ANTOLOGÍA DE ESCRITORES Y POETAS DE OCAÑA Y SU PROVINCIA
Por Gabriel Angel Páez Téllez
VEINTICINCO BIOGRAFÍAS, IN MEMORIAM
 

El hombre es una lámpara apagada; toda su
Luz se la dará la muerte.
José Eusebio Caro

El boletín literario, (Antología de Escritores de Ocaña y su provincia), acogido generosamente por la página www.GuidoPerezArevalo.org, actualmente en su presentación número 25, tiene la particularidad de que está integrado por escritores y /o poetas, que ya han traspasado el umbral de la muerte.

Con base en lo anterior; en esta selección, al presentar la síntesis biográfica de cada uno de estos escritores se ha pretendido proporcionar, entre otros datos de interés, el periodo de su existencia, enmarcados por su nacimiento y deceso; así como una muestra significativa de sus escritos en prosa y/o en verso.

Agudizar el interés hacia estas personas, hoy en la dimensión de Dios; o de lo desconocido, cualesquiera sean las concepciones de los lectores respecto del fin último de cada ser humano, representa una recapitulación y esencia de una vida; en este caso, de quienes se sirvieron de la fuerza de las palabras para precedernos en el noble ejercicio literario en la ciudad de Ocaña o su provincia.

Algunos escritores de esta agenda literaria en alguna oportunidad se refirieron a la muerte en sus escritos, pero hablaron de ella desde el panorama de la vida. Ellos, los que ya murieron, serían los capacitados para hablar con propiedad del más allá, pero nada dicen y como escribió el fisiólogo Ehremberg: “delegan los muertos en los vivos, la pretensión imposible de comprender y definir el gran enigma”.

El poeta Marco A. Carvajalino, uno de los escritores más importantes en el campo literario de Ocaña y su provincia, se refirió al más allá en un soneto que aparece con su biografía; allí puede constatarse cómo en LLAVE EXCELSA se refiere a la muerte que los ojos humanos no alcanzan a ver y con ansiedad de creyente integral tiene la plena convicción de que el alma es la llave para descifrar el misterio.

El Dr. Lucio Pabón Núñez, con esa facilidad de castizo escritor que enaltece a las letras nortesantandereanas escribió una Antología personal de la muerte, de la cual cito un fragmento: “A medida que va uno avanzando por la vida, la imagen de la muerte se le va haciendo más patente, más cercana y familiar. Aquella siniestra figura que, unida al diablo, sigue las huellas de Durero, repite su intrusión y melancolía en torno de cada uno de nosotros día a día, o tal vez mejor, minuto a minuto. Yo, al menos, cuando me detengo a recordar, me veo circuido de sudarios; ayer fue mi padre, luego un amigo, en seguida otro, más tarde un nuevo miembro de mi familia, a continuación un ser admirado aunque no conocido personalmente: ¡siempre la ronda de la muerte! Si, en cada uno de nosotros a diario se reproduce aquella escena captada por los pinceles de Boecklin: la muerte que llega a exigir al pintor colocarla en el autorretrato en vías de ejecución, escena comentada así por Guillermo Valencia:

… Ese amarillo de las tumbas
Nos ha entristecido el azul.

Varias veces se me ha venido la idea de una pequeña antología poética acerca de tal realidad. En esta tarde luminosa de este casi estival marzo madrileño se me ha ocurrido ejercitar la memoria reviviendo pasajes – aprendidos a lo largo de los años- relacionados con la ”pálida intrusa”. Y ahora resuelvo anotar aquí -mejor nombrar apenas- esas evocaciones extrañas insistentes. No es un intento de erudición fácil, no; es algo así como una evasión del espíritu por entre la melodía verbal.

Pudieran tenerse en cuenta las actitudes ideológicas o religiosas de los poetas frente a la muerte; resultarían así tres partes de ese soñado florilegio: Los que no esperan encontrar nada, más allá de la vida; la de quienes dudan ante el ultra mundo; y la de quienes creen en la mansión imperecedera del espíritu.

Los materialistas se acongojan por tener que dejar las delicias de la tierra; pero se consuelan fácilmente esforzándose por ahogarse en ellas antes de morir. El creyente, como luego veremos, si se conturba al principio, pronto llega el alivio pensando en un tránsito bien dispuesto. Lo agobiador, lo catastrófico, se desploma sobre quienes vacilan entre la negación y la afirmación, entre el mundo de la materia y el universo del espíritu. ¡Tantas tragedias podríamos evocar! La de Antero de Quental, por ejemplo, quien a ratos cree que su corazón descansa por fin en la mano diestra del Señor.”

El académico Ciro Lobo Serna, también en cierta oportunidad se refirió a la figura de la muerte en su escrito: Hasta luego, capitán; homenaje póstumo, en donde hace la apología de su amigo el piloto: Jorge Enrique Duarte Pacheco, muerto en un accidente aéreo. (Se citan apartes):

“Es verdad que la muerte, cuando viene a cegar vidas, nunca procede caprichosamente. Es muy cierto además, que los hombres más unidos a Dios por el amor, la apetecen como una golosina de infancia. Pero también es verdad que para usar su guadaña (¿sentirá vergüenza o pena?) lo hace a espaldas de la honradez, ya que siempre se esfuerza por llegarse a los hombres como a las escondidas.

Como la fe nos asiste y la esperanza nos da valor en medio de los fracasos, hoy quitamos de los ojos otro poco de lágrimas, y decimos con palabras que salen del corazón donde queda tu recuerdo y el recuerdo de tus sueños: Dios lo ha querido así, bendito sea.”

Ciro A. Osorio Quintero, en su célebre libro, El Valle de los Hacaritamas, página 207, escribe que siendo rector del Colegio Nacional José Eusebio Caro, el historiador y poeta Luis Eduardo Páez Courvel pronunció una extraña y original conferencia sobre la muerte. “El áureo espectro vigilante, la sombra sigilosa y rapaz, furtiva y terrible que cierra sus alas victoriosas sobre el remate de las tumbas”. No fue aquella una prédica de intenciones catequizantes, sino una erudita disertación, estremecida y alucinante en la que el estudioso y el literato, con una pasmosa delectación, insólita por el motivo y la edad, quiso abordar por sus aspectos más sugestivos tema tan escarpado, y demostrar de paso una fría posición de tranquilo estoicismo frente al problema, muy propio del espíritu santandereano”.

Somos conscientes de que hay otros personajes del acervo literario de Ocaña y su provincia, ya fallecidos que no aparecen en esta ANTOLOGÍA IN MEMORIAM DE LA OCAÑERIDAD. No nos referiremos ellos, por carecer de datos biográficos completos, pero tenemos la seguridad de que un día no lejano se recogerá con amor y dedicación una lista más ampliada, no de quienes han muerto sino de los que viajaron primero a la eternidad, como lo precisó el poeta mejicano, escritor que valoró desde la dimensión cristiana, el paso trascendental y definitivo de las almas a la casa amorosa del Padre.

Gracias al apoyo de esta página Web, continuaremos destacando temas literarios relacionados con sus valores humanos; y con todo cuanto atañe al interés cultural de Ocaña y su región, a favor del Departamento Norte de Santander; y por extensión, de nuestro hermoso país colombiano.

Medellín, 25 de febrero de 2006