| Que
falte cualquier cosa pero menos la arepa y el vallenato. ¡Ni de vainas!
La última vez que estuve en Ocaña, comenzando 2003, tuve la sensación
de que el acordeón siempre sonaba. Todas las noches, todos los días.
Cuando un salsero apareció en el escenario del concierto principal del
Carnaval, en el Hermides, el ambiente se relajó, la gente aprovechó
para descansar. Pero todos añoraban el reinicio de la rumba vallenata.
Y vallenato fue lo que vino, casi hasta al amanecer. Por
allá en el 99 fui a una reunión de amigos en Ocaña con la
idea de e integrarnos más y charlar un poco sobre un trabajo que realizábamos
en equipo. Iniciamos con música suave para que la palabra fluyera. Los
'boleganchos', inevitablemente, también fluyeron. No pasaron más
de treinta minutos para que alguien preocupado por el formalismo de la reunión
le gritara al anfitrión con toda energía: "No jodás,
ponete un vallenato". Al instante sonó Diomedes. Pude ver en su rostro
una sensación de felicidad extrema y luego soltó un 'hay, hombe'
que bien pudo llegar hasta la nube donde Alejo Durán todavía sueña
con Alicia Adorada. El vallenato parece saturar pero es lo que le gusta
a la gente de la Provincia. Definitivamente es lo más popular. Se baila
relativamente fácil y 'pegao', muchos temas tienen estribillos pegajosos
que invitan a su canto ("Hay hombe, olvidarla es imposible") y las parrandas
alzan vuelo con una rapidez que pondría celoso a Baco. Muchas parejas se
han enamorado a punta de vallenato y hoy, ya casados, se sonríen de las
amacizadas que disfrutaron. Por
allá en los ochentas y en buena parte de los noventas, el merengue logró
hacerle mella al 'arrugao' pero no la suficiente como para que en los bailes de
Ocaña no se pusiera uno que otro 'disquito' vallenato para que las parejas
tuvieran chance de calentarse el oído mutuamente. El merengue se escuchó
tanto en Colombia que prácticamente todos nos aburrimos del sonsonete.
Recuerdo a un melómano importante proponiendo el FAM, el Frente Anti-Merengue,
con la idea de derretir el ritmo a cómo diera lugar. Yo me matriculé. El
vallenato se escucha y se baila en todos los rincones de Colombia. No olvido la
imagen de varias parejitas de indios kurripacos en una discoteca de Mitú
(Vaupes), bailando al mejor estilo de los blancos, como ellos mismos nos dicen.
Sencillamente me senté a verlas.Gústenos o no, el vallenato es una
expresión cultural que ha calado en la gente y se ha convertido quizá
en la impronta más sobresaliente de nuestra identidad cultural en el exterior.
No
creo que nos aburramos del vallenato como sucedió con el merengue. Los
cuarentones, como yo, seguiremos libando 'transparentes' con el galillo de Poncho,
con los versos pícaros de Oñate o con las ocurrencias de Diomedes.
Ojo, hablo de Diomedes el de antes, un tanto 'corroncho' quizá, pero muy
autentico. Los 'pelaos', en cambio, seguirán bailando el vallenato de un
amplio abanico de artistas que ni me acuerdo como se llaman. Puedo acordarme de
"Los inquietos" porque Jorge Barón los puso hasta en la sopa.
También puedo referenciar a Iván Villazón; me parece que
tiene una propuesta musical interesante o al menos diferente. ¿Y
la arepa? En La Provincia no se perdona la arepa de la mañana ni la arepa
de la noche (entiéndase bien, por favor). No falta el fanático fundamentalista
que la quiere ver hasta en el almuerzo. El queso calentano rayado parecía
ser su fiel y eterno compañero en otros tiempos. Como Sancho y el Quijote.
El huevo con sus distintas formas de preparación o el bocachico salado,
aparecían de vez en cuando. Cuando había plata, pero muy poquitica,
tocaba echarle mano a dos tarritos: el de la sal y el de la de manteca. La arepa
con carne de res o de cerdo era para la raigambre criolla. Si
bien tales acompañantes siguen más que vigentes, sacando quizá
a los tarritos, ahora vemos la arepa con otros supuestamente más dediparados:
Jamón, antipasto Frudens (el del primo Koke Franco), mollejas, pernil de
pollo sudado, bagre salpreso desmechado revuelto con huevo, hígado encebollado
con cebolla ocañera o bocahico fresco guisado. Este último plato
me jala a la tierra como si fuera un imán poderoso, como el que usa Tom
para joderle la vida a Jerry, su sempiterno perseguido. No me vayan a decir que
no lo han visto. También me jala la arepa acompañada con una mezcla
de cura y queso criollo, solo que la cura ya ni se ve y el otro ingrediente toca
encargarlo a Indiana Jones por aquello del tesoro perdido. De
pelao ayudé muchas veces a la tarea de hacer arepas. Con maíz sancochado,
fogón de leña, tiesto de barro y hoja de plátano chocheco,
como lo sentenciaba la costumbre de los viejos queridos. No aprendí la
clave para saber cuando el maíz llegaba a su 'puesta a punto' de sancochado.
Recuerdo que mi madre se asomaba al fogón cada rato, sacaba un grano de
maíz del perol y se lo echaba a la boca. De ahí no supe más. Entre
mas chiquito era uno la molienda del maíz era mas cansona ya que los molinos
se diseñaban e instalaban para la talla de un adulto. Eso no ha cambiado
todavía en algunos hogares, supongo. Los hogares supuestamente "modernos"
dieron el salto a la harina de maíz, que muchos llaman 'promasa' en alusión
a una marca. En realidad no fue un salto si no un largo momento de transición
que empezó con una gran desconfianza de los mayores hacia el producto y
terminó cuando se dieron cuenta que los pelaos de entonces, por allá
en los setentas, la aclamaban. Más por su nuevo sabor que por su calidad,
creo yo. Y
en realidad son los jóvenes los que terminan imponiendo cambios, muchas
veces por el solo prurito de hacerlo o por el afán de diferenciarse de
sus mayores, acciones que parecen arrastradas por el libre albedrío. No
lo digo yo, lo dice la historia. ¿Se imaginan ustedes a un joven de hoy
usando terlenka? Se
habla entonces de dos arepas: la de maíz y la de 'promasa'. Como si la
'promasa' no fuera de maíz. Creo que fue un sarcasmo inteligente de los
viejos para echarle vaina a esa harina que antes venía de Medellín.
También se puede hablar de tres generaciones que conviven hoy día.
La generación del maíz, en donde cabe todo aquel que llegó
a los 40 años a punta de arepa de puro maíz, la generación
de transición, en donde cabe todo aquel que llegó a la misma edad
comiendo las dos clases de arepa en tiempos mas o menos repartidos y, la generación
'promasa', en donde cabe todo aquel que, aún siendo de la Provincia, pregunta:
¿Y es que antes las arepas se hacían así, mamá? No
los culpo. Dicen
que en el amasado está clave de la arepa ocañera. Tiene también
su 'puesta a punto'. Arepa que no se amasa bien queda como un rejo y no levanta
pellejo. Sobre todo la arepa de maíz sancochado, puesto que la masa que
sale del molino es muy tosca pero definitivamente pura, virginal. Pero
muchas doñas dicen que no solamente es el amasado. Miren ustedes el espectro
de variables que a ellas les ha tocado capotear: El tipo de maíz o la marca
de la harina, el punto de sancochado, la temperatura del agua de amasado, el material
del tiesto y la temperatura, la proporción al mezclar masa de maíz
con 'promasa' (a la arepa que sale de allí la podríamos llamar intergeneracional),
el tendido y calibre de la arepa, el tiempo de asado de la cara por donde se levanta
pellejo, el tiempo de asado de la otra cara
en fin, hasta el buen genio y
la virgen de Torcoroma influyen. "Me
voy como llegué: sin un cuartillo y con una arepa sin sal entre el bolsillo".
Guido, ¿quien dijo eso? * | |