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Esta
es la segunda época del año en que los católicos revivimos
la fe y abarrotamos los templos; la primera es la Navidad. El resto del tiempo,
que la Liturgia llama ordinario, pareciera que la piedad se desvanece, sobran
bancas en las iglesias, como si nuestra creencia religiosa se alimentara de espectáculos,
porque la verdad es que amamos las aglomeraciones con expectativas de lo que vamos
a ver. Si
hoy la gente no quiere perderse las ceremonias del lavatorio de los pies, la visita
de los monumentos, las procesiones con las decenas de nazarenos como se ven en
Ocaña y el sermón de las siete palabras, pregúntennos a los
mayores si alguien se quedaba en casa antiguamente y se resignaba a no asistir
al momento final de Jesús, impactante, aterrador, organizado sincrónicamente
para que cuando el predicador dijera: "y el velo del templo se rasgó",
el calvario -un escenario montado con palmas de tagua, árboles y ramas
- se estremeciera (detrás del ficticio monte había un feligrés
encargado de sacudirlo) y sonara un bombazo que hacía saltar al que se
hallara desatento o dormido. ¡Nuestro Salvador había expirado! Sobrevenía
un silencio sobrecogedor mientras aún el calvario humeaba. ¡Cómo
nos gustaba aquello tan patético! ¡Qué Semana Santa tan bonita!
decíamos unánimemente. Por
supuesto que todo iba enderezado a motivar el arrepentimiento, al igual que hoy
cuando se leen los pasajes del prendimiento de Jesús, su injusto juicio,
su tortura y su crucifixión, que nos mueven a sufrir con El y a sentirnos
culpables por la vida de pecado que llevamos, con el propósito de enmendarnos.
¡Hasta aureola de santos se nos asoma cuando seguimos conmovidos y atentos
las ceremonias y marchamos apretujados en las procesiones detrás de las
figuras de la pasión! Pero,
¡ay!, después de la conmiseración con Jesucristo y con nosotros
mismos, como recordaba el poema de la abuelita "dolor vehemente rápido
pasa", los criminales continúan sembrando la muerte y la destrucción,
los corruptos vuelven a las andadas, y en general ningún mejoramiento en
la conducta que signifique verdadera paz, reconciliación y unidad reporta
la semana mayor. Con
todo, tampoco debe cundir la desesperanza. No importa nuestra fragilidad humana,
que Dios conoce perfectamente: si al menos lográramos una conquista, así
fuere pequeñita, en nuestras conciencias, un beneficio y una huella nos
habría dejado la Semana Santa de 2012. Que así sea. orlandoclavijotorrado.blogspot.com | ||||||