CARMITO LEÓN: LA LEYENDA

Fredy Hernesto Yaruro Castilla

 

Carmito León fue un personaje. Vivió hace muchos años en Aspasica, en diferentes veredas: La Peña, Corral Viejo y Guarumal.

Era un hombre enigmático, que sabía mucho de fármacos, carpintería, mecánica. Era un todero. Su conocimiento se basaba en la lectura, ya que contaba con una biblioteca muy completa.

Según cuentan muchas personas, como Evelio Arenas, Luis Ortiz, Azael Bayona, Prisciliano Yaruro y Luis Vergel, entre otros personajes de Aspasica, a la casa de Carmito León acudían muchos enfermos a buscar su ayuda para ser sanados. A raíz de su vasto conocimiento, los moradores de Aspasica y sus alrededores lo tildaban de duende y de tener pacto con el diablo.

De cada diez personas que acudían para ser sanadas, sanaba nueve y a la otra le anunciaba que su enfermedad no tenia cura y, por lo tanto, moriría.

Carmito contaba en su biblioteca personal con libros de botánica y de hechicería. Su padre, Régulo León, intentó quemar los de hechicería, pero quedó atónito cuando observó que el fuego no los consumía. Uno de sus hermanos, que vio lo que pasaba, recogió los libros y nunca más se supo de él.

Luis Vergel decía que convertía las gallinas en sapos: agarraba una gallina, la lanzaba al monte y al rato aparecía un sapo. Cuando Carmito salía con sus amigos a parrandear se transformaba en toda clase de animales, convertía las cosas en lo que el quería y luego las volvía a su estado original.

Otro oficio que desempeñaba muy bien, y sin causar dolor, era el de sobandero. Ganó muy buena fama y dinero. El tiempo lo convirtió en leyenda. Recetaba con mucha sabiduría y gran convencimiento, pues a sus experiencias de medicina convencional agregaba los secretos sobre las propiedades de plantas curativas.

Carmito viajaba por muchas ciudades de Colombia, como Cúcuta, Medellín, Bogotá, Yopal y Bucaramanga, a investigar nuevos métodos de sanación: observaba juiciosamente y regresaba a la comarca donde sus pacientes aguardaban los últimos remedios.

En las parrandas, cuando se acababa el aguardiente, mandaba traer agua y la convertía en la bebida que el quería. Si no había comida, convertía las matas de café en arboles de naranja o en aguacates, sólo para seguir la rumba.

De su chaqueta sacaba semillas de diversas frutas, las tiraba al suelo y en cuestión de segundos éstas crecían, daban sus frutos y se secaban al finalizar la cosecha. Recogía pequeñas piedras, las lanzaba al aire y caían gallinas con sus pollitos. Era un gran ilusionista.

Una vez lo invitaron a misa, a la que asistió gustosamente, al salir lo invadió la lepra, que secó sus manos. Comprendió que era un castigo de Dios y no volvió a salir de su casa, que quedaba al pie de la escuela de La Peña.

Al morir dijo estas palabras: "Dios mío, perdona el daño que hice en mi juventud, líbrame del fuego del infierno y dále la paz a mi espíritu".