PRISIONEROS DE CIUDAD
POR AMOR A OCAÑA

Luis Eduardo Páez García

 
 
 
 
Cada año, con motivo de los Carnavales, y después de haber escuchado los testimonios de las gentes que no comparten el estado de postración en que nos encontramos inmersos hoy en día, suelo hacer una reflexión sobre el particular, con la esperanza que las administraciones municipales le pongan remedio al mal.

Con la agilidad noticiosa que permiten hoy las redes sociales, nos ha sido muy fácil conocer de primera mano los desafuero cometidos por los desadaptados sociales, a través de numerosas fotografías subidas a la red y de videos. Allí está el testimonio claro y objetivo de todo lo que aconteció, este año y los anteriores. No cabe duda alguna. Más allá, tenemos lo testimonios recogidos en las emisoras Catatumbo y Rumba Estéreo donde, cosa curiosa, también se transmitieron entrevistas con el Personero Municipal y el alcalde, quienes condenaron los hechos pero toda la responsabilidad se la adjudicaron a la falta de cultura ciudadana. Esa fue la misma tónica de Yebrail Haddad Linero y de Jesús Alfonso "El Polaco" Días, durante sus respectivas administraciones.
Es claro que el fenómeno de la violencia sucedido con todo el rigor desde la década de 1980, alteró por completo la composición socio cultural y económica de Ocaña y la región. Los aires musicales foráneos irrumpieron desplazando su nuestro folclor andino; el comportamiento de las gentes adoptó costumbres de índole ribereña, incluso hasta en la forma de hablar y de vestirse. El respeto por la autoridad se vino abajo y se impuso el poder del dinero y la cultura "traqueta", si es que cabe decir que esto es una cultura, sobre los valores tradicionales que heredamos de nuestros ancestros.¡ Los últimos dos alcaldes creyeron que vistiéndose a la usanza de Sergio Fajardo les iba a ir mejor!

Desde el punto de vista del patrimonio cultural material, los nuevos ricos comenzaron a propiciar su destrucción para levantar esperpentos arquitectónicos, sin que las secretarías de planeación hicieran cumplir las normas existentes en materia de preservación y conservación. Las mafias lavadoras de dineros del narcotráfico comenzaron a penetrar todos lo estamentos de la sociedad y a ello se unió una creciente corrupción administrativa que sigue haciendo de las suyas sin que ello amerite la intervención de los organismos de control del Estado. En Ocaña no opera ni la Personería, ni la Procuraduría, y la justicia sigue cojeando de manera evidente esgrimiendo el argumento de que como no hay pruebas de nada, nada puede hacerse. Y mientras tanto, la ciudad se sigue hundiendo en el cieno con la complicidad de muchos hijos de esta tierra que llegan a ella no a contribuir a su mejoramiento o a aportar soluciones claras, sino a sumarse a la podredumbre tras la máscara de pretendidos intelectualismos que no sirven para otra cosa sino para justificar la falta de compromiso social para con la tierra que los vio nacer.

A quienes hemos tratado, desde la tribuna periodística o desde el ejercicio de la escritura, se nos tilda de retrógrados, de amargados, de ultragodos, etc. Y estos adjetivos salen de ciertos ocañeros que parece que nunca en su vida hubieran hecho un análisis, así fuera mediano, de la situación histórica del municipio y de la región. Nada dicen sobre su situación económica, nada aportan para enfrentar racionalmente los problemas existentes, no dan soluciones claras, o al menos sugerencias, para evitar que siga creciendo el desempleo, la falta de vivienda, la drogadicción, etc. Sencillamente se limitan a descalificar los esfuerzos que desde la cultura tratamos de hacer para buscar, al menos, que haya opciones diferentes. Sobre este particular, es bueno recordar que el asunto del turismo, que cuenta ya con herramientas legales para procede, ni siquera ha sido tomado en serio por quienes se dicen los adalides de la causa ocañera.

Como no se ve más allá de las narices, ni se ama realmente a la ciudad, entonces optan por lanzar improperios contra todo y contra todos, buscando equilibrar la balanza por lo bajo. La cultura, por ejemplo no hay que volverla "popular" para que llegue a las gentes. Es sobre las gentes que debe hacerse un trabajo educativo y divulgativo con el fin de elevarla para que disfrute de los productos literarios, artísticos y académicos.

Volver a decir que Ocaña necesita con urgencia una labor educativa y cultural, es llover sobre mojado. Siempre se ha dicho esto como única manera de frenar la barbarie, la mediocridad y la insania que hoy son frecuentes. El problema es que quienes pueden abanderar esto, desde la institucionalidad, no lo hacen. Y no lo hacen porque no conviene tener un pueblo culto ni un periodismo crítico, sino seguir con lo que hoy hay: una masa informe que se mueve al vaivén de la politiquería, del estómago o de las chequeras sangrantes de las mafias narcotraficantes que operan impunemente.

El fenómeno de unas fiestas caóticas que hacen huir a los turistas y a muchos ocañeros, es el resultado de lo dicho anteriormente y de otros factores que nuestros sociólogos (creo que hay 4 o 5 en Ocaña) deberían entrar a analizar seriamente. Ocaña se ha vuelto ya un caso clínico que requiere alta cirugía. Pero es evidente que la autoridad municipal tiene mucho de culpa porque no adoptó las medidas del caso para evitar que la locura colectiva llegara a los extremos que vivimos desde el 3 de enero. Los alcaldes están facultados para expedir decretos y la fuerza pública para hacerlos cumplir. Que no nos vengan ahora con el cuento de que "se desbordó el problema", que es culpa de las gentes, y de toda es serie de patrañas con que las autoridades trataron de justificar su inacción durante los festejos. Nadie hoy en día, se va a comer este cuento chino.

La sociedad civil ha sido marginada por completo por la politiquería, por eso sus voces no se escuchan. Las organizaciones culturales no tienen fuerza coercitiva, tratan de sugerir, de recomendar, de alertar, pero no se la escucha para nada.

Los comentarios de Alejandro Gutiérrez de Piñeres, de Hubert Borja, de los centenares de ocañeros dignos que se atrevieron a manifestarse ante estos carnavales desastrosos o ante el estado de postración en que ha caído nuestra ciudad, debieran servir como voz de alerta a las autoridades y a la dirigencia para tratar de cambiar este estado de cosas.

Aún tenemos esperanzas de que Ocaña cambie.

Cordialmente, Luis Eduardo Páez García

Fotos: Alvaro Antonio Claro Claro