¡Señora
de los cielos, mi celestial Señora,
Al enrumbar mis pasos a la cima
montañosa,
donde humilde leñador testigo fue de iluminada aparición,
en
aquella ocasión, añosa;
con el alma palpitante del perdón
y el amor, siempre anhelados,
y los pies cansado del agreste camino y sin dolor
lacerados,
al llegar a la montaña arisca,
siento que la piel se me
encrispa,
cuando en la astilla que orgullosa te ha guardado,
poso mis ojos
en los tuyos bien amados
y me embarga un sentimiento indescriptible
de amor
y de gracia irrepetible,
y vivo el mejor suceso de lo mucho y lo poco que he
vivido,
y por eso te digo, bendita seas Madre adorada,
tu protección
a mí y a todos los de aquí, yo te lo pido
para sentir la luz,
cual radiante alborada.
Al invocarte, ¡oh mi gran Señora!
con
todo mi respeto, lleno de fe y al sentirme vacío
yo, un simple siervo
tuyo, que tu constante compañía añora,
en todos los momentos,
alegres o de hastío, grandiosa intercesora,
recupero mi amor por esta
vida que a veces se derrumba y a veces gratamente aflora,
y me siento por vos
protegido con creces,
cuando mi sensible corazón con gran fervor así
te lo implora.
Es por eso que este bosque, que a lo alto se empina,
de ti
depositario,
y con orgullo se asoma, cuando el que llega a ti se inclina
para
rezarte un rosario,
lo envuelve con fragante aroma
dando la bienvenida a
quien busca tu amor,
¡Virgen de Torcoroma!
Y ahora, te hago la venia,
Madre Santa,
porque mi alma está feliz y canta;
y con los aquí
reunidos, llenos de devoción y firme acatamiento,
en este preciso momento,
yo, me arrodillo a Ti
para pedirte ven, ven, danos tu bendición,
Bendita
Tu por siempre seas,
Virgen de Torcoroma, AMEN, AMEN.