1828. MENSAJE A LA CONVENCIÓN DE OCAÑA

A LOS REPRESENTANTES DEL PUEBLO
EN LA CONVENCIÓN NACIONAL

Gaceta de Colombia. N° 342, 1° de mayo de 1828.

Conciudadanos:

Os congratulo por la honra que habéis merecido de la nación, confiándoos sus altos destinos. Al representar la legitimidad de Colombia os halláis revestidos de los poderes más sublimes. También participo yo de la mayor ventura devolviéndoos la autoridad que se había depositado en mis cansadas manos: tocan a los queridos del pueblo las atribuciones soberanas, los derechos supremos, como delegados del omnipotente augusto de quien soy súbdito y soldado. ¿En qué potestad más eminente depondría yo el bastón de presidente, y la espada de general? Disponed libremente de estos símbolos de mando y de gloria en beneficio de la causa popular, sin atender a consideraciones personales, que os impidieran una reforma perfecta.

Constituido por mis deberes a manifestaros la situación de la república, tendré el dolor de ofreceros el cuadro de sus aflicciones. No juzguéis, que los colores que empleo los ha encendido la exageración, ni que han salido de la tenebrosa mansión de los misterios: yo los he copiado a la luz del escándalo: su conjunto puede pareceros ideal; pero si lo fuera, ¿Colombia os llamara?

Los quebrantos de la patria han empezado desde luego a remediarse, ya que congregados los escogidos se disponen a examinarlos. Vuestra empresa, en verdad, es tan difícil como gloriosa; y aunque algo se han disminuido los obstáculos con la fortuna de poderos presentar a Colombia unida y dócil a vuestra voz; he de deciros, que no debemos esta inapreciable ventaja sino a las esperanzas libradas en la convención: esperanzas que os muestran la confianza nacional y el peso que os abruma.

Os bastará recorrer nuestra historia para descubrir las causas de nuestra decadencia. Colombia, que supo darse vida, se halla exánime. Identificada antes con la causa pública, no estima ahora su deber como la única regla de salud. Los mismos que durante la lucha se contentaron con su pobreza, y que no adeudaban al extranjero tres millones, para mantener la paz han tenido que cargarse de deudas vergonzosas por sus consecuencias. Colombia, que al frente de las huestes opresoras, respiraba sólo pundonor y virtud, padece como insensible el descrédito nacional. Colombia, que no pensaba sino en sacrificios dolorosos, en servicios eminentes, se ocupa de sus derechos, y no de sus deberes. Habría perecido la nación si un resto de espíritu público no la hubiese impelido a clamar el remedio y detenido al borde del sepulcro. Solamente un peligro horroroso nos haría intentar la alteración de las leyes fundamentales; sólo este peligro se habría hecho superior a la pasión que profesábamos a instituciones propias y legítimas, cuyas bases nos habían procurado la deseada emancipación.

Nada añadiría a este funesto bosquejo, si el puesto que ocupo no me forzara a dar cuenta a la nación de los inconvenientes prácticos de sus leyes. Sé que no puedo hacerlo sin exponerme a siniestras interpretaciones, y que al través de mis palabras se leerán pensamientos ambiciosos: mas, yo que no he rehusado a Colombia consagrarle mi vida y mi reputación, me conceptúo obligado a este último sacrificio.

Debo decirlo: nuestro gobierno está esencialmente mal constituido. Sin considerar que acabamos de lanzar la coyunda, nos dejamos deslumbrar por aspiraciones superiores a las que la historia de todas las edades manifiesta incompatibles con la humana naturaleza. Otras veces hemos equivocado los medios y atribuido el mal suceso a no habernos acercado bastante a la engañosa gula que nos extraviaba, desoyendo a los que pretendían seguir el orden de las cosas, y comparar entre si las diversas partes de nuestra constitución, y toda ella con nuestra educación, costumbres, e inexperiencia para que no nos precipitáramos en un mar proceloso.

Nuestros diversos poderes no están distribuidos cual lo requiere la forma social y el bien de los ciudadanos. Hemos hecho del legislativo sólo el cuerpo soberano, en lugar de que no debía ser más que un miembro de este soberano: le hemos sometido el ejecutivo, y dado mucha más parte en la administración general, que la que el interés legitimo permite. Por colmo de desacierto se ha puesto toda la fuerza en la voluntad, y toda la flaqueza en el movimiento y la acción del cuerpo social.

El derecho de presentar proyectos de ley se ha dejado exclusivamente al legislativo, que por su naturaleza está lejos de conocer la realidad del gobierno y es puramente teórico.

El arbitrio de objetar las leyes concedido al ejecutivo, es tanto más ineficaz, cuanto que se ofende la delicadeza del congreso con la contradicción. Este puede insistir victoriosamente, hasta con el voto de la quinta o con menos de la quinta parte de sus miembros; lo que no deja medio de eludir el mal.

Prohibida la libre entrada a los secretarios del despacho en nuestras cámaras, para explicar o dar cuenta de los motivos del gobierno, no queda ni este recurso que adoptar para esclarecer al legislativo en los casos de objetarse algún acuerdo. Mucho habría podido evitarse, requiriendo determinado lapso de tiempo, o un número proporcional de votos, considerablemente mayor que el que ahora se exige para insistir en las leyes objetadas por el ejecutivo.

Obsérvese, que nuestro ya tan abultado código en vez de conducir a la felicidad ofrece obstáculos a sus progresos. Parecen nuestras leyes hechas al acaso: carecen de conjunto, de método, de clasificación y de idioma legal. Son opuestas entre sí, confusas, a veces innecesarias, y aun contrarias a sus fines. No falta ejemplo, de haberse hecho indispensable contener con disposiciones rigorosas vicios destructores y que se generalizaban: la ley, pues, hecha al intento ha resultado mucho menos adecuada que las antiguas, amparando indirectamente los vicios que se procuraban evitar.

Por aproximarnos a lo perfecto, adoptamos por base de representación una escala que nuestra capacidad no admite todavía. Prodigándose esta augusta función, se ha degradado, y ha llegado a parecer, en algunas provincias, indiferente y hasta poco honroso representar al pueblo. De esto ha emanado en parte el descrédito en que han caído las leyes; y leyes despreciadas ¿qué felicidad producirán?

El ejecutivo de Colombia no es el igual del legislativo; ni el jefe del judicial: viene a ser un brazo débil del poder supremo, de que no participa en la totalidad que le corresponde, porque el congreso se ingiere en sus funciones naturales sobre lo administrativo, judicial, eclesiástico y militar. El gobierno, que debería ser la fuente y el motor de la fuerza pública, tiene que buscarla fuera de sus propios recursos, y que apoyarse en otros que le debieran estar sometidos. Toca esencialmente al gobierno ser el centro y la mansión de la fuerza, sin que el origen del movimiento le corresponda. Habiéndosele privado de su propia naturaleza, sucumbe en un letargo, que se hace funesto para los ciudadanos, y que arrastra consigo la ruina de las instituciones.

No están reducidos a estos los vicios de la constitución con respecto al ejecutivo. Rivaliza en entidad con los mencionados, la falta de responsabilidad de los secretarios del despacho. Haciéndola pesar exclusivamente sobre el jefe de la administración, se anula su efecto, sin consultar cuanto es posible la armonía y el sistema entre las partes; y se disminuyen igualmente los garantes de la observancia de la ley. Habrá más celo en su ejecución, cuando con la responsabilidad moral obre en los ministros, la que se les imponga. Habrá entonces más poderosos estímulos para propender al bien. El castigo que por desgracia se llegara a merecer, no seria el germen de mayores males, la causa de trastornos considerables y el origen de las revoluciones. La responsabilidad en el escogido del pueblo será siempre ilusoria, a no ser que voluntariamente se someta a ella, o que contra toda probabilidad carezca de medios para sobreponerse a la ley. Nunca, por otro lado, puede hacerse efectiva esta responsabilidad, no hallándose determinados los casos en que se incurre, ni definida la expiación.

Todos observan con asombro el contraste que presenta el ejecutivo, llevando en sí una superabundancia de fuerza al lado de una extrema flaqueza: no ha podido repeler la invasión exterior o contener los conatos sediciosos, sino revestido de la dictadura. La constitución misma, convencida de su propia falta, se ha excedido en suplir con profusión las atribuciones que le habla economizado con avaricia. De suerte que el gobierno de Colombia es una fuente mezquina de salud, o un torrente devastador.

No se ha visto en nación alguna entronizada a tanta altura la facultad de juzgar como en Colombia. Considerándose el modo con que están constituidos entre nosotros los poderes, no puede decirse que las funciones del cuerpo político de una nación se reducen a querer y a ejecutar su voluntad. Se aumentó un tercer agente supremo, como si la facultad de decidir las leyes que convengan a los casos, no fuese la principal incumbencia de la ejecución. Para que no influyese indebidamente en los encargados de decidirlo, los dejaron del todo inconexos con el ejecutivo, de que son por su naturaleza parte integrante; y a pesar de que se encargó a éste velar de continuo en la pronta y cumplida administración de justicia, se le cometió el encargo sin proveerle de medios para descubrir cuando fuese oportuna su intervención, ni declararle hasta qué punto pudiese extenderse. Aun la facultad de elegir, entre personas aptas, se le ha coartado.

No satisfechos con esta exaltación hemos dado por leyes posteriores a los tribunales civiles una absoluta supremacía en los juicios militares, contra toda la práctica uniforme de los siglos, derogatoria de la autoridad que la constitución atribuye al Presidente, y destructora de la disciplina que es el fundamento de una milicia de línea. Las leyes posteriores en la parte judicial han extendido, hasta donde nunca debió ser, el derecho de juzgar. A consecuencia de la ley de procedimiento se han complicado las litis. Por todas partes se han establecido nuevos juzga. dos y tribunales de cantón, por cuya reforma claman los miserables pueblos, que enredan y sacrifican en provecho de los jueces. Repetidas ocasiones han decidido de la buena o mala aplicación de la ley cortes superiores, compuestas casi exclusivamente de legos. El ejecutivo ha oído lastimosos reclamos contra el artificio o prevaricación de los jueces, y no ha tenido medios para castigarlos: ha visto la hacienda pública víctima de la ignorancia y de la malicia de los tribunales, y no ha podido aplicar el remedio.

La acumulación de todos los ramos administrativos en los agentes naturales que el ejecutivo tiene en los departamentos aumenta su impotencia, porque el intendente, jefe del orden civil y de la seguridad interior, se halla recargado de la administración de las rentas nacionales, cuyo cuidado exige muchos individuos, sólo para impedir su deterioro. No obstante que esta acumulación parece conveniente, no lo es sino con respecto a la autoridad militar, que debería estar reunida en los departamentos marítimos a la civil, y la civil separada de la de rentas, para que cada uno de estos ramos se sirva de un modo satisfactorio al pueblo y al gobierno.

Las municipalidades, que serían útiles como consejo de los gobernadores de provincias, apenas han llenado sus verdaderas funciones; algunas de ellas han osado atribuirse la soberanía que pertenece a la nación, otras han fomentado la sedición; y casi todas las nuevas, mas han exasperado, que promovido el abasto, el ornato, y la salubridad de sus respectivos municipios. Tales corporaciones no son provechosas al servicio a que se les ha destinado: han llegado a hacerse odiosas por las gavelas que cobran, por la molestia que causan a los electos que las componen, y porque en muchos lugares no hay siquiera con quien reemplazarlas. Lo que las hace principalmente perjudiciales es la obligación en que pone a los ciudadanos de desempeñar una judicatura anual, en que emplean su tiempo y sus bienes, comprometiendo muy frecuentemente su responsabilidad y hasta su honor. No es raro el destierro espontáneo de algunos individuos de sus propios hogares, porque no los nombren para estos enojosos cargos. Y si he de decir lo que todos piensan, no habría decreto más popular que el que eliminase las municipalidades.

No habiendo ley sobre la policía general, no existe ni su sombra. Resulta de aquí, que el estado es una confusión, diría mejor un misterio para los subalternos del ejecutivo, que se hallan en relación con uno a uno de los individuos, los que no son manejables sin una policía diligente y eficaz que coloque a cada ciudadano en conexión inmediata con los agentes del gobierno. De aquí provienen diversos inconvenientes para que los intendentes hagan cumplir las leyes y reglamentos en todos los ramos de su dependencia.

Destruida la seguridad y el reposo, únicos anhelos del pueblo, ha sido imposible a la agricultura conservarse siquiera en el deplorable estado en que se hallaba. Su ruina ha cooperado a la de otras especies de Industria, desmoralizado el albergue rural, y disminuido los medos de adquirir; todo se ha sumido en la miseria desoladora; y en algunos cantones los ciudadanos han recobrado su independencia primitiva, porque perdidos sus goces nada los liga a la sociedad, y aun se convierten en sus enemigos. El comercio exterior ha seguido la misma escala que la industria del país; aun diría, que apenas basta para proveemos de lo indispensable; tanto más, que los fraudes favorecidos por las leyes y por los jueces, seguidos de numerosas quiebras, han alejado la confianza de una profesión, que únicamente estriba en el crédito y buena fe. Y ¿qué comercio habrá sin cambios y sin provechos?

Nuestro ejército era el modelo de la América y la gloria de la libertad: su obediencia a la ley, al magistrado, y al general, parecían pertenecer a los tiempos heroicos de la virtud republicana. Se cubría con sus armas, porque no tenía uniformes; pereciendo de miseria se alimentaba de los despojos del enemigo, y sin ambición no respiraba más que el amor a la patria. Tan generosas virtudes se han eclipsado, en cierto modo, delante de las nuevas leyes dictadas para regirlo y para protegerlo. Participe el militar de los sacudimientos que han agitado toda la sociedad, no conserva más que su devoción a la causa que ha salvado, y un respeto saludable a sus propias cicatrices. He mencionado el funesto influjo que ha debido tener en la subordinación, el haberle sujetado a tribunales civiles, cuyas doctrinas y disposiciones son fatales a la disciplina severa, a la sumisión pasiva y a la ciega obediencia que forma la base del poder militar, apoyo de la sociedad entera. La ley que permite al militar casarse sin licencia del gobierno, ha perjudicado considerablemente al ejército en su movilidad, fuerza y espíritu. Con razón se ha prohibido tomar reemplazos de entre los padres de familia: contraviniendo a esta regla, hemos hecho padres de familia a los soldados. Mucho ha contribuido a relajar la disciplina el vilipendio que han recibido los jefes de parte de los súbditos por escritos públicos. El haberse declarado detención arbitraria una pena correccional, es establecer por ordenanzas los derechos del hombre, y difundir la anarquía entre los soldados, que son los más crueles, como los más tremendos cuando se hacen demagogos. Se han promovido peligrosas rivalidades entre civiles y militares con los escritos, y con las discusiones del congreso, no considerándolos ya como los libertadores de la patria, sino como los verdugos de la libertad.

¿Era esta la recompensa debida a tan dolorosos y sublimes sacrificios? ¿Era ésta la recompensa reservada para los héroes?

Aun ha llegado el escándalo al punto de excitarse odio y encono entre los militares de diferentes provincias para que ni la unidad ni la fuerza existieran.

No quisiera mencionar la clemencia que ha recaído sobre los crímenes militares en esta época ominosa. Cada uno de los legisladores está penetrado de toda la gravedad de esta vituperable indulgencia. ¿Qué ejército será digno, en adelante, de defender nuestros sagrados derechos, si el castigo del crimen ha de ser recompensarlo? ¡Y si la gloria no pertenece ya a la fidelidad, el valor a la obediencia!

Desde ochocientos veintiuno, en que empezamos a reformar nuestro sistema de hacienda, todos han sido ensayos; y de ellos el último nos ha dejado más desengañados que los anteriores. La falta de vigor en la administración, en todos y cada uno de sus ramos, el general conato por eludir el pago de las contribuciones, la notable infidelidad y descuido por parte de los recaudadores, la creación de empleados innecesarios, el escaso sueldo de éstos, y las leyes mismas, han conspirado a destruir el erario. Se ha confiado vencer algunas veces este conjunto de resistencia, invocando la acción de los tribunales; pero los tribunales, con la apariencia de protectores de la inocencia, han absuelto al contribuyente quejoso y al recaudador procesado, cuando la lentitud y la secuela de los juicios no ha dado tiempo al congreso para dictar nuevas leyes que enervasen aun la acción del gobierno. Todavía el congreso no ha arreglado las comisarías que manejan las más cuantiosas rentas. Todavía el congreso no ha examinado, por la primera vez, la inversión de los fondos de que el gobierno es simple administrador.

La demora en Europa de la persona a quien por órdenes expedidas en 1823 toca responder de los millones que se deben por el empréstito contratado y por el ratificado en Londres: la expulsión del encargado de negocios que teníamos en el Perú, y que gestionaba el cobro de los suplementos que hicimos a aquella república: por último la distribución y consunción de los bienes nacionales, nos han forzado a suplir con numerosas inscripciones en el libro de la deuda nacional valores que ellos pudieron dejar satisfechos. El erario de Colombia ha tocado, pues, a la crisis de no poder cubrir nuestro honor nacional, con el extranjero generoso que nos ha prestado sus fondos confiando en nuestra fidelidad. El ejército no recibe la mitad de sus sueldos, y excepto los empleados cíe hacienda, los demás sufren la más triste miseria. El rubor me detiene, y no me atrevo a deciros que las rentas nacionales han quebrado, y que la república se halla perseguida por un formidable concurso de acreedores.

 

Al describir el caos que nos envuelve, casi me ha parecido superfluo hablaros de nuestras relaciones con los demás pueblos de la tierra. Ellas prosperaron a medida que se exaltaba nuestra gloria militar, y la prudencia de nuestros conciudadanos, inspirando así, confianza de que nuestra organización civil y dicha social alcanzarían el alto rango que la Providencia nos había señalado. El progreso de las relaciones exteriores ha dependido siempre de la sabiduría del gobierno y de la concordia del pueblo. Ninguna nación se hizo nunca estimar, sino por la práctica de estas ventajas: ninguna se hizo respetable sin la unión que la fortifica. Y discorde Colombia, menospreciando sus leyes, arruinando su crédito, ¿qué alicientes podrá ella ofrecer a sus amigas? ¿Qué garantes para conservar siquiera a las que tiene?

Retrogradando, en vez de avanzar, en la carrera civil, no inspira sino esquivez. Ya se ha visto provocada, insultada por un aliado, que no existiera sin nuestra magnanimidad. Vuestras deliberaciones van a decidir, si arrepentidas las naciones amigas de habernos reconocido hayan de borrarnos de entre los pueblos que componen la especie humana.

¡Legisladores! Ardua y grande es la obra que la voluntad nacional os ha cometido. Salvaos del compromiso en que os han colocado nuestros conciudadanos salvando a Colombia. Arrojad vuestras miradas penetrantes en el recóndito corazón de vuestros constituyentes: allí leeréis la prolongada angustia que los agoniza: ellos suspiran por seguridad y reposo. Un gobierno firme, poderoso, y justo es el grito de la patria.

Miradla de pie sobre las ruinas del desierto que ha dejado el despotismo, pálida de espanto, llorando quinientos mil héroes muertos por ella: cuya sangre sembrada en los campos, hacia nacer sus derechos. Si, legisladores, muertos y vivos, sepulcros y ruinas, os piden garantías. Y yo que sentado ahora sobre el hogar de un simple ciudadano, y mezclado entre la multitud. recobro mi voz y mi derecho, yo que soy el último que reclamo el fin de la sociedad: yo que he consagrado un culto religioso a la patria y a la libertad, no debo callarme en momento tan solemne. Dadnos un gobierno en que la ley sea obedecida, el magistrado respetado, y el pueblo libre: un gobierno que impida la transgresión de la voluntad general y los mandamientos del pueblo.

Considerad, legisladores, que la energía en la fuerza pública es la salvaguardia de la flaqueza individual, la amenaza que aterra al injusto. y la esperanza de la sociedad. Considerad, que la corrupción de los pueblos nace de la indulgencia de los tribunales y de la impunidad de los delitos. Mirad, que sin fuerza no hay virtud; y sin virtud perece la república. Mirad, en fin, que la anarquía destruye la libertad, y que la unidad conserva el orden.

¡Legisladores! ¡A nombre de Colombia os ruego con plegarias infinitas, que nos déis, a imagen de la Providencia que representáis, como árbitros de nuestros destinos, para el pueblo, para el ejército, para el juez, y para el magistrado ¡¡¡Leyes inexorables!!!

Bogotá, 29 de febrero de 1828.

SIMÓN BOLÍVAR


Borradores existentes en el archivo:

I.-AUTÓGRAFO).

El gobierno es ejecutivo con respecto al legislativo, observador con respecto al judicial y administrativo con relación a los ciudadanos: así la fuerza debe residir en su centro en lugar de buscarla fuera de él; pero no como motor sino como estímulo suficiente; si el gobierno recibe cuando debe dar no será más que máquina sin acción, móvil sin dirección.

Arrojad vuestras miradas penetrantes hasta los recónditos corazones de vuestros compatriotas: allí encontraréis el conflicto de las instituciones con las primitivas tendencias de sus votos, de sus hábitos y profesiones. No quieren lo ageno ni lo prestado, y les choca lo que todavía no ha penetrado sus ánimos avezados a las doctrinas y prácticas antiguas. Pensar que basta escribir innovaciones para que sean adoptadas es no conocer la marcha progresiva y lenta de las épocas que no avanzan sin haber arraigado profundamente sus impresiones seculares: ellas se aseguran muy de antemano del terreno que van a ocupar no ya como conquistas sino como poseedores. De la misma manera el Legislador ha de imitar la. maestría de la naturaleza pues la sabiduría de sus pasos son las lecciones del ejemplo nunca erróneo. Desde que nos propusimos reformar nuestro sistema de ser imaginamos lograrlo con la mudanza de todo; como si fuera el enmarañado laberinto del espíritu humano como una casa que desamoblada y reedificada admite los huéspedes que la ocupan. No así del hombre que jamás cambia de alma en un día en un año ni en un siglo. Que no se crea que esos Legisladores famosos por la novedad y ventaja de sus leyes hayan impelido a los súbditos a obedecerles ciega y absolutamente en un instante: y sí alguno como Licurgo hizo mutaciones asombrosas para nosotros no eran, quizás, más que la regularización de máximas y usos ya sancionados.

El Gobierno de Colombia como está, no se parece sino a la vieja monarquía española que mandaba sin ser obedecida, ocupaba sin llenar y se mostraba fuerte a pesar de la flaqueza de sus partes constitutivas. Nosotros nos hallamos en la misma relación porque la extensión de aquella monarquía es a la república como el despotismo de la primera es a nuestra lánguida libertad. La España no era capaz de regir tan dilatados dominios después de su decadencia y corrupción: Colombia con leyes débiles no alcanza a sus extremidades sino con la voz de la fama que aumenta el ruido y no la esencia de las cosas. Ocupamos vastos territorios más inhabitados, y por lo mismo la acción del gobierno es lenta, sin contigüidad ni supremacía, porque el desierto es la morada de la independencia individual y absoluta. Y donde estará la fortaleza de un niño que nace de madre decrépita! Nuestra infancia misma nos persuade que la herencia que nos han dejado pertenecía a nuestros padres. Todo en los Primeros días de nueva vida que gozamos es de la naturaleza de la antigua.

Si combatimos, fué con españoles, si nos reformamos fueron sus teorías indigestas nuestros modelos; y si nos organizamos también es a la española, pero a la española moderna; quiero decir, para que un día contra la opinión general y para poner en ludibrio a la libertad y a la filosofía. La organización americana es para forzar a la república a sucumbir a semejanza de la constitución inadecuada a la monarquía española tan incompatible con un rey como es la de Colombia con la extensión, situación y calidad de nuestros elementos orgánicos. ¡El español supera en nosotros!

¡Desgraciada de Colombia si juzgáis que los rasgos de mis colores han sido encendidos por la mano de la exageración! No, el cuadro que os ofrezco no ha salido de la tenebrosa mansión de los misterios; yo lo he copiado a la luz del escándalo que publica nuestros desastres; que realza nuestra ruina en asedio de las aclamaciones de los tiranos y de los alaridos de un mundo entero! No hagáis, legisladores! con vuestra obstinada incredulidad del mal que padecemos, que más exasperados aún los pueblos, maldigan la esperanza que los sedujo y se entreguen a los remordimientos del desengaño cruel. Yo los veo levantarse fieros contra los mismos principios que los han devorado, y acusar las víctimas heroicas muertas por la Libertad, y sacrificar a los sacerdotes del culto de las leyes. Entonces, entonces os poseeréis de un espanto que antes fuera saludable, pero inútil en la Crisis.

Un gobierno que salve la independencia americana es la primera necesidad popular: este gobierno no ha de ser como los que han prolongado la dolorosa agonía de la revolución, que si no ha terminado en diecisiete años, es culpa nuestra, no de su esencia. La de Francia misma continuó bamboleando en el tumulto de agitaciones infinitas hasta que se acordaron los principios del gobierno con la naturaleza de las cosas y el espíritu de los Ciudadanos. Tan notable y tan reciente fenómeno de la inconsistencia humana en todo lo que es absolutamente especulativo, nos demuestra que ni aun la nación más instruida del universo antiguo y moderno, no ha podido resistir la violencia de las tempestades inherentes a las puras teorías; y que si la Francia Europea, siempre independiente y soberana no ha soportado el peso enorme de una libertad indefinida ¿cómo será dado a Colombia realizar el delirio de Robespierre, de Maratt? Se logrará tomar siquiera este político sonambulismo?

Legisladores! que no os ocurra pasar a la par de los monstruos de la Francia a las posteridades que nos aguardan con su inexorable juicio. Allá no alcanzarán ni las circunstancias, ni las excusas de la mala fe. El bien que se ha hecho o el mal que se ha causado serán vuestros jueces: y no los podéis engañar!


II.-DE LETRA DE O'LEARY.
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asegurar la independencia de cada uno, y diese al primero toda su fuerza necesaria para hacer marchar una máquina complicada cuál es la república en el estado en que se halla.
Es una circunstancia digna de notarse por los Representantes del pueblo y que manifiesta de un modo claro lo defectuoso de nuestra actual constitución, que desde que ésta se estableció, le ha sido necesario al Podar Ejecutivo en los tiempos críticos, cuando la república se hallaba amenazada con una invasión exterior o perturbado algún departamento con conmociones interiores, revestirse con las facultades extraordinarias que concede la Ley. Esta especie de Dictadura, tanto más odioso, cuanto que está al arbitrio del primer magistrado declararse en uso de ella, debe ser abolida y sustituida por una fuerza moral en las leyes que ponga una barrera, entre la tiranía y el gobernante, como entre éste y la licencia de los gobernados.
Recórrase la historia de Colombia de seis años a esta parte y verán los representantes del pueblo que una gran porción de los males que ha sufrido la república ha. nacido de la debilidad constitucional del Poder Ejecutivo. Compárese los gloriosos resultados de los años anteriores a 1822 con los que han seguido: Véanse en aquellos tiempos el pacífico ciudadano, el pastor, el labrador, el comerciante y el artesano gustosos prestando obediencia a la ley, y el sobrante de su industria para sostener al gobierno. Entonces hubo virtud en el pueblo porque un tensor saludable servía de freno a la corrupción y a los vicios, y de estímulo para cimentar el orden. Mas, en el día que todos hablan de sus derechos, y ninguno de sus deberes, los vínculos sociales se han relajado, los vicios y ¡os crímenes se han multiplicado y si un recuerdo de nuestros días heroicos no hubiese detenido a la república al borde mismo del precipicio, ella habría perecido infaliblemente.

Otro defecto cardinal tiene nuestro código fundamental. Todo el peso de la responsabilidad cae sobre el jefe de la administración. Los secretarios del despacho vienen a ser meros amanuenses, y es natural deducir que el encargado del Poder Ejecutivo, oiga con desconfianza el consejo de hombres eximidos de toda responsabilidad y que puedan tener un interés en destruirlo. No sucedería esto si los Secretarios tuviesen que responder a la nación.

Los inmediatos agentes del ejecutivo en los departamentos participan de su debilidad legal. Fáltales el vigor necesario para hacerse respetar por los ciudadanos. De aquí provienen la dilapidación de las rentas del estado y la impunidad del crimen. Añádase a esto que se ha atribuido a los juzgados mucho de lo que es puramente gobernativo. Así son eludidas las órdenes de los jefes departamentales, y el malvado encuentra un escudo en la gracia que la ley intento a favor de la inocencia oprimida. En lugar de estar sostenidos por una vigorosa y bien organizada policía, los intendentes y gobernadores a cada paso encuentran trabas que hacen ilusoria su autoridad y resultan en menoscabo del gobierno.

Parece que sería digna la atención de los representantes del pueblo la actual organización de las municipalidades. Lejos de ser útiles a los pueblos estas corporaciones, como están constituidas actualmente, producen una infinidad de males. Los ramos de policía que son de su natural resorte están enteramente abandonados por ella: la administración e inversión de los propios participan de este abandono. Los pueblos se quejan de la multitud de oficios concejiles que los ciudadanos respetables rehusan servir por el descrédito en que han caído.

Los representantes del pueblo deben tener presente los escándalos cometidos en los años próximos pasados por algunas municipalidades que han tenido la osadía de arrogarse hasta la autoridad del pueblo.

Pero lo que principalmente clama por una reforma radical en nuestras leyes fundamentales es el Poder Judicial. Los vicios y defectos de que éste adolece son inconcebibles. En los países en donde unas supremacía goza este ramo del cuerpo político, jamás se ha visto llegar a tanta altura la facultad de juzgar. Su absoluta independencia del Poder Ejecutivo de que debe ser parte, es opuesta a la razón. Es justo y conforme a las luces del siglo en que vivimos que el Poder Judicial esté separado del Ejecutivo; que éste no pueda pronunciar ni revocar sentencias ya pronunciadas por los tribunales, pero debe tener una intervención directa, una facultad coactiva y económica para examinar si los jueces cumplen o no con sus deberes. En caso de negligencia o injusticia, debe estar al alcance del jefe de la nación suspender los que delinquen y someterlos a juicio. Sólo de este modo habrá una fuerza moral en el gobierno que impela a los jueces a llenar sus deberes.

Nuestras leyes secundarias son igualmente defectuosas. Su complicación junto con la mala administración de justicia, ha llegado a tal extremo que los pueblos las ven como su azote.
Los legisladores de Cúcuta sin tomar en consideración la envilecida educación de nuestros pueblos querían exceder los otros de la tierra en un punto a liberalidad. Así es que manifestaron una ignorancia en los principios mismos de la sociedad como en la naturaleza de los pueblos para los cuales legislaban. En los Estados Unidos, donde el Poder Judicial es independiente, el Ejecutivo nombra todos los jueces -y esta facultad aumenta su fuerza moral--. Muchas consideraciones de gravedad me inducen a recomendaros que examinéis en vuestra sabiduría las reformas que deban hacerse en este ramo de nuestro código fundamental.

Ahora me incumbe el desagradable deber de manifestar la influencia que han tenido nuestras instituciones políticas en la penuria y abatimiento a que está reducida la hacienda nacional.

Un estado no ruede existir sin hacer consumos costosos, pero desgraciadamente la complicación de nuestra máquina política y los empleos superfluos reconocidos por nuestras leyes aumentan considerablemente los gastos indispensables. Añádase a esto la inmoralidad de nuestros pueblos, la corrupción de los jueces, la resistencia del contribuyente a pagar la cantidad que le corresponde, el descuido, la ineptitud, la infidelidad y la usurpación de los recaudadores y la imposibilidad del Poder Ejecutivo de castigar el delito. El tesoro está agotado, y la nación abrumada con una deuda exterior de treinta millones y otra interior de seis.

Aumentase mi aflicción ah deciros que la nación no ha podido pagar ni los intereses vencidos sobre estas enormes Guasas desde principios del año 1826.

Puede decirse que no tenemos sistema de hacienda. Los ensayos que se han hecho desde 1821 a esta parte han sido incompetentes y cada año nos hemos encontrado más pobres que el anterior.

Muy doloroso me es informaros que el ejército participo de la desmoralización general que ha minado en estos últimos años al resto de la sociedad colombiana y aunque varias son las camisas que han influido en la relajación de su disciplina, no han dejado de tener una parte principal nuestras leyes fundamentales y secundarias. El pequeño resto de virtudes militares que aun conservan nuestros guerreros no es debido sino al amor de esta patria, que han arrancado por su valor y privaciones de las garras del despotismo. Nuestro ejército ha visto invadidos sus derechos y apenas se quejó mientras sus males fueron soportables.

Lo que más ha contribuido a la relajación de la disciplina es la ley que somete los sentencias de los consejos de guerra a la confirmación de un tribunal civil. De este modo fueron los jefes de división privados de una autoridad que siempre tenían y los militares aprendieron en estas cortas doctrinas incompatibles con la obediencia pasiva. Se ha visto con escándalo la declaratoria de detención arbitraria por el arresto impuesto por un jefe a su subalterno. La ley que concede al militar licencia de contraer matrimonio sin previa licencia de su jefe también ha influido poderosamente.

El espíritu de desconfianza que prevalecía en el Congreso contra los militares le ha inducido a dividir los mandos en los departamentos y esta división no ha podido menos que contribuir al incremento de la indisciplina y al fomento de partidos entre los civiles y los militares. Yo recomiendo a los representantes del pueblo esta clase benemérita de la sociedad.

Tenemos buques de guerra pero sin marineros, ni los tendremos nunca mientras no se restablezcan las matrículas abolidas por opuestas al sistema liberal.

Consultad, representantes del pueblo, la naturaleza de vuestro comitente. Yo que nací entre vosotros y me glorio en pertenecer a la familia Colombiana tengo un derecho de hablar de ella tal cual me parece, no siento otro embarazo que el rubor que me causa el deciros que nuestros pueblos tienen muchos vicios, muchas preocupaciones, poco amor a la verdadera libertad que es inseparable de la práctica de la virtud. No os alucinéis con vanas teorías. Sean la razón y el sano juicio los fanales que os guíen. Dados un gobierno liberal, fuerte capaz de reprimir el crimen. Dadnos leyes pero justas, adecuadas a nuestra índole, hábitos y costumbres, y vosotros mereceréis las bendiciones de futuras generaciones, como habéis merecido ha confianza del pueblo soberano.


Tomo XXXIII del Archivo del Libertador.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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