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Estamos
en el mes de las brujas. El 31 de octubre es la fiesta propiamente dicha. Fiesta,
sí, porque afortunadamente el comercio transformó un tema macabro
en oportunidad para distraer a los niños y ya éstos saben que los
antifaces horripilantes y los murciélagos y los esqueletos son de juguete.
El 31 saldrán con las calabazas de plástico a pedir golosinas con
el estribillo de "triqui, triqui, halloween, quiero dulces para mí".
Solo en la mente de los mayores perduran los duendes, las brujas y aquellos cuentos
y escenas de terror como el de la bella dama desconocida que toma un taxi, se
sienta en el cojín trasero y cuando luego de largo rato sin pedir la parada
el chofer se voltea a preguntarle que en dónde la deja, cuanto ve es un
calavera que lo hace privar. Pues
no se confíen en que esto pertenece al pretérito; aún existen
espectros que andan por las calles, pero con aires modernos y actualizados. De
esto es testigo un amigo, quien me refirió su aventura traumática
así: Era
mediodía. Había trajinado por distintas oficinas, bancos y almacenes
y debió transitar por una callejuela del centro, cerca de la antigua fábrica
de Bavaria, en lo que hoy se llama el "hueco de Bavaria", sitio destinado
para construir supuestamente un gran centro de convenciones o de oficinas o almacenes,
o un hotel cinco estrellas o un megamercado, en fin, algo grandioso, pero que
terminó convertido en un chanchullo con dineros públicos por lo
que se adelantan investigaciones penales a un puñado de políticos.
Extrañamente la callejuela estaba sola. No caminaban por allí en
aquel momento sino mi amigo y una muchacha que se contoneaba provocativamente.
Ella marchaba adelante. De pronto un viento fuerte sopló y la minifalda
de la mujer se levantó hasta la cintura. Su ropa íntima quedó
al descubierto. La joven no se inmutó y siguió su destino sin hacer
el menor esfuerzo por componer su vestido. ¿Qué le pasará?,
se preguntó mi amigo que es un hombre caballeresco, respetuoso, nada morboso;
¿acaso no se ha dado cuenta que está mostrando los cucos, o, para
decirlo con más exactitud, el hilo dental? ¡Pero qué descarada!
¿Qué pretende, ah? Entonces
empezó a llamarla: "¡epa!, ¡epa!, ¡señorita!
¡el vestido, el vestido!" La
chica, por cierto de hermosas piernas y curvas perfectas, no lo atendía.
Entonces él decidió alcanzarla, y cuando estuvo cerca le tocó
el hombro y ella giró la cabeza para verlo, pero para verlo con las cuencas
de una calavera. El hombre lanzó un grito, tal vez el grito vagabundo que
no le dejaron pegar a Guillermo Buitrago, y cayó inconsciente. Yo
sí le creo el cuento. Otros dicen que mi amigo estaba borracho; que se
la había fumado verde; la esposa sostiene que eso le pasa por estar detrás
de cualquier palo de escoba con naguas echando babas; algunos afirman que por
el lugar también caminan fufurufas; otros interpretan que la aparición
no era más que un homosexual con una máscara; los críticos
dicen que cómo sería de espantoso el tumbe para el municipio que
por ahí asustan; en últimas, no se sabe. Un mamagallista reprocha
a nuestro protagonista por su inocencia y dice que antes que el hombro él
primero le hubiera tocado la tanga para comprobar si era un fantasma o una vieja
de carne y hueso. Bueno: en el mes de las brujas pueden suceder tantas cosas inexplicables. orlandoclavijotorrado.blogspot.com 15 de octubre de 2012. | |||||||||