DIARIO LA OPINIÓN DE CÚCUTA - Página editorial - 3 de mayo de 2007

El hombre de las orquídeas
Por Gustavo Gómez Ardila

 

Nació en La Playa, hermoso pueblo de la provincia de Ocaña, que después alargó su nombre para llamarse Playa de Belén. O tal vez así se llamaba desde el comienzo, pero como la gente es tan perezosa para decir nombres completos, le recortó el de Belén. Y fue gracias al empuje de algunos playeros, que después se volvió al pomposo, romántico y bonito Playa de Belén.
 

 

Pues bien, allí nació Guido Pérez Arévalo, quien desde niño dio muestras de una gran inquietud. Se volaba de la casa para ir a Los Estoraques, una maravilla de montañas de arena y de granito que se levanta a dos minutos del pueblo, y que eternizó Cote Lamus con su poema del mismo nombre.

Guido y Cote, en diferentes épocas, se embobaban horas enteras en Los Estoraques. Cote haciendo poemas y Guido echando barriletes, nombre con que en la región de Ocaña designan a las cometas.

Cuando a Pérez Arévalo La Playa le quedó pequeña para sus sueños, se fue a estudiar a Ocaña y después a Bogotá, donde se hizo abogado. Desde entonces entró a disfrutar de las mieles de la burocracia y la política. No se sabe exactamente en qué año su cabellera se le volvió enteramente cana, pero es seguro que no fueron las nieves del tiempo las que blanquearon su sien. Porque Guido no es viejo. Tal vez fue exceso de trabajo o champú de mala calidad. O de buena, porque las mujeres admiran de Guido, entre otras cosas, su frondosa cabellera blanca.

Después de haber paseado por diversos cargos del orden municipal, departamental, nacional e internacional, como lo muestra su brillante hoja de vida, renunció al mundanal ruido y se retiró a vivir una vida silenciosa y apacible en zona rural de Chinácota. Se dedicó a leer, a escribir –que escribe sabroso- y a cultivar orquídeas. No todos los humanos siembran orquídeas. Se necesita, además de conocimientos y de técnicas, una sensibilidad exquisita para las cosas bellas. Y Guido la tiene. Se necesita ser un poeta de la naturaleza y Guido lo es. Se necesita amor por las cosas bellas, y a Guido le sobra. Y se necesita vocación de jardinero, y a Guido no le falta.

Pero un día, un mal día, renunció a sus orquídeas. Sus motivos tendría. Siguió sólo leyendo y escribiendo. Acaba de publicar un nuevo libro sobre el colegio San Luis Gonzaga, de Chinácota. Como quien dice, Pérez Arévalo se metió a Chinácota en el corazón y empezó a darle todo. Ahora, Chinácota entera es su mejor orquídea. Con el apoyo de otro buen hombre, de generosidad a toda prueba, Segundo Antonio González, el escritor, poeta e historiador Guido Pérez Arévalo le dio a su patria adoptiva, la historia de los cien años del San Luis Gonzaga.

Otro éxito en la ya larga cadena de éxitos de Guido, “mi amigo de siempre”, como él mismo lo dice en el libro que me obsequió.

Chinácota debe sentirse orgullosa de tenerlo entre sus hijos adoptivos, como me siento yo, de tenerlo entre mis mejores amigos. No lo pude acompañar al lanzamiento de su libro, pero él sabe que aquí por dentro siempre estarán él, Irma y sus hijas. Y por lo del brindis, que no se preocupe. Cualquier día le pongo la teja. gusgomar@hotmail.com

http://www.guidoperezarevalo.org