REFLEXIÓN DE SEMANA SANTA
Orlando Clavijo Torrado

 

Esta es la segunda época del año en que los católicos revivimos la fe y abarrotamos los templos; la primera es la Navidad. El resto del tiempo, que la Liturgia llama ordinario, pareciera que la piedad se desvanece, sobran bancas en las iglesias, como si nuestra creencia religiosa se alimentara de espectáculos, porque la verdad es que amamos las aglomeraciones con expectativas de lo que vamos a ver.

 

Si hoy la gente no quiere perderse las ceremonias del lavatorio de los pies, la visita de los monumentos, las procesiones con las decenas de nazarenos como se ven en Ocaña y el sermón de las siete palabras, pregúntennos a los mayores si alguien se quedaba en casa antiguamente y se resignaba a no asistir al momento final de Jesús, impactante, aterrador, organizado sincrónicamente para que cuando el predicador dijera: "y el velo del templo se rasgó", el calvario -un escenario montado con palmas de tagua, árboles y ramas - se estremeciera (detrás del ficticio monte había un feligrés encargado de sacudirlo) y sonara un bombazo que hacía saltar al que se hallara desatento o dormido. ¡Nuestro Salvador había expirado! Sobrevenía un silencio sobrecogedor mientras aún el calvario humeaba. ¡Cómo nos gustaba aquello tan patético! ¡Qué Semana Santa tan bonita! decíamos unánimemente.

Por supuesto que todo iba enderezado a motivar el arrepentimiento, al igual que hoy cuando se leen los pasajes del prendimiento de Jesús, su injusto juicio, su tortura y su crucifixión, que nos mueven a sufrir con El y a sentirnos culpables por la vida de pecado que llevamos, con el propósito de enmendarnos. ¡Hasta aureola de santos se nos asoma cuando seguimos conmovidos y atentos las ceremonias y marchamos apretujados en las procesiones detrás de las figuras de la pasión!

Pero, ¡ay!, después de la conmiseración con Jesucristo y con nosotros mismos, como recordaba el poema de la abuelita "dolor vehemente rápido pasa", los criminales continúan sembrando la muerte y la destrucción, los corruptos vuelven a las andadas, y en general ningún mejoramiento en la conducta que signifique verdadera paz, reconciliación y unidad reporta la semana mayor.

Con todo, tampoco debe cundir la desesperanza. No importa nuestra fragilidad humana, que Dios conoce perfectamente: si al menos lográramos una conquista, así fuere pequeñita, en nuestras conciencias, un beneficio y una huella nos habría dejado la Semana Santa de 2012.

Que así sea.

orlandoclavijotorrado.blogspot.com
31 de marzo de 2012