AÑORANDO A MAMA PINA
Tres generaciones: Doña Agripina Ovallos de Claro, su hija, Doña Maruja Claro de Guerrero y Don Ramón Ovallos.


Por Manuel Gustavo Guerrero Claro

Mi abuelita nació en La Playa de Belén el 23 de junio de 1904, hija del primer corregidor, Don Ramón Ovallos ( Papa-Mon) y María Josefa Angarita o Mita como le decían cariñosamente, una Ocañera menudita parecida físicamente a Mamá-Pina, en las pocos fotos que hay de ella su expresión es de una desolación impresionante.

Mamá-Pina era la mayor de cuatro hermanos de los que sobrevivieron ella y Calixto, el menor, curiosamente las dos hermanas intermedias murieron de niñas y se llamaban Ana Edilia.

Por la rigidez de su papá la infancia de Mamá-Pina fue muy triste, que aún de anciana le afectaba recordar; todo lo contrario pasó con Calixto, que por ser el único hijo varón era complacido e todo. Empezó a tomar muy joven, y ese fue el punto de partida para que se alcoholizara convirtiéndose a la muerte de Papá-Mon, en un ser desamparado que buscaba en sus hijos el refugio que ya su padre no le podía dar.

Al cumplir 19 años Mamá-Pina recibió de regalo un diario, el que sin pensarlo se convirtió en la única vía de escape de esa época; cuando éste se terminó empezó a escribir en cuadernos y hojas sueltas que uno encontraba en los cajones de la máquina de coser, en la mesita de noche, en las gavetas de la peinadora y en las cómodas hasta cuando el Alzhaimer se lo permitió. Tenía bonita letra, de caligrafía inglesa, como lo aprendían las señoritas de familia de su época; allí están plasmados los acontecimientos más destacados de La Playa y los hechos mas trascendentales de su vida como su matrimonio, el nacimiento, los bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, primeros maestros de sus hijos, la alargada del pantalón de mi tío Carlos, su ida y regreso del cuartel y la vida religiosa de mi tía Aura en Medellín, hasta llegar a nimiedades como la de compra de pocillos o la última mata que sembró.

La Mamá-Pina que yo conocí, era bajita, medía a lo sumo 1.45 Mts, de frente amplia con unos surcos profundos que delataban su austeridad, de bacinilla debajo de la cama y rosario a las ocho de la noche.

Olía a ese sudor gélido y dulzón que tienen los viejitos, y a pesar de su edad y de sus diez embarazos conservaba buena figura. Era muy sencilla en su forma de vestir, no se maquillaba ni usaba joyas. Muy educada, detestaba la informalidad con que nos relacionamos hoy en día. Tenía mentalidad fatalista, creo que hizo testamento en la menopausia y una vez nos encontramos en una caja: La camisa de dormir, unas babuchas, la camándula y una nota que decía: "Con esto quiero ser enterrada".

Si hay que citar una virtud de Mamá-Pina sin lugar a dudas sería la prudencia, jamás dijo una mala palabra, nunca le oí un comentario desobligante hacia nadie y era enemiga de los escándalos o de que la gente se enterara de problemas familiares. Con una dignidad envidiable gobernó su casa pero en las labores domésticas era un completo desastre, todavía me acuerdo de la vez que preparándome el desayuno fritó unos huevos en vinagre.

La recuerdo mucho por esa sensibilidad extrema que le heredamos varios, por los sanduches de queso rallado con mantequilla mavesa que hacía para las visitas, la entrada de frutas al almuerzo, los buñuelos con conserva en Navidad y las galletas que escondía debajo de la cama y que saqueábamos mientras dormía la siesta.

La Navidad para Mamá-Pina era todo un ritual. La preparación de la casa para estas fechas comenzaba con la bajada del portal que permanecía encaramado en el cuarto de chécheres y forrado en sábanas viejas, desempacar las cajas de cartón con las figuras del pesebre envueltas en papel periódico, asolear el musgo y sacar las borlas como ella le decía a los adornos del arbolito. Según me cuenta mi mamá, para la familia claro siempre fue muy importante la armada del pesebre y ahora afortunadamente quien sigue la tradición es mi tío Abimael.

Una vez la acompañé al cementerio a visitar la tumba de Papá-Teyo y se me partió el alma verla con los ojos llenos de lágrimas rezándole a ese esposo, al que aún en medio de sus lagunas mentales cuando alguien le preguntaba por él respondía: " Fue un hombre intachable…"

La última vez que vi a Mamá-Pina fue en enero de 1989, por esos días se ponía muy nostálgica cuando alguien viajaba, nos tocaba irnos a escondidas, pero yo confiado en que no se acordaba muy bien de mí, me fuia despedir de ella y reconociéndome se abrazó a mi cintura llorando y dándome bendiciones, me dijo que jamás volveríamos a vernos, como desafortunadamente ocurrió…

Luego de una larga convalecencia la cual soportó con una fortaleza y una Paz espiritual envidiable, murió en Ocaña el 1 de septiembre de 1996.