LA DESTRUCCIÓN DE OCAÑA

Por Luis Eduardo Páez García

Las declaraciones del abogado Samir Casadiego, emitidas en algunos medios radiales de Ocaña, vuelven a poner sobre el tapete de la discusión no solo el hecho de la reiterada destrucción de nuestro patrimonio arquitectónico, que se inició hace ya muchos años, sino del comportamiento general del pueblo ocañero y de la Sociedad Civil, incluidas todas sus autoridades.

Mientras que se han venido adelantando los procesos para conservar el centro histórico de Ocaña desde la reciente visita del Presidente Uribe, y la Asamblea de Norte de Santander y el señor Gobernador William Villamizar han coadyuvado en este propósito aprobando la Ordenanza N° 09 de 2008, hay quienes se empeñan en continuar buscando el lucro personal o los intereses politiqueros (que se llevan muy bien), por encima del interés general de la comunidad a la cual dicen pertenecer como "ocañeros".

¡Qué triste espectáculo el de algunos periodistas, arrodillados ante la dádiva mezquina de la pauta publicitaria o ante el poder! ¡Qué triste espectáculo el de quienes se ufanan de su "ocañeridad" solo para terminar causando el mal a su tierra natal! Durante los últimos 20 años, para mencionar un lapso aproximado en nuestra historia, Ocaña se ha venido convirtiendo en un cubil que alberga a cuanto insensato, corrupto, deshonesto y malintencionado aparece. Ya no se puede creer en la palabra ajena, ni en la jerarquía, ni el rango administrativo, ni en las buenas intenciones. Los verdaderos ocañeros, hijos, nietos y biznietos de ocañeros, quienes aprendimos las primeras letras al calor de la tertulia familiar y disfrutamos las bondades de la Escuela Milanés, la Simón Bolívar, el San Luís Gonzaga, del Colegio Caro, o la Presentación o la Técnico Industrial; quienes aprendimos a amar nuestros templos y monumentos y a respetar la memoria perenne de nuestros escritores clásicos, sacerdotes cultos y políticos y líderes cívicos y filántropos, estamos ahora arrinconados por una turba bárbara cuyo único propósito es el de aumentar su chequera o imponer sus criterios, así se violen las leyes y se cause daño a la comunidad.

Nos duele la ciudad y nos duele su gente, mucha de la cual suele ser engañada por algunos periodistas que no han querido entender su compromiso social, su responsabilidad para con una comunidad que cada día se desconcierta más. No existe una opinión pública sana, porque muy pocos elemento positivos se le transmiten a las gentes; no existe una crítica sana y constructiva, porque la mayoría de quienes la ejercen sólo están pendientes de atacar y destruir sin herramientas objetivas de juicio. No hay protesta ciudadana porque el pueblo ha venido cayendo en el adormecimiento propiciado por la mentira y el engaño. Entonces: ¿Qué hay en Ocaña que nos permita asomar la esperanza como refugio para todas estas angustias, violencias y dolores que soportamos? Pueden los verdaderos ocañeros soñar con la paz y con la rectitud, con la posibilidad de construir un futuro halagüeño, en medio de los tambores que anuncian la marcha de los bárbaros? Nuevamente, por enésima vez, hacemos un llamado al pueblo para que participe, para que luche, para que se rebele contra este estado de cosas. Quienes hemos venido defendiendo el patrimonio cultural de Ocaña y de la región, perseveramos. Pese a las condiciones adversas. Pese a la opresión del poder y del dinero. Ojalá que no lleguemos a conmemorar los 200 años de las Independencias enterrados hasta el cuello en el podrido barro de la desesperanza! ¡Que Dios guarde a Ocaña de los bárbaros!