Home

Guido Pérez Arévalo
FRANCISCO DE PAULA SANTANDER
guidoaperez@hotmail.com


ESTADISTA, GUERRERO Y ABANDERADO DE LA EDUCACIÓN


Intervención de Guido Pérez Arévalo en la Sesión Solemne de la Academia de Historia del Norte de Santander, el día 6 de mayo de 2001, en la Casa Natal del General Santander. Publicado en "Imágenes", suplemento literario de "La Opinión", 20 de mayo/2001.

 

La muerte llegó a los aposentos del general Francisco de Paula Santander, a las seis y treinta y dos minutos de la noche del miércoles seis de mayo, del año del Señor de 1840. Revestido con el hábito de San Francisco, fue velado hasta el 12 de mayo en el Convento de la Orden del santo de Asís. Cumplidas las honras fúnebres, el cadáver fue trasladado a la capilla del colegio de San Bartolomé. El 13 de mayo, sobre los hombros de los generales de la República, llegó a la Catedral Primada. Ese día fue inhumado con todos los honores.

Dice doña Pilar Moreno de Ángel, en su extensa biografía del prócer, que el “niño Francisco de Paula Santander había nacido en una casa de muros de tapia y teja de barro, que ostentaba un altillo en una esquina. Aquel feliz acontecimiento se registró el 2 de abril de 1792, en este entorno maravilloso. Don Leonardo Molina Lemus, en su obra “La Cuna de Santander” dice que esta casa, donde hoy nos reunimos, es el monumento reedificado después del terremoto de 1875.

Pero recordábamos la muerte del prócer. En su testamento, encuentra el lector la regia personalidad de su autor: perdona a sus enemigos, reitera su inocencia en los actos de la nefasta conspiración septembrina y le deja al Colegio de San Bartolomé el bastón, como símbolo de su paso por la primera magistratura de la nación. Consciente de su responsabilidad histórica, asigna una apreciable suma de dinero para recompensar a la persona que se encargue de arreglar sus papeles oficiales y particulares. Recomienda que, con fundamento en esos documentos, se escriba e imprima la historia de su vida pública y se recuerden sus servicios a la patria. Don Roberto Cortazar, en el primer volumen de Correspondencia dirigida al General Santander, sostiene que ese archivo “constituye un severo monumento y forma el pedestal de una figura que con el paso de los siglos será más apreciada por los amantes de la libertad, de la honradez y del orden de la sociedad”.

En el proceso histórico del fundador civil de la República, encontramos tres actitudes que corresponden a su inmensa responsabilidad con sus compatriotas.  Surgen así: el hombre de la guerra, el estadista y el abanderado de la educación.

EL HOMBRE DE LA GUERRA

Encontramos a Santander en la causa de la independencia a los 18 años. Corre el año de 1810. Ingresa al Batallón de Guardias Nacionales con el grado de Alférez Abanderado. En agosto de 1818, cuando apenas cumple 26 años, brilla como general de brigada, y un año después el Libertador  lo distingue con el grado de General de División. Hace parte, ahora, del Estado Mayor. Su carrera militar es intensa.

Participó con éxito en los combates de Santa Fe, Angostura de la Grita, Loma Pelada, San Faustino, Limoncito, Capacho, Cáqueza, Pamplona, Zulia, Chopo, Ocaña, Gámeza, Pantano de Vargas, Puente Boyacá, entre otros. La amarga derrota sufrida en la batalla del llano de Carrillo contra las fuerzas realistas comandadas por el capitán Lizón y el incidente con los soldados llaneros que exigieron la dirección de Páez debieron templar su espíritu. En dos batallas corrió su sangre por las honrosas heridas de la guerra: Santa Fe y Paya.

Un suceso excepcional, registrado después de la batalla de Boyacá, marcó de alguna manera la carrera política y militar del general Santander: Barreiro y otros 37 prisioneros, de alta graduación, fueron pasados por las armas por orden del Vicepresidente, encargado del poder ejecutivo. Había entendido Santander, que debía asegurar de manera sólida y estable un territorio plagado de enemigos.

Hubo quienes lo censuraron. Otros lo celebraron. En su informe al Libertador, el 17 de octubre de 1819, dice: “... yo no podía responder de la seguridad de esta provincia manteniendo dichos oficiales en actitud de obrar contra ella, y es en virtud del competente proceso que mandé formar y que he decretado la ejecución verificada a vista de un numeroso pueblo”.

El Libertador respondió desde el Cuartel General de Pamplona, el 26 de octubre de 1819. Dijo: “Nuestros enemigos no creerán a la verdad, o por lo menos supondrán artificiosamente que nuestra severidad no es un acto de forzosa justicia, sino una represalia o una venganza gratuita. Pero sea lo que fuere, yo doy las gracias  a V. E. por el celo y actividad con que ha procurado salvar la república con esta dolorosa medida”.

El general Páez le escribió: “Cuando por primera vez llegó a mis oídos la noticia de la ejecución de Barreiro, mil veces bendije la mano que firmó la sentencia”.

Ese episodio tuvo un altísimo costo político para el Vicepresidente. Pero estaban en juego la seguridad pública y la estabilidad de la independencia. Por esas circunstancias, la historia deberá registrar ese acontecimiento dentro de las necesidades de la guerra.

SANTANDER ABANDERADO DE LA EDUCACIÓN

La educación fue un proyecto de primera magnitud en la gestión de Santander. La instrucción primaria quedó bajo la responsabilidad del Estado, de tal manera que estuviera al alcance de todos. Creó escuelas públicas en las aldeas y en los conventos. Las parroquias y pueblos con más de 30 vecinos tenían derecho a una escuela, costeada por los habitantes del lugar; ordenó la enseñanza de la lectura, la escritura, los principios de la aritmética y los dogmas de la religión y la moral cristiana. Exigió la instrucción en los deberes y derechos del hombre en sociedad. Pensando en la estabilidad de la independencia, creyó necesario instruir a los niños en materia militar. Así, en uno de los artículos del decreto expedido el 6 de octubre de 1820, se establece que ”los niños tendrán fusiles de palo y se les arreglará por compañías, nombrándose por el maestro los sargentos y cabos entre los que tuvieren mayor disposición. El maestro será el comandante”. 

Acudió a los servicios del sacerdote franciscano Sebastián Mora para establecer el método lancasteriano, utilizado en Europa, que disponía que los estudiantes mayores debían transmitir sus conocimientos a los estudiantes menores. Fundó colegios y casas de estudios a lo largo y ancho del país, entre ellos la Casa de estudios de Ocaña y el seminario o Casa de Educación en Pamplona, la Escuela Náutica de Cartagena, el Colegio de San Simón de Ibagué. Algunos de esos establecimientos se convirtieron posteriormente en centros de educación superior como el Colegio de Antioquia, transformado en 1871 en la Universidad de Antioquia. En 1826, a través de una comisión, presidida por José Manuel Restrepo, reformó la educación. Se estableció en la ley de la reforma que “la enseñanza pública será gratuita, común y uniforme en toda Colombia”. Se preocupó, igualmente, por la cultura en general. Creó una Academia Nacional, integrada por miembros nombrados por el poder ejecutivo, escogidos dentro de los más prestantes voceros de las disciplinas intelectuales. Organizó, también, bibliotecas y museos.

Seguramente por el ejemplo de Santander, la legislación colombiana ha sido pródiga en programas de educación. Hemos avanzado, por obvias razones. El Estado, la sociedad y la familia comparten la responsabilidad de la educación; y se ha establecido que será obligatoria entre los cinco y los quince años de edad, de tal manera que su cobertura tenga como mínimo un año de preescolar y nueve de educación básica. El artículo 67 de la Constitución actual dice que la educación es un derecho de la persona y un servicio público que tiene una función social. Se dice, además, que la educación será gratuita en las instituciones del Estado. Sin embargo, los establecimientos de educación pública no disponen de los cupos requeridos por la población estudiantil y se establecen procesos selectivos que dejan por fuera a numerosos jóvenes que no tienen recursos para acudir a los establecimientos privados.

Los constituyentes del 91 incluyeron en nuestra Carta Magna la libertad de enseñanza, la autonomía universitaria, la libertad de conocimiento, la libertad de cátedra, la educación y la cultura en sus diversas manifestaciones como derechos fundamentales. Derechos que no surgen como un servicio de caridad porque son inherentes a la personalidad, a la condición del ser humano. La Constitución y la ley tienen la función de reconocerlos y garantizarlos.

Volvamos los ojos a Santander y preguntémonos qué estamos haciendo para continuar su ejemplo.

SANTANDER ESTADISTA

Recordemos para iniciar este tema, la carta del Libertador dirigida a Santander, fechada el 9 de febrero de 1825 en Lima: “Yo soy el hombre de las dificultades, usted el Hombre de las Leyes y Sucre el hombre de la guerra”. Frase lapidaria, que reconoce en el Fundador Civil de la República su verdadera dimensión de estadista.

Un día su espada victoriosa soportó el peso formidable del cuaderno donde estaba impresa la Constitución. En su mesa presidencial, aquella escena simbólica mostraba al civilista que entendía la importancia de la guerra y exaltaba la supremacía de la Constitución Política de Colombia. Ya lo había dicho en su proclama del 2 de diciembre de 1821: “Las armas os han dado la independencia; las leyes os darán la libertad”.  En su discurso de aceptación de la Vicepresidencia había confirmado su espíritu civil: “... siendo la ley el origen de todo bien y mi obediencia el instrumento del más estricto cumplimiento, puede contar la nación con que el espíritu del congreso penetrará todo mi ser, y yo no viviré sino para hacerlo obrar”.

El Libertador estaba muy ocupado con la guerra contra España. Era fundamentalmente un guerrero. Mauro Torres en su “Moderna biografía de Simón Bolívar” recuerda una frase de Páez, el fogoso “León de Apure”: “Bolívar prodiga la guerra”. Y Torres aventura otra frase para darle la razón a Páez: “De las 36 batallas y los 470 combates que dio, con la cuarta parte habría sido suficiente para hacer la independencia”. Esta es una posición muy personal, que puede compartirse o no. Pero es cierto: Bolívar era un hombre sediento de gloria. De gloria que compartía íntegramente con su patria. Era, al fin y al cabo un genio, el genio de la guerra.

Pues bien. Santander entendió su misión y su responsabilidad con la patria. Cambió, entonces, el campo de batalla por el ejercicio de la administración pública y se dedicó a construir un estado de derecho para garantizar la libertad y el orden.

La formación jurídica recibida en los claustros del Colegio de San Bartolomé le permitía desenvolverse con facilidad en los asuntos del Estado. Era un hábil político y un experto en materia administrativa. Con estas herramientas logró tantos éxitos desde un escritorio como triunfos en la guerra, donde su espada refulgente construyó también la independencia.

Bolívar en la guerra, Santander en el gobierno. Bolívar trabajaba sin descanso por la independencia americana; recorría con sus soldados, palmo a palmo, los países que había jurado libertar. Era un nómada, dice Mauro Torres. Santander, por otra parte, desarrollaba sistemas avanzados de educación, estructuraba los servicios públicos, organizaba la victoria. Su herramienta era la ley, su proyecto: construir una nación dentro de los linderos del orden social.

Ante el óleo magnífico, que preside nuestras sesiones académicas solemnes, rindo tributo de ferviente admiración al Hombre de las Leyes, al Fundador Civil de la República, al Organizador de la Victoria, al patriota. Aquí está con su mirada penetrante, con su ademán galante, con su vestido metálico para enfrentar la embestida del tiempo. Aquí está, frente a la posteridad, que debe tener como alimento el curso de la historia.

GUIDO PÉREZ ARÉVALO
Villa del Rosario, 6 de mayo de 2001   

Bibliografía:

 

ARCINIEGAS, Germán. Biblioteca Banco Popular, volumen 40, Bogotá, 1972.

ARISMENDI POSADA, Ignacio. Presidentes de Colombia 1810 - 1990, Editorial Planeta S.A., Bogotá, 1959. 

CORTAZAR, Roberto. Correspondencia dirigida al General Santander, Volumen I, Editorial Voluntad, Bogotá, 1964.

HOENIGSBERG, Julio. Santander ante la historia, Litografía Dovel, Barranquilla, 1989.
MOLINA LEMUS. Leonardo. La cuna de Santander, Litografía Universidad Francisco de Paula Santander, Cúcuta, 1999.

MORENO DE ANGEL, Pilar. SANTANDER, Editorial Planeta, Bogotá, 1989.

TORRES, Mauro. Moderna biografía de Simón Bolívar, Lito Esfera Ltda, Bogotá, 1999.

 
 
http://www.guidoperezarevalo.org