| Pues
bien, allí nació Guido Pérez Arévalo, quien desde
niño dio muestras de una gran inquietud. Se volaba de la casa para ir a
Los Estoraques, una maravilla de montañas de arena y de granito que se
levanta a dos minutos del pueblo, y que eternizó Cote Lamus con su poema
del mismo nombre. Guido
y Cote, en diferentes épocas, se embobaban horas enteras en Los Estoraques.
Cote haciendo poemas y Guido echando barriletes, nombre con que en la región
de Ocaña designan a las cometas. Cuando
a Pérez Arévalo La Playa le quedó pequeña para sus
sueños, se fue a estudiar a Ocaña y después a Bogotá,
donde se hizo abogado. Desde entonces entró a disfrutar de las mieles de
la burocracia y la política. No se sabe exactamente en qué año
su cabellera se le volvió enteramente cana, pero es seguro que no fueron
las nieves del tiempo las que blanquearon su sien. Porque Guido no es viejo. Tal
vez fue exceso de trabajo o champú de mala calidad. O de buena, porque
las mujeres admiran de Guido, entre otras cosas, su frondosa cabellera blanca.
Después
de haber paseado por diversos cargos del orden municipal, departamental, nacional
e internacional, como lo muestra su brillante hoja de vida, renunció al
mundanal ruido y se retiró a vivir una vida silenciosa y apacible en zona
rural de Chinácota. Se dedicó a leer, a escribir que escribe
sabroso- y a cultivar orquídeas. No todos los humanos siembran orquídeas.
Se necesita, además de conocimientos y de técnicas, una sensibilidad
exquisita para las cosas bellas. Y Guido la tiene. Se necesita ser un poeta de
la naturaleza y Guido lo es. Se necesita amor por las cosas bellas, y a Guido
le sobra. Y se necesita vocación de jardinero, y a Guido no le falta.
Pero
un día, un mal día, renunció a sus orquídeas. Sus
motivos tendría. Siguió sólo leyendo y escribiendo. Acaba
de publicar un nuevo libro sobre el colegio San Luis Gonzaga, de Chinácota.
Como quien dice, Pérez Arévalo se metió a Chinácota
en el corazón y empezó a darle todo. Ahora, Chinácota entera
es su mejor orquídea. Con el apoyo de otro buen hombre, de generosidad
a toda prueba, Segundo Antonio González, el escritor, poeta e historiador
Guido Pérez Arévalo le dio a su patria adoptiva, la historia de
los cien años del San Luis Gonzaga. Otro
éxito en la ya larga cadena de éxitos de Guido, mi amigo de
siempre, como él mismo lo dice en el libro que me obsequió.
Chinácota
debe sentirse orgullosa de tenerlo entre sus hijos adoptivos, como me siento yo,
de tenerlo entre mis mejores amigos. No lo pude acompañar al lanzamiento
de su libro, pero él sabe que aquí por dentro siempre estarán
él, Irma y sus hijas. Y por lo del brindis, que no se preocupe. Cualquier
día le pongo la teja.
gusgomar@hotmail.com |