La Palma (Hacarí)
Por Manuel Ancízar

Peregrinación de Alpha - Tomo II, Biblioteca Banco Popupular, Volumen 9, Bogotá, 1984.
Páginas, 170, 171, 172, 173 y 174. (Compilación: Guido Pérez Arévalo)

 

Poco más de dos leguas, casi al norte (de Aspasica), queda La Palma, rudimento de pueblo con 18 ranchos y una iglesia miserabilísima, de cuyo pequeño altosano habían tomado posesión los cerdos, poniéndolo como deja considerarse. El cura es un anciano inválido y achacoso que ni puede ya servir la parroquia, ni ésta le da medios para tomar ayudante. Cerca de 1.400 feligreses le están confiados, viviendo a largas distancias en país montañoso, y de hecho privados de los consejos y auxilios morales que solo un párroco activo podría suministrarles. Quisiera el cura retirarse del puesto, pero la suma pobreza se lo impide, y la horrible miseria le amenaza en sus postreros días, pues carece del peculio radicado que llaman congrua sustentación. Nada más justo que proveer a la subsistencia de estos inválidos merecedores del descanso, puesto que nuestro gobierno persiste en darles el puesto de funcionarios públicos; el sacerdote que haya pasado los sesenta años sirviendo curatos remotos y sea notoriamente pobre, debía contar con su pensión de retiro, tanto por utilidad de los feligreses como por recompensa del párroco fiel, envejecido entre las privaciones de un desierto por introducir en él la civilización.

El termómetro centígrado marca en La Palma 24° de temperatura media, indicando que ya se desciende a la región de las selvas: la vegetación es bella y frondosa, la altura del pueblo sobre el nivel del mar 973 metros y el inmediato río Borra sigue acelerado al N. E. para confundirse cinco leguas más abajo con el Tarra, entrando en tierras calientes, despobladas y montuosas. Frontero a La Palma y Aspasica, mirando para el oriente, levanta sobre cuanto lo rodea una gran mole terminada en terminada en plano a 2.986 metros, cortada verticalmente a su espalda por el profundo cauce del Tarra; es la Mesarrica, que mide tres leguas de largo y una y media de ancho, sustentada por estratos poderosos de arenisca, desierta hoy, pero en otro tiempo mansión de indios reunidos en un pueblo agricultor que la opresión de los blancos destruyó, dispersando sus moradores, a quienes fatigaron con incursiones en busca de una soñada mina de oro. Los matorrales han invadido el espacio antiguamente ocupado por sementeras, y un grueso chorro de agua que se precipita majestuoso de lo alto parece reunir en su ruido las airadas voces de los indios desposeídos; tal es el ímpetu de su caída batiendo los árboles y las rocas, perdido en las breñas su caudal que antes utilizaba el indígena laborioso. No les dejaron los invasores ni aquel refugio: persiguiéronlos de asiento en asiento y los han compelido a buscar asilo en las distantes soledades que riega la quebrada Orú, entre dos serranías llenas de asperezas, reducidosal número de veinte familias, y quitándoles hasta su nombre nacional, pues les dan el apodo de patajamenos. Los míseros indios solían venir a las estancias de los blancos a ofrecer su trabajo en cambio de herramientas, y habiendo llegado una vez a la casa de los llamados Flórez, vecinos de Aguablanca, los recibieron de paz, les hicieron creer que les darían herramientas y viuditas (mujeres) y los convidaron a comer en la cocina. Confiados los indios, creyéndose bajo el seguro de la hospitalidad, sagrada para ellos, dejaron las armas y fueron a sentarse alrededor del fogón. Inmediatamente les cayeron encima sus pérfidos convidadores y a machetazos los ahuyentaron sangrientos y despavoridos. Un indio quedó postrado, y juzgándolo muerto lo arrojaron por la barranca de la quebrada como a vil animal. A la mañana siguiente dos de los agresores entraron en la cocina y hallaron al indio acurrucado en el hogar calentándose las heridas. "No mata, hermano", exclamó el infeliz arrodillándose... y lo hicieron pedazos.

Un hombre viejo y de severo aspecto me refirió en La Palma esta infame tragedia como recientemente sucedida, y le temblaban los labios al referirla. -¿No son nuestros prójimos, señor? -me preguntaba-. ¿Por qué tratarlos así? Ellos se han vengado arrasando las estancias, y ya no salen a nuestras tierras sino como enemigos, a robar y matar. -Y ustedes les harán guerra como a forajidos -le repliqué-, cuando no son sino agraviados, despojados de su patrimonio, asesinados a traición. Lo que se debe sentir es que sean tan pocos y no tengan un jefe que supiera reinstalarlos en las tierras de sus mayores, barriendo cuanto hallara por delante, sin piedad ni perdón para nadie.

Diez leguas al norte de La Palma, y en las grandes vegas ribereñas del Tarra, se hallan los restos de un vecindario llamado Presidente, compuesto de indios motilones reducidos, a quienes afligió en años pasados la epidemia de la viruela, de que murió la mayor parte quedando en el lugar una sola familia. El río, que desde su origen ha llevado la dirección S. N., al llegar a este punto quiebra de pronto para el occidente y se pierde, cayendo derecho al Catatumbo, cerca del boquerón donde rompe a cercén un ramal de la cordillera y sigue impetuoso al norte; rara inflexión que contraría la ley general del curso de los ríos y tiene su causa en la configuración semicircular del ramal de "Los Arrepentidos", el cual cierra el paso a todos los ríos centrales de Ocaña y únicamente cedió al empuje del Catatumbo. La resistencia debió ser fuerte y prolongada, y antes de ser vencida es probable que las aguas represadas hubiesen inundado el centro de la provincia, de donde procede la constitución física de aquella sección margosa, revolcada y atormentada de una manera sorprendente, habiendo quedado sin formas regulares todos los estribos y valles que dependen de los dos ramales occidental y oriental, dentro de los cuales está comprendida la mencionada comarca. Tan extraordinaria es la inflexión del Tarra, que antes de haberse determinado su hoya se creyó que continuaba corriendo al norte y al encontrar en esta linea un río caudaloso tributario del Catatumbo, junto a la frontera venezolana, lo llamaron Tarra, siendo en realidad el Tibú, originado al respaldo del ramal de "Los Arrepentidos". En estos parajes faltan ya recursos para seguir explorando el interior del país; no hay habitantes, no hay una senda siquiera, las bestias feroces o las flechas envenenadas del motilón pueden hallarse a cada paso, presentando un combate harto peligroso para el desprevenido explorador o la muerte súbita y segura enviada por una mano invisible.

Regresamos a Ocafia dejando a mano derecha la aldea de San Calixto, cerca de La Palma, y después de un breve descanso emprendimos viaje hacía los pueblos situados a la izquierda del Catatumbo.

A las inmediaciones de la capital quedan Bue-navista, Pueblonuevo y Río de Oro, centros de distritos parroquiales, que reúnen 2.342 habitantes, y nada ofrecen para descripción particular.

 

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