¿PACHA ENLOQUECIÓ DE AMOR?
Orlando Clavijo Torrado

 

Bucarasica, pese a estar situado a sólo 95 kms. de Cúcuta y 109 de Ocaña, es el municipio más olvidado del departamento Norte de Santander. Desde su nacimiento, el 24 de abril de 1893 como pueblo propiamente dicho, perteneció hasta 1980 a la provincia de Ocaña, mas hoy allí no quieren saber de él, ni lo nombran, ni lo conocen. En Cúcuta corre igual suerte. Un alcalde, don Adán Garavito, intentó entrevistarse cuatro veces con el gobernador de turno, y desesperado acudió al diario La Opinión para quejarse. Allí le hicieron una entrevista, la que titularon, en términos semejantes:" Le cierran las puertas de la gobernación al alcalde de Bucarasica". ¡Santo remedio! El mismo día lo llamó la secretaria del mandatario para informarle que éste lo estaba espe-rando.

De contarse con una buena carretera se podría ir de Cúcuta en un tiempo máximo de hora y media (en una oportunidad, aún con la carretera maluca de siempre pero en una potente camioneta, estuvimos en una hora en el caserío). Actualmente es preciso disponer de tres a cuatro horas para llegar, si por azar habilitan el paso. Esto indica el abandono absoluto de los entes departamen-tales y de todos los dignatarios que en los últimos lustros han ocupado el pala-cio de la Cúpula Chata. Sin duda que, cuando el municipio era considerado como integrante de la provincia de Ocaña, los gobernadores de dicha comarca, a saber, Lucio Pabón Núñez, Argelino Durán Quintero y David Haddad Sal-cedo, le brindaron toda su atención. Paradójicamente, la carretera que atra-viesa sus corregimientos La Sanjuana y La Curva, que conduce a Ocaña, se encuentra pavimentada, en razón a tratarse de una vía nacional.

Con su altura sobre el nivel del mar de 1125 metros ofrece un delicioso clima que parte de los 22º centígrados y puede alcanzar los 30º en intenso verano.

Empero, otra particularidad distingue - o mejor, distinguía - a Bucarasica: su personaje típico, Ana Francisca Bayona Gaona, con cédula de ciudadanía nú-mero 1.094.114.197 reciente, expedida en Cúcuta, para que pudiera acceder a los servicios médicos. Al nombrarla así, ni los bucarasiquenses saben de quién se trata: es ni más ni menos que Pacha, Pachita, la loquita Pacha.

Aclaremos: Pacha ya no es Pacha; ahora se llama Olga Lara. Sin que se conozca de dónde lo sacó, ese fue el nombre que le dio a la enfermera momentos antes de que a regañadientes se montara por primera vez a un carro. Pacha había tenido un accidente casero y era preciso hacerla ver de un facultativo. Y así fue como de su tranquila Bucarasica vino a morar al barrio Caobos de Cúcuta, junto a su hermana Flérida, el esposo de ésta y ex alcalde Medardo Rincón, y sus sobrinos.

Interróguesele si quiere regresar a su patria chica y responderá que no porque los liberales son muy malos. Sin embargo, cuando estaba allí y se le anunció que debía ser trasladada pedía que no lo hicieran porque en Cúcuta había muchos liberales. Adelante explicaremos la causa de su fijación de ideas contra los hermanos rojos.

¿De qué está hablando Pacha? De los años 40 del siglo pasado. Entonces, se le congelaron la memoria y todas sus vivencias.

Pacha vino al mundo en el modélico hogar conformado por Marcelina Gaona - ella nativa del lugar - y el abreguense Ángel Bayona. Hagamos un paréntesis para recordar que los colonizadores del actual Bucarasica procedían de Ábrego, y que a medida que se regaba como pólvora la fama de la feracidad de sus suelos, comenzaron a llegar copiosamente gentes de Santander y Boyacá, y de los cercanos Gramalote y Sardinata.

 

En las dos primeras décadas del siglo XX se había establecido un grupo de comerciantes "turcos", que en realidad eran jóvenes oriundos de Italia, Siria y Palestina, escapados de su tierra para no ser reclutados e involucrados en la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial. Por ello fueron familiares en Bucarasica, entre otros, los apellidos Hellal, Stabilitto, Aljure, Forgioni, Chaya y Troconis.

La prole Bayona -Gaona estuvo compuesta por Rosario, Carmen Reyes, Elvira, Oralia, María Antonia, Flérida y Ana Francisca, nacida en 1927.
Pacha eligió como su principal ocupación la de escogedora de café en la hacienda El Balcón, a menos de un kilómetro del poblado. Al preguntársele si tiene plata contesta que ya se gastó los cuatro reales que le pagó su patrona doña Sara Peñaranda de Pérez por el trabajo de la semana.

Pacha también bordaba y ya enferma lo continuaba haciendo. Entona aún viejas canciones como el bolero "Tu duda y la mía", y "Senderito de amor" que para ella es "Sombrerito de amor". Es lectora constante de cuanto caiga en sus manos, y lee con buena entonación indicando en voz alta los signos de pun-tuación. Ejemplo: Jesús dijo a Pedro: dos puntos y abre comillas "Vuelve la espada a la vaina" punto y cierre comillas.

Por haberse detenido su entendimiento en la aurora de su vida nombra al padre Eliécer Villamizar Rondón, párroco de 1939 a 1945, a la madre de éste, doña Ana, y a personas de aquella época, cuyos nombres le pone a la gente actual según se le parezcan. Así, a la psicóloga Vilma Quintero Rojas la llama "la diosa"; Edilma Rodríguez, dueña de un restaurante del pueblo, es para ella Albertina (nadie sabe hoy en día quién fue Albertina). Designa los sitios con los nombres de las familias que conocía en el momento en que le sobrevino la demencia: la casa de las Barrera - por aludir a las hijas del jefe político don Rubén Barrera - y la casa de las Tamaritas (Elvira Támara y hermanas). A todos los médicos los llama el doctor Ruiz.

Decíamos arriba que tenía una fijación contra los liberales. Simplemente, ocurre que el año 1944, cuando ella perdió la razón, hace parte del período que va de 1930 - fecha de la caída del Conservatismo y ascenso del Liberalismo - a 1946 - año en que el Conservatismo recupera el mando -, 16 años en que se desata la ira de los "cachiporros" contra los "godos" en todo el país, y en el ámbito municipal, los liberales, principalmente de la vereda Malabrigo, de Ábrego, y Sardinata, se entregaron a cometer tropelías contra los habitantes del pueblo de mayoría conservadora, asesinan al hermano del padre Prisciliano Yaruro y a Basiliso Vargas, van en busca del cura, que logra huir, y profanan el templo con actos repudiables como defecarse, beber aguardiente en el cáliz, regar las hostias y pisotearlas, y tomar la capa de San Pedro para torear. Todo ello lo retuvo Pacha en su recuerdo. En esta era ciber-nética diríamos que se le quedó grabado en el disco duro.

En sus primeros años de juventud Pacha soñaba con semejarse a las modelos que aparecían en los figurines, y a las artistas de los folletines que alguien llevaba de Ocaña o Cúcuta esporádicamente. Todo le sonreía a su alrededor, su alegre juventud cantaba, y por las noches se sentaba junto a la entrada de su casa a contemplar el cielo intensamente azul colmado de estrellas, muy característico de Bucarasica. Bordaba por placer cuando no estaba en otra labor tan femenina como escogedora de café. Era una chica de tez blanca y sonrosada, esbelta, bonita, vanidosa y vestida primorosamente; sólo hacía falta que apareciera su príncipe azul.

Pues éste realmente apareció. Pero no propiamente en la figura de un joven apuesto de capa y espada, cabalgando un corcel blanco, sino encarnado en un servidor público, ataviado de botas y vestido verde oliva, cartuchera y revól-ver al cinto, y fusil Mauser al hombro. El hombre duplicaba en edad a Pacha mas no fue óbice para que ella quedara prendada y, por supuesto, para que él, un cazador de doncellas, emprendiera pronto la conquista.

 

El romance se acentuó y los amadores acordaron unir sus vidas para siempre; sin embargo, ella no tenía sino quince años y sus padres no aceptaban la relación, de manera que no quedaba sino la fuga.

En un abrir y cerrar de ojos la jovencita desapareció de su hogar, pero al día siguiente llegaron noticias de que la habían visto en la vecina población de Sardinata del brazo de un agente de la Policía Nacional. Sin pérdida de tiempo su padre, Ángel, y su hermano Carmen Reyes, pusieron pies en polvorosa y lograron llegar al cuartel de policía en donde efectivamente la encontraron. Dialogaron de forma persuasiva con ella y sin oponer resistencia ni argumento alguno accedió humildemente a retornar con sus protectores. No está confirmado que el salteador del inocente corazón de Ana Francisca hubiere estado ya casado, más el rumor generalizado apunta hacia ese hecho. Las ilusiones de Pachita se truncaron y lloró febrilmente su desamor. Suspiraba y permanecía largas horas en silencio.

Con todo, nuestra protagonista continuó su vida rutinaria, solamente inte-rrumpida por un casual viaje a Toledo para acompañar a la señorita Sara Pérez - Sarita - , hija de su patrona, quien iba a visitar a su hermana Dionisia, casada allí con don Esteban Mora. Las dos iban acompañadas de un obrero de la finca, Elí Lizcano.

El obrero cumplió su encargo dejando a Sarita y regresando con Pacha. La creencia común se endereza a que el trastorno de la muchacha aconteció luego de cruzar una quebrada. De allí en adelante empezó a delirar. Pasados los días se tornó agresiva, se sumió en el mutismo, y la invadió un desasosiego que la hacía caminar todo el día, calle arriba y calle abajo, sin detenerse. Nunca más volvió a reír.

Sin causarles ningún daño, sacaba a los bebés de sus cunas, los arrullaba y los paseaba un rato y luego los devolvía a sus madres. Se dedicó a fumar tabaco fuerte y luego optó por masticarlo. Hubo un tiempo en que llegaba a las tiendas y sacaba sin permiso los tabacos; su familia la amonestó por esos robos, mas ella respondió que no los estaba robando: son cogidos, dijo. Hoy le cambiaron el hábito de mascar tabaco y en su lugar le suministran semillas de cardamomo y canela.

Superada la etapa de agresividad, volvió a hablar frases cortas y se convirtió en mandadera de las señoras que le pedían ir a las tiendas a comprarles los víveres para la cocina. Correcta con los vueltos, en términos tajantes le exigía al tendero: faltan doscientos pesos.

Ya en su nuevo hogar la agitación terminó. Desprecia la televisión, con-sume con satisfacción su plato favorito que consiste en arroz seco, huevo frito, plátano chocheco y café al por mayor, y solo se interesa por su sobrino el ingeniero Hugo Rincón, el que la consiente y la carga. Se inquieta cuando éste no aparece pronto y pregunta, según sus palabras, que en dónde está "el hombre ese". Por lo general se mantiene acostada, cuenta los días que faltan para que le lleven la comunión, y cuando pide la porción para mascar y se le pregunta que para qué quiere la mascada responde filosóficamente que para no hacer nada.

Con la venida de Pacha a Cúcuta, Bucarasica se quedó sin personaje típico, que reinó por cerca de siete décadas, por encima de los folklóricos borrachitos Pacho Gallo ("a Gallo no le maman gallo" ) y Pablo Antonio Suescún, el de las coplas maliciosas.

 

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Fuentes: 1. "Cerca de las estrellas. Registro histórico, minucioso y documen-tado de Bucarasica, población de la antigua provincia de Ocaña, en el depar-tamento Norte de Santander, Colombia". Orlando Clavijo Torrado. 376 páginas. Imprenta Nueva Granada, Cúcuta, febrero de 2009.
2. Archivo particular del autor.
3. Raquel Rincón Bayona, a quien le agradezco infinitamente por su gentil co-laboración con importantes datos sobre su tía.