Cecilia lee
Por Orlando Clavijo Torrado

 

 

Hace tiempo no veía a Cecilia; la encontré en la avenida 5ª de Cúcuta, más arriba del palacio de la gobernación, atendiendo una venta de dulces y de minutos de celular. Su marido, Gustavo, murió violentamente a manos de desconocidos que lo asaltaron.

Gustavo y Cecilia fueron mayordomos de una finca de mi padre en el corregimiento La Mutis, hoy del municipio de Villa del Rosario. En aquel entonces ambos gozaban y lucían una vigorosa juventud que se le medía a todas las faenas del campo. Ella era bonita, y pese a sus cincuenta y tantos, se conserva atractiva.

Después de los saludos de rigor y de los recuerdos me contó que tras unos años de viudez encontró en otra vereda un novio, muy correcto y con alguna preparación, con quien se unió. El hombre, que da la idea de ser mudo pues apenas se sonríe, quién lo creyera, lideraba el vecindario.

Cecilia, entonces, se vio convertida en la esposa de la figura importante y esencial de la comunidad. Debía seguirlo a cuanta reunión y evento surgía, por supuesto, orgullosa de su marido. Pero, ¡qué sufrimiento y desazón cuando le pasaban documentos para que leyera! Se refugiaba siempre en la excusa de la falta de gafas. Si fuera sólo angustia. ¡Sentía vergüenza! Su compañero, con mucho tacto y cariño la incitaba a instruirse: "mi amor -le insistía - fíjese en las oportunidades que está perdiendo por no saber leer".

¡Ella, ya abuela, y todavía analfabeta! ¡Qué osos los que hacía! En una elección de junta de acción comunal la pusieron de jurado; se dio mañas para que otra persona leyera los nombres de los candidatos mientras ella de memoria llevaba el conteo de los votos y los recitaba en voz alta. ¡Ay de que su ayudante se le apartara un momento! ¡Ahí hubiera sido Troya! ¡Habrían descubierto - como ella dice - que era una burra!

Este episodio le definió su futuro. Humildemente se matriculó en una escuela de alfabetización para adultos y no demoró mucho en aprender a leer y escribir. "Cómo son las cosas - me comenta - . De no haber quedado viuda aún seguiría en las tinieblas de la ignorancia, como un animalito. Esta ha sido - aparte de mis hijos y mis nietos - mi mayor realización en la vida".

Cecilia me brindó una gaseosa que sacó de una cava de icopor.

Su relato me llenó de emoción y por tal motivo la felicité repetidas veces. Me despedí de ella con todo el aprecio y la gratitud que me inspira como la antigua servidora en la hacienda. Vi que tomó de inmediato la amplia hoja de un periódico que contenía un crucigrama. La devora el ansia de leer. Me confió que no se le escapan ni los avisos clasificados, volantes, folletos, en fin, cualquier papel, y, claro, dado que se volvió evangélica, lee la Biblia, o la palabra, como la llama, al igual que todos los vendedores ambulantes de caimanes para el pelo, manillas, aretes, chitos, papas fritas, delicioso mazato, peto-peto y fritanga, entre cliente y cliente.

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23 de julio de 2012.