sus
ya casi 60 años. «Es increible_ reflexiona el hombre_Tantos años
viviendo sólo, sin ilusiones, arañándole el espinazo a la
parcela y con ese dardo incruento, horadándome el alma... ...Según
la Juana, cuando yo la abandoné, llevaba en su terso vientre, el gérmen
de mi impetuosa juventud, pero yo nunca te creí... III
_«¿Satisfecho,
Viejo? _« Sí. Te pagaré un poco más de lo acordado»
_ «Bueno viejito, cuando necesites «renovar» tu sangre, búscame...
_ «Sí. Lo haré. ¿Sabes una cosa? Eres tan joven y te
pareces tanto a la Juana, que hasta podrías ser mi hija... Bucaramanga,
Julio 23/1998 | |
| LA
CAJA DE PANDORA Por: Alonso Velásquez Claro Nadie
sabe a ciencia cierta, ni siquiera yo mismo, si el hombre de esta historia existió,
si dentro de sus aspiraciones, sueños, planes, proyectos y tribulaciones,
estuvo la de ser víctima de sus propias elucubraciones filosóficas,
pero hasta donde las fronteras existentes entre realidad y fantasía lo
permitieron, supe comprender que era un hombre común, sencillo,simple,vulgar,
primitivo, primario, elemental, arcaico, el cual había practicado, cometido,
utilizado, trabajado, laborado, practicado y hasta usado mil y una profesión,
mediante las cuales había sobrevivido a los constantes,usuales, permanentes,
idiotizadores y hasta agonizantes embates de su azarosa vida. Un dia cualquiera
y bajo los efectos del alcohol, se detuvo a realizar un minucioso repaso de los
acontecimientos, sucesos, situaciones, eventualidades, ires y venires de sus ya
largos cincuenta años de permanencia en un planeta ajeno a sus querencias
y descubrió en esa caja de pandora que todos llevamos dentro, sus falencias,
sus realidades y virtudes que lo estaban llevando hasta el punto del no retorno.
Se vió en su niñez y juventud, siempre bueno, estudioso, honesto,
legal, ético, moralista, espiritual, religioso, honrado, obediente y la
mayoría de las veces el prototipo a imitar, según lo sugerían
sus profesores, familiares, amigos y hasta la propia lógica.
Percibió en su adultez como, sin la ayuda de nadie y después de
luchar a brazo partido contra todo obstáculo, había llegado a ocupar
una brillante posición como ejecutivo de una empresa. Pero se dió
cuenta también que luego de haber sido amigo, compañero, hermano,
enfermero asesor, sacerdote, paño de lágrimas y hasta partero de
quienes le rodeaban, la empresa decidió prescindir de sus servicios; primero,
porque en un país sin memoria, un hombre se mide la mayoría de las
veces, por su testosterona y no por las bien habidas neuronas que son las que
nos permiten medir la distancia abismal entre el hombre y el animal, y segundo
porque cuando las crísis acosan, nada mejor que buscar la via facilista
y práctica de la reestructuración administrativa. El
tiempo, ese arcano impredecible, eterno guardián, vigilante insomne del
bien y del mal, de lo divino y lo humano, de lo facil y de lo difícil,del
presente y del futuro, de Abel y de Caín, le brindó la medida exacta,
el equilibrio racional, el vértice perfecto, la razón absoluta,
la sapiente verdad acerca de cual era su posición en este mundo oscuro,
troglodita, enmascarado, displicente, vil, enfermo, terco, deslumbrante, conquistador,
suicida y, tomando en sus manos con frialdad, el viejo SMITH AND WETSSON de su
mejor amigo, se disparó en la frente y rubricó con sangre,la impronta
de su peregrinar por este paraíso engañoso de ilusiones.
En esa transición entre lo terreno y lo celeste, cruzaron a la velocidad
de la luz por su mente omnibulada, las palabras aprendidas desde tiempos ancestrales
y las cuales utilizó siempre para opinar sobre la forma como cada quien
moldeaba sus sueños y su vida: «Estamos hechos con la humilde y gloriosa
madera de los sueños y con esa madera, podemos construir un laúd
un patíbulo...! Floridablanca,
Septiembre 5 de 2002 | |