La múcura en Semana Santa

Por Mery Lorena Tarazona Claro

     
 

Aclaración para amigos, familiares y lectores: Aunque esta historia esta inspirada en la memoria de mi abuelo y mi tío-abuelo y sus siempre idealistas sueños de encontrar la múcura, hace parte de un ejercicio de creación literaria para un concurso y en ningún momento refleja la realidad ni el verdadero transcurso de los hechos.

Un sábado, antes de comenzar la semana Santa, en este hermoso y pequeño pueblo ubicado al nororiente de Colombia, se encontraba Toño, como cada año, esperando la llegada de su hermano y compañero de aventuras.

Hacía ya unas cuantas décadas la carretera que comunica este bello lugar con la ciudad más cercana, había hecho que las mulas de los arrieros fueran reemplazadas por carros mucho más ruidosos, y sin duda, más cómodos.

Un sol brillante iluminaba el cielo más azul que se había visto en las últimas semanas, Toño suspiró de alegría, sabía que este año si encontrarían lo que llevaban tanto tiempo buscando. Sentado bajo el viejo curo en esa mecedora que se resistía al paso de los años, miraba ansioso el camino que del Playón conduce a la casa, que ha visto crecer y corretear por ahí a sus muchos nietos que por esos días también habrían de visitarle.

En la cocina, a tiempo como siempre, empezaba a sentirse el olor de la sopa de fríjol con ruyas lista para ser servida. Sin embargo, Toño seguía a la sombra de aquel gran árbol a la espera de Chago, quien seguramente ya vendría en el río, con el baúl del viejo taxi que llega a medio día, lleno de cosas raras pero interesantes y muy poca ropa.

Ninguna otra época esperaba con tanta ansiedad, porque sabía que vería a su hermano, que más que hermano era su amigo y porque igual que cada año esperaba hacer realidad su sueño. Además, sabía que muy pronto escucharía: ¡Toño, este año si!

Entre pensamientos e ilusiones fue dejando que el sueño lo invadiera, hasta que Ronda con sus fuertes ladridos lo hizo despertar de su letargo. Eran las doce, lo sabía porque las campanas de la iglesia anunciaban el medio día.

A lo lejos, pudo ver como Chago doblaba por la esquina de la vieja tienda, con un paso mucho más pausado que en otros tiempos pero el mismo caminado de la vieja Inés que allá en el cielo ha de estar riendo aún de las ocurrencias de estos dos hijos suyos.
Chago paró a saludar a alguien en la entrada del camino del matadero, seguramente algún buen amigo de la infancia que espera con devoción la semana mayor. Ronda, al igual que en los últimos 10 años, salió a esperarlo en el viejo portón, quizá con el mismo entusiasmo que su dueño, porque incluso ella sabe lo que esta visita significa.

- ¡Qué bueno que ya estás acá Chago!

- ¡Claro! mañana es domingo de ramos y quería estar acá para ir a la procesión.

- Entrá que ya está el almuerzo, contame como están todos por allá, hacía ya un año que no nos veíamos. En diciembre tenía la esperanza que vinieras pero nunca llegaste.

- Vos sabés Toño que ya no les gusta que yo venga, porque creen que ya estamos muy viejos, pero lo que no saben es que este año sí. Traje unas nuevas agujas con las que vamos a lo seguro, pero "no podemos mostrárselas a las mujeres porque me dijeron que si ellas las usan o tocan se dañan y ya no marcan oro sino otras cosas sin valor".

Y así, entre charla y charla, transcurrió el almuerzo, hicieron una corta pero reconfortante siesta, recorrieron los viejos caminos de la finca y en la noche salieron a saludar algunos amigos que Chago no veía hace años.

Así fue pasando la semana, entre visitas, risas, juegos de naipe, tertulias familiares y la asistencia puntual a todas las misas.

El viernes muy temprano en la mañana se dieron a la tarea de limpiar y asegurarse del buen funcionamiento de todos los implementos. No hizo falta el hijo de Toño que le pidió como todos los años desistir de la idea, el nieto que buscando aventuras intentó acompañarlos y se lo impidieron, la nieta curiosa que intentó ver que hacían y le pidieron que se marchara.

 

- Estas son cosas de grandes y de hombres, y hay que saberlas hacer -Replicó Toño.

A las cinco y treinta, como ya era costumbre en aquella casa, la comida estaba servida. Una deliciosa arepa de maíz pelado, asada en brasas con hoja de plátano y rellena de queso criollo, reposaba en la mesita auxiliar de la cocina, al lado de un buen pocillo de café con leche. Tan rápido como les fue posible comieron y salieron con hijos, nietos, sobrinos y demás familiares a participar del sermón de las siete palabras que estaba por comenzar en la iglesia.

Llegaron y se ubicaron muy cerca al altar y a las personas que este año tendrían el honor de decir una de las 7 palabras. En la nave central de la iglesia los nazarenos hacían una especie de calle de honor, en la nave de la derecha y frente al Sagrario, estaban los Caballeros del Santo Sepulcro acompañados de sus respectivas esposas y en la nave izquierda las damas del Sagrado Corazón de Jesús. Junto al altar, esperando el comienzo de la eucaristía se encontraba el coro y en el balcón la banda municipal.

La ceremonia litúrgica comenzó a las siete en punto y sobre las ocho y treinta, las luces del templo bajaron, la banda se preparó y se realizó como ya era costumbre la representación de la crucifixión, dándose por terminada con la interpretación del himno nacional y el inicio de la procesión.

- Toño, vámonos antes de que termine la procesión, este es el mejor momento del año para encontrar las múcuras.

- Tenés razón, vamos a la casa por las cosas y a cambiarnos.

Decidieron subir por el otro camino, el de acceso vehicular. Iban fascinados mirando la hermosa noche de luna llena y esperando el momento oportuno para salir en búsqueda de su tesoro. Llegaron a la casa y se encontraron con la vieja y fiel Ronda, que entusiasmada los esperaba. Mientras Chago terminaba de alistar los implementos que recién había comprado y servían, según él, para detectar oro pero en especial múcuras, Toño sentado en un asiento en el corredor seguía contemplando la noche.

- Chago Vení acá, mirá aquello en el cerro. ¿Será una múcura?

- Dejame ver… No sé, pero podría ser. Mirá que brilla suave y va aumentando de tamaño.

- No sé Chago, pero vámonos de una, porque la procesión está por terminar. Parece que es por los lados de la Santa Cruz. El camino más fácil es por donde Alonso, pero tendríamos que pasar por el pueblo. Mejor demos la vuelta por la vía que va para El Reposo.

Dicho esto, emprendieron camino hacia la misteriosa luz que cada vez estaba mucho más cerca. Llevaban una gran mochila, un foco, las agujas o aparatos como decían los nietos, un pico, una pala y el corazón lleno de alegría como nunca antes. Ronda lideraba la expedición por la carretera despejada y muy clara gracias a la buena noche que hacía. Al entrar al caminito que llevaba al sector donde estaba la luz hicieron una pausa. La adrenalina los invadía tenían temor de hacer realidad su fantasía y perder la ilusión. Hicieron una corta oración y recordaron dejar de lado el egoísmo, la envidia, la codicia o cualquier sentimiento similar porque "las múcuras no aparecen a quien no las busca con el corazón limpio".

Cada año, cuando llegaba el viernes santo, salían mientras estaba la procesión del Santo Sepulcro buscando la múcura que habría de cambiarles la vida y corroborar las muchas historias que desde niños habían escuchado sobre los tesoros enterrados de esas épocas en que los españoles llegaron por las tierras de los motilones.

Cada vez estaban más cerca, llenos de alegría y con un poco de miedo. Soñaron tanto con esta noche que no podían creer que tuvieran al alcance de sus manos lo que ellos cada vez estaban más seguros que sería una múcura. Estando ya muy cerca la luz comenzó a disminuir hasta que se apagó totalmente. Ellos sin embargo, llegaron al sitio donde creían estaba aquella luz, utilizaron las agujas especializadas, cavaron un poco y encontraron una especie de piedra que marcaba algo que no supieron interpretar.

Contentos por haber logrado un poco más que en otras veces pero entristecidos porque la luz se apagó mucho antes de que pudieran llegar al sitio exacto, volvieron a casa.

Cuando llegaron, estaban las luces encendidas y la familia reunida en la sala debatía temas triviales y disfrutaba una rica aromática de valeriana para ir a dormir tranquilos y profundamente. Nadie intentó preguntar como les había ido, pues ya sabían que muchas veces habían fracasado en el intento. Pero esta vez algo parecía diferente, un extraño brillo en su mirada decía que llegaban satisfechos, aunque no del todo. Les dieron las buenas noches y prometieron el día siguiente contarles su gran aventura cuando estuvieran menos cansados.

Muchos cuentan que aquello no fue más que otra expedición perdida, pero lo cierto es que Toño y Chago vieron acabar sus días sin que nadie supiera el verdadero desenlace de aquella historia. ¿Encontrarían la múcura que tanto estaban buscando? De la extraña piedra que marcaba oro solo se supo que Chago la llevó a Santa Marta para que fuera examinada y de las expediciones de semana santa en búsqueda de la múcura, esta se cuenta como la última.