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Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo,
solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes
venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a
las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino
con sus verdugos.
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Detesto toda forma de nacionalismo, ideología -o, más bien,
religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte
intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte
en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita
del lugar de nacimiento.Junto con la religión, el nacionalismo ha sido
la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos
guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente.
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La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos
sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares
y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía,
la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un
hogar al que podemos volver.
MARIO
VARGAS LLOSA
Elogio
de la lectura y la ficción
Estocolmo,
Suecia. En su discurso, titulado 'Elogio
de la lectura y la ficción', para aceptar el Premio Nobel de Literatura,
Vargas Llosa rindió homenaje a su madre y a sus maestros, entre quienes
citó a Flaubert, Faulkner, Cervantes, Dickens, Tolstoi o Thomas Mann. Quiero
a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como
el agradecimiento que le tengo, resaltó el escritor peruano.
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La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño
y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la
literatura.
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Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan
la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la
vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana.
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Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata
a secundarla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como
las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia
está funcionando...
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El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter
indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía
soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella
mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran
nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y
alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas,
administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas
y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace
las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace
el mejor de los elogios: Mario, para lo único que tú sirves es para
escribir.
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Escribir es una manera de vivir, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera
de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la
cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando
el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la
ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al
crecer quisiera tragarse todas las historias.
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La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo,
nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos,
transcurrimos y morimos. Ver:
Entrevista Isabel Elvira Rueda