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ocasión de la reedición del libro La estirpe calvinista de nuestras
instituciones, cuyo autor es el ex presidente de la República Alfonso López
Michelsen, aflora en un pequeño círculo el debate sobre la ética
protestante aplicada, no a la instituciones políticas que nos gobiernan,
pues ese es otro debate asaz académico, sino a la vida privada. Entonces
vale la pena hacer algunas reflexiones sobre los principios esbozados por Jean
Calvino y expuestos y seguidos en Colombia por el ex presidente López. Si
miramos detenidamente nuestro estilo de vida respecto a comportamientos en los
negocios, en la intimidad, en las relaciones familiares o en nuestra profesión,
inmediatamente entendemos que, según la doctrina calvinista, estamos "predestinados,
desde la eternidad, a condenarnos". El dogma calvinista impone a sus
prosélitos dos exigencias fundamentales: trabajo arduo y austeridad en
el gasto. Con esta combinación se le rinde homenaje al Creador y se obtiene
el éxito económico. Entonces, el que prospera es porque es virtuoso
y el que fracasa es porque es pecador. Hay que trabajar con diligencia y vivir
modestamente. La riqueza es el premio que Dios concede a los elegidos por practicar
las virtudes. ¿Y cuáles son esas virtudes? Hay que ser parcos y
moderados en los gastos, máxime cuando se tienen compromisos económicos;
hay que ser puntuales y diligentes; renunciar al baile, al juego y la bebida;
condenar la música estridente y toda forma externa de vanidad social. Debemos
ejercer nuestro oficio sin distraernos en otro; así las cosas, no debemos
apartarnos de nuestra profesión ni considerarla mejor o peor que la de
los demás, porque ello equivale a criticar designios divinos. Lo que el
Creador quiere es que trabajemos en nuestra profesión, la perfeccionemos
continuamente y hagamos un capital. Si
somos implacables con nosotros mismos en el cumplimiento de nuestros compromisos
y de la palabra empeñada, tenemos el derecho de exigir otro tanto de nuestros
deudores. Lo importante es acrecentar el patrimonio común y retirar de
él lo estrictamente necesario para vivir. Esta es la concepción
calvinista del oficio de banquero y, lo reconozco, puede endilgarse el calificativo
de ambiciosos, pero no tiene fundamento la acusación. Yo
no me comprometo a seguir milimétricamente estos postulados, pero algunos
me sirven para reunir un billete y salir de algunas deudas que acosan, especialmente
con el municipio.
olgergarcia@hotmail.com
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