SAUDADES

Fray Campo Elías Claro Carrascal

Prólogo

 

Son estos los asuntos que inspiran a nuestro poeta playero: la familia (madre, padre, su hermano fray Domingo, sobrinas…); Cristo, María, la Virgen de Chiquinquirá; su Orden Dominicana; la Playa (con los Estoraques), su terruño; Rubio (Venezuela), donde se inició como educador y periodista… El compilador hubiera podido reunir los poemas de acuerdo con estas "razones" líricas o en secuencia cronológica; pero prefirió organizarlos en cinco capítulos que mezclan temas y tiempos, sin duda porque el estado anímico "saudadoso" no distingue, sino que integra todos los componentes autobiográficos en un solo haz nostálgico. La "saudade" es totalizadora y sincroniza espacios y eventos en la unidad del yo que ama y añora.

La "saudade" es la exacerbación del amor afectado por la soledad, el cual se hace capaz de hacer presente lo amado ausente. De esa manera, el yo se expande y la existencia se plenifica. Por eso la afirmación rotunda de Santo Tomás: "anima verius habet suum esse ubi amat quam ubi est": "el alma existe más verdaderamente en el espacio de su amor que allí donde está físicamente". No hay que ir más allá del ser del hombre para poder hablar de ámbitos espirituales, ya que en su mismo ser confluye todo un mundo de idealidad: todos esos asuntos afectivos que, en los poemas del Padre Campo Elías, se tornan símbolos de superación o invitación a la trascendencia.

Según Vicente García de Diego, el término gallego-portugués "saudade" deriva de la "sólitas" ("solitatis") latina, de donde derivó la soledad castellana, condición del que vive aislado, bien por opción personal o por el abandono de los demás convivientes. "Saudade" agrega a la mera "soledad" la añoranza, la nostalgia, la melancolía y el deseo del retorno o del reencuentro. El solitario puede sentirse liberado y estoicamente indiferente; el "saudoso" no se resigna a la soledad ni a la indiferencia y reclama la presencia de sus amores. Estas "saudades" autobiográficas del Padre Campo Elías Claro son manifestación de su dolor por tantas ausencias, tantas pérdidas y tantas desilusiones, pero al mismo tiempo son expresión de su esperanza, más fuerte que la muerte. La aparente desesperanza del primer poema: "y somos los míseros náufragos/ que en tétricas noches sepulta la mar!", se abre, en el soliloquio que cierra el libro, a la sobrehumana confianza de la madre del niño Henry Correa Claro, ahogado en el río Sumapaz: "Dios es el único/ Dueño y Señor,/ la Suma Paz/ y el Sumo Amor,/ que no perece/ ni en la aflicción!".

Cuando el hombre, después de hacer la experiencia del mundo exterior y de contrastar cuanto percibe, vuelve sobre sí y se compara con el entorno, asoma el lirismo. Antes de los treinta años, joven sacerdote, comenzó el Padre Campo Elías el ejercicio de la expresión lírica. Como una manera de afrontar los juveniles desengaños. Como una forma de terapia espiritual. Como una necesidad vital. Como la manera más propia de asumir la existencia, según insinuaba Santo Tomás, recién estudiado en Chiquinquirá y en Cusco. De él había aprendido las tres condiciones de la belleza: "intégritas" (integridad), "consonantia" (armonía), "cláritas" (luminosidad). De ahí que sus unidades líricas o poemas se presenten como imágenes estéticas unitarias (integridad), aprehendidas, sin embargo, como equilibrio de partes (armonía), que producen un impacto sensible final revelador (luminosidad).

Pero, según lo patentizan estas "saudades", fue la elegía la composición lírica preferida, sin duda por la exquisita sensibilidad del autor, capaz de conmoverse hasta las lágrimas por el menor sufrimiento ajeno. Y cómo debió de sufrir ante las grandes pérdidas: la de su hermano fray Domingo, por ejemplo. Desolación profunda nos comunica en "Se nos fue en la bruma"; pero también nos fuerza a comulgar con él en la misma esperanza.

La elegía no depende tanto del metro cuanto de la intención. Por ello, las "SAUDADES", aunque reúnen formas de oda, de canción o de himno ---por articularse en un mismo talante existencial que ha vivenciado y afirmado la esencial inanidad humana---, constituyen un todo. Aunque, por supuesto, se trata de un constructor elegíaco abierto, no encerrado dentro del derrotismo fatalista. No se trata de la "ciudad del llanto" ni de "la eterna pena" ni del "inmortal quebranto", donde hay que "renunciar para siempre a la esperanza", como en el Infierno dantesco.

Cuarenta años atrás, el Padre Campo Elías ya nos hablaba de la elegía y de su verdadera fuente: la "saudade". Como profesor de Literatura, no solamente nos introdujo en la preceptiva, en la composición, en la elocución y sus clases, en el arte de versificar, en los géneros literarios…, sino que nos paseó, con sencillez y diligencia, por la historia de las literaturas universal, española, hispanoamericana. Para que esa iniciación fuese asunto personal, nos urgía con larguísimos cuestionarios que nos forzaban a asaltar la biblioteca en busca de nociones, conceptos, autores, obras, argumentos, trozos selectos… Después venía el diálogo o la interrogación personal o grupal sobre nuestros hallazgos. No nos importaba cuánto valía en nota el resultado del esfuerzo. Lo importante era que teníamos la impresión de que explorábamos y descubríamos. El Padre Campo Elías, siempre ecuánime, aprovechaba para animar, aclarar, completar. No recuerdo haber temido sus "rajadas", porque para él eso no contaba. Lo que importaba era el apetito de aprender que podía fomentar en cada uno.

Durante nuestra formación en el Colegio-Seminario Jordán de Sajonia, tres playeros fueron decisivos en nuestro "trivium" pre-universitario: el Padre José María Arévalo, nuestro profesor de Gramática, y sus primos, el Padre Domingo de Guzmán Claro, nuestro profesor de Semántica, y el Padre Campo Elías, nuestro profesor de Literatura. La Lógica vendría después, a cargo de otros. La convicción de los profesores playeros era que no se puede ingresar al razonamiento ni al mundo de las cosas sin haber hecho la vía larga de la palabra: en el rigor sintáctico, en la precisión semántica y en la función expresiva.

Y fuimos cultivadores de la palabra precisamente en el medio convivencial más adecuado y propicio: en el seno de la pequeña democracia que era el Jordán, convertido por su Rector, el Padre Sedano, y su Vicerrector, el Padre Domingo Claro, en corporación estudiantil ("Asociación Juvenil Dominicana"), comunidad con gobierno representativo propio, cuyos dignatarios eran elegidos y censurados por las asambleas generales de los sábados. Hubo algún presidente despótico, pero lo deslegitimamos y le revocamos el mandato.

Más que profesores, quienes nos prepararon para hacer la travesía innovadora de la década del sesenta, fueron educadores (conductores y promotores, como quería Santo Tomás); y más que educadores, fueron maestros: autores de la obra maestra de sus propias vidas, capaces de presentarse ante los púberes y adolescentes que éramos como modelos imitables de vida humana buena, de honradez moral. Maestro viene del latín "magister" que parece aludir a quien ha logrado tal estado de madurez, que se presenta como "magis" (más) "structus" (organizado, estructurado). Nadie se titula realmente de "maestro": se llega a serlo gradualmente, cuando el yo moral ha hecho convergentes los saberes: saber comprender, saber ser, saber hacer, saber comunicar. El maestro ya no solo enseña por el discurso, por el desarrollo de su programa, sino ante todo por su presencia y su manera de vivir… El Padre Campo Elías, en nuestro recuerdo, fue profesor, fue educador, fue maestro. Y especialmente por su magisterio continuó presente en nuestras vidas, más allá de las nociones, de los autores, de los argumentos, de los versos olvidados. El profesor y el educador actúan en un tiempo determinado por el currículo. Más allá y más acá del currículo, sigue presente y actuante el Maestro, modelo, ejemplo, que logra introducirse, por connaturalidad o por afinidades secretas, en nuestro modo de ser. Las persuasiones vitales, según decía Santo Tomás, llegan y continúan como convicción personal, más "por los ejemplos que por las palabras".

Y mientras los profesores y los educadores se agotan en sus discursos y en sus acciones inductivas, los maestros resultan inagotables, siempre tendrán maneras de seguir enseñando, directa o indirectamente, a través de nuevas revelaciones. Tuve que aprender de nuevo, cuarenta años después, que mi maestro aún nos debía otra lección: que fue siempre y sigue siéndolo un enamorado a quien la frustración pudo haber bloqueado.

 

La serenidad y la benevolencia que siempre lo acompañaron no nos dejaron adivinar que la "procesión iba por dentro".

No supimos de su "saudade" íntima, que ahora nos lo presenta completo: tan débil como cualquier otro ser humano, pero tan fuerte como Dante que atraviesa el Infierno, cursa el Purgatorio y afirma la certeza del Paraíso.

Se rebela contra la posibilidad de la derrota definitiva. Siempre existe en el "saudadoso" de La Playa, como en Albert Camus, la necesidad de "recomenzar" y seguir amando. De pronto descubre uno que el Padre Campo Elías anduvo la senda de los místicos, esos perpetuos enamorados: Enrique Suso, Juan Taulero, Juan de la Cruz, cuya manera imita a veces. Aún conservo las viejas "cajas de herramientas": "Panorama de Literatura Universal", de Bayona Posada; "Lyra Hispana, Prosa Selecta y Silva Dramática", del Padre Gómez-Bravo; "Literatura Colombiana", del Padre Núñez Segura. Al hojear al primero, vuelven los temas de los cuestionarios: literaturas orientales:… el jai-kai japonés…, El Mahabárata, El Ramáyana…, el Zend-Avesta…, (la influencia oriental en Valencia)…; literaturas clásicas: ¿qué es el clasicismo?.., literatura griega…, la Ilíada…, la lírica, la tragedia…, la comedia…, literatura latina…, Virgilio, Ovidio, Horacio…; literaturas modernas: la epopeya, canción de Rolando, El Cid, los Nibelungos,… Dante, Ariosto, Tasso, Milton, Camoens,… lírica… teatro… novela…

Con Gómez-Bravo, el Padre Campo Elías nos llevó por la cuaderna vía de Berceo, el Arcipreste de Hita, los endecasílabos del Marqués de Santillana, las coplas de pie quebrado de Jorge Manrique, los romances viejos, fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Don Luis de Góngora, Lope de Vega,… Rubén Darío,… Juan Ramón Jiménez, García Lorca,…; y luego nos guió por la prosa desde el siglo XIII hasta el siglo XX: Don Juan Manuel…, Fray Luis de Granada, "Lazarillo de Tormes", Cervantes, Quevedo, Feijóo, Balmes, Bécquer, Alarcón, Pereda, Menéndez y Pelayo, Unamuno, Azorín…; y finalmente nos introdujo en los grandes ciclos dramáticos: el de Lope, el de Calderón y el romántico. En literatura patria, nuestro cicerone explotó al máximo el mapa de ruta de Núñez Segura, con cuanto trae de bueno y de malo: representantes de la conquista, autores coloniales, letras de la emancipación; movimientos, géneros y autores de la nación libre: romanticismo, costumbrismo, gruta simbólica, modernismo, poesía nueva…, humanistas, ensayistas…, novela, cuento, historia, oratoria, teatro, periodismo…; y un suplemento de autores hispanoamericanos…

Nuestro maestro nos daba platos pantagruélicos, porque el apetito literario que nos había despertado era pantagruélico. Y leíamos y leíamos. Y caímos en la tentación de hacernos una biblioteca personal, que comenzó con los mismos textos que nos proporcionaba generosamente El Jordán. El resto fue asunto de los acudientes, de monjas patrocinadoras, de algún mecenas y de los escasos ahorros de los muy raros y exiguos giros por cumpleaños. Algún libro vino a caer en mis manos del mismo Padre Campo Elías, no recuerdo si como préstamo o como obsequio; de todas maneras, he conservado buena conciencia. "Hay que tener libros, hay que leer todos los días, hay que memorizar lo que nos gusta y hay que escribir mucho, así sea copiando o imitando", recomendaba. "Sigan los consejos estilísticos de Azorín", reiteraba. Y recalcaba: "Mucho diccionario, muchachos!"
Siguiendo el consejo del Padre Campo Elías, hacia los dieciseis años, algunos nos arriesgamos a hacer prosa en "Albores Dominicanos" y más tarde en "Verbum" y en "Diálogo"; otros se atrevieron a cometer poemas; alguno ensayó el teatro; hubo quien cultivó el cuento y aun la novela… No salimos, sin duda, ni grandes escritores ni reconocidos novelistas o poetas (aun cuando hay uno en Medellín que insiste…); pero el haber intentado expresarnos por escrito en español aceptable, gracias al estímulo del Padre Campo, nos ha ayudado, a lo largo de cuarenta años, a mantener vivo el respeto a nuestra lengua (que habitamos, como dice Cioran) ---instrumental de nuestras cotidianas operaciones mentales y de nuestra emotividad--- y a procurar precisión en lo que pensamos e intentamos comunicar.

Pero no fueron solamente los libros ni los ejercicios de redacción los únicos recursos del maestro Claro. Según él, había que conocer a los investigadores de la lengua, había que escuchar a los poetas y estilistas, a los oradores, a los declamadores. Por eso, nos hizo acompañarlo varias veces a la Academia de la Lengua, a escuchar al Padre Félix Restrepo, a López de Mesa (el "Príncipe de las Nubes"), a Rafael Maya, a Eduardo Carranza, al declamador Mallarino… Nos posibilitó escuchar a los poetas y cuentistas sefardíes… Y como también había que visualizar el mundo narrado en la literatura de lengua española, nos invitó a contemplar a sus agonistas en el gran fresco del Maestro Acuña, recién inaugurado en el recinto de la Academia.

Qué nos ha quedado después de haber olvidado casi todo? Qué nos ha quedado cuando ya no recordamos ni "Los elefantes", ni "Los camellos", ni "Oh Capitán, mi Capitán…", ni el "Himno a Satanás", ni "A vos corriendo voy…", ni "Salutación al optimista", ni el "Cuervo", ni "El Ama", ni "El Cristo de Velásquez", ni la "Marcha triunfal", ni "Los caballos de los conquistadores", ni el "Romance de la luna, luna"…, ni el "Nocturno", ni "Las Constelaciones", ni "Canción de la vida profunda", ni "Los potros"…, ni la "Oración a Jesucristo" de don Marco Fidel…, ni casi nada? Tal vez nos queda lo más importante de cuanto intentó nuestro Maestro de Humanismo: nos queda "humanitas", cierta competencia para acoger todo lo humano y cuanto interesa al hombre. Las letras siempre han sido mediación de humanidad. "SAUDADES" no son sino lección de humanidad: de la humanidad que asciende peregrina, desde la soledad y el dolor, y la Humanidad salvadora de Cristo que sale a su encuentro.

En estas "SAUDADES" de mar, de llano, de Estoraques, de corocoras, de esteros, de luna, de noches estrelladas, de motivaciones religiosas, de lazos familiares, de amplitud cósmica y de micromundo local, el autor parece insinuarnos que se halla seguro de las respuestas a las tres preguntas de su paisano José Eusebio Caro y que él tanto nos repetía, como preguntas radicales del auténtico Humanismo: ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿A do caminamos?

"Lo único que vale en el léxico de la poesía ---decía José Eustasio Rivera--- son el sustantivo, el adjetivo y el verbo; las demás partes de la oración quedan como metales de baja ley, indispensables para las aleaciones y los ligamentos". Valdría la pena determinar estadísticamente las palabras-tema de "SAUDADES", a fin de penetrar en la intimidad del poeta dominico. Así comprenderíamos mejor la lección del Maestro. Por ahora, parece que es el sustantivo el más abundante y expresivo en su vocabulario. "Mar", "sueño", "lágrima", "llano", "amor", "soledad", "amargura", "luz" se reiteran y conforman un plexo sugerente: "mar" y "llano" seductores invitan a la aventura, pero conducen a la muerte; "soledad", "lágrima" y "amargura" conforman la "saudade" depresora; "amor" y "luz" transforman la morriña y la nostalgia en deseo de vencer, en "saudade" como voluntad de vivir y luchar. De esa manera, los "Estoraques" playeros, "mansión del olvido", "pavesas de amores", "ruinas dolientes", de pronto se yerguen como "moles de gran majestad", "son un grito muy firme y perenne/ que nos llama a siempre triunfar!!!"

Es posible que el Maestro de La Playa esté pensando, en el atardecer de esa larga vida "que no pensó vivir", que ya es hora de "dejar mis prisiones surcando la mar", pues si la vida humana es "saudade", ha de serlo por el Amor definitivo, el único que hace posible "soñar para siempre". No sé por qué estas "SAUDADES" de mi Gran Maestro me hacen memorar a Walt Whitman:

   "Oh, Capitán, mi Capitán:
   nuestro azaroso viaje ha terminado.
   Al fin venció la nave y el premio fue ganado.
   Ya el puerto se halla próximo…"

ALBERTO CÁRDENAS PATIÑO
Secretario General Universidad Santo Tomás

Santafé de Bogotá, 10 de marzo de 1996

 
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