|LUIS BELTRÁN CLARO|12 DE MAYO DE 2020|

LOS AÑOS

¿Los vieron, mis amigos?
¡Pasaron tan campantes, unos buenos y otros no tan malos...!

Ayer cuando el aroma de las rosas de primavera los envolvían frescos y asomándose tímidos,
quisimos apurarlos para llegar allá, quién sabe a donde...
Aveces, con afán inexplicable para crecer pronto con ellos;

hoy, cuando ya los tenemos suficientes,
algunos, casi todos, portadores de sabiduría y cuajados de experiencia,
los vemos cuando llegan, con temores,
pensando que su arribo es suerte mala en vez de recibirlos con amores...
¡Ha!, los años mis amigos.

 
 

Qué injustos somos con esos compañeros de la vida,
que aveces pasan raudos y aveces con andar cansino,
y unos con amable carga y otros con pesado avío,
y con esto o con aquello si con justicia los viéramos,
qué buenos son, amigos míos...

Buenos porque enseñan, porque curan, porque son hasta el final,
el verdadero legado, el más cierto y real,
la dote, la herencia, el verdadero capital...
Capital, herencia y dote, que de principio a fin se debe administrar
con alegría en la niñez, sin prisa juvenil, con sensatez en la adultez
y sabiamente en la vejez...

Recuerden, cuando niños, esos años que siempre acompañaron nuestras risas,
los sabores dulce y los dulces sabores, el simple juguetear y los juguetes simples,
la alegría de un regalo querido,
o la tierna pataleta por ser un consentido,
¡Ha!, aquellos años mis amigos...

Sumen esto y aquello más,
que solo en la niñez se vive con ternura,
de manera ingenua y sin gran premura,
y encontrarán, amigos míos,
que desde antaño generosos fueron,
complacientes casi todos, queridos compañeros...

¿O, no vieron mis amigos,
o no se percataron por la misma distracción del goce,
cuando llegaron y pasaron esos años juveniles,
a los quince o catorce,
portadores de inocentes cosquilleos
y encantadores y furtivos aleteos.
de exaltadas sensaciones, de picantes, sabrosas
y tremulantes pasiones,
de piquiñas en el cuerpo y palpitar de corazones...
cuando ellos nos brindaron todo aquello,
y sacábamos el pecho como eximios barones...
sintiendo el erizar del incipiente vello,
¿No los vieron mis amigos?...
¡Cuantas más razones!

Cuan tercos somos cuando todo lo que duele en nuestras almas
queremos achacarlo a nuestros años con desprecio,
¿Por qué ha de ser así?, eso es ser necio,
sin pensar que ellos son solo testigos de todo lo que y vieron,
que nos deparó el destino que nosotros mismos construimos,
y ellos no lo hicieron y en silencio no hacen más que venir, llegar,
pasar y llevarnos al final,
sin reclamar para sí el mérito de esos momentos gratos que una vez nos dieron.

A la adultez, llegamos preocupados, afanados, asustados,
porque los años en esta etapa se nos suman para llevarnos
a una edad que como espuma nos conduce al periodo final distante de la cuna,
y no nos percatamos que ahora sí llegó el momento de sentar cabeza,
de regocijarnos con ellos y adquirir firmeza,
y despejar el sendero que nos permitirá arribar a esa meta de amor
y de remanso en paz, con entereza.

Y prepararnos a la vejez, cómo nos cuesta,
cuando a los años vemos con desgano y en actitud de protesta,
al aparecer surcando en nuestro rostro unas arrugas,
que en nada nos afecta, y poco nos afea,
¡nos enaltecen!, pués solo nos señalan que es una marca del saber,
en todo lo que sea; lo mismo que pensamos con enfado
que a perturbarnos ha llegado un signo malhadado, cuando esas canas,
cual plateadas pinceladas de la vida, llegadas con nobleza,
se asoman sin rubor, teñidas de candor y adornando con gracia la cabeza,
y no vemos en ellas el valor de la experiencia,
su resplandor y la sabiduría adquirida en la existencia...

A la vejez, amigos, es de llegar, insisto, agradecidos, contentos,
felices con los años que nos trajeron hasta aquí, curtidos;
forjados, cansados, quizás con desengaños,
pero a la par con ellos para atisbar con suma sensatez
tanto que juntos compartimos, por caminos remotos o aledaños,
y si de algo hemos de desistir que no nos satisface,
pues qué buena ocasión tenemos ahora sí con ellos,
¡Qué bien nos hace!, para desechar y separar de nuestro entorno lo amargo y no agradable,
y saborear con gran placer las mieles de lo bello, lo bonito, lo excitante, y todo lo inefable...

No te quejes de los años, caro amigo. Alcemos nuestra copa, ven conmigo,
y brindemos por aquellos que tanto nos legaron desde antaño, y digamos sin rencor a ellos,
¡Vivan ustedes, vivan los años!

POR: LUIS BELTRAN CLARO
Santafé de Bogotá.
Publicado 12 de mayo de 2020


Los años dorados del INCORA. Arides Amaya, Carlos Blanco, José fernando Velásquez Duque, Carlos Vásquez Peña,
Luis Beltrán Claro, Guido Pérez Arévalo.
Los años dorados del INCORA: José Fernando Velásquez Duque, Carlos Blanco, Luis Beltrán Claro, José Hernán Miranda Ontaneda.
  
   
Ver: Celestial Señora
http://www.guidoperezarevalo.org