Más
abajo del CIELO Nuestra familia, Barriga. Desde 1853 hasta 2008 | ||
ALFREDO
BARRIGA IBÁÑEZ | ||
| ||
En la montaña occidental de la ciudad de Bucaramanga, donde hoy se halla el aeropuerto de Palonegro, hace varios lustros y en homenaje a "algunos" muertos se levantaron varias pirámides con materiales escalofriantes en el mundo de las construcciones. No eran de piedra, como así lo fueron las de Cheops, Kefrén y Micerino del antiguo Egipto y las erigidas en Teotihuacán, productos del afecto al sol y a la luna, estas últimas, por parte de los precolombinos mexicanos. Las de Bucaramanga estaban construidas con "calaveras" humanas; y no justamente como el recuerdo de los diez mil combatientes que en catorce días, del once al veinticinco de mayo de 1900, dejaron sus vidas sobre el terreno, a más de los seis mil heridos que resultaron; también las pirámides eran el símbolo de las estupideces generadas por las luchas entre hermanos, bien liberales o bien conservadores, durante la guerra civil de los Mil Días que sostuvieron los colombianos de la época. Esta contienda se suscitó entre el 17 de octubre de 1899 y el primero de junio de 1903, espacio en que los liberales de Santander se levantaron en contra del gobierno, pues veían que las condiciones económicas y electorales favorecían sólo a los partidarios del régimen imperante, el conservador. Quienes hacían parte de éste, contaron con el apoyo del presidente Manuel Antonio Sanclemente, sucedido en 1900 por José Manuel Marroquín. Apoyaron al gobierno los generales Próspero Pinzón, Ramón González Valencia, Pedro Nel Ospina, Manuel Casabianca y otros. Los liberales, organizados en su mayoría en guerrillas, estuvieron dirigidos por Rafael Uribe Uribe, Gabriel Vargas Santos, Benjamín Herrera, Foción Soto y Justo L. Durán. El gobierno financió la guerra con emisión de moneda, empréstitos y contribuciones impuestas a sus enemigos. Por su parte, el liberalismo se costeó por medio de tributos obligados, requisas y por aportes de gobiernos simpatizantes, entre los cuales, Venezuela, Ecuador y Nicaragua promulgaron una unión que trató de contrariar las arremetidas del imperialismo norteamericano. Se peleaba en todo el país, aunque en menor intensidad en las regiones selváticas y en las de Antioquia. La guerra de los Mil días finalizó con la firma de tres tratados de paz: el que resultara en Neerlandia, rubricado entre Rafael Uribe Uribe y Juan B. Tovar; de igual forma, el conseguido en Wisconsin, nombre del barco de guerra estadounidense que sirvió de sede para las negociaciones y en el cual rindió sus armas el Ejército liberal (10.000 hombres) que dirigía Benjamín Herrera en Panamá; y para finalizar, el de Chinácota, en el Norte de Santander, firmado con el anterior tratado en noviembre de 1902, aunque las acciones bélicas se prolongaron hasta junio de 1903. Esta guerra fue aprovechada por Estados Unidos, país amigo, quien "amistosamente" contribuyó con la separación de Panamá. Es de suponer que durante la guerra, el caos y la zozobra hacen parte de las relaciones fracasadas entre los hombres, situación que, aminorada en su intensidad, también persiste con consecuencias de toda índole en sus momentos posteriores. La economía del país, vertida a sangre y fuego en horas de lucha, tiene que levantarse y escoger los caminos señalados por el progreso, muchas veces difíciles de conseguir en los instantes de tranquilidad. Y peor aún, como ha sucedido en el transcurso histórico de nuestra patria, cuando se observa que terminado un conflicto, el otro llega por sortilegio del espanto. En Colombia nunca ha habido paz. La guerra, que fue impuesta por los designios de la política absurda, pronto cambió de causas para presentarse con el correr de los años como una forma válida de los estratos para reclamar o no dejarse suprimir el poder. Fueron
esos los tiempos en que al primer abuelo, Ángel Ricardo Barriga, le correspondió,
no solamente vivir, también supervivir. Y sus hijos, generados bajo el
amor de dos matrimonios, igualmente heredaron las consecuencias de una patria
que, para su época, permaneció escuchando los fragores del combate.
El mayor de todos, Honorato, nacido en 1878 como después se demostrará,
estaba por consiguiente muy joven en sus veintiún años, edad en
que había experimentado el rigor de otras disputas; y Gilberto, su último
hermano, nacido en 1898, muy niño, cuando le tocó soportar los espasmos
de la conflagración prendida en límites de ambos siglos: la históricamente
denominada como "Guerra de los Mil Días". Vivir en Aspasica,
una región comprometida mediante ideales conservadores similares a los
del gobierno, representaba una tranquilidad para ellos, los Barriga; y sólo
circunstancias de fuerza mayor les obligaría a buscar aquellos horizontes
que protegieran sus vidas y proporcionaran estímulos para una estabilidad
superior. Esas circunstancias lamentablemente llegaron bajo la forma de la sangre;
y un pesar que al impulsarlos a vivir en una región cercana, se prendió
para siempre en el alma de los dos últimos sobrevivientes, Gilberto y María,
lamentos que sus hijos escuchábamos cuando éramos jóvenes
del sesenta sin ninguna forma de indagaciones: -"¡A nosotros nos mataron un hermanito!", exclamaban. Pero,
¿Cuál de ellos fue el asesinado? ¡No se sabía con certeza!.
Hoy, cuando los años han pasado y el recuerdo de esas palabras se amontona
en la memoria, para identificar su nombre, la fecha aproximada, las causas y el
pueblo en donde cayó exterminado, es necesario tener en cuenta algunas
deducciones y los comentarios de diversos familiares. El análisis se fundamenta
en los siguientes factores: 3.
Campo Elías debió haber sido asesinado muy joven, prácticamente
un niño. Si se identifica que, en su orden, los primeros hermanos fueron:
Eugenio, nacido en 1884; Sixto, nacido en 1885 y él, nacido posiblemente
en 1886, se puede concluir, al habérsele dado muerte en 1900, que fue asesinado
a los catorce años. 4.
Sobre la causa primaria, ya se expresó: el haber sido de política
"Conservadora". El motivo secundario: Ser "roleto", como así
lo señala Pedro León Solano Barriga, "Pedrito", de ochenta
y tres años, al traer recuerdos de su madre, María, hermana menor
de Campo Elías y a quien ella consideraba con esa forma de conducta. "Roleto",
en la provincia de Ocaña significa "extrovertido al extremo";
y muy posible, en su condición de adolescente e inconsecuente le dio por
gritar algún viva al partido conservador mientras pasaban por las calles
de Aspasica los rebeldes del liberalismo que huían después de la
"Batalla de Palonegro", acontecida en Bucaramanga. 5.
Y fue verdad. La Provincia Ocañera se vio invadida por jefes liberales
desde los momentos iniciales de la guerra de los Mil Días. El 18 de octubre
de 1899, Justo L. Durán, nacido en Oiba, Santander, atacó La Cruz
(hoy Ábrego), cercana a Aspasica. Ya después de la Batalla de Palonegro,
mayo de 1900, a los jefes liberales no les dio por huir a Boyacá, o Cundinamarca
o a la Costa; escogieron tácticamente la zona de Ocaña para continuar
con la ola de sangre dejada en la montaña de Bucaramanga. Gabriel Vargas
Santos penetró las selvas de Teorama, también comunicables con las
de Hacarí y Aspasica; Rafael Uribe Uribe sigue a Flandes, pasa a Los Ángeles
(vía a la costa), asciende a Ocaña, llega luego a La Cruz (Ábrego)
en donde permanece varios días con el otro jefe, Foción Soto, para
enseguida continuar hacia Cúcuta y auxiliar a los liberales que defendían
la ciudad, cuestión que no logra cumplir por ser derrotado por el general
Ramón González Valencia. No es de extrañar, pues, que en
estos momentos de tensión a Campo Elías le haya dado por participar
con un "viva" al partido conservador para que de inmediato, como así
lo cuentan los viejos, le cercenaran de un machetazo su mano derecha y luego le
asesinaran, posiblemente en el parque de Aspasica y en presencia de varios familiares.
Esto pudo haber sucedido en el año 1900, porque: 6.
Mercedes Ibáñez fue mi madre; esposa de mi padre, Gilberto Barriga
Pérez. Y en esa condición del afecto existe un recuerdo que al trocarse
en evidencia me impulsa a solicitar de usted, familiar lector, el favor de creer
en mí, porque la pongo a ella bajo el juramento de un respeto que demoró
toda la vida. Después de la muerte de mi progenitor, tenerla, como así
la tuvimos todos sus hijos, era una forma de nobleza con que se organizaba no
sólo la alegría, también el orgullo del hogar de cada uno
de sus doce hijos, en donde se le cuidaba. La paseábamos de casa en casa
como si fuera la reliquia que donaba de sus recuerdos lo mejor del amor para con
un esposo a quien dedicó dulzuras infinitas. Una vez, y después
de haberla tenido, o mejor, disfrutado en mi hogar, mi hermano Sixto, en Convención
la requirió. Y fui a llevarla desde Cúcuta. Ya
era una anciana. En sus ochenta años, (murió de noventa y dos en
el 2003), la mejor palabra con que pronunciaba sus remembranzas era "Barriga",
como así le decía a mi padre. Desde los noventa empezó a
perder la lucidez; y en una forma tan extrema que hasta olvidaba el nombre de
sus propios hijos. No obstante, para la época del viaje y como sucede con
las personas ubicadas en la senilidad, la mente suya brillaba con cosas del pasado,
así las del presente se escondieran en su memoria. Parecía que no
cabía en su felicidad durante el viaje; y todo porque sus oraciones caerían
directamente sobre la tumba del ser que más amó, muerto en los últimos
minutos del año 1977 y sepultado en Convención, pueblo en el que
ambos habían formado su hogar cuarenta y seis años atrás. Yo
escasamente disfruté del abrigo paternal en la época de la adolescencia
y de la juventud. Me separé de mis padres por ir a buscar aquellos horizontes
en los que dos hermanos mayores, Rosita y Jorge, fueron la causa de mi preparación
hacia el destino. Nacimos trece, pero quedamos doce ante la muerte de una niña,
hermanos que afortunadamente tuvimos y cumplimos responsabilidades, las enseñadas
por los viejos. Mientras uno nacía, el mayor se iba a buscar la vida...
y a ayudar al hogar, cuyo padre era pobre, carpintero, con manos hechas para elaborar
camas, mesas, sillas, comedores, hasta lápidas y ataúdes, lo que
comúnmente denominaban "cajones", confeccionados bajo unas habilidades
que en muchas ocasiones se inutilizaban ante la escasez de contratos. El haberme
separado tempranamente de la casa, me indujo a no disfrutar de sus ternuras. Por
eso, cuando mi madre vivió, ya anciana, en algunas ocasiones en el hogar
mío, lo mismo que sintieron mis hermanos cuando la tenían en el
suyo, yo sentía también el deseo de deletrear la forma de sus arrugas
y de escuchar las historias acontecidas en su matrimonio, que fue muy dulce. La
mañana aquella en que la llevaba a la morada de mi hermano Sixto, de Cúcuta
a Convención, no sólo percibía la felicidad de sus recuerdos,
también me daba cuenta que con el apellido "Barriga" muchas veces
pronunciado, los ritmos de su corazón se sostenían con alientos
desprendidos de ese cielo mañanero. Entonces le vino la melancolía;
y no porque se sentía sola, simplemente le llegó al escuchar que
estábamos por arribar a las llanuras de Ábrego. Su
nostalgia, dibujada de igual forma en la flaccidez de su frente y comúnmente
plasmada en la seriedad de su carácter, le fue creciendo, a medida que
agigantaba su silencio y el avance hacia las primeras casas se contagiaba con
los olores de café recién hecho que brotaban en el pueblo. La nostalgia,
esa espina del alma que entre más se clava más desilusiones da a
la vida, en sus ojos afloró con perlas, con diamantes, con gotas que al
rodar por sus mejillas, sin quejido alguno, me insinuaron que en su pecho estaban
hirviendo los recuerdos. -"¡Mamá!...
¿Por qué está triste?". Y su respuesta se constituyó
en el complemento de una biografía que nunca se escribió... y que
merece escribirse porque se trata de uno de los seres que más he respetado
y querido en toda mi existencia: la de mi inolvidable viejo. -"¡Ay,
hijo, estoy llorando porque sé que en este pueblo vivió tu padre
desde los dos hasta los dieciocho años!", me dijo. Tal comentario,
me sirve, pues, para analizar la fecha de la muerte del tío Campo Elías. Y
arriba, en un ascenso hacia el cielo, en Aspasica, había quedado enterrado
Campo Elías, quien posiblemente en su estado de "roleto" le dio
por gritar un "viva" a un partido que sin entenderlo, le convirtió
su valentía en física sangre. Se concluye, así, que la muerte del tío influyó para que el abuelo Ángel Ricardo con toda su familia se convirtieran en sensibles trashumantes. Ábrego, lugar en donde erigieron sus destinos, me era indiferente. Hoy lo adoro por cuestiones de un pasado que incentiva satisfacciones. Ya lo veremos al conocer las realizaciones del abuelo. | ||