CUENTOS DE BRUJAS, DE PAPAVIVI Y CHAVITO

Fredy Hernesto Yaruro Castilla

 

Llega la noche y, con ella, un viento frío y tenebroso que cubre a Aspasica, viento que en los pinos del cementerio se vuelven melodía. En la cocina de la casa de mis abuelos, arde el fogón de leña y nos disponemos a escuchar una historia más sobre las brujas de mi pueblo.

De repente, nos quedamos a oscuras, la luz se ha ido, y se escucha sobre nosotros un gato maullar; un susurro me llena de escalofrío cuando escucho "es Erminia, está en el techo de la cocina". El viento con sus poderosas alas mueve las tejas y en la lámina transparente aparece una gran sombra que nos pone la "piel de gallina". El fuego arde con gran intensidad: crujen los leños en el fogón y se desmorona la ceniza. Se acerca una nube luminosa a la puerta de la cocina y buscamos el amparo de papavivi. Es mi abuela Chavito quien se aproxima con una vela, proyectando sombras fantasmales en las paredes de la cocina .

Uno de mis primos se levanta de la silla y nos dice, con voz temblorosa: "Vámonos a dormir, ya me dio miedo". Mas no le prestamos atención porque deseamos escuchar las historias de mi abuelo. Mientras tanto, mi abuela Chavito se apresura a repartirnos talvina. "Humm... está deliciosa, Chavito, como siempre".

Mi primo pide la bendición para irse a dormir, mis abuelos le contestan "que Dios y la Virgen lo protejan y lo cuiden". Va saliendo, baja el escalón que separa la cocina del corredor, cuando la luz de un relámpago y el estruendo de su rayo lo detienen. Vuelve presuroso a los brazos de mis abuelos.

Cuenta papavivi que a Luis Ortiz, el de Pablo Emilio, lo estuvo molestando una bruja: la sentía en las noches, moviendo las tejas de su casa, en El Salero, y riéndose a carcajada limpia. La condenada tenía una risa muy maluca y, una vez que entró a su casa, se paró a su lado; él quería pedir auxilio, pero no le salía la voz, lo intentó de una y otra forma pero todo fue en vano. La bruja se quedó frente a él, con su risa maluca, haciéndole muecas hasta el amanecer. En otra ocasión, al compadre Pablo Torrado le salió en forma de vaca voladora, botando fuego por las narices. Mi compadre venía de El Filo y ya estaba próximo a entrar a su casa, cuando la vaca voladora pasó zumbando por el techo y se dirigió al cementerio con su risa burlona.

Mi primo, con los ojos bien abiertos, abrazado a mi abuela, ya había perdido el sueño.

Maulla nuevamente el gato, miramos hacia el techo de la cocina y nos quedamos quietos, esperando la aparición de aquella bruja, del cuento de papavivi.

Mi abuelo prosiguió: "En una noche, así como esta, al compadre Luis Arenas se le acostó una bruja a su lado. Ésta empezó a besarlo y a abrazarlo apasionadamente, y amaneció con el cuello lleno de moretones y la cara llena de colorete".

En esas, le pregunté a mi abuelo: "¿Papavivi, qué son las brujas? Él, con su mirada tierna y su sonrisa comprensiva, me dice: "Las brujas son mujeres solitarias, que asustan para divertirse durante las noches oscuras".

La comadre Elvira Melo tenía una sirvienta que era bruja; en su casa no sabían que era bruja hasta cuando llegó de visita a la casa de mi comadre. Era una noche muy oscura. Mi compadre Miro llegó hasta la puerta del aposento a despertarla, pero la llamó hasta que quedó ronco. Entonces decidió entrar a la habitación donde la encontró entre un circulo de velones. Aparecía como muerta, la tocó en un lado y otro para despertarla pero no reaccionó. Al otro día se supo que había asustado al pobre de Azael Bayona, quien estaba tomando trago en Los Moros y bajó al filo de la media noche a su casa. Mi comadre Elvira la sacó de la casa a punta de agua bendita.

En esas mi abuela Chavito nos dijo que las brujas no tenían más oficio que ése, el de asustar y molestar a los despistados en las noches de poca luna, y prosiguió: "A la finca de Estorfio Pacheco van casi todas las noches, se apean de un caballo y hacen trenzas en su crin".

Chavito respira profundamente y nos dice: "Debemos orar al Espíritu Santo y pedirle que nos libre del encuentro con una bruja".

Mi primo le pregunta a mi abuelo qué debemos hacer para que las brujas no entren a una casa y papavivi contesta: "Lo mejor es coger un hilo, untarlo de ajo y rodear toda la casa, y santo remedio". Mi abuela replica: "No, la mejor forma es coger las mangas de un pantalón y hacer cuanto nudo se pueda, así, cuando la bruja entre a la casa, se va a entretener soltándolas y ahí es donde le echamos agua bendita para que no vuelva a aparecer".

Una vez -cuenta papavivi- se me olvidó apagar el radio que tenia en la estantería de la tienda y me levanté a apagarlo, pero el condenado bombillo no encendió. A mi lado, sentí, primero, una respiración muy fuerte y, enseguida, una risa burlona. Prendí mi mechera de gasolina, pero no vi nada. Como pude, me acerqué a la estantería y apagué el radio; me dirigía a la sala cuando escuché nuevamente la risa burlona. Volví a encender la mechera y nada, entonces, dije: "Conmigo no vas a jugar bruja del carajo, y desenvainé mi cuchilla de matar marranos y tiré cuchilla por toda la tienda. Al otro día, en El Filo, apareció una mujer con cortadas en todo su cuerpo". Otra noche, estábamos en el negocio del compadre Orlando, en El Filo, cuando apareció una gata negra con los ojos que parecían los del mismo diablo. No había luz, y apenas nos veíamos con los tenues rayos de la luna, pero mi compadre, quien sabía dónde estaba cada cosa de su tienda, agarró un pedazo de palo, afilado para partir panela, y se lo tiró a la gata, en sus patas traseras. Al otro día apareció otra mujer en muletas, con los pies enyesados.

La vela se extinguía en medio del silencio cuando mi primo preguntó: "Abuelo y quiénes eran esas mujeres". Él contestó: "Dicen que una era Erminia y la otra Luisa".

Cuando llegó la luz, mi abuela Chavito se levantó de su silla y ordenó: "A la cama, mis hijos. No más cuentos de brujas porque no van a poder dormir esta noche".