FERIAS, FIESTAS Y CARNAVALES DE OCAÑA

Por Luís Eduardo Páez García

Con el título que encabeza esta columna, publicó nuestro colega Mario Javier Pacheco, un libro en 1991, donde se recoge la rica tradición festiva de Ocaña, venida a menos durante los últimos años gracias a las erróneas interpretaciones que se dieron y se siguen dando en nuestro medio, como parte de ese torcido criterio que, manipulando la palabra "pueblo", a su antojo, ha tratado de hacer creer que entre más desorden y caos exista, entre más desafueros se cometan y más vulgaridad se imponga, se está reflejando mejor el interés de la comunidad.

En aquella época en que se publicó esta obra, escribíamos: "Dentro de los estudios folclóricos, las festividades constituyen uno de los elementos más significativos para la comprensión del alma popular. Son ellas, quizás, las únicas que pueden reunir durante el breve lapso de unos días casi todas las manifestaciones espirituales y materiales de una localidad determinada permitiendo con ello, no sólo la descarga de energía individual y colectiva, sino también.

El intercambio y reiteración de experiencias y valores tradicionales. Las fiestas reúnen las artes y la literatura popular, con las actividades económicas y sociales. Vemos así, en ellas, el aporte de la pintura, la danza, la música popular, unida a la producción artesanal, la culinaria, el vestuario y el juego. Si a esto agregamos las relaciones sociales que se generan durante las fiestas, podríamos fácilmente analizar el comportamiento cultural de una ciudad o población determinados".

Valga esta nota, para observar cómo se ha echado por el suelo nuestra antigua tradición festiva que nos viene desde tiempos coloniales, y cómo, paulatinamente se han reemplazado valores como la música nativa, por manifestaciones folclóricas ajenas a nuestro medio.

 

El ansia del dinero ha trastocado todo, incluyendo nuestras fiestas. La actividad ferial, por ejemplo, que debe ser punto de obligada referencia por esta época, decayó sensiblemente y ahora sólo se hace énfasis en los conciertos de música de la región vallenata que, sin que quepa duda alguna, producen buenos dividendos a los empresarios locales y a algunos periodistas que hacen parte de la famosa Junta de Ferias y Fiestas de Ocaña.

Las artesanías desaparecieron al igual que los concursos de carrozas y comparsas; las tamborinas de Villanueva, El Carretero y La Costa hoy son apenas un recuerdo; se acabaron los bailes de Novena y del 28 de diciembre y los juegos de aguinaldo. Lo único que puede rescatarse de toda la barbarie en que se ha convertido esta época, es el Desfile de los Genitores, el Reinado de la Tercera Edad y el de Niña Ocañerita. Lo demás es un estruendoso sonido de altoparlantes en los barrios y los conciertos que se llevan a cabo en la plaza del 29 de mayo dizque para darle diversión gratuita al pueblo. Es decir, el componente cultural de las fiestas se vino a menos y la actividad empresarial generada por la Feria Agropecuaria y Equina también fue eliminada. Casi a partir del 2 de enero, la ciudad se hunde en una orgía de agua y harinas que lanzadas indiscriminadamente a propios y visitantes, obligan al encierro. No se puede disfrutar con tranquilidad ni circular por el Centro Histórico de la ciudad sin correr el riesgo de que algún desadaptado social la emprenda contra el ciudadano.

¿Qué será, entonces, lo que tánto promueven como "disfrute popular", quienes han condenado al mismo pueblo a los más bajos niveles de comportamiento humano?

Mientras que en municipios vecinos, como Río de Oro, las buenas costumbres van de la mano con la alegría del festejo, aquí se institucionaliza el desorden avalado por Juntas y autoridades municipales. ¡Dios guarde a nuestra tierra!