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abajo del CIELO Nuestra familia, Barriga. Desde 1853 hasta 2008 | ||
ALFREDO
BARRIGA IBÁÑEZ | ||
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Viejito inolvidable, con cuánta ternura volvería a besar tus mejillas de barba encanecida y olor a tabaco criollo; mirar tus ojos verdes arropados de miel y detener la vista en todo tu cuerpo, que en el tiempo de los recuerdos converge a mis plegarias y a una incertidumbre que amargamente es comparada con la ausencia; porque, desde el momento de tu muerte se creció mi melancolía, y el cielo para ti es el único aliciente ante los desengaños de la vida. Los años que permaneciste en nuestro hogar simbolizaron felicidad en la construcción de un pesebre, cuyas callecitas y casas de cartón, muñecos, montañas, musgos y hasta el mismo establo en donde existió la "Familia", degustaron el reglamento establecido por ti, con alegrías de nochebuenas y navidades que al pasar te surcaron satisfacciones en el alma, aquellas que señalaron responsabilidad en la atención de tus descendientes. Ya ha pasado mucho tiempo después de tu muerte. Treinta calendarios señalan tu desaparición y crean nostalgias que van hacia un futuro sin tu figura, pero llevan los recuerdos de tu nombre en los Gilbertos que al eternizar seriedades han quedado impresos en algunos miembros de tu estirpe. El día que resolviste marcharte, precisamente era de diciembre. Las doce de la noche que partieron con el año, apagaron también tu vida; y la gente no hallaba qué expresarnos, si el "¡Feliz año!" o el "¡Sintiéndolo mucho!" que intentaba suavizar nuestras angustias. Después quedó la casa en silencio, frecuentada por reminiscencias que alumbraron tus acciones; y a medida que pasaron "cabo de años" se acrecentaron tus palabras, tus consejos, tus meditaciones, como un aliento de medicinas para proveerle salud a los destinos. En ese entonces yo pensaba que al morir la madre, el hogar se desvanecía. Pero no, el nuestro se acabó con tu partida; tiempo en que nos tocó desmontar el pesebre y al desbaratar sus calles, sus casas, el establo, las montañas y los muñecos de papel sobre cajas de cartón, también desmontamos nuestras alegrías para empezar a construirte los recuerdos. Son los que me invaden ahora, después de treinta años de ausencia. Y cuánto quisiera verte para abrazarte, para mimarte, para besarte en la frente y en tus mejillas de carpintero viejo, para agarrar tus manos y hundir de nuevo las venas que sobresalían como montañas en el desierto de tu piel mestiza. Viejito lindo, hoy, en la contemplación de hojas que se lleva el viento, qué hermoso fuera verte y decirte que la vida es más feliz con la honradez de tus cartillas y con el pan que se consigue mediante el ejemplo de tus responsabilidades. Por
el amor que tengo a tu apellido y a las bondades que identifiqué en tu
existencia, en estos tiempos he acudido a la historia de todos tus hermanos y
a la que protagonizó tu padre, Ángel Ricardo Barriga, cuando poseía
hogar y cuando los años pasaban; no con el "Saber vivir" sino
con el "Poder sobrevivir", especie de condición en una patria
que eternamente ha caminado sobre lodo y por debajo de inmensas tempestades. Y
te confieso que encontré los valores que justifican la complacencia, por
ti sentida desde los momentos de mi niñez; época en que prendidos
de la mano, a pesar de todo te exponía los desencantos que pasaba en la
escuela por el apellido; y tú, en la paciencia me suavizabas con serenidades: -"¡Cuando usted, hijo, sea mayor, se dará cuenta que en nuestra familia existen cosas más importantes!", me decías. Fue cierto. Los años transcurrieron bruscamente y ya iniciaron la escultura de mi vejez. Encontré muchas de aquellas "Cosas importantes" pensadas por ti., por fortuna ya expuestas en el presente ensayo. Sólo faltaba el cuento tuyo, el que al consignar a continuación, me obliga a meditar sobre el pensamiento de Andrè Mourois relacionado con la modestia, cuando dice, "De ti mismo tu no tienes por qué hablar; de ti, que hablen los demás". De todas maneras tengo que escribirlo, eso sí, sin exageraciones que al perturbar la realidad, ocasionen arrogancia. Al indicar "las cosas", me obligo a ser objetivo, a escribir lo que fue la historia vivida; y por humilde que haya sido, al investigarla y aprenderla me lleva a concluir, en homenaje a ti., "Viejito lindo", que, como las demás ramas provenientes de tu padre, Ángel Ricardo, la descendencia tuya también ha cumplido. LA HONRADEZ, ÚNICA FORTUNA DE SU HISTORIA. Gilberto(1) Barriga Pérez fue el último hijo de Ángel Ricardo Barriga y Telésfora Pérez. Había nacido en Aspasica el 14 de agosto de 1898, seis años después de su hermana María(1), quien a su vez nació un lustro más tarde de José del Carmen(1). Y no se sabe la razón por la cual a los abuelos les dio por tener sus dos últimos hijos con tantos años de distancia. De pronto era la única forma de descansar; aunque ésta no repercutió negativamente en el crecimiento y desarrollo de sus últimos retoños, ya que, cuando la madre tuvo al último, rozagante y saludable contaba apenas con veintinueve años. Estaba aún muy joven; como niña, a la vez, en el nacimiento de Eugenio, su primer hijo: 15 añitos. La Partida de Bautismo de mi padre Gilberto(1) contiene los siguientes datos: El
infrascrito cura encargado de la Parroquia de Santa Catalina de Aspasica a petición
de parte interesada certifica: Que
en el Libro de Bautismos correspondiente al año de 1898, en el folio 261
y bajo el número 18 se halla una partida que a la letra dice: "En
la Iglesia Parroquial de Santa Catalina de Aspasica, a los veintinueve días
del mes de septiembre del año del Señor de mil ochocientos noventa
y ocho; yo el presbítero Pastor Arévalo cura interino bauticé
solemnemente puse óleo y crisma a un niño que nació el catorce
de agosto del presente año a quien nombré Gilberto hijo legítimo
de Ángel R. Barriga y Telésfora Pérez. Fueron sus padrinos
Andrés Pérez y Hermenecilda Piedrahita, a quienes advertí
el parentesco y demás obligaciones. Pastor Arévalo". Hay una
rúbrica. Es copia tomada de su original. Sobre la anterior Partida, es preciso señalar el nombre de Andrés Pérez, quien aparece como padrino, para justificar la parentela con algunos familiares nuestros; entre ellos, Dídimo, Orfa, Evelio, Raúl y Oliva Claro Pérez, estos tres últimos ya fallecidos. Oliva, es necesario recordar, con poderes mentales y relaciones humanas tan sorprendentes que, con sólo haber seguido estudios primarios, fue a menudo invitada por un Presidente de la República y por personalidades de la T. V, la Industria y el Comercio a fin de que los asesorara con sus "meditaciones". Pues bien, la familiaridad se debe a que Andrés Pérez era hermano de nuestra abuela, Telésfora; ambos, hijos de Manuel Pérez y María de los Ángeles León. (Hay un hijo de Eugenio(1) Barriga Pérez, llamado Manuel(2), el Negro, ¿Será por su bisabuelo?. Lo que sí se presume es que el nombre de tantas Marías se debe a la bisabuela). Andrés Pérez es a la vez, padre de Clodomiro Pérez Arias, de Carmen Emilio, de Josefa, de Elvira (mamá de Dídimo, Raúl, Orfa, Oliva y Evelio, padre de Luz Amanda, de Nury Estela, de Francy Elena, de Dignora y de Ramón Alberto Claro, un dinámico empresario de la ciudad de Cúcuta. Oliva es madre de Martha Cecilia, de Mary Oliva y de Freddy Alfonso Sarmiento, padre de Freddy Alfonso, de Jhonatan Alejandro y de Brenda Valentina). Retomando, Andrés Pérez es también progenitor de Antonio Pérez Arias, odontólogo y quien muriera muy joven, 33 años, de tifo y en Ocaña; padre de Víctor Pérez, residenciado en Cúcuta y fallecido en el mes de septiembre del año 2006; así mismo, Antonio es padre de Emmanuel, residenciado en Cali; de Hernán, en Bogotá y de Cecilia, en Barranquilla. Vale la pena aclarar que es una época en que la Provincia de Ocaña adolece de muchas bondades de la civilización. No hay vacunas, medicamentos esenciales; por consiguiente, la gente nace expuesta a enfermedades y muchas personas mueren jóvenes. Víctor Pérez nació en Ábrego y fue criado en Ocaña. Se desempeñó como alcalde en varios municipios: La Playa (Tres meses), Teorama, Arboledas, Hacarí y Cucutilla. Cuenta que acá le desaparecieron a su secretario. Es una época de violencia generada a raíz del asesinato de Gaitán, en nada distante a la de los últimos tiempos. Los nombres de Manuel Pérez y María de los Ángeles León, padres de nuestra abuela, Telésfora, son extraídos de la siguiente Partida de Defunción, hallada en la Casa Cural de Ábrego: ACTA DE DEFUNCIÓN DE LA ABUELA, TELÉSFORA PÉREZ. "En la parroquia de La Cruz a siete de mayo de 1914 yo, el infrascrito cura párroco, di sepultura eclesiástica al cadáver de la adulta Telésfora Pérez, hija legítima de Manuel Pérez y María de los Ángeles León. Murió anoche, a las ocho, de cuarenta y cinco años de edad. Casada con Ángel Barriga. Recibió los Santos Sacramentos". (sic) Como se aprecia, murió joven, edad en la que aun no se perciben los ofrecimientos totales de la vida. Fue la segunda esposa del abuelo Ángel Ricardo; la primera se llamó Liboria León, fallecida extremadamente joven, a sus sólo 29 años. Telésfora Pérez, abuelita bella, al leer el Acta de tu Defunción, encuentro que cada palabra contiene las lágrimas que desgranaron tus hijos en los instantes de tu muerte, entre las cuales, las de mi papá Gilberto(1) se repiten en los pesares de toda su descendencia y se concentran en este libro para ofrecerte la única oración que puede pronunciar tu sangre, la de la gratitud. Sinónimo de ternura fue tu vida, pues fueron seis los hijos de tu cuerpo; y una melancolía que debió enloquecer tu alma ante la muerte de uno de ellos por parte de la patria. Gilberto(1) Barriga Pérez fue traído también desde Aspasica a Ábrego. Acá demora hasta los 17 o 18 años. Y es el lugar en donde realiza los únicos estudios de su vida; posiblemente los correspondientes a la Primaria, pues ello lo señala la estética de su firma. A pesar de todo, el grado de cultura fue amplio, con dimensión de autodidacta en la lectura de grandes obras y en comportamientos ejemplares dentro de la comunidad en que le tocó vivir, Convención, durante casi dos tercios finales de su vida. De él, además de la prensa cotidiana, se recuerda su constancia en la obra de Cervantes, de Caballero Calderón, de Solóm Becerra, cuya novela "Don Simeón Torrentes ha Dejado de Deber" le producía constantes carcajadas; así mismo la obra de su amigo de infancia, don José María Peláez Salcedo, "Sendero de Espinas", una novela que leyó recién editada, pues el autor se la envió como regalo y disfrutó por contener paisajes, anécdotas y hechos sucedidos en la tierra que le vio crecer, Ábrego. En
el año 1917, época en que llegaba a la juventud, (recuérdese
que en ese entonces los hombres se largaban los pantalones a los diez y ocho años),
se hallaba solo, no abandonado porque aún contaba con el auxilio de Honorato(1);
pero sí, sin futuro. Ya su única hermana, María(1), se había
casado desde hacía tres años, decisión que de similar manera
y tiempo atrás tomaron sus otros consanguíneos. Es entonces cuando
le llega la invitación de su hermano Sixto(1) para que fuera a su lado,
quien se hallaba en la población de Cáchira entre transacciones
comerciales y un futuro que como alcalde de ese y otros municipios le haría
gozar de algunas comodidades. Hacía allá se dirige. Ejercita y mejora
el arte de la carpintería, iniciado anteriormente mediante las orientaciones
de don Ramón Solano, el famoso venezolano que construyera en 1912 el portón
en que quedaría colgada la campana de la iglesia de Ábrego. Y hubiera
perdurado en ese amable lugar, Cáchira, todos los años que restaban
de su vida, de no haber sido por la circunstancia del amor que le llegara, en
su caso, contraria al común de los romances; pues, en vez de hacerlo quedar,
le impulsó a huir del pueblo. Muchos años después, y ante
la pregunta de "hombre a Hombre" sobre si él había perjudicado
en su honor a la dama, contestó: CONVENCIÓN, EL MEJOR AMOR, A PESAR DE LAS CONTRARIEDADES En 1930 realiza su salida de Cáchira. Trece años de permanencia en la región forjaron el nacimiento de sus costumbres; todas sanas, de acuerdo a las aprendidas del pueblo que abandonaba. Incluso, hasta la manera de su hablar, que en el ocañero se nota con acentuaciones identificables por lo rápidas, en él se dejaba entrever mediante añoranzas del lugar que lo acogiera en su juventud. Mi padre Gilberto(1) trató a todas las personas con el "Usted" del respeto aprendido en Cáchira; y no con el "Tú", que muchas veces pasa del tono de la confianza al abusivo del adulador. El "Vos", común en la región a la que llegaba, Convención, no lo utilizó generalmente. En su lenguaje, el "Usted" era para los niños, los jóvenes y viejos; para los ricos o pobres, para los gobernantes u obreros que por doquier saludaba. Sólo dejó el "Vos", o el "Tú", que en su ejercicio eran para el amor, a los tratos dirigidos a su Señora, Mercedes Ibáñez, vocablos que también empleaba en aquellas ocasiones en que sumisamente dialogaba con Dios. "Vos, Jesucristo, Señor bueno...", "Virgen del Carmen, ¡Favorécelos!", son invocaciones cotidianas de sus pronombres. No obstante, ¿Por qué razón no escogió a Bucaramanga, si quedaba cerca del lugar que huía?. Precisamente por eso, porque, para la época, al ser pequeña y estar cerca, más fácil lo habrían de encontrar. Muy lejos tampoco; el auxilio de un familiar ante una eventualidad no se podría ofrecer. No valía elegir La Playa de Belén, en donde estaba de alcalde su hermano Sixto(1), pues esa sería una zona de lógica designación y muy propicia para que los hermanos de la novia la quisiesen recorrer. Ocaña, de similar manera ocasionaría el proceder. Fue, entonces, Convención, el punto de la huida de aquel amor que por su apatía no quería llevar hasta el altar. Y llegó, justamente a un territorio en donde nadie de su familia vivía y donde nadie a él le distinguía. Muchos años después, y mientras comentaba sus recuerdos, a varios de sus hijos nos expresó la bondad con que fue recibido en el pueblo. Especialmente la de un señor llamado Julio Lázaro, en ese entonces, el único carpintero que existía. "¡Estaba afiliado a la política liberal, muy serio, responsable, afectuoso hasta con los mismos contrarios y quien no merecía, con el correr de los tiempos, la trompada que le diera un joven de apellido Conde, en un domingo de elecciones; sobre todo a él, que era ya un anciano, sordo y con imposibilidades para responder!", nos decía nuestro padre Gilberto(1) en esa noche de sus recuerdos. "¡Recogió los lentes que habían caído al suelo. Se limpió la sangre que manaba de su nariz. Miró a su atacante con una expresión de piedad y siguió adelante, sin decirle nada. Algunos días después, su hijo, para la época un oficial de la Policía Nacional, llegó con un sargento vestido de civil, y no fue sino verlos para inmediatamente identificar que en ellos se fraguaba la venganza. Fue entonces cuando al viejo le volvió a brillar su nobleza, para decirle, enseguida de arrodillarse en la salida de la casa: "Hijo, yo adivino a qué vienen ustedes; pero, por estas lágrimas que un día se untaron de sangre, le imploro que no lo haga. En estos casos vale más el recuerdo del perdón que el recuerdo de la afrenta". Ese fue el amigo que yo adquirí, recién llegado a Convención. Inolvidable y bueno me favoreció en todo; incluso, con aquellas enseñanzas sobre carpintería que acepté gustosamente por venir de una persona de excelentes cualidades. Yo le decía "Maestro Lázaro", cada vez que a él me dirigía". Así nos habló nuestro padre aquel momento en que nos comentó los pormenores de su arribo a la tierra que más le quiso y que después de cuarenta y siete años lo recibió hasta en su mismo Camposanto. Murió, casi a las doce de la noche, el 31 de diciembre de 1977. Convención se caracterizó por ser un pueblo con abundantes expresiones culturales. En el Norte de Santander ha sido el que más periódicos ha creado, a pesar de ser un municipio joven, fundado en 1829. Llamado así, precisamente en recuerdo de la "Convención" de Ocaña, convocada por Bolívar y que, después de su terminación, en medio de decepciones estimuló el regreso de sus participantes a sus zonas de origen. Entre éstos se encontraba don José María Estévez Cote, obispo y confesor del Libertador en los últimos momentos de su existencia; y quien, al pasar por tal lugar, faldudo y otras efes, le fundó a la manera de una localidad Cristiana. Es la patria en la que todos nacimos y queremos con toda el alma. Nuestra madre se llamó Mercedes Ibáñez; y la manera como empezó a amar a nuestro padre está llena de dificultades y de una historia que originaron los hermanos de la novia de Cáchira, quienes, al descubrir que el antiguo enamorado estaba viviendo en Convención, vinieron en su búsqueda para increparle y obligarle al cumplimiento de la palabra, a pesar de no haberle ocasionado ningún daño. Era la palabra. Y ella había que cumplirla o hacerla respetar. Dos o tres meses después de su llegada, el conocimiento de los lugares y las personas para nuestro padre se hizo indispensable y fácil. Incluido el de ella, una mujer que sólo llegaba a sus apenas veinte noviembres. Su padre se llamaba Luciano Ibáñez, oriundo de Ocaña y descendiente de una familia cuyas dos hijas quedaron en la historia por sus bondades con los Libertadores de la Patria. El día en que vio por primera vez a la joven que con el tiempo iría a ser su esposa, sucedió lo de siempre: quedó encantado. Ella iba acompañada por un señor de unos cuarenta años que caminaba encorvado, vestido de paño, lentes trasparentes, ojos inmensamente azules y una cara sonrosada que haría "bien pensar" a cualquier mujer sobre el destino. Por su posición corporal y el caminar lento con pies dirigidos hacia fuera, indicaba aquella anormalidad iniciada por el golpe que recibiera en la cabeza al caerse de un caballo en los días de su niñez. Se llamaba Manuel Antonio Acosta Gómez, le decían "Patalalora", y era justamente la persona que ocupaban los sacerdotes como campanero de la iglesia, oficio que al ejecutar con mágico esplendor, fue altamente valorado por quienes le escucharon, entre ellos algunos músicos que visitaron con sus orquestas a Convención. Cuando mi padre Gilberto(1) los miró pasar, de inmediato sintió que su corazón empezó a moverse bajo una química que, desde ese instante, al llenarlo de ilusiones no le permitió tan siquiera el buen dormir. Los días siguientes también fueron deliciosos en su vista; mas no en su boca, que con sólo una palabra hubiera bastado para que sus noches, mañanas y vespertinas borraran su vacilación. En el fondo, él albergaba el fracaso sucedido en Cáchira; motivo que impedía la declaración de esos temblores y sentimientos que se sacudían en su alma. Al principio no le dijo nada. Y ella se daba cuenta no sólo de sus miradas; asimismo de sus indecisiones, lo que se constituía en un fastidio ya que, por su naturaleza de mujer, esperaba una señal que, al venir de un joven apuesto como lo era él, le indicara cuál era su pretensión. Todo
se vino a aclarar al encontrarlo sorpresivamente en la casa donde vivían
su madre, Rosalía Acosta, y su abuela, Naciancena Gómez, familiares
de quien a la postre sería Presidente de la República, Laureano
Gómez, según consta en algunos libros, entre ellos, "Convención
de otros tiempos", de Carlos Julio Vila. Le impresionó su presencia
en su casa; y más las palabras, que giraron en torno al amor que él
por ella sentía. -"¡Yo
estoy enamorado de Usted!", le dijo mi padre, para luego dirigirse a las
madres, "¡Sólo les ruego el permiso para visitarla a la hora
que ustedes dispongan. Por supuesto, si ella lo permite!", les precisó. Luciano
Ibáñez había estudiado arquitectura en un instituto que existió
a principios de siglo en la ciudad de Bogotá. En Ocaña y muchas
otras poblaciones de la Provincia elaboró grandes obras, entre las que
sobresalen, la iglesia de Convención con sus dos torres antiguas, la terminación
del cementerio y numerosas casas de la misma localidad. Toda la gente, especialmente
de este pueblo, lo admiraba no sólo por su labor artística, también
por el genio de mil demonios que cotidianamente disparaba. Peor que el de Laureano
Gómez. Un poco más que el de un señor de apellido Núñez,
igualmente del lugar, quien para no hablar con los demás se la pasaba masticando
"mantequillados" y rumiar así sus propias rabias. Tan colérico
era el abuelo que, incluso, uno de los más sagrados "irritables"
que había dado la Provincia, el padre Sánchez Chica, le tenía
miedo. El día en que empezó la edificación de las torres
de la iglesia, ese día dispuso a su hijo, José Manuel Ibáñez,
como único intermediario entre él y los obreros, a fin de no entablar
conversación con nadie. Y muchos años después, cuando el
padre Chiquillo le dio por demoler las dos torres y así "impedir que
los novios se manosearan en el primer piso", sin conocer su grado de calentura,
lo invitó a que dirigiera la demolición. -"¡Me
niego a derribarlas; pues tengo miedo de que usted cometa la imprudencia de colocarse
en donde estén cayendo los escombros!". Y con esta sátira no
aceptó el ofrecimiento, aunque, según algunos nietos, debido a sus
necesidades económicas esporádicamente intervino en la demolición.
La historia indica a su propio hijo como la persona que mayormente las desbarató;
quien, al llegar a los cimientos encontró una botella en cuyo interior
había una nota que contenía el nombre de su padre, como constructor,
y la fecha en que fueron levantadas y finalizadas las obras. Pues
bien, continuando, ese era el abuelo Luciano; o mejor dicho, el furor en esencia;
y con él tenía que enfrentarse mi padre, de corazón dulce,
para solicitar la entrada a la casa y disfrutar "sólo de su presencia",
en el noviazgo que hasta ahora iniciaba. -"¡Mamá!",
le pregunté un día, "¿Y hubo besos?". Ella
llegó con un hermano suyo a Convención, después de haberlo
buscado por muchas partes de Colombia. Estaban dispuestos a exigir el cumplimiento
de la palabra. Para esa época, el hotel más familiar era el de doña
Amalia Márquez, lugar en el que se hospedaba tu padre y lugar a donde llegó
el hermano a exigir, mediante amenazas, el cumplimiento del compromiso ya que
con la venida suya, en Cáchira se suscitaron habladurías. De todas
maneras, Gilberto, además de indicar no ser responsable de nada, quedó
con el deber de cumplir la palabra; y la hubiera cumplido, de no haber sido por
la intervención del alcalde, Don Tulio Grazziani, quien al escuchar la
altanería e irrespetos del recién venido, intervino, aconsejándole
a tu papá que hablara primordialmente con el Monseñor Navarro, el
cual, al enterarse de no haber cometido ningún daño, le aconsejó
que se casara conmigo, que por ser hija del maestro Luciano tenía buenos
modales. Esa fue su decisión final, después de observar el regreso
de la antigua novia y su hermano, a Cáchira, situación de la que
colaboró tu tío Sixto, pues él, siendo alcalde de La Playa,
se vino para sanear el problema!", termina recordando mi madre. -"¿Y
qué sucedió después?", le pregunté. Y EMPEZARON LAS RESPONSABILIDADES Nuestro padre Gilberto(1) contó con una sola fortuna: Su popularidad. El día en que murió, todos sus doce hijos comprendimos el cariño con que lo trataba el pueblo. Confieso que esa es una de las influencias para eternizar la gratitud por ese lugar que nos facilitó la vida. Convención, en nuestro corazón, significa felicidad. Y es el agrado que se obtiene, no sólo al pisar de nuevo sus calles y disfrutar de sus paisajes, también por el afecto con que sus habitantes manifestaron sus recuerdos hacia el viejo. La noche del 31 de diciembre de 1977 en que murió, demostraron su amistad por la familia. Hubo actos de solidaridad, remedos de palabras, de acciones que simbolizaron poseer concordia en el dolor. Era una hora en que no había ningún carro por sus calles. Y ante el estruendo de la pólvora de final de año, el vecino José Dolores Guillín ("Lolo") facilitó su camioneta para llevar el cuerpo, ya fallecido, al hospital, con la esperanza de descubrirle aquel residuo de vida que al tratarlo medicinalmente, pudiera devolvérsela toda. Ya confirmada su muerte y puesto su vestido negro, la actitud de Fabio Ortega al quitarse su propia corbata y colocarla en el cuello del viejo, es algo que jamás olvidaremos. Los Moreno, amigos de buena historia, mediante las palabras de su familiar, don Pedro Helí Rincón, al considerar que el fallecimiento impedía el avance de la alegría, decidieron finalizar el jolgorio; situación similar a la sucedida en Barranquilla, en el hogar de "Miyo" Lázaro, hijo de don Julio, quien, media hora más tarde, al saber la noticia expresó a sus contertulios: "¡Señores, ustedes me sabrán perdonar; pero, debido a que me informan la muerte de un amigo que quise con el alma, tengo que terminar la reunión,". Todas ellas y muchas más, no pueden compararse con la demostración final del pueblo, su asistencia a la iglesia y luego a la inhumación, lo cual se realizó con tan inmensa multitud que se hizo necesaria la toma de las calles que conducían hasta el cementerio. Allá mismo, el inolvidable amigo, Dr. Ciro Oliveros O´meara, q.e.p.d. me expresó: "Usted sabe que a mi me gusta hablar cuando el amigo muere. Y lo he hecho muchas veces. Hoy no puedo, porque no me gusta hablar llorando". Con esa solidaridad expresada por el pueblo, agradecemos a la vida el hecho de tener, más que memoria, gratitud; y es lo mismo de aquella felicidad que sentimos los Barriga, de Convención, no solamente por los paisajes que alegran el alma, también por la calidad de sus gentes, que emociona hacia las eternidades. Además de la simpatía por el lugar en que engendró a sus hijos, nuestro padre dejó obras salidas de su ingenio. La Carpintería, oficio que trabajó toda su vida, se constituyó en la práctica de sus habilidades y la magia con que pudo atraer el gusto de las personas. Los niños empezaron a estimarle por la manera como hacía los trompos, baratos, madera de naranjo o de guayabo, en el mismo torno empleado por su cuñado, Pedro León Solano, o por otro que era suyo, máquina rudimentaria con que se inundaron de dicha los juegos en las calles de los barrios. Recuerdo, una vez en su taller, el momento en que me halló con las dificultades más grandes por no saber tallar la madera. Yo intentaba hacer un revólver que sirviera para ornamentar el disfraz de vaquero que en fiestas julianas me proponía usar, siendo apenas un niño de once años. Ante la imposibilidad, me solicitó el tablón y al tallarlo suavemente, terminó la obra en forma tan perfecta que en nada se diferenciaba del arma real; tanto que, Manuelito Bencardino, en cuya casa se haría el baile, me detuvo a la entrada para revisarla. Al darse cuenta que era falsa, sugirió que se la facilitase a su hijo, Gustavo, por cierto, en estos tiempos con un parecido extraordinario al Papa Juan Pablo II recientemente fallecido. Al siguiente día, se la presté y exhibió su disfraz con la arrogancia propia de un caporal sin caballo; pero se quedó con la obra de arte. ¡Hum!. El análogo de un futuro Papa... ¿Con revólver?, y fuera de eso, ¿Olvidadizo?. ¡Qué colmo!. Las
primeras obras de carpintería con que se dio a conocer nuestro padre en
Convención, tenían la gracia de su ingenio y la estética
de una experiencia asimilada, bien por las enseñanzas de su "maestro",
don Julio Lázaro, o bien por las recibidas de su cuñado, un personaje
que al disponer de su habilidad y sabiduría, ofrecía acabados que
impresionaban a las gentes. Cuando éste llegó al pueblo en 1935,
ya mi padre tenía tres años de casado, dos hijos y el "rancho
ardiendo". Por desconocer el lugar y, más que todo, por estar insuficiente
en recursos económicos, la casa primera en donde vivió don Pedro
León fue la misma de mi padre, tomada en arriendo desde hacía un
año y situada a cuadra y media del parque, por el sur y la calle principal.
En ella vivieron ambas familias entre el afecto y la cordialidad propios de personas
que se estiman; y con mayor razón, al tener dos vínculos, el ser
primos y al mismo tiempo cuñados entre sí. El taller fue organizado
en el segundo patio, colindando con un inmenso solar, especie de corral en donde
el inquilino anterior acomodaba las bestias que traían los productos de
su campo. De ese taller salieron las primeras obras de ambos carpinteros; y hay
dos anécdotas que de haberse cumplido, mi padre hubiese sido rico, pero
deshonrado, borrando de pronto aquella fama de pulcro con que lo reconoció
todo el pueblo. La primera se refiere al trabajo que le contratara un señor
del lugar, don José de Jesús Meneses. Se trataba de la elaboración
de una puerta que cubriría la entrada de la sala en donde el propietario
vivía con su familia. Ya hecha, en el momento de realizar algunas perforaciones
para su debido encuadre, mi padre se dio cuenta de un polvo amarillo que salía
desde el fondo de la pared. Al penetrar en una mayor profundidad, logró
extraer una bolsa de cuero en cuyo interior había más cantidad de
ese mismo elemento. Lógico, se dio cuenta que era oro; y en un total que
si lo hubiera pesado, rebasaría los tres kilos. Muchos años después,
al recordar algunos aspectos de su vida y cuando yo había sobrepasado la
edad de la indiferencia, la de la juventud, no pude contradecir, aunque fuera
mentalmente, al taxista aquel que en la ciudad de Cartagena le dio por entregar
a un turista al fajo de dólares que había abandonado en su carro.
Mi papá procedió con similar honradez. No
tuve ánimo de recriminar su actitud. En el fondo, las enseñanzas
de pulcritud que el viejo depositó en nuestras almas, no permitían
la picardía. Actitud similar a la segunda anécdota, salida del taller
de carpintería y relacionada con el hecho de haber recibido, a través
de la pared del solar que colindaba con una casa vecina, una extraña máquina,
precisamente en el instante en que algunos miembros del SIC, (Servicio de Inteligencia
Colombiano, hoy DAS), esculcaban por todas partes. Era una máquina de hacer
billetes nacionales, cuyos propietarios vecinos, de origen libanés, habían
entablado una amistad muy grande con nuestros viejos. Me comentaba mi padre, también
en esas noches de recuerdos, que él sabía la función y la
manera como se operaba dicho aparato, pues ellos se la habían enseñado
finalmente. -"Papá,
usted recibió la máquina, y ¿Qué hizo después
con ella?", le indagué. En su trabajo de carpintería, labor en la que depositó todas sus sapiencias, igualmente existió la calidad como una forma de prolongar el arte hacia óptimos servicios y por tiempos extendidos. Son muchas las personas que nos muestran, a propósito, no sólo de sus recuerdos, también de sus cualidades, muchas de sus obras. Cuarenta, cincuenta, sesenta o más años son palabras con que algunos amigos indican el tiempo anterior en que realizara algún trabajo. Hay camas, baúles, escritorios, peinadoras, sillas, muebles de sala y hasta lápidas del cementerio que conservan sus huellas. La construcción de todo ello se fundamentó en su consagración personal y así proyectar todas sus habilidades. Cada obra era el resultado de su intervención; sin ayuda de auxiliares. Con sus manos elaboró tantas cosas que hoy, sumidos en los recuerdos, sus hijos le adoramos su responsabilidad, su constancia, su honradez; en fin, la voz dulce con que nos entregó consejos en una filosofía que puede darse al mundo, sin herirlo, sin despreciarlo, para que existan las debidas compensaciones. Así fue como ganó sus reconocimientos, hechos realidad, incluso, el día de su muerte en que con su presencia total, el pueblo de Convención le acompañó hasta su tumba; y a nosotros, por el camino que llevó hacia los más sublimes agradecimientos. DESCENDENCIA DE GILBERTO(1) BARRIGA PÉREZ Y MERCEDES IBÁÑEZ Fueron trece hijos, todos nacidos en Convención, Norte de Santander. Sobreviven once. Dos hijas, a quienes nuestros padres denominaron "Amira", ya lamentablemente fallecieron. La primera, cuando al ser atacada por "Tos ferina", murió a los 13 meses de nacida. La otra, inolvidable y buena, murió del corazón en Bogotá el 12 de octubre del 2004 a los 57, un año después del fallecimiento de nuestra madre, Mercedes Ibáñez, el 24 de septiembre del 2003, también en Bogotá. Nuestra madre había nacido el 24 de noviembre de 1911. Los descendientes de nuestro padre Gilberto(1) son: 1. Sixto Fariel(2) Barriga Ibáñez. Recientemente radicado en Cúcuta, después de haber vivido en Ocaña, Colombia, y en Barcelona, España. Representa una historia para una novela de páginas inmensas; sentimientos de nostalgia que por su fuerza espiritual y su amor a la vida, ha logrado suavizar, mas no suprimir. Son cinco sus hijos: Carlos Humberto(3) Barriga Jiménez, Gilberto(3) Barriga Jiménez, Raúl Adolfo(3) Barriga Jiménez y Edith Cecilia(3) Barriga Jiménez, casada con el señor Jairo Camargo y tienen los siguientes hijos: Carolyne(4) y Nicholas(4). Todos los anteriores viven en Estado Unidos y Canadá. El 28 de diciembre de 1978, Olga Lucía(3) Barriga Jiménez, también hija de Sixto Fariel(2), falleció a sus quince años en un horrible accidente sucedido en el cañón del Chicamocha, Santander, vía Bogotá-Bucaramanga. Flores, muchas flores han nacido en ese lugar de cuarenta y dos nostalgias, y son los recuerdos de las personas que cayeron en la tragedia. Sixto Fariel está casado actualmente con la señora Myriam Contreras. También son hijos suyos, Sixto Fariel (3) y María Eugenia(3) Barriga Rozo, de la ciudad de Cúcuta. Esta última tiene una hija, Yina(4). 2. Aliro(2) Barriga Ibáñez. Radicado en Ocaña, Norte de Santander. Laboró como Jefe de telégrafos en varias zonas de Colombia (Cali, Medellín, Riohacha, etc.); también se desempeñó como controlador de navegación aérea en los aeropuertos de Ocaña y "El Dorado", de Bogotá, adscritos a la Aeronáutica Civil, entidad de donde salió jubilado. Excelente lector; en su intelecto se almacenan los libros más clásicos de la literatura universal. Músico y compositor. Ganador del último Festival Nacional de la Canción Inédita efectuado en Ocaña, 2005. Con la señora, Ana de Dios Rodríguez, q.e.p.d., antioqueña, tuvo los siguientes hijos: Nohora(3), Álvaro(3), fallecido a los 16 años en Bogotá; Raúl David(3) y Flor Maricela(3). Son hijos de Nohora(3): Álvaro David(4) Castro Barriga, Juan Guillermo(4) Castro Barriga, Miguel Ángel(4) Castro Barriga y Ana Karina(4) Castro Barriga, estudiante de odontología en la Univ. Santo Tomás de Bucaramanga. 3. Rosa María(2) Barriga Ibáñez. Profesional en la educación. Licenciada y Especializada en Literatura, Universidad Javeriana. Ex Rectora de varios colegios en Bogotá. La pintura es una de sus cualidades; así mismo la música, sobrepasando la primera en la realización de obras dignas de suficiente aprecio. Ex Supervisora de Educación. Casada con el Dr. Felipe Santiago Moreno Martínez, cuyo fallecimiento del veintidós de noviembre del 2007 nos hizo bendecir su vida y un manojo de lágrimas con visos de gratitud cayó dulcemente sobre sus recuerdos. Hijos: 3.1. Augusto(3) Moreno Barriga. Ama y ejecuta la música en forma admirable, cualidades consignadas en una grabación de canciones con inspiraciones extraídas de la modernidad. Sus letras y notas ofrecen mensajes para el alma; así como lo exigen los preceptos sociales de la poesía. En su Larga Duración, "Silencio y Coral", compendia melodías de atractiva factura mediante participación de artistas con sobresaliente importancia. Todos de trayectoria musical y académica; siendo las presentaciones de Radio y Televisión, el orgullo generador de recuerdos sublimes. Abogado. Especializado en Derecho de Prueba. Especializado, también, en Cooperación Internacional y Gestión en Proyectos para el Desarrollo. Exalcalde del Barrio Usaquén de Bogotá. Alto funcionario del Ministerio de Hacienda. En el mes de noviembre del año 2006 es nombrado por el Presidente de la República como Director Nacional de la Caja de Previsión Nacional, labor que cumple entre admiraciones gubernamentales y, siendo más plausibles, las populares, por empeños éticos en la solución de problemas tradicionales. Casado con la Dra. Yolanda Rueda. Tienen una hija, Jassay(4). ¡Oh!, y también viene enmielada de dulzuras, otra niña, Sheina(4). Son hijos igualmente de Augusto: María Margarita(4) y David José(4). María Margarita(4) ha vivido en varios países de Europa, es políglota y está casada recientemente con el Dr. Dominik Werner, ciudadano Alemán. Sin descendencia, por ahora. 3.2. Orlando(3) Moreno Barriga. Médico Cirujano. Especialista en Medicina Deportiva; también en Medicina Biológica Antihomotóxica. Estudios sobre el Método Diagnóstico BIMET y tratamiento Bioláser. Rector del Postgrado en Rehabilitación Cardiopulmonar de la Universidad Manuela Beltrán, en Bogotá. Consultor médico de Caracol, RCN y Canal Capital. Realizador de Investigaciones Científicas inherentes a la Ciencia Deportiva y Pulmonar cuyas conclusiones reposan en el Club Los Millonarios y en la Universidad. Manuela Beltrán. Colaborador Periodístico en las Revistas "Café Salud" y "El Informador Médico". Casado con la Dra. Carmen Elena Paternostro. Tienen los siguientes hijos: Melissa(4) Moreno Paternostro, 16 años, estudiante de Comunicación Social de la U. Javeriana y artista, cuando niña, en Telenovelas colombianas; Sara Judith(4) y Elena Sofía(4), estudiantes de educación secundaria y primaria respectivamente. 3.3. Hernán(3) Moreno Barriga. Ingeniero Industrial. Postgrado en Ingeniería de Software de la Universidad Industrial de Santander. Estudios de matemáticas en la Universidad Sergio Arboleda. Propietario de la página "www. givirtual. com" para la realización de negocios. Y, en su humanismo, un gran lector y creador de cuentos literarios. Está radicado en Bogotá. 4.
Raúl(2) Barriga Ibáñez. Residenciado en Valledupar, exfuncionario
del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Casado con la señora Ligia
Angulo. Fue quien descubrió a su tío Eugenio(1) Barriga Pérez,
después de 66 años de ausencia, en Los Venados, región de
Valledupar. Hijos: 5.
Julio Jorge(2) Barriga Ibáñez. Abogado y Sociólogo. Radicado
en Bogotá. Casado con la señora Julia Esquivel. Hijos: Todos los años y para la época de Carnaval, en tal ciudad se celebra el festival internacional de orquestas. Todo el caribe se hace presente con sus ritmos para anhelar el máximo galardón: el "Congo de Oro". Pues bien, en el año 2007, Freddy, con su agrupación "Cumbia Caribe", recibió tan colosal premio. Allí lo conocen como "El Cachaco de Oro", por la manera como ejecuta el clarinete y el saxofón y, más que todo, por su comportamiento amable, recuerdos del inolvidable abuelo Carlos Guillermo Lemus, dulce en su manera de ser y lo mejor que pudo haber producido la música de Ocaña. 7. Alfredo(2) Barriga Ibáñez. Maestro de la Normal de Piedecuesta. Señora, Maruja Pérez Sepúlveda. Hijos: En honor a mi papá, lo nombré Gilberto; y quedó exactamente como él, Gilberto(3) Barriga Pérez. Es Ingeniero Electrónico y un músico en vía a la excelencia. Con el inglés y español, también habla el francés. Además de los ofrecidos a nivel nacional, ha presentado conciertos en Francia, Suecia, España y otros países de Europa con el conjunto de música colombiana en el cual participa. Mi otra adoración, Andrea Carolina(3) Barriga Pérez, Ingeniera Sanitaria y Ambiental. Habla inglés. Son dos paisajes que ornan mi espíritu con sentimientos de alegría; y en un desgajamiento de ternuras me hacen dichosa la existencia. 8. Amira(2) Barriga Ibáñez. Licenciada y Especialista en Educación. Falleció del corazón, también joven, en Bogotá. Las lágrimas se inmiscuyen en los recuerdos suyos, adorables y vivos por haber sido una hermana, una madre y una esposa con bendiciones del cielo. Casada con el Dr. Gilberto Sarmiento, recientemente fallecido. Hijas: Adriana Mercedes(3), Ingeniera Industrial, postgrado en Gerencia Financiera; y María Fernanda(3), Abogada y poeta. La primera está casada con Heriberto Solano Rinthá, Ingeniero Electrónico, Magíster en Redes; tienen los siguientes hijos: Heriberto David(4) y Viviana Andrea(4). María Fernanda(3) está casada con el Dr. Oscar Andrés Rivero; sin descendencia, por ahora, aunque la dicha les vendrá muy pronto. ¡Hum!. Ya son felices, pues nació en el mes de febrero del 2007. Se llama Marco Aurelio(4) Rivero Sarmiento. 9.
Carlos Eugenio(2) Barriga Ibáñez. Radicado en Cúcuta. Exfuncionario
de Telecom. Excelente músico en la ejecución de la trompeta y en
la participación de agrupaciones orquestales. Con su señora, Francelly
Meneses, tuvo las siguientes hijas: De igual manera, Carlos Eugenio(2) Barriga Ibáñez, tiene, con su señora Marlene Velásquez, un niño, Carlos Augusto(3) Barriga Velásquez. 10. Gilberto(2) Barriga Ibáñez. Residenciado en Cúcuta. Educador y Contador Público. Casado con la educadora Esperanza Rizo. Hijos: Carlos Fariel(3), Estudiante de la Universidad Santo Tomás, Bucaramanga; y María del Pilar(3), alumna de educación secundaria. 11.
Mercedes(2) Barriga Ibáñez. Residenciada en Cúcuta. Es Licenciada
en Educación Primaria y Especialista en Sistemas. Casada con el señor
Jorge Ochoa. Tienen los siguientes hijos: 12. Ángel Ricardo(2) Barriga Ibáñez. Lleva su nombre en recuerdo del abuelo, Ángel Ricardo. Y también como él, es abogado. Tiene una especialidad en Derecho Administrativo y Laboral. Ha ocupado posiciones de privilegio en diferentes instituciones del estado; entre ellas, la dirección del FER, fondo educativo Regional, a nivel nacional, y la desempeñada actualmente como Magistrado del Tribunal Electoral. Vive en Bogotá con su señora, Consuelo Jiménez. Una hija, Carolina(3), estudió en los Estados Unidos. Actualmente, camino a la obtención de su título en Derecho y Ciencias Políticas. JULIO
JORGE(2) BARRIGA IBÁÑEZ La música en la provincia de Ocaña se caracterizó por ser amable con los aires nacionales. En ella, la inspiración se expandió por pasillos y bambucos, por valses y danzas, por guabinas y torbellinos. Aunque en la actualidad existen artistas que producen sólo ritmos vallenatos, en las décadas del cincuenta y sesenta los compositores preferían los de acento andino. Carlos Julio Melo, Gilberto Núñez, "Memo Lemus", Rafael Contreras, Benjamín Pérez, Luís Antonio Castilla, Alfonso Carrascal y tantos otros, abrieron su iluminación sobre pentagramas que sonorizaron encantos con la forma de sus canciones. Y si las bandas de sus pueblos exaltaron sus interpretaciones, con mayor razón la radio, en ese entonces llamada "Ecos de Ocaña", al constituirse como el medio más elocuente para llegar a los gustos populares. En la provincia de Ocaña, primero se amaba lo propio; y después lo de afuera, que con aires de rancheras, boleros, danzones y merengues antiguos, subían o bajaban por el Río Magdalena cercano, en barcos de vapor con altoparlantes a fuerza de estallidos. No es de extrañar, así, que en el pueblo de Convención el amor por la música nacional se sintiera con agradable preferencia. Ella era impartida, de seis a siete del atardecer, por la corneta que el Monseñor Santiago dispuso en la torre de la iglesia; de siete a siete y treinta, por el altavoz que el Padre Duarte colocó en los predios de la antigua Escuela Normal; y de siete y media a ocho, por el parlante ubicado en una de las casas del dueño del teatro, que repartiendo sonidos colombianos terminaba con el inolvidable vals, "Tristezas del Alma", identificado como aquella invitación para que la gente comprara las boletas y entrara a la sala en donde observaría la película de turno. De acuerdo con lo anterior, en noche decembrina del año sesenta y dos no fue extraño el hecho suscitado en una taberna del barrio "Palorredondo", lugar en que los contertulios escuchaban una canción autóctona con tiempo de pasillo, recién salida al público e interpretada por el dueto "Garzón y Collazos", lo cual también era una garantía para que la melodía resultase apreciada. No fue extraña la música; mas sí su repetición. Fueron tantas las audiciones que, desde la distancia, quienes estaban en la antesala del sueño se aprendieron para siempre la respectiva letra. Ella decía: "Amores
que se fueron Se trataba de "ESPUMAS", del maestro Jorge Villamil, un tema que desde sus comienzos entró a la fama nacional e internacional; y fue tan grande su popularidad que, incluso hoy, después de cuarenta y seis años, todavía se escucha entre tríos, duetos y solistas que aman y divulgan la música de Colombia. Por estar cerca mi casa, aquella noche y debido al espumero que escuchaba, tampoco pude dormir; aunque me sentía agradado con esa serenata de nostalgias. Entonces, al querer satisfacer la curiosidad, me fui al lugar para calmar la sed con una cerveza y darle un abrazo a la persona que hacía repetir esa canción tan linda. Ya en el sitio, la sorpresa fue muy grande, pues el causante de tantas reiteraciones era mi hermano Jorge(2), quien al venir desde Bogotá a las seis de la tarde, lo primero que se le ocurrió fue el reemplazo de su morada por aquella taberna en donde trataba de apaciguar sus amargos recuerdos. Él era el dueño del disco, un acetato que para oírse a plenitud necesitaba de setenta y ocho revoluciones por minuto. Por un lado, "Espumas"; y por el otro, "Sabor de Mejorana", composición de singular importancia que al no compensar las exigencias de su sentimiento, la colocaron muy poco. Había una botella de ron al frente suyo y un cenicero en donde tres fumadores depositaban cada segundo los retratos de sus pulmones. Y en la cercanía de una casa, ella, la causante de sus melancolías. En
aquel diciembre del sesenta y dos a Jorge(2) le cumplía un año su
soledad. Y todo por haberla amado. La quiso mucho, es verdad; amor de juventud
que, por apasionado, fomentó sus esperanzas de matrimonio para después
sentir la arremetida de las decepciones. Ella no lo quiso. La lógica del
cariño se dio en aquella "Y" en la que ambos se fueron por diferentes
caminos. Ante el fracaso, primero él; luego ella. Él, hacia un territorio
en el que enfrentaba los peligros de una violencia encarnecida por los lados del
Tolima; y se sumergía en ellos porque después del desengaño,
ya le era indiferente exponer hasta su misma vida. Ella, hacia otros brazos, los
de la química de su afecto, con la ilusión de colocar su alma en
los caprichos de un mejor destino. Al cabo de un año volvió con
el cuidado dirigido a un disco de acetato, negro y con rayas circulares que al
convergir en el centro, dejaban atrás una historia inspirada en desilusiones;
que eran las mismas suyas: "Espumas". Esa noche se embriagó con los recuerdos de un año de ausencia; y los de más atrás, siendo el niño que al verla pasar inscribió en su gusto la estética de sus ojos azules; y los de su adolescencia y comienzos de juventud, cuando reflexivo el amor, le imploró que conocieran juntos la felicidad. Esa noche, por el barrio no se escuchó sino la voz de un dueto cuyos lamentos copiaban también los gemidos de su desencanto. Y se fue al siguiente día. Por un mismo sendero retornó a los montes del Tolima, donde había escuelas y niños que cayeron como víctimas de una violencia eterna. Y él necesitaba de ellos para sensibilizarse de olvidos; y ellos de él, para suavizar con sus enseñanzas el mañana de incertidumbres. Mientras que atrás, en el barrio, quedó en sus amigos el recuerdo de sus nostalgias: "...Espejos
tembladores Desde el momento de aceptar el trabajo, Jorge(2) sabía que esa era una región en la que el peligro representaba una constante compañía. Había estudiado para enseñar. El título de Maestro, adquirido en Convención, más la especialización en Educación y Desarrollo de la Comunidad obtenida en Pamplona, le autorizaban para ejercer en lugares donde existiesen problemas de formación; no obstante, el que aceptaba por "cuestiones de olvido", no sólo prometía insuficiencias pedagógicas, también sociales con posibles maltratos, e incluso, la muerte. Laborar, como así lo hizo, en Santa Rosa de Cabal, Caldas; en Ortega, Planadas y Altozano, Tolima, significaba convivir en una época de violencia bipartidista, la del sesenta, con personajes que quedaron en la historia como exponentes de la venganza y del vandalismo. Eran los años de "Sangrenegra", de Efraín González, de "El Capitán Desquite", de "Tarzán", de "Mariachi", de "El capitán Venganza", de "El Sevillano", de "Veneno" y de muchos otros criminales que si se pudiesen mezclar con los de ahora, se podría determinar la temperatura del mismísimo infierno. Jorge(2) lo sabía así; y a pesar de todo decidió laborar en esas tierras en donde la gente se alumbraba con la luz de los incendios. El trabajo se fundamentaba en ser Director de lo que en esos años se denominó como "Núcleo Escolar", una especie de edificación ubicada en zona rural con recursos humanos, didácticos y alimenticios del Ministerio de Educación para formar a los niños y jóvenes que habían sido atormentados por la intimidación. Había varios en el país; y funcionaban precisamente en los departamentos centrales en donde las emboscadas, las masacres, los asesinatos selectivos y toda clase de aberraciones se producían con mayor terror; institutos que si volvieran a nacer, actualmente tendrían que levantarse en todas las regiones de Colombia. El "Núcleo Escolar" de Santa Rosa de Cabal, Caldas, no fue tan trascendental en la recepción y permanencia de Jorge(2), en ese primer año. Cuestión que vino a experimentar en el de Ortega, Tolima, en una de cuyas puertas encontró un letrero elaborado con pintura roja, ortografía y letra de persona iletrada que decía: "NOSOTROS SEMOS DEL EJÉRCITO DE LA MONTAÑA Y TENDRIEMOS QUE ECHAR UNA VAJADITA PA MATAR A CUANTO GODO IJUEPUTA QUE ENCONTREMOS POR AI". La solución no estaba en borrar la palabra "godo", ni la que le seguía, ni esconder la identidad de su política. Trabajar, era la única forma con que se podían aminorar los objetivos de los criminales. Y para ello, los recursos que poseía el "Núcleo" se tornaron indispensables. Con el correr del año y el desarrollo de las actividades del instituto, la gente empezó a darse cuenta que existían buenas intenciones. Ya se estaba alfabetizando a los niños y jóvenes, ya se les orientaba sobre las técnicas de la agricultura, ya sobre las formas de conseguir una resistente y mejor ganadería, ya sobre culinaria, sobre salud, sobre mecánica automotriz, sobre sastrería; en fin, con el paso de ese primer año, en la región se comprendió que el "Núcleo" cumplía propósitos a favor de los campesinos, lo que estimuló a brindar el debido aprecio. Ese mismo proceso se desarrolló en las zonas de Altozano y Planadas, en donde los refugiados de la violencia tenían los recuerdos de las bombas y metrallas que al bajar desde los aviones trataron de "descontaminar" algunas zonas que, como las de Marquetalia, El Pato y El Guayabero, fueron un obstáculo para el gobierno de entonces, presidido por Guillermo León Valencia. Una noche, después de una larga y agotadora jornada de trabajo, repentinamente empezaron a sentirse toques en la puerta de su dormitorio, distante a cincuenta metros del ocupado por los profesores. Por supuesto, apareció el miedo. No obstante, al abrir, notó en las expresiones del campesino que le requería, inexistencia de peligro alguno. "¡Mire, Dotor Barriga!", así le dijo, "¡A ustedes no les va a pasar nada; sólo tienen que ir dentro de dos días a la vereda El Naranjal, distante a diez horas. Para eso les enviaremos un guía con dos caballos!", y se desapareció entre las sombras. A la mañana siguiente comunicó a los profesores el suceso para, de inmediato, dar campo a las sugerencias y a las indecisiones. No solo era el "peligro" representado por las balas perdidas o las intencionales, tampoco la "lejanía", impedimento ostentado por la señora que se desempeñaba como "Trabajadora social"; tampoco el "abandono" de las cosas, del cargo y de las funciones del Núcleo en que se encontraban. Las disculpas aparecidas no eran tan perjudiciales como la actitud de no ir, ya que, al seguir laborando en ese mismo lugar y en ese año, se podrían presentar las consecuencias que a menudo generaban los combatientes. La conclusión final fue la mejor decisión: Aceptar la "invitación". Tal vez por alguna estrategia militar, los dos días se convirtieron en tres y los dos caballos se transformaron en seis. Tenían que asistir, por consiguiente, todos los trabajadores del "Núcleo", incluido su director. A las cuatro de la mañana se dio la orden de partida, por supuesto, recibida con miedo; el que se suavizó con las palabras de los dos guías, referidas a "¡El tiempo está bueno!", a "El desayuno que más tarde nos vamos a tomar", y al "¡Estense tranquilos que nada les va a pasar!". A las nueve de la mañana, en la mitad del trayecto, la tensión se acrecentó de nuevo; y todo por la aparición de aproximadamente veinte caballos con sus respectivos jinetes, armados hasta las patillas. Pero no hicieron nada; por el contrario, la efusividad de sus saludos y el roce de manos se antecedieron al desayuno que tenían preparado más adelante como símbolo de amistad, en un lugar en que, debajo de un gigantesco árbol, habían levantado un fogón con tres piedras y en el que tres mujeres asaron la carne de res con el cocimiento de otros ingredientes. Todo el tiempo estuvo tan exactamente contabilizado que, incluso, Jorge(2) se sorprendió al relacionar la hora de la salida con la del desayuno, en una comida aun caliente, recién preparada, como si las cocineras supieran que la llegada del grupo se efectuaría en esos precisos momentos. Nadie,
después de la nueva largada, les hizo conversación. La comunicación
se basó en aquellas sonrisas que dejaban escapar alguna forma de afecto.
Y llegaron a la vereda, cinco horas más tarde, después de esas formas
de ascenso que no condujeron sino al disfrute de un nuevo clima, más frío.
El caserío se veía deshabitado hasta por los perros y las gallinas;
y no fue sino dejarse conducir por un jinete al que todos obedecían, para
llegar a una especie de "Sala Comunal", un antiguo depósito de
café, en donde alrededor de cien personas empezaron a aplaudir. El asombro
fue muy grande. Y más emotivas, las palabras del personaje que inmediatamente
a ellos se dirigió: La invitación
a la vereda"El Naranjal" significaba el reconocimiento que sus habitantes
querían hacer a los profesores del "Núcleo Escolar", por
su labor. Cuestión que se agradeció y se complementó con
la enseñanza de temáticas cotidianamente impartidas, especialmente
la relacionada con el tratamiento, conservación y recolección de
cultivos, la más apremiante, cumplidas a partir del siguiente día
y durante cuatro jornadas posteriores, después de ese viaje, alegrado también
por expresiones folclóricas de los campesinos. En la noche, el cansancio
fue el mejor estímulo para el sueño, ocasionado, además,
por el calor de deliciosos aguardientes, hasta el instante aquel en que, como
a las tres de la mañana, a Jorge(2) le despertó el canto y la guitarra
de alguien que entonaba tristemente, en una tienda situada a tres casas de distancia:
"Amores que se fueron, amores peregrinos, amores que se fueron dejando en
tu alma negros torbellinos...", lo que le indujo a pensar en las rugosidades
del pasado. Casualidad para sorpresa; pues, quien interpretaba la melodía
había sido alumno suyo en la Normal de Ocaña. Cinco días
más tarde, al regresar de nuevo al "Núcleo" y al preguntar
sobre cuál había sido el jefe de los guerreros que les invitó,
cada profesor tenía un nombre diferente: Jorge(2) trabajó en los "Núcleos Escolares" durante ocho años; y aunque la labor justificaba sus designios de formador, los deseos de nuevos estudios y la creación de un hogar colmaron sus esperanzas. Por lo pronto, aceptó el nombramiento como profesor del Colegio Guillermo Quintero Calderón, de Convención, lugar en el que aminoró sus recuerdos mediante actividades culturales y deportivas que muchas personas, en la actualidad, añoran con grandes reconocimientos. Jornadas de básquetbol sabatino y fútbol dominical fueron sus iniciativas. Tan efusivas, que numerosos exalumnos conservan hoy, después de treinta y nueve años, los nombres de los equipos en sus memorias. "T.N.T", de su colegio; "Escuela Vocacional", de un instituto agrícola; "Moregas", "Club Sintrasagoc" y "Botica Sarmiento", de empresas comerciales y sociales; y algunos más, son nombres de agrupaciones que al participar, realzaron el deporte de un pueblo ocasionalmente monótono. Después se ubicó en Tunja, lugar en donde se realizó como profesor de esa, que para la época era la mejor Normal del país. En Boyacá le llegaron sus dos anhelos, el del estudio y el de la consecución de una mujer que organizara su destino. Y los obtuvo de manera tan extensa, que se quedaron para fomentar sus bienestares a través de toda la vida. Hoy, ella es su compañía y causa de recuerdos que cayeron finalmente en la indolencia. Se llama Julia Esquivel. Los hijos, Jorge Alejandro(3), contador público; Hernando(3), aviador; y Giovanni(3), ingeniero electrónico, son profesionales de buen nombre. Y él todavía mantiene la terquedad de un estudio que, aunque no va a servir para acrecentar sus co$as, pues ya está jubilado, le va a ensanchar aquella cultura que adquirió con los pasos de los tiempos. Jorge(2)
Barriga Ibáñez es abogado y ha sido profesor de varias universidades
bogotanas; entre ellas, La SALLE y La INCCA, institución ésta en
la que se ha desempeñado como Director del Departamento de Investigaciones
Jurídicas y Socio-Jurídicas de carácter científico.
Estudió las leyes con énfasis en Derecho Administrativo, Laboral
y Penal. Fue alcalde del Barrio Santafé de Bogotá, lugar en el que
reestableció las jornadas de "Acción Comunal" originadas
mucho tiempo atrás por su tío Sixto(1), en La Playa Norte de Santander,
y con las que también desarrolló grandes obras, comentadas, incluso,
en noticieros de televisión. Posee, además, una especialización
en Derecho Probatorio, adquirida en la Universidad Gran Colombia. Recibió,
así mismo, el título de Sociólogo en la Santo Tomás.
De igual manera, es Administrador de Empresas. Acaba de hacer un Diplomado en
Avalúos Comerciales Urbanos y Rurales. De todas las profesiones alcanzadas,
la de Maestro con Especialización en Educación y Desarrollo de la
Comunidad que ejerciera en las montañas de "El Naranjal", despierta
una mayor sensibilidad en sus recuerdos, incluido el de aquella melodía
que entonara en noche de aguardientes y neblinas un guerrillero del Tolima: Poema que adivinó los sentimientos de su destino; pues él "nunca jamás" la volvió a ver. El tiempo la ocultó con resignados calendarios. Hoy, la felicidad no es sino el reflejo de un intelecto que sonríe. No obstante, en su espíritu pernocta una melodía que aquella noche, por no llegar al alma, se escuchó muy poco: "Sabor de Mejorana", cuya letra contiene el retrato de ella, belleza que, por fortuna, a Jorge(2) le fue opacada por un amor triunfal que le brindó la suerte:
"...Tu cuerpo
de palmeras; | ||