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Realmente
resulta jarto hablar siempre de los problemas del país y de los desencantos
que producen los mandatarios al poco tiempo de su ejercicio. Los problemas y la
corrupción son temas de nunca acabar. Sobre el desencanto, es axiomático
que la gente elige con fervor a determinado candidato a la presidencia, a la gobernación
o a la alcaldía, y no pasa mucho tiempo sin que comiencen las críticas.
Nunca estamos contentos con los que escogemos. Pero ¡qué jartera
comentar lo mismo! Por eso es conveniente hurgar en el presente o en el pasado
cuanto nos saque de la monotonía del aburrimiento y el pesimismo. Por fortuna
nuestro pueblo no se amilana por el sinnúmero de dificultades que lo hacen
protestar y renegar del gobierno y de todo, y en contraste, como dicen, le saca
pelos hasta a una calavera. A
propósito, en estos días me encontré con un compañero
de estudios del Seminario Menor del Dulce Nombre. Nos remontamos a aquellos tiempos
dorados de la niñez y la adolescencia y pronto evocamos situaciones y personajes
encantadores y jocosos. Monseñor Heriberto Martínez salió
a relucir -aunque me quedé dudando si estábamos hablando de monseñor
Sánchez Chica- por sus sermones matizados de gracejos debido a una especial
vocalización por lo general enredada a la que la gente le sacaba jugo y
por supuesto aprovechaba para inventar chascarrillos. Era
fama que en una homilía el levita la emprendió contra las mujeres
por una presunta profanación del templo parroquial de Santa Ana. "Esta
mañana bien temprano -dijo- me levanté a abrir las puertas de la
catedral y cuál sería mi asombro cuando encontré una meada".
"¡Y quien lo hizo, se acurrucó! ¡No hay duda -tronó-:
era meada de mujer porque estaba muy regada!". Así
empezó sus instrucciones: "Que arranquen los hombres y detrás
las mujeres". Y prosiguió: "Cuando yo dé la señal,
las mujeres paren; los hombres nunca paren". Y luego, con su voz potente
dijo: "Las Hijas de María se me harán -como pronunciaba tan
rápido se le entendía "se miarán"- de primero;
los Hijos de San Luis Gonzaga se me harán de segundo; las bandas de guerra
de los colegios se me harán de último cerrando la procesión;
las monjas no se me harán en el coro sino al lado mío; las Madres
Católicas se me harán delante de los Nazarenos; los Caballeros del
Santo Sepulcro se me harán de rodillas en cada cuadra; los acólitos
se me harán de a dos y yo me haré por todo el centro para que todos
me vean". Es de presumirse las risas y las bromas a costa del santo cura que sin malicia alguna daba tan simpáticas órdenes: se me hará fulano, se me hará zutano, se me hará Raimundo y todo el mundo. No faltarían los guasones que oyendo al pastor y buscando acomodarse en la procesión, preguntaría uno: "Vos, ¿a dónde te vas a hacer?", y el otro, imitando a monseñor le contestaría: "pues yo me haré donde pueda". orlandoclavijotorrado,blogspot.com 17 de septiembre de 2012. | |||||||