Yo

opino

Mery Lorena
Tarazona Claro

Un minuto para pensar
en los demás

La intolerancia actual, nos está llevando a creernos dueños de la verdad absoluta, a creernos con capacidad de cambiar la opinión del otro, e incluso, hay quienes se creen dueños de la vida misma y con derechos de matar.

 

Es lamentable que mientras nos otorgan el título de ser el país más alegre de Latinoamérica y quizá del mundo, aún no hayamos comprendido que la intolerancia nos está quitando la posibilidad de conocer, compartir y vivir nuevas experiencias de vida, al lado de personas tan diferentes y a la vez tan iguales a nosotros.

En un país con libertad de culto, de pensamiento y de expresión, en el que se supone que vivimos, no deberían pasar cosas como las que diariamente nos relata un periódico, nos cuenta un noticiero o desafortunadamente tenemos que ver y vivir.

En lo que va de este mes hemos visto casos de extrema intolerancia que comienzan desde los colegios sin que nadie de una respuesta certera. "Son peleas de adolescentes" decía la sicóloga de un colegio, al referirse ante los medios a un caso en el que 3 niñas fueron gravemente afectadas por un ácido que les echó encima otro menor de edad. "Fue una disputa amorosa entre dos jóvenes por un muchacho", decía la representante de otro colegio, al referirse a un caso de maltrato físico entre compañeras, que dejó una adolescente incapacitada por 10 días según Medicina Legal.

Pero, no vamos a dejarle responsabilidades a las entidades educativas, ni digamos que se trata de intolerancia normal en esas edades.

En estos días también vimos como los aficionados de un conocido equipo de fútbol colombiano destrozaron una silletería que costó mucho y que era pensada en el bienestar de los espectadores que en realidad van al estadio a disfrutar el espectáculo. Estamos cansados ya, de oír las mismas historias de agresiones y en el peor de los casos muertes de aficionados simplemente por defender una camiseta. Lo más duro, es saber que ya no es guerra entre barras. Cualquier ciudadano del común que vaya con una camiseta por la calle corre el riesgo de ser agredido, solo por el hecho de llevarla puesta. Pero, para que desgastarnos en un tema que se nos ha vuelto tan normal, al cual ya ni siquiera le prestamos atención.

Y que tal el debate con el tema de la violencia en las universidades públicas y ese estigma de que todo el que estudia en ellas es necesariamente violento, izquierdista, malo y vago. Desafortunadamente para los estudiantes (y en total desacuerdo con las opiniones de algunos cuantos que creen que por haber ido de visita a una universidad pública pueden opinar), en muchos sectores de nuestro país dar la cara, decir lo que se piensa y luchar por ideales opuestos al común cuesta y cuesta caro. O si no lo creen así, ¿por qué no le preguntan al SMAD dónde están los muchos estudiantes desaparecidos en las protestas? Y aclaro, no creo que la solución a los conflictos sea encapucharse y tirar piedra, pintar graffitis y marchar horas generando caos en las ciudades. Pero si creo que el gobierno, los estudiantes o a quienes les competa, deberían abrir verdaderos espacios de diálogo, donde no se ponga en juego la integridad de las personas, ni se arriesgue la vida al dar una opinión.

Los hombres porque son los machos, las mujeres con el feminismo… Los jóvenes argumentando que la juventud es para vivirla y disfrutarla y los ancianos que creen que ya no están para esos trotes y los demás deben asumir la vida como ellos la asumen. Los católicos por católicos, los cristianos por cristianos y los ateos porque lo que los anteriores dicen les tiene sin cuidado… El rockero, el puntero, el cachaco, el paisa, el costeño… Ya tenemos suficientes estereotipos como para ponernos muchos más. ¿A dónde vamos a llegar sino aprendemos a respetar la opinión de los demás?

Podría seguir dando ejemplos cada vez más fuertes o cada vez más dolorosos, pero no creo que se haga necesario recordar algo que vemos y vivimos cada día. Es hora de comenzar a respetar las diferencias de credo, de raza, de ideología... a respetar los estilos de vida.

El dolor y el sufrimiento humano no tienen un nombre, no tienen una cara… Ningún hecho justifica la agresión, ningún motivo justifica la muerte violenta. Si todos fuéramos iguales este mundo sería demasiado aburrido como para querer vivir en el.

Mery Lorena Tarazona Claro
Bogotá, Septiembre 25 de 2008