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Guido Pérez Arévalo
guidoaperez@hotmail.com
 
 

Puente de Boyacá. "Obra arquitectónica sobre el río Teatinos, reconstruida en piedra al estilo español en 1939, con motivo del cuarto centenario de la fundación hispánica de Tunja.

El puente fue el epicentro de los combates, y al ser tomado tácticamente y atravesado por el general Francisco de Paula Santander y su ejército, en la ofensiva contra las tropas realistas comandadas por el general Francisco Jiménez, allí se definió el triunfo patriota".

  
 

LA BATALLA DE BOYACÁ Y
L
AS GUERRAS DE COLOMBIA


Por Guido Pérez Arévalo
Miembro de Número de la Academia de Historia de Norte de Santander. Intervención en la Sesión Solemne del 7 de agosto de 2004.
Villa del Rosario, Casa del General Santander. Publicado en la Gaceta de La Academia.

Han pasado casi dos siglos desde la fecha memorable del 7 de agosto de 1819, cuando el Ejército Libertador derrotó al Ejército Expedicionario de la Reconquista Española, comandado por el coronel Barreiro en el puente de Boyacá.

Las tropas realistas estaban conformadas por 2670 combatientes, organizadas en fuerzas de infantería, caballería y artillería. El 19 de julio habían recibido treinta mil pesos, veintiséis mil cartuchos de fusil y cuatro mil piedras de chispa, para resolver las peticiones más urgentes presentadas por Barreiro, quien se quejaba de las dificultades del clima y la mala alimentación. Las armas, según sus palabras, debían descargarse regularmente porque las municiones se mojaban y era necesario estar preparado ante el enemigo.

Un informe, enviado por Barreiro al Virrey, registra seis batallones y un regimiento de caballería, que conformaban una fuerza de 2450 combatientes en las filas patriotas. "Esta gente -decía- es regular y tiene hoy disposición. El batallón de línea de Constantes de la Nueva Granada tendrá unos seiscientos hombres de fuerza, todos indios de las misiones del Casanare, miserables, y aunque algo instruidos son en extremo cobardes, por cuya razón no los exponen en las acciones según se ha experimentado. El batallón de los Bravos de Páez, con fuerza de unos trescientos hombres, es toda gente llanera de Apure de mediana instrucción y de regular valor. El batallón Barcelona es el mismo número de plazas y calidad de gente que el anteriormente nombrado. El batallón de los Rifles tendrá como doscientas cincuenta plazas, la mayor negros franceses de Santo Domingo. Es el cuerpo de más confianza que tienen, por su intrepidez y desenfreno. El batallón de los ingleses son doscientos hombres de fuerza, gente buena pero muy delicada en estos temperamentos y terreno agrio que les impide el marchar. El regimiento de caballería se denomina Guías y puede tener sobre cuatrocientos hombres, componiendo el total de las fuerzas enemigas el número de dos mil cuatrocientas cincuenta plazas, a corta diferencia. Los generales de estas tropas son Bolívar, Santander, Soublet, Donato Pérez y Anzoátegui, teniendo además porción de jefes subalternos. La tropa de infantería se halla armada con buen fusil inglés o francés con bayoneta y municionada a treinta y cuarenta cartuchos, teniendo en depósito de diez a doce cargas de fusiles y diez y seis de cartuchos; pero se me ha asegurado que la retaguardia tiene mayor número de municiones". 1/

En otra ocasión, el comandante español había considerado que la m¡tad de la tropa era de indios muy flojos.

En los Informes del ejército realista encuentra el lector que los epítetos, utilizados contra los patriotas, son los mismos que se usan en todas las latitudes y en todos los tiempos contra los enemigos de la institucionalidad: rebeldes, insurgentes, guerrilleros, salteadores, flojos, cobardes, despreciables, miserables, indios, perturbadores de la paz.

Aquellos epítetos, sin embargo, no obedecían a una verdad Institucional, porque su rebeldía tenía como fundamento la libertad. Nuestros soldados defendían la riqueza nacional y la identidad cultural, como valores inalienables y no como botín para causar atrocidades.

Aquellos adalides de la libertad defendían con su sangre la autodeterminación de los pueblos y luchaban contra un enemigo común; de tal manera que su lucha no involucraba peligro para la sociedad que representaban sino para los enemigos de la libertad.

Bien diferente es la situación actual de Colombia, porque los enemigos de la paz violan los derechos fundamentales de todos los ciudadanos con el pretexto de acabar con la injusticia social.

Pero volvamos a la Batalla de Boyacá. Con el servicio de espionaje, Barreno había mejorado la percepción del peligro que corrían sus soldados, pero menospreciaba el valor del ejército patriota. Venezolanos, granadinos, criollos, algunos extranjeros, mestizos, mulatos e indígenas, componían los grupos de batalla. Mal vestidos, mal alimentados, los patriotas tenían, no obstante el peso de las tremendas dificultades, la seguridad de la victoria, por su arrojo y porque su corazón se hinchaba con la palabra libertad.

La caballería patriota le salió al paso a José María Barreiro en el momento en que su vanguardia se disponía a cruzar el puente. Los españoles pretendían llegar hasta Santa Fe de Bogotá para unir sus fuerzas con las del Virrey Sámano.

En el Boletín No. 4, del 8 de agosto de 1819, expedido por el Jefe del Estado Mayor, coronel Carlos Soublette, con el parte de victoria, se exalta la intrepidez de Anzoátegui, el acierto y la firmeza de Santander, el valor asombroso de los batallones, Bravo de Páez y Primero de Barcelona, y el Escuadrón del Llano. "Nuestra pérdida -dice- ha consistido en 13 muertos y 52 heridos. Todo el Exército enemigo quedó en nuestro poder; fue pricionero el Gral Barreyro Comandante General del Exército de Nueva Granada, a quien tomó en el campo de batalla el soldado del primero del Rifles, Pedro Martínez; fue pricionero su segundo el Coronel Ximénez, casi todos los Comandantes y Mayores de los cuerpos, multitud de subalternos, y más de 1600 soldados; todo su armamento y municiones, Artillería, Caballería, etc. Apenas se han salvado 50 hombres, entre ellos algunos Xefes y Oficiales de Caballería, que huyeron antes de desidirse la acción".

El Libertador trató con dignidad a los prisioneros y les aseguró que podrían tener confianza en la justicia de los patriotas. Vinoni, reconocido por Bolívar por su importante papel en la traición de Puerto Cabello, fue colgado en el campo de batalla.

Dicen algunos autores que Sámano, disfrazado de Indio, huyó el 9 de agosto por el río Magdalena hacia la costa norte. Los altos oficiales españoles siguieron su ejemplo. Posteriormente, el coronel Barreiro y otros 37 prisioneros, de alta graduación, fueron pasados por las armas por orden del General Santander, quien estaba encargado del Poder Ejecutivo. Había entendido el Vicepresidente que debía asegurar de manera sólida y estable un territorio plagado de enemigos. Este episodio marcó profundamente su trayectoria militar y su ejercicio político. Hubo quienes lo censuraron. Otros, como Páez, lo celebraron. Desde el Cuartel General de Pamplona, el 26 de octubre de 1819, el Libertador escribió a Santander: "Nuestros enemigos no creerán a la verdad, o por lo menos supondrán artificiosamente que nuestra severidad no es un acto de forzosa justicia, sino una represalia o una venganza gratuita, pero sea lo que fuere, yo doy las gracias a V. E. por el celo y actividad con que ha procurado salvar la república con esta dolorosa medida".

El general Páez también escribió: "Cuando por primera vez llegó a mis oídos la noticia de la ejecución de Barreiro, mil veces bendije la mano que firmó la sentencia". Páez, como decimos coloquialmente, era un duro, un hombre recio; directo en la acción y firme en sus convicciones. El notable escritor venezolano, Arturo Uslar Pietri, en el epígrafe de su obra "Lanzas Coloradas" cita una frase del "león de Apure", que parece consecuente con su temperamento: "Destaqué al sargento Ramón Valero con ocho soldados..., conminando a todos ellos con la pena de ser pasados por las armas si no volvían a la formación con las lanzas teñidas en sangre enemiga... Volvían cubiertos de gloria y mostrando orgullosos las lanzas teñidas en la sangre de los enemigos de la patria".

A estas horas, aquellas facetas de la guerra, deben repasarse con la objetividad que reclama cada época. Barreiro no se había quedado atrás; en su informe al Virrey, desde Molinos, el 10 de julio de 1819, narra con entusiasmo la destrucción de dos columnas patriotas y la captura de varios oficiales, muertos por sus soldados en el momento en que llegaban a sus filas. "Todos -dice- querían participar en el destrozo de los rebeldes". Y agregaba que lo había consentido para calmar sus ímpetus y porque, según sus palabras, los soldados debían ensangrentarse.

La suerte de la Nueva Granada quedó sellada con la victoria en el Puente de Boyacá; pero no terminaron con ella las angustias de la patria.

Colombia es un país en guerra desde aquellos remotos días. En la "Moderna biografía del Libertador", de Mauro Torres, se dice que la Independencia se habría logrado con la cuarta parte de las 36 batallas y los 476 combates registrados. Pero, según Páez, Bolívar prodigaba la guerra.

El libertador sostenía que era el genio de la tempestad y que, según su médico, su alma necesitaba alimentarse de peligros para conservar el juicio. "Yo soy hijo de la guerra", dijo en 1821.

Eduardo Posada, en la obra "Memorias de un país en Guerra" contempla un calendario que identifica siete conflictos de gran alcance nacional: La guerra de los Supremos (1839-1842), las guerras de 1860, 1875, 1876, 1885, 1895 y la guerra de los Mil Días (1899-1902), a las cuales se suman unas 59 revoluciones locales.

El centralismo, el federalismo y el tema religioso fueron los ingredientes explosivos de las contiendas fratricidas, desde 1860 hasta la guerra de los Mil Días.

La Constitución de 1863, de corte federalista radical, promulgada por el general Tomás Cipriano de Mosquera, incidió en la alteración del orden público. A Mosquera se le recordará por su política anticlerical, por sus excesos en la autonomía de los estados y por las drásticas reformas sociales y económicas, factores que fomentaron las discordias y condujeron posteriormente a la revolución de 1876.

En 1886, Rafael Núñez, asesorado por Miguel Antonio Caro, adoptó el principio de la centralización política y descentralización administrativa, para sepultar el régimen federal. Algunos historiadores afirman que la nueva constitución estuvo saturada de espíritu autoritario; fue confesional, ultracentrista, avara en reconocimiento de libertades y predicadora de la omnipotencia presidencial. La Constitución del 86, no obstante sus innumerables enmiendas, conservó su esencia hasta 1991.

La reforma plebiscitaria de la Constitución en 1957 buscó la reconciliación de los colombianos, pero bloqueó la democracia con el reparto del poder político en los dos partidos tradicionales y desconoció a la minorías. Se alternó la dirección del gobierno, se distribuyeron los cargos públicos por partes iguales y se pusieron de acuerdo para obtener el manejo de las corporaciones públicas. Fue una reforma excluyente, que abonó el camino para el surgimiento de movimientos con ideologías extrañas al sentimiento nacional. Se agregó, en aquel momento, la influencia de la revolución cubana y el entusiasmo por la luchas populares.

Algunos analistas de los problemas nacionales aseguran que en nuestro tiempo se libran tres guerras:

- La guerra por el desarrollo económico, que busca ganarle la batalla al desempleo;
- La querrá contra el tráfico de narcóticos, el más sensible de los problemas colombianos, porque alimenta el conflicto Interno, y
- La guerra por la paz

Agrego hoy, la guerra contra la corrupción.

Las razones para desencadenar un conflicto bélico pueden ser políticas, económicas, religiosas o sociales; pero, por muy justas que parezcan las causas de la guerra, las consecuencias serán siempre dolorosas y devastadoras.

La paz, debe ser un compromiso, un derecho y un deber de todos los colombianos; pero en algunas ocasiones se vuelve un discurso manido y tedioso, utilizado para hacer protagonismo o para malgastar los recursos del Estado.

Hace pocos días los medios de comunicación se congregaron en torno a la política de seguridad democrática y encontraron una notable reducción en los secuestros, en las masacres, en los atentados contra la riqueza nacional, en los ataques a las poblaciones, en el cultivo de la coca. Las fuerzas militares, según los asistentes al evento han avanzado con eficacia en el combate al terrorismo.

Era una buena noticia, un balance esperanzador; pero en la página siguiente, del diario más Importante del país, que editorializó sobre el tema, el Vicepresidente de la República, declaró que las pérdidas por corrupción superan los 14 billones de pesos al año en Colombia.

Una Importante porción de los recursos del presupuesto nacional se queman en la hoguera de la guerra, mientras el estado social de derecho, que busca una determinada calidad de vida con fundamento en los factores de alimentación, salud, educación, vivienda y trabajo con salario digno, no sale de las páginas de nuestra Carta Fundamental.

Cada vez que oímos los informes del gobierno, como el del balance de la seguridad democrática, creemos descubrir en el horizonte un tímido rayo de luz que quiere despertar nuestra esperanza, sumida en un letargo de sueños perdidos. Pero, al mismo tiempo, somos estremecidos por la actitud de algún alto funcionario que enciende la mecha de la discordia en las altas tribunas de la patria, o por las investigaciones que descubren la complicidad de algunos servidores del Estado en los delitos que deben perseguir, o por la corrupción rampante que corroe todos los estamentos sociales.

Este inventario de angustias debe ser motivo de reflexión y de compromiso con la paz, que es responsabilidad de todos los colombianos. Es necesario construir el futuro de nuestros hijos sobre las cenizas de la violencia y sobre las bajas pasiones que han enlutado a la familia colombiana.

Los hechos contemporáneos, que mañana serán historia, deben convocarnos a buscar, dentro de los principios de la reconciliación y la justicia social, los instrumentos para combatir la intransigencia de los enemigos de las libertades públicas.

BIBLIOGRAFÍA:

- Friede, Juan. La Batalla de Boyacá a través de los archivos españoles. Biblioteca Virtual, Banco de la República.
- Ocampo López, Javier. "Agosto 7 de 1819. Adiós al Imperio". revista Semana, 23 de julio de 2004.
- Sánchez, Gonzalo y otro. Memoria de un país en guerra, Editorial Planeta 2001.
- Pérez Escobar, Jacobo. Derecho Constitucional Colombiano. Quinta edición, Librería Temis 1997.
- Restrepo, Juan Camilo. Artículo, revista Credencial.

1/ La Batalla de Boyacá: 7 de agosto de 1819 a través de los archivos españoles /recopilación documental transcrita y anotada por Juan Friede. Friede, Juan, 1901-1990, comp. Biblioteca Luis Angel Arango. Documento No. 39:

De Barreyro a Sámano
Paipa, julio 19 de 1819.

Excelentísimo Señor. — Contesto al oficio reservado de Vuestra Excelencia número 163 que recibí antes de ayer, hallándome en marcha y que por esta causa no me ha sido posible ejecutarlo anteriormente. — El teniente del batallón 1º de Aragón, don José Sanabria, me ha entregado el día de hoy los treinta mil pesos que Vuestra Excelencia destinó para las tropas de operaciones, los que por el comisario de la división han sido repartidos equitativamente en los cuerpos. Igualmente lo ha hecho de veinte y seis mil cartuchos de fusil y cuatro mil piedras de chispa, renglón que nos era ya de suma necesidad y que ha tenido no poca parte en la paralización de las operaciones en estos días anteriores. Quedo enterado de la escasez que existe de esta munición en la actualidad y de la economía que con ella debe viarse; pero deberé hacer presente a Vuestra Excelencia se vea el más pronto remedio de proporcionarla, pues esta tropa es muy difícil el contenerla en hacer fuego; además, que las inmensas y continuas lluvias que nos cubren y el poco abrigo del soldado, pues los más carecen de cobijas, contribuye al gran consumo de municiones, pues continuamente es preciso hacerlos descargar las armas por hallarse mojadas. Y permaneciendo siempre a la vista del enemigo, no puede menos de tenerlas prontas a hacer fuego. A pesar de esto, viaré de todos los medios posibles de economía y he mandado se recojan las balas sueltas que resulten para dirigirlas al parque de artillería. — Por las noticias que he adquirido de los pocos espías buenos que he encontrado y declaraciones de los prisioneros, puedo dar a Vuestra Excelencia una idea muy aproximada del enemigo en su situación, fuerzas, designios y demás que Vuestra Excelencia solicita saber. — El enemigo tiene subdivididas sus fuerzas en seis batallones y un regimiento de caballería. Los primeros se nombran de Cazadores Constantes de la Nueva Granada. Su comandante era Antonio Arredondo que murió en la acción del 11 en Gámeza. La fuerza puede ascender a unos cuatrocientos hombres, todos ellos de los pasados de los cuerpos de la división y vecinos de los pueblos del Casanare y serranía próxima. Esta gente es regular y tiene hoy buena disposición) instrucción. El batallón de línea de Constantes de la Nueva Granada tendrá unos seiscientos hombres de fuerza, todos indios de las misiones del Casanare, miserables, y aunque algo instruidos son en extremo cobardes, por cuya razón no los exponen en las acciones según se ha experimentado. El batallón de los Bravos de Páez, con fuerza de unos trescientos hombres, es toda gente llanera de Apure de mediana instrucción y de regular valor. El batallón Barcelona es el mismo número de plazas y calidad de gente que el anteriormente - nombrado - . El batallón de los Rifles tendrá como doscientas cincuenta plazas, la mayor parte negros franceses de Santo Domingo. Es el cuerpo de más confianza que tienen, por su intrepidez y desenfreno. El batallón de los ingleses son doscientos hombres —de— fuerza, gente buena pero muy delicada en estos temperamentos y terreno agrio que les impide el marchar. El regimiento de caballería se denomina Guías y puede tener sobre cuatrocientos hombres, componiendo el total de las fuerzas enemigas el número de dos mil cuatrocientas cincuenta plazas, a corta diferencia. Todas estas fuerzas se hallan reunidas en las inmediaciones de Santa Rosa, a excepción de los ingleses que se hallan a retaguardia, por no permitirles su desnudez y falta de calzado el seguir las marchas de los demás, teniendo el doble objeto de contar con este cuerpo en caso de una desgracia, para con seguridad trasladarse a otro punto el rebelde Bolívar. — Los generales de estas tropas son Bolívar, Santander, Soublet, Donato Pérez y Anzoátegui, teniendo además porción de jefes subalternos. — La tropa de infantería se halla armada con buen fusil inglés o francés con bayoneta y municionada a treinta y cuarenta cartuchos, teniendo en depósito de diez a doce cargas de fusiles y diez y seis de cartuchos; pero se me ha asegurado que a retaguardia tienen mayor número de municiones. La caballería está armada de carabina y lanzas. Sus designios no pueden ser muy conocidos pues estos no los confían a los subalternos y por consiguiente es difícil adquirirlos. A pesar de ello, pueden calcularse por estos datos positivos. De resulta de las continuas pérdidas que en Venezuela sufrió Bolívar, formaron los revolucionarios una especie de congreso o senado que depuso del empleo de jefe supremo a aquel cabecilla, dejándole solamente la condecoración de General en Jefe de un ejército que él debía sostener y fomentar, al igual de Páez, Zarasa y otros de algún concepto en los Llanos. Bajo este aspecto tuvo que abandonar a Guayana con sus fuerzas y venir al Apure a hacer la guerra, en donde continuamente ha estado huyendo del Excelentísimo Señor General en Jefe —Morillo-—, disminuyéndose pon consiguiente sus tropas y concepto. Concluida la campaña de aquellas provincias, viéndose sin puntos para sostenerse con seguridad y con desaveniencias con Páez, formó el designio de venir al Casanare a unirse con Santander que, como nombrado anteriormente por él, debía contar con su apoyo. Así lo ha ejecutado y unidas ambas fuerzas han penetrado al Reino, del que conserva siempre el título de gobernador general Santander, y el de general en jefe, Bolívar. — De todo lo que se infiere, que su designio ha sido venir a un país donde no tenía (n) noticias de su deposición, fomentarse algún partido, ver si puede apoderares de algunas provincias y sacar algunos recursos para con ellos contrarrestar el poder del senado y nombrar el supremo que antes ejercía. Estas son sus miras en grande. En cuanto al particular de las operaciones, conceptúo que después de las acciones del 10 y 11 donde conoció el valor de nuestras tropas, evitará cuanto le sea posible una acción general, a menos de no tener una posición muy ventajosa; que tratará de ponerse en comunicación con las partidas de ladrones que existan en el Reino, introduciendo seductores en las poblaciones que atraigan algunas gentes a su partido; posesionarse en algún punto seguro con la infantería y, formando un gran grupo de caballería, hacer correrías por el país, valiéndose para el efecto de la audacia y barbarie de Donato Pérez; fomentar al mismo tiempo las partidas que inquieten a los pueblos y atraer por este medio la sujeción de ellos y nuestro exterminio. Es cuanto he podido calcular por las noticias que he recibido y me presumo no estaré muy equivocado. Vuestra Excelencia con estos conocimientos podrá inferir mejor y calcular si mis conjeturas están sujetas a razón. — Para desvanecer todos estos planes no necesitamos por ahora de otra cosa que la reunión de fuerzas, y si intentasen evadirse de una acción decisiva, perseguirlos hasta obligarlos a ello. Por esta razón digo a Vuestra Excelencia trato de marchar sobre Santa Rosa, pero es preciso estar con el mayor cuidado, pues aun cuando la calidad y valor de nuestros soldados no puede igualarse, su mayor número y las mejores posiciones donde se sitúen pueden obligarnos a no conseguir su destrucción. — Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. — Paipa, julio 19 de 1819. — Excelentísimo Señor José María Barreyro.

Excelentísimo Señor don Juan Sámano.

 
   
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