¿Chinaquillo, mito o verdad?
Por Guido Pérez Arévalo

Las huellas del cacique Chinaquillo y su consorte Ilavita, campean en las brumas de la leyenda. No aparecen en los informes de los cronistas de la conquista, ni en las actas de visita a los encomenderos, ni en las investigaciones publicadas sobre el pueblo chitarero. La estampa del guerrero y la esbelta belleza de su consorte, como el indio Cariongo de Pamplona, y como Leonelda, la bruja legendaria de Ocaña, enriquecen el folclor regional pero tienen pendiente la prueba de existencia.

El origen de Chinaquillo, salvo prueba contraria, se encuentra en los fragmentos líricos de un precioso artículo de don Pedro Durán Romero, publicado en noviembre de 1907, bajo el título Chinácota antes de la conquista. Más tarde, en 1922, don Antonio Bautista, reconocido educador, compiló parte del artículo en una breve monografía de Chinácota. Posteriormente, en septiembre de 1934, el presbítero Alfredo García Cadena, Miembro de Número del Centro de Historia de Santander (actual Academia de Historia de Santander), recorrió los pasos de Durán Romero y dejó la siguiente nota, en un artículo reproducido por El Heraldito Católico: "Chinaquillo se llamaba el más viejo cacique morador del valle de Chinácota, e Ilabita se llamaba su esposa".

De las ediciones 1, 2 y 3 (10 y 16 de noviembre, y 1 de diciembre de 1907) del periódico El Núcleo, cuyos ejemplares se conservan en la Biblioteca Nacional, de Bogotá, reproducimos a continuación el siguiente ensayo de don Pedro Durán Romero:

"En un pintoresco valle, circuido de verdes colinas y dulcemente arrullado por las brisas de la Quebrada Iscalá, que lo recorre de Sur a Norte hasta la confluencia con el Río Pamplonita, había una tupida selva de caracolíes, pinos y cedros. Las lianas y los bejucos en formas caprichosas se entrelazaban, tejiendo con sus mil ramas un verde velo y a la vez formando un inexpugnable baluarte a los indios, que en sus correrías cruzaban por las cercanías de la región.

"De ese encantado y bello laberinto de verdura se elevaba un glorioso himno triunfal en honor de la naturaleza. Desde el pequeño insecto con solo monótono hasta la hermosa guacamaya de vistosas plumas y sonoros gritos, cerca de la mirla de melodiosa voz yacía el perezoso o perico ligero, formando con los paujiles y demás animales un coro de salvaje armonía, el cual era interrumpido algunas veces por el ronco retumbar del trueno en los ámbitos del valle.

"Una tradición dice que en el centro de esa encantada selva existía una laguna de limpias aguas, rodeada de verde césped, a donde es fama acudían a beber en sus linfas unos cervatillos de oro, cuando los fulgores del crepúsculo desvanecían las primeras sombras de la noche.

"Cuenta la tradición que sobre uno de los collados que demoran al Oriente, después de una jornada de caza se encontraba el valeroso Cacique Chinaquillo, acompañado de Ilavita, su bella adorada y de numeroso séquito. Habían elegido esa colina la tarde anterior, para reposar de las fatigas del día, que había sido muy agitado.

"Desde el amanecer las bandadas de garzas de albos plumajes levantaban el vuelo al espacio, o sobrenadaban muellemente en la laguna. En lontananza se dibujaba la silueta de la azul serranía y al paisaje cubría ampliamente un hermoso cielo de primavera. Desplegaba la aurora sus diáfanas claridades y los ojos de los amantes sorprendieron la magnificencia y esplendidez de la virgen naturaleza. Una luz purísima empezaba a cernerse sobre el valle, regando sobre la vegetación y la laguna un sutil polvillo de oro y convirtiendo el rocío en brillantes perlas. Brisas juguetonas llevaban en todas direcciones el grato aroma de la selva y el espíritu de los amantes indios se embriagó con la contemplación de esas invioladas soledades.

"Chinaquillo era indudablemente poeta. Sintió la atracción de lo desconocido y su inspiración le hizo soñar una leyenda semejante a la del Paraíso. Su espíritu gozó íntimamente, pues una sonrisa de agradable satisfacción contrajo suavemente el bronceado cutis de su altiva fisonomía. Ilavita percibió en las facciones de su consorte el íntimo regocijo que lo animaba y le preguntó:

"¿Por qué sonríes?

"Él le dijo: Este es el más hermoso rincón que mis ojos han visto. Hace dos lunas que mi corazón anhelaba encontrar un dulce retiro como éste, para coronar nuestros sueños de felicidad. Formaremos nuestro nido, si gustas en aquella espesura.

"Ella desplegó sus hermosos ojos negros y en sus pupilas se dibujó el bello panorama. Sus labios pronunciaron un sí; de su pecho arrancó un suspiro y sus brazos rodearon el cuello de su amado.

"Chinaquillo ordenó a la tribu ocupar el valle y en medio de la selva plantaron su vivienda.

"Tranquilo corría el tiempo en los dominios del esforzado cacique Chinaquillo. La fundación aparecía floreciente y la tribu apreciaba más cada día a su Jefe. Ilavita conservaba la belleza y majestad que cautivó un día a su amado cacique y varios hijos sanos y robustos, frutos de ese amor, aumentaba la dinastía. Chinaquillo estrechó relaciones de amistad con el Jefe de los Bocalemas y con los chitareros, que ocupaban la región occidental, y formó alianza con ellos; por esto eran considerados como una sola tribu..."

 
 
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