|JESÚS ANÍBAL PÉREZ SÁNCHEZ, Presbítero|

 

¡EL LIÓN DE KOLASA!...



 
 
El solitario como inmenso reloj de la sala, silenciosamente admirado por todos, desenrollaba su cuerda, y al vaivén de la pesa dorada, anunciaba con hermosa melodía, las tres y treinta, de la madrugada.

¡Lión!...,¡Lión!..., ¡nos cogió el día!..., Lo espero en la cocina pa'que tome café… Y mamá Kolasa se sentó al borde, de la fecunda cama; llevó su mano derecha a la frente, luego al pecho, y desde el hombro izquierdo hasta el derecho, trazando en su interior el signo de la libertad de los hijos de Dios, y de la humilde consagración de la propia vida, a la real vivencia de los más sagrados principios, y valores.

Mientras, recitaba el Ave María y los tres Padrenuestros, estiraba el camisón con el que había dormido, desde cuando desapareció el sol, en los estoraques de los patatoques; el mismo que al regresar, encontraría su mejor gente, desayunados ya, y doblados en sus quehaceres.

Mamá Kolasa, mientras decía: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, a tientas, buscando la mechera, encendió una vela; y a su tenue luz, destrancó la imponente puerta, hecha de la mejor madera; salió del aposento inmenso, donde ya dormían Lucía, Sara y Efraín, tres, de los once hijos que tendría; Ernesto, Carlos, Luis, Porfidia, Ana Delia, Emiro, León Ángel y Gilma María, son los nombres de los que vendrían. Mamá Kolasa atravesó la sala de los cuatro asientos, hechos con los mejores trozos, del cuero, lucido por los toros.

Ya en la cocina, encendiendo el fuego, y atizando el fogón, mama Kolaza juagaba su boca, recitando credos, y cantando Salves, a la Santísima Señora. Entretanto, el agua hierve, la panela se disuelve, y viene lo esperado: caen con exquisito aroma, las cucharadas del mejor café, las pepas que Lion, y sus obreros, bajo los inmensos guamos y algarrobos, han cultivado, cosechado y beneficiado, para que Kolasa tueste, sus hijos muelan, y sea guardado en el frasco de vidrio, de amplia boca, porque lleno estuvo, con esas grandes bolas dulces, que a los niños de la casa, y también los visitantes, solían degustar.

Dejemos a Kolasa en su familiar cocina, mientras, el aroma del café atrae, a su muy amado esposo, para contarle quien es ¡Lión!..., el Lión de Kolasa.

¡Lión!..., así le decía mamá Kolasa, a su admirado como respetado Señor: Don León Pérez Manzano; aunque en realidad, el comenzó a ser Pérez, en sus años mozos, y Don, cuando en su siglo, tuvo como ofrendar dos casas en el pueblo, al Buen Dios, que nunca pudo encontrar un párroco, capaz de administrarlas en bien de sus feligreses, sino otro, que se desencartara de ellas.

Don León en su infancia fue Manzano, como Manzanos fueron sus hermanos, entre ellos Pedro, el bobo de los rampachitos, y Francisco, hijos de Benedicta (o Luisa???...), una de esas negritas, descendiente de los esclavos del amo Manzano, a quien ninguno de sus blancos amantes, le quiso reconocer sus hijos; y ella, nunca tuvo como alimentarlos, más allá de lo que sus desnutridos pechos pudieron dar.

Mamá Kolasa, es el inmenso aprecio, y la admiración profunda, de los Pérez de Patatoque, quienes tuvimos en Nicolasa Claro Vega, el más grande Corazón, en forma de menuda y agraciada mujer, muy digna de su serio, como responsable, y trabajador esposo.

Mamá Kolasa hija de Plagedes Claro Álvarez y Benedicta Vega Sanguino, nieta por Papá, de Julián Claro y Martina Álvarez, y por parte de la mamá, nieta de Juan Esteban Vega y María Sanguino, fundadores de la Playa de Belén, hermana de Benardina, la esposa de Agapito Claro; de Damián, el esposo de Isabel Sepúlveda; de Eulalio, el esposo de Lucia Claro Bayona, la mamá de Lucas Jesús Claro; de Elisa cuyo esposo era leproso; de Dolores o Lola, la esposa de Inginio Gallardo, Antonio, Carlos Ramón, y otra Nicolasa que se casó con Juan Ramón.

Mamá Kolasa es un ícono de la mujer playobelemita, efigie acrisolada en nuestro Paraíso de arena, consagrado a la abandonada, y nunca bien valorada, Virgen de Belén, sin hijos como Marco Aurelio Sánchez Manzano y Miguel Tarazona que le hagan fiesta, no sin antes acudir a Don León, entre los principales sufragantes de los gastos.

Pues aquella madrugada de las tres y treinta, después de que Lión y Kolaza tomaran café en la misma totuma, y caldo de huevos criollos, en la misma taza con dos cucharas, sin que faltara la inmensa como original arepa con queso, Lión trajo el caballo, le adoso los mejores aperos, para acomodar su única montura; en los amarros metió sus piernas, abrazó a Kolaza, la besó en la frente, y haciendo una vez más, la señal de la cruz sobre sí mismo, apeo su bestia, y tiró de la rienda.

La bestia, al instante, comprendió la voluntad de su chalán, y se apresuró a tomar el camino que hoyada arriba, conduce hacia los verdes y hermosos parajes de KurasiKa. Una vez más, como cada cuarto, media y hora plena, el melodioso y sonoro reloj de la sala, anunciaba las cuatro treinta, de aquella madrugada.

Mamá Kolasa se va con él, en sus incesantes plegarias de Oración, mientras regresa al aposento, como valiente guardiana de su prole; allí esperará media hora, para tocar la diana, que les haga despertar, con la bendición del santo rosario recitado.

Serían las cinco treinta, minutos más, tal vez menos; pues el único reloj, era el de la sala; al despuntar el alba, por los lados del pantano, las riendas advirtieron al caballo que debía parar, para que León, pudiera observar aquello. Allí en su sendero, cantidad de tejos, trozos de barro bien cocidos, intentaban cubrir de algún modo, incontables monedas de oro, jamás vistas, por quien apellidado Manzano, se dedicó a criar cerdos, logrando sobrevivir, en su sufrida infancia y adolescencia inquieta.

Tres veces trazó León la señal de cruz sobre sí mismo, en su asombro por lo que veían sus ojos; la mente desvariaba sobre cuál sería su proceder, segundos que se hacían eternos, invocaciones a Dios, no sabía qué hacer. El temor y la alegría aceleraban su corazón, desmontó entonces, saco sus piernas de los amarros, ató sus puntas, tan fuerte como el impacto que sufría su mente, y comenzó a llenarlos, con las desconocidas monedas que esparcidas entre los tejos, cantaban al aire de su añorada libertad.

Aunque la realidad sea otra, esta es la leyenda, de la fortuna, que recibió el niño Manzano, descendiente de la Manzaná de esclavos, para poder reclamar su paterno apellido, y merecer de un pueblo, el Don que reconoce la entrañable bondad para con los suyos, hasta hacer suyas, las necesidades de todos, en especial de los más necesitados.