San
Francisco, California, ha vivido fenómenos diversos. El hippismo es uno
de ellos y se ha rotulado como un movimiento contracultural, libertario y pacifista.
Propagó imágenes que no han dejado de ser distintivas: el símbolo
de la paz, el pelo largo acomodado con balaca o la bota campana. Propuso love
and peace para enfrentar guerras. Inició en 1966 y se fue marchitando
poco a poco en los primeros años de los setentas. Eso en Estados Unidos.
En otros lugares del mundo el fenómeno comenzó justo cuando en dicha
nación declinaba. Quienes se atrevieron al hippismo en Bogotá se
juntaron muchas veces en un parque de Chapinero para reproducir la experiencia
o para acercarse a ella. Tengo la impresión de que, en general, fue un
hippismo moderado para no chocar tanto con la ortodoxia de la sociedad colombiana
de entonces. Acogieron la moda, la música, las consignas y los más
osados se fueron a comer hongos al Magdalena Medio para alterar la conciencia.
Los hippies no irrumpieron para fijar tendencias en la moda, hay que aclarar.
Sencillamente se vistieron como quisieron; eso sí, muy diferente a sus
padres.
Presumo
que la onda hippie entró a Ocaña con los estudiantes universitarios,
en especial con los que fueron a la universidad pública de Bogotá
o Medellín. También a través de la televisión y el
cine. Con "la televisión" me refiero al único canal que
se veía entonces en La Provincia: la Cadena Uno. En el 72 o 73 llegó
la señal de un canal adicional. Ocaña tenía más salas
de cine que canales de televisión. En La Playa grupos de personas se organizaban,
rentaban un carro, viajaban a Ocaña a ver la película de moda y
regresaban tarde en la noche al pueblo. En 1972, de doce años, estaba en
La Playa haciendo primero de bachillerato bajo el resguardo de Cesar Julio Contreras
(En adelante, Cesar Julio, con todo respeto). Entonces noté por primera
vez a jóvenes mayores con pelo crecido y camiseta con estampados raros.
Aristides, hermano mayor que yo, se dejó ver en el parque de La Playa con
frondosa melena mientras la "nave" de Tato, que cubría la ruta
Ocaña-Aspasica, hacía la escala de rigor en la tienda de Manuel
Antonio. Era justo el momento del recreo y me acerqué a saludarlo con varios
compañeros, todos bien 'tusos' y hasta con copete. Me sorprendió
mucho. La última vez que lo había visto andaba tan 'tuso' como yo.
La
imagen de un hippie americano clásico me dice que las melenas de La Provincia
fueron bastante discretas. Muy pocas rebasaron los hombros. Pienso que se adoptaron
parcialmente algunos elementos de los hippies, más a título de moda
que otra cosa, sin llegar a vivir o a pensar como tales. Los hombres más
resueltos usaron bota campana enorme para lucirla a la hora de tirar paso o camiseta
con estampado bien sicodélico para enternecer a las féminas. Pero
de allí a pensar que practicaban el amor libre, que eran fanáticos
de Bob Dylan o que fumaban yerba, tampoco. Hace un tiempo largo que La Provincia
es tan seguidora del vallenato como Valledupar (unos dicen que es al revés).
Es bastante probable que "corazón de acero" de Alfredo Gutiérrez
o "lucero espiritual" de Juancho Polo Valencia, tropezaron de repente
con "hey Jude" de Los Beattles o "satisfaction" de
los Rolling Stones, que a lo mejor sonaron en las emisoras de Ocaña de
manera ocasional. Pero tengo muchas dudas al respecto. Conozco a muchos parientes
y paisanos sesentones, entonces de 18 a 20 años, que no llevan consigo
mucha memoria sobre el asunto, ni tienen un gusto especial por un artista de rock
o por una canción determinada que los haya marcado. En algunos he observado
empatía con Los Beattles pero hay que entender que sus fanáticos
se cuentan por millones por todo el globo (a los niños de hoy les encanta
"yellow submarine"). Es decir, no es tan novedoso tener gusto
por Los Beattles ni mucho menos inferir, por ese hecho, que vivió la experiencia
hippie o que la recuerda con nostalgia.
Mis
hermanos mayores me hablaron de una canción muy sonada en Ocaña
que incluso llegó a bailarse en fiestas hogareñas: "hormigas
en mis pantalones" de James Brown. El mismo cantante del clásico "I
feel good". Una canción exótica para lo que usualmente
se oía. Según ellos, se bailaba retorciendo el cuerpo simulando
el ataque pierna arriba de una horda de hormigas implacables. Apenas para el ánimo
alegre y bromista que cargamos los ocañeros pero nada que ver con el movimiento
que San Francisco contribuyó a irradiar. Si me empleo en la tarea de averiguar
con los sesentones de marras o con cincuentones tardíos, de seguro aparecerán
los artistas y canciones que escucharon de la nueva onda. Yo estaba muy pollo
y mis recuerdos son escasos como para hablar por ellos. Y no muy claros, agregaría,
como para hacer un perfil siquiera vago de sus conductas o gustos. Oí términos
como 'cocacolo', 'chica ye-ye' o 'chica go-go' pero desconozco qué significó
para el tejido joven de la Ocaña de entonces. De todos modos, se me hace
fácil suponer que, a la hora de azotar baldosa, lo hicieron muchas veces
con Los Hispanos del "Loco" Quintero, con el ritmo pegajoso de los Corraleros
de Majagual o con los paseos románticos de Alfredo Gutiérrez. El
rock y sus derivados pudo ser más el gusto pasajero de algunos que una
experiencia colectiva.
En
el 73 llegué a los 13 años. Muchas cosas puedo decir de lo vivido
de allá para acá pero muy poco de allá para atrás
que no sea del fuero personal o familiar. Es una edad en donde comienza a perfilarse
la personalidad a la par con los gustos, dicen. Al Santafé, por ejemplo,
le tomé un cariño especial cuando capté la pasión
desbordada que mi tío Emiro Arévalo le profesaba. Ser hincha de
otro onceno lo asumí como una herejía, casi que una afrenta contra
él. Otro ejemplo: las clases de inglés de Cesar Julio me gustaban
y recibían toda mi atención. Y más atención me tocó
cuando le dio por decir que era mejor que otros siendo de los menores. Saqué
pecho pero quedé condenado a no defraudarlo. Lo del gusto por el inglés
pudo ser un reflejo no consciente en pos de entender la música en ese idioma.
¿Pero dónde escucharla? En La Playa era difícil conseguir
un acetato o casete con música en inglés, por no decir rock, y mucho
menos gente aficionada. Catatumbo y Sonar, las emisoras de Ocaña, no se
desprendían de sus programas de vallenato, tropical, ranchera o balada.
No tengo presente siquiera un par de notas salidas de sus antenas en lengua de
Shakespeare.
Opté
por seguirle la cuerda a Rafael Alfonso Pérez, amigo del colegio, único
varón de Rafines y la Sra. Eloina. Escalamos los estoraques más
verticales detrás del pueblo hasta que fuimos descubiertos y sentenciados
a dejar la 'vainita'. Pero ese no es el punto. El punto es que vivía pegado
a una radio grabadora Silver rastreando emisoras de onda corta. De golpe sintonizaba
música en inglés y nos entregábamos a escucharla con un movimiento
de cabeza que pretendía ser rockero (¡ajo!). Ya se imaginarán,
no entendíamos un carajo pero fue nuestra manera singular de aproximarnos
a la moda. No olvido que en una actividad cultural del Colegio un grupo de alumnos
representó a un grupo de rock. Toño Luna, creo, fue la voz y la
guitarra al mismo tiempo, ataviado con una melena larga de fique. Con ademanes
de loco arrancó de las cuerdas un huracán de notas sin sentido y
de su boca salían ruidos de chamán en trance que parecían
invocar a los espíritus de las tinieblas. Resumió de un solo tajo
la percepción que imperaba en el Colegio frente al rock y el movimiento
hippie: una caterva de locos. Nada que hacer.
El
tiempo vivido en La Playa desde 1972 hasta mi grado de cuarto bachillerato en
1975 (el Colegio atendía hasta ese grado) fue inundado sin consideración
con balada española. Julio Iglesias fue el campeón pese a su voz
delgadita, pero antes de él fue Nino Bravo, ese si de voz gruesa. El almidonado
Manolo Otero vino un tanto después, también con voz gruesa. Por
allí cerca el andrógino Camilo Sesto (?) con su rock liviano "fresa
salvaje" pero la balada era su cuento. Y Raphael, con sus gesticulaciones
dramáticas como si fuera a cantar por última vez ante la corte celestial.
Y José Luis Perales, muy formal con saco oscuro y corbata, con rostro piadoso,
se tenía confianza para aguarle los ojos a la mujer de temple más
recio. Y Mocedades, con una canción que le dio la vuelta al mundo: "eres
tú". De ñapa, los baladistas de este lado del Atlántico:
Roberto Carlos, Sandro, Leonardo Favio o Nelson Ned. Este último con una
talla que no coincidía con su voz. Buenos artistas todos, a juzgar por
los devotos confesos que aún tienen, pero su música no servía
para un baile.
Con
el baile los adolescentes exploran y descubren otros gustos e intereses. Aprendí
a echar paso en el 74, ya de 14, al son de Fruko y sus Tesos mientras impactaba,
literalmente, el dedo gordo de mi pareja en cada vuelta. Me gustaba el ritmo de
Fruko pero quizá no fue el indicado para aprender a bailar dada la fuerza
de su cadencia. O de repente, sí: después fue facilísimo
bailar vallenato. Fruko, cuando gateaban los setentas, conoció el boom
musical latino que surgió en New York protagonizado por un grupo importante
de artistas caribeños. Su resultado se ha identificado con el término
genérico 'salsa'. Se dice que tomó de allí elementos que
sumó con gran imaginación a los sonidos alegres y rumberos del Caribe
y Pacifico colombianos. También los tomó del rock and roll para
energizar fragmentos de una que otra canción ¿No me creen? Bueno,
entonces busquen a "flores silvestres" y oigan a Joe Arroyo con su yeaa
yeaa na na na.
Cesar
Julio enseñaba inglés, decía, pero también música
y prehistoria. De las clases de prehistoria no recuerdo mayor cosa; quizá
el serio dilema de un compañero frente a la teoría de la evolución
de Darwin: "si el hombre viene del mono por qué el mono de ahora no
se convierte en hombre". De las clases de música recuerdo un poco
más debido a que giraron en torno a la coral del Colegio. Cesar Julio se
las arregló para hacernos cantar, a todos, sin excepción. Una experiencia
única: desde entonces no he subido a ningún escenario para cantar
algo. El fuerte de la coral fueron las interpretaciones de los bambucos y pasillos
de Silva y Villalba y Garzón y Collazos, para entonces los exponentes más
conocidos de tales ritmos. Y por eso mismo, creo yo, la coral sirvió para
que el Colegio se congraciara perfectamente con los padres de familia. Les encantaba,
dejaban escapar suspiros de emoción cuando arrancábamos con "hurí",
"oropel" o "tupinamba". (Si un 'reguetonero' me lee, huelo
la reacción: ¿Hurí? ¿Tupinamba? ¿Oropel?).
Cesar
Julio, sin embargo, quiso que conociéramos otros sonidos, canciones en
otros idiomas. Los compañeros de la coral nos acordamos muy bien de "l´amore
e blu" (el amor es azul), tema que aprendimos y cantamos en el idioma
del bel canto, el italiano. La web dice que es del 67 y su intérprete,
Vicky Leandros, la cantó en varios idiomas del viejo continente impulsada
por el éxito de su primera versión en francés. Cuando Cesar
Julio la anunció en un pequeño homenaje a monseñor Gómez
Aristizabal, de visita en el Colegio, este exclamó: "¡¿También
cantan en italiano?!". "¡Y en inglés también!",
dijimos en coro, pero mentalmente. Y era cierto, Cesar Julio nos había
enseñado "if you're going to San Francisco" (si vas a
San Francisco) de Scott McKenzie. La web, otra vez, dice que se lanzó en
el 67, año en que los hippies vivieron el "verano del amor" en
el área de San Francisco. La canción se convirtió en un ícono
sonoro del evento, evento que logró reunir a una multitud de melenas en
parques y playas pregonando love and peace. Al poco tiempo fue muy exitosa a lo
largo y ancho de Estados Unidos y mas luego en toda Europa.
Cesar
Julio vivió en Europa. No lo leí en su biografía (me temo
que está en mora de escribirse). Lo sé porque a menudo lo confundían
con un inmigrante de la India en cualquier calle de Roma. Lo exótico del
asunto y la gracia de Cesar Julio para contarlo ayudaron a tallarlo en mi memoria.
Su estadía tuvo que coincidir con el éxito de las canciones de Leandros
y Mckenzie. Supongo que logró referenciarlas y contextualizarlas muy bien
para incluirlas en sus afectos personales. Nos habló de ellas para darle
sentido al hecho de que estuvieran en el repertorio de la coral, por supuesto,
pero sus comentarios los tengo muy desvanecidos. No importa. Me sirve de motivo
para restaurarlos con un graduado del 75 con memoria iluminada. O, con el mismo
Cesar Julio, cuando la fuerza del destino me confiera un espacio para departir
con él. De paso aprovecharía para hablar del Willys, de su problema
de salud en el brazo o de cómo nos recuerda. Para esto último, confío
yo, se apoyará en una interesante colección de fotografías
que intuyo en su poder. Por allí tenemos que estar, en blanco y negro,
riéndonos y de seguro bien flacos.
Pelagorro
al este, Los Cristales al oeste, El Picacho al norte, el Algodonal al sur. Fueron
algo así como nuestras barreras geográficas en 4 años. Se
ven desde el pueblo, menos el río. Las cruzamos muy pocas veces pero tuvimos
una ventana excelente para ver al otro lado y muchísimo más allá:
Cesar Julio Conteras.
Arauca,
Agosto de 2012