LAS PROSTITUTAS

Por Orlando Clavijo Torrado

 

 

En la columna pasada hablaba de la ingenuidad que nos cobija en aspectos sexuales a los viejos frente a los niños y jóvenes de hoy. Pues bien: una amiga, María Teresa, me contaba un simpático episodio que le ocurrió en la época de estudiante en su pueblo, en los dorados años entre la niñez y la adolescencia. La inocencia suya y la de sus condiscípulos –mujeres y varones– de no más de trece años, era mayúscula. Hablamos de treinta y nueve años atrás, esto es, relativamente hace poco, en que se supone que ya la malicia se había extendido por todas partes. Aquel pueblo, sin embargo, era quizá de las pocas excepciones. Aunque también las niñas descubrieron más tarde que una de sus compañeras estaba sumamente avanzada no solo en conocimientos sino en prácticas carnales pues le encontraron un papel en donde el noviecito le decía que la esperaba donde siempre para hacer fuqui fuqui. Por cierto que se llamaba Alba Pureza.

Debía armarse un sainete para representarlo en el salón de actos del colegio en un día patrio. María T se encargó de escribir el libreto, escoger los artistas y vestirlos, y preparar el escenario. Lo más gracioso que se le ocurrió fue mostrar a unas mujeres que se pavoneaban con largas y anchas faldas, desparpajadas y atrevidas con un pequeño escote, tal como lo había visto en las novelas gráficas que estaban de moda. Cuando la madre la vio atareada le preguntó cómo se iba a llamar la obra, y la hija le respondió rápidamente: Las prostitutas.

- Si, Las prostitutas –apoyaron los demás integrantes del elenco.

- ¡Virgen Santa! -La señora se echó varias cruces.

- ¿Por qué ese nombre? ¿Ustedes saben qué es una prostituta?

- ¡Claro!- replicaron todos en coro.

- ¿Qué es?

- Demasiado simple –contestó Roberto, que tomó la vocería para demostrar el dominio del tema ante la matrona. Una prostituta es una mujer que se pinta mucho los ojos y usa un escote.

La buena ama de casa no pudo contener la risa.

- ¿Ustedes han visto una prostituta en su vida?

- No señora, jamás. María T dice que salen en las novelas.

Nuevas risas de la doña ante tamaña ingenuidad de los chicos.

- Muchachos –les dijo. Una prostituta es una mujer que vende su cuerpo. ¿Entienden?

Todos respondieron que sí pero en realidad no habían entendido ni pío. En vista de ello, la señora les explicó que una verdadera dama no compartía el lecho sino con su marido legítimo y que las que se acostaban con cualquier hombre por recibir plata o por simple placer eran prostitutas.

María T recuerda hoy su asombro porque tales cosas sucedieran.

- ¿Y cuáles son las putas?

- Son las mismas.

- ¡Ah! ¿Y en el pueblo hay prostitutas?

Que yo sepa, no –dijo la buena señora. Y por último –añadió– esa es una palabra fea, vulgar, pecaminosa, al igual que todo lo que termine en uta como el groserísimo hijuep... por lo que deben ir a confesarse.

María T y sus compañeros nunca se habían sentido tan manchados. Por ello corrieron todos a buscar al padre Bautista para confesarle que habían usado la palabra prostituta muchas veces, pero él en lugar de reprenderlos se echó a reír y los felicitó por ser tan puros de corazón y castos de cuerpo en una época en que ya la lujuria se estaba apoderando del mundo.

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29 de mayo de 2013.