| JOSÉ
EUSEBIO CARO "Sobre
su obra poética reposa la poesía colombiana". Este juicio
de Eduardo Carranza lo comparten muchos críticos de José Eusebio
Caro, padre de don Miguel Antonio. Y son justos. Se
anticipó al modernismo con hallazgos que luego encontrarán eco oportuno
o en Darío o en Valencia. Fue una avanzada de los grandes románticos.
Nació en una ciudad de provincia, Ocaña, en plena guerra de independencia,
en 1817, y murió de treinta y cuatro años, cuando la república
naciente trataba de orientarse en medio de los debates más apasionados
de que haya memoria. Si su posición poética es tan señalada,
su actuación política lo llevó a tremendos enfrentamientos
con el presidente general López, y a desterrarse a Estados Unidos. La
Ocaña en que nació era hervidero de enfrentamientos políticos.
Nicolasa Ibáñez, su madre, casada con José Antonio Caro y
amante de Santander, ha pasado a la historia con Bernardina, la melindrosa de
Bolívar. Desde hace más de un siglo las dos intrigan a los colombianos.
De allí Jaime Duarte French ha sacado uno de los libros de mayor atracción
para los amigos de conocer intimidades de los grandes hombres, de las mujeres
reputadas por las bellas de su tiempo. | | | |
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| | JOSÉ
EUSEBIO CARO Por
LUIS CARLOS MOLINA
(Biografía
tomada de la Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores, tomo
de biografías y publicada por la Biblioteca Luis Ángel Arango) Poeta,
periodista y político santandereano (Ocaña, mayo 5 de 1817 - Santa
Marta, enero 28 de 1853). Tres aspectos interesantes en la personalidad y obra
de José Eusebio Caro son el poeta, el político y polemista, y el
pensador. Una de las grandes virtudes del poeta fue su capacidad para introducir
en sus versos de corte romántico, la reflexión. Hay en ellos una
ambivalencia lírico-fllosófica que sorprende. Demostró ser
un gran filósofo en sus composiciones en verso y en sus ensayos en prosa.
Pero en él la fllosofía nace más del corazón que de
la inteligencia. Caro estudió en el Colegio de San Bartolomé, donde
también cursó jurisprudencia, aunque nunca llegó a doctorarse
por su precoz ingreso en las controversias políticas de la época.
Ocupó cargos subalternos en el Ministerio de Hacienda y en el Ministerio
de Relaciones Exteriores. En 1836 fundó, con José Joaquín
Ortiz y otros, el semanario La Estrella Nacional, en el cual publicó sus
primeras poesías y ensayos comprometidos con la realidad social y política
del País. En
1840 se alistó en las fuerzas del gobierno para luchar por dos años
en la guerra civil que se desató en aquella época debido a querellas
políticas. Durante el mismo tiempo redactó su periódico El
Granadino, de filiación conservadora, el cual sobrevivió hasta 1845;
allí publicó artículos que desataron polémica en los
círculos políticos por los ataques ideológicos que hacía
a los liberales. En 1843 fue diputado al Congreso por el partido conservador.
En 1848 fue ministro encargado de Hacienda. En 1849 publicó, con Mariano
Ospina Rodríguez, el semanario La Civilización, el cual sostuvieron
hasta 1851. Esta publicación se caracterizó por la oposición
al gobierno de entonces, en cabeza de José Hilario López. Pero fue
realmente el ataque que hizo, en términos apasionados y desmedidos, contra
el gobernador de Cundinamarca, el que le ocasionó una condena a prisión.
Caro se enteró a tiempo y huyó del país en 1850, a través
de los Llanos Orientales. Una vez fuera, viajó a Nueva York, donde permaneció
dos años. José
Eusebio Caro perteneció a la generación posterior a la Independencia.
Las comunicaciones por ese entonces eran lentas y no fue posible que su obra poética
tuviera el despliegue que merecía, a nivel nacional y de América.
Ello es mucho más lamentable si se considera que Caro fue uno de los primeros
románticos que tuvo América Latina durante el siglo XIX. Por eso
no se entiende que durante años hubiera sido tan poco conocido y que su
obra hubiera sido publicada mucho después de su muerte. Caro fue orador,
prosista, periodista, crítico, polemista, ensayista, poeta y pensador.
Sobresalió en la prosa por el gran estilo literario que cultivó
y la agudeza filosófica con la que enfocaba los temas. La carta "Sobre
la frivolidad", se puede tomar como una muestra de ello. Como periodista,
redactó El Granadino, fundó La Estrella Nacional con José
Joaquín Ortiz y La Civilización con Mariano Ospina, y fue colaborador
de El Amigo del Pueblo, El Águila de Júpiter, El Conservador, La
República y El Nacional. En todos estos periódicos siempre sobresalió
por su pluma ágil, sobria, vigorosa y polémica, atravesada por la
actividad política. Caro fue un crítico y ensayista profundo, con
un amplio conocimiento del lenguaje que le permitía ser castizo y exigente
en el uso de las palabras. En su obra poética fue extraordinario cantor
del amor, la melancolía y la patria. Sobresalió como autor de una
poesía rítmica, hermosa, llena de grandes ideas, hecha con romanticismo
puro; en su obra se aprecia algo del estilo neoclásico que le antecedió,
y se prevé el futuro modernismo. Así lo prueban los metros endecasílabos
que usó en algunos de sus poemas, los cuales serían una de las características
de este movimiento; por eso Caro ha sido visto como el precursor de la lírica
modernista. Un ejemplo para corroborar esto último sería el poema
"Estar contigo". Caro fue hombre apasionado y reflexivo, y su poesía
participa de estos atributos. Ella enfoca, desde el punto de vista trascendental,
grandes problemas humanos, pero sabe revestir la expresión de imágenes
vivas y atrevidas que le quitan a su poesía todo aire de abstracción
mental. Tras lo etéreo, está presente la emoción real y sentida.
Si el fondo de su pensamiento puede pecar de frío, la expresión
es siempre cálida y apasionada. Los temas de su poesía fueron variados,
dentro de una propuesta romántica. Dejó poemas tiernos, íntimos
y amorosos; poemas con sabor a ausencia y lejanía, suspirantes y pletóricos
de lamentaciones. Son célebres "Héctor", "Una lágrima
de felicidad", "El pobre", "Estar contigo", "En
boca del último inca". "El hacha del proscrito", "Despedida
de la Patria", "La hamaca del destierro", "Proposición
de matrimonio y bendición nupcial", "El alta mar" (su poema
lírico por excelencia), y "La libertad y el socialismo" (una
muestra de poesía política dictada ante todo por el filósofo
y no por el poeta). Los temas recurrentes de su obra fueron Dios, la mujer, la
muerte y la naturaleza, a los cuales supo arrancar nuevas sonoridades y combinaciones
con temas afines, hasta erigirlos en símbolos. Recibió la influencia
de Lord Byron, a quien reconoció en sus escritos y públicamente
como su maestro. | | Pero
José Eusebio Caro no sólo fue poeta y filósofo, sino también
hombre de ciencia, si se toman como tales sus estudios sobre la naturaleza, que
dejó incompletos. En cuanto al político, sus artículos en
El Granadino y La Civilización son ejemplo de la mejor literatura política
del siglo pasado, acerba y despiadada. Ella fue la causante de que su vida entera
fuera una tragedia política, pero fue la mejor prosa que escribió.
El filósofo estuvo en él desde muy temprana edad. A los 20 años
comenzó a escribir su obra Filosofa del cristianismo, pero sólo
compuso algunos capítulos en los que se nota una marcada influencia del
positivismo, irradiado a partir de las teorías de Augusto Comte y del utilitarismo
planteado por Jeremías Bentham. Su esfuerzo en este campo se dirigió
a integrar el cristianismo con la ciencia, donde prevalecía el sincretismo
entre progreso y religión. Pero esta visión científica alrededor
de la religión, tomó un giro contrario pocos años después.
Se considera que en tal decisión influyó su padre, Francisco Javier
Caro, y su amigo José Joaquín Ortiz. Su actitud desde entonces fue
mística y conservadora, se volvió el vocero de la reacción
católica al estilo de Balmes y De Maistre. Además de sus obras ensayísticas,
sus tesis socio-políticas fueron expuestas en dos importantes ensayos denominados
"Carta al señor José Rafael Mosquera sobre los principios generales
de organización social que conviene adoptar en la nueva Constitución
de la República", publicado en El Granadino en 1842. El segundo ensayo,
más moderado en el título, fue "El partido conservador y su
nombre", publicado en La Civilización en 1847. También merece
mencionarse entre sus artículos políticos de largo título,
el denominado "Carta al doctor Joaquín Mosquera, sobre el principio
utilitario enseñado como teoría moral en nuestros colegios, y sobre
la relación que hay entre las doctrinas y las costumbres", en el cual
ya era evidente el giro ideológico que había tomado, pues se constituyó
en la refutación de las tesis utilitaristas de Bentham, las mismas que
antes había tratado de conciliar con la religión. El cambio ideológico
sufrido por Caro se observa ante todo en los fragmentos que dejó de la
obra Ciencia social, la cual interrumpió debido al inesperado viaje a Estados
Unidos. Se observa en este texto el gran saber enciclopédico y la mente
organizada que tenía. El pensador se hace presente con todo su bagaje cultural
para defender los valores políticos y religiosos que heredó y asimiló
a través de su familia. Las
poesías de Caro fueron recopiladas y publicadas en Bogotá, ~ en
1857, por su amigo José Joaquín Ortiz. En 1885 fueron reeditadas
en Madrid, con lo cual comenzó a tener el alcance universal que merecía.
Sus poemas diseminados en periódicos nunca habían tenido la difusión
deseada. Pero finalmente en 1883, los redactores de El Tradicionista, periódico
fundado por su hijo Miguel Antonio, quien sería después vicepresidente
de la República, se dieron a la tarea de ordenar la producción de
Caro y la titularon Obras escogidas en prosa y verso. Esta recopilación
se volvió a editar de nuevo en 1951, como un homenaje de la Biblioteca
Popular de Cultura Colombiana, pero con el título Antología, versos
y prosas. A su vez, el Ministerio de Educación, a través de su Extensión
Cultural, publicó en 1953 el Epistolario del poeta y en 1954, sus Escrítos
filosóficos. Estas ediciones estuvieron bajo la supervisión de Simón
Aljure Chalela. Pasaron casi cien años para que la obra de Caro tomara
la forma de libro y dejara de ser condenada a los archivos periodísticos
de consulta restringida. Pero quizás el mayor tributo que se le ha ofrecido
a este poeta, para la interpretación de su obra, fue el estudio titulado
La poesía de José Eusebio Caro, del profesor puertorriqueño
José Luis Martín, que el Instituto Caro y Cuervo publicó
en 1966. A raíz de sus agresiones políticas, usando para ello su
prosa mordaz, Caro debió permanecer en Nueva York desde 1850 hasta fines
de 1852. A1 regresar al país, lo hizo a través de Santa Marta y
la fiebre amarilla lo mató, el 28 de enero de 1853, cuando apenas contaba
con 36 años de edad. Caro escribió, además, La necesidad
de expansión, La cuestión moral, Historia del 7 de marzo de 1849,
Escritos históricos y políticos, Opúsculos y filosofía
del cristianismo (inconclusa) [Ver tomo 4, Literatura, pp. 72-74; y tomo 5, Cultura,
pp. 148-149, 151-152 y 170.]. BIBLIOGRAFÍA:
ALJURE
CHALELA, SIMON. "Bibliografía de José Eusebio Caro. Poesía".
Boletín Cultural y Bibliográfico, 19/4 (1982), pp. 146-157. Caro,
José Eusebio. Poesias completas. Bogotá, Instituto Colombiano de
Cultura Hispánica, s.f. Caro, José Eusebio. Ensayos históricos
y políticos. Edición Simón Aljure Chalela. Bogotá,
Fondo Cultural Cafetero, 1981. CARO, MIGUEL
ANTONIO. "José Eusebio Caro". En: Estudios de critica literaria
y gramatical. Bogotá, Imprenta Nacional, 1955. CARRANZA, EDoa~ttoo. "Primer
diseño para un retrato de José. E. Caro". Boletín Cultural
y Bibliográfico, Vol. v, N° 5 (mayo 1962), pp. 530-533. JIMENEZ
DAVID. "José Eusebio Caro". En: Historia de la poesía
colombiana. Bogotá, Ediciones Casa Silva, 1991, pp. 128-136. MARTÍN,
JOSE LUIS. La poesía de José Eusebio Caro. Bogotá, Instituto
Caro y Cuervo, 1966. | |
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| PRÓLOGO
DE GERMÁN ARCINIEGAS A "POESÍAS" Joyas
de la literatura colombiana. Círculo de Lectores, Bogotá,1986. "Sobre
su obra poética reposa la poesía colombiana". Este juicio de
Eduardo Carranza lo comparten muchos críticos de José Eusebio Caro,
padre de don Miguel Antonio. Y son justos. Se anticipó al modernismo con
hallazgos que luego encontrarán eco oportuno o en Darío o en Valencia.
Fue una avanzada de los grandes románticos. Nació en una ciudad
de provincia, Ocaña, en plena guerra de independencia, en 1817, y murió
de treinta y cuatro años, cuando la república naciente trataba de
orientarse en medio de los debates más apasionados de que haya memoria.
Si su posición poética es tan señalada, su actuación
política lo llevó a tremendos enfrentamientos con el presidente
general López, y a desterrarse a Estados Unidos. Sus inclinaciones filosóficas
le movieron a escribir ensayos ambiciosos, o a formular programas constitucionales,
retrato fiel de su personalidad singularísima. El desyino lo situó
siempre en la encrucijada, desde el día de su nacimiento. Hubo de abrirse
paso en medio de catástrofes políticas y familiares, que se tradujeron
en un temperamento polémico y audaz. La
Ocaña en que nació era hervidero de enfrentamientos políticos.
Nicolasa Ibáñez, su madre, casada con José Antonio Caro y
amante de Santander, ha pasado a la historia con Bernardina, la melindrosa de
Bolívar. Desde hace más de un siglo las dos intrigan a los colombianos.
De allí Jaime Duarte French ha sacado uno de los libros de mayor atracción
para los amigos de conocer intimidades de los grandes hombres, de las mujeres
reputadas por las bellas de su tiempo. Bolívar llegó a Ocaña
en 1813, y Ocaña se convirtió en tierra de donde arrancó
la Campaña Admirable. Venía de ganar las primeras victorias de su
vida en el río Magdalena, y su proclama para los ocañeros fue una
de las páginas que encendieron el ánimo de las Ibáñez
ya, por pasión, republicanas. "Nuestras banderas tremolan en todas
las riberas del Magdalena sin que un solo español la holle con su planta
ni uno solo de sus buques navegue por sus aguas..." Llegó el Libertador
con un prisionero que le habían enviado de Santa Marta a Mompox: Juan Antonio
Caro. En Ocaña lo liberó. Se había alojado en la casa de
las Ibáñez, y Nicolasa debió pedirle esta liberalidad, que
obtuvo, para quien iba a ser su esposo. Las relaciones con el Libertador fueron
creciendo al punto que al año siguiente Bolívar dejó en manos
de las Ibáñez el baúl de sus papeles. Cuando supieron de
ese depósito los realistas, hubo muchos interrogatorios. Siempre salió
favorecido el nombre del señor Caro que se extremó en hacer declaraciones
de lealtad realista... Nació
José Eusebio en 1817 en Ocaña, y en 1819, en Bogotá Nicolasa,
su madre, y Bernardina, su tía, aparecieron en el tablado de la Plaza Mayor.
Eran las más bellas, y debían coronar a Bolívar, a Santander
y a Anzoátegui, que llegaban del 7 de agosto en Boyacá. José
Antonio Caro fue apagándose al mismo tiempo que Nicolasa crecía
en hermosura y relaciones. Las tres hermanas, con Manuelita, vinieron a ser puntos
de referencia obligados en la capital que ya no era del virreinato sino de la
república. José Eusebio se aficionó a quien reconocía
como a su padre, bastante abandonado por Nicolasa. Hacia 1830 ella se firma sencillamente
Nicolasa Ibáñez. Reducido por largo tiempo al lecho de enfermo,
Antonio José escribió un soneto -todo Caro es un poeta-, dirigido
a Nicolasa. Termina así: Yo
me atevo señora a suplicarte si algún favor alcanzo a merecerte que
de mi amor no vuelvas a acordarte. Tenía
entonces once o doce años José Eusebio. Cuando llegó a los
trece murió don José Antonio. José Eusebio escribió
un poema -El huérfano sobre el cadáver- donde hay estrofas como
ésta: | | ¡Tú...
tú me amaste... y sólo tu supiste de amar mi sed, mi sed de ser
amado: a mí tu inmenso corazón abriste y en él entré,
y en él quedé saciado!. Quince
años tenía José Eusebio cuando la conspiración de
Septiembre. Y ya puede imaginarse lo que alcanzó a ver dentro de este drama
de tan complejas intimidades. Urdaneta decretó pena de muerte contra Santander,
los ministros acudieron a Bolívar pidiéndole el indulto y Bolívar
acaba desterréndolo prisionero a Cartagena. Lo decidió la carta
de Nicolasa: "Santander es honrado y sensible, yo no quiero, general,
más, sino que mande poner en libertad a este hombre desgraciado, que no
sufra la pena de un criminal..." Hay
que conocer este fondo para entender las luchas interiores en que fue modelándose
José Eusebio Caro, o para comprender dramas que saltan a la vista de la
correspondencia con su madre. Cuando José Eusebio tenía 25 años,
Nicolasa le escribe: "Te pongo estas cuatro líneas en lugar de
llamarte, o ir allá a preguntarte, pero me causa tanta pena que el corazón
se me parte de dolor, porque estoy persuadida que en el día, muy lejos
de tenerme el más pequeño cariño, me odias por todo lo que
has sufrido por mí..." Con
esta infancia y esta juventud al fondo, se comprende al político ardiente,
al tremendo opositor a José Hilario López que se destierra asfixiado
por lo que para él era una tiranía. Contendor evental de Julio Arboleda
en el congreso, lo imprecó de esta manera: ¡Calle el venddor de
carne humana! Aludía a la venta que Arboleda había hecho de
sus esclavos al peruano Pablo del Solar, eludiendo la ley dictada durante el gobierno
de José Hilario López. Escribió en los principios generales
de organización social, que dirigió a José Rafael Mosquera,
para una nueva constitución granadina: "Quiero que la nueva constitución
dé a la república cabeza que la dirija y pies que la sostengan;
quieron cabeza sin nubes y pies sin grillos. Cuando pidiese poder para el gobierno
pediría tanto que pasaría por absolutista, y cuando franquicias
para el pueblo, tantas que me tendrían por demagogo". Caro
escribía a don Julio Arboleda: "La poesía es el canto del
hombre y nada más". Una vez firmó un artículo tan
hiriente que la persona aludida le retó a duelo. Aceptó Caro. "Estoy
dispuesto. Usted tirará contra mí hasta dos pistoletazos, con bala,
en el lugar y a la distancia que determine con mi padrino. Si quedo vivo, reiteraré
lo que he dicho, porque es la verdad. No voy a dispararle porque no tengo interés
en matarlo". Se verificó el duelo. El adversario disparó
una vez, y desarmado por la resolución de Caro no hizo el segundo disparo
y quedó salvado el incidente. De
regreso de su exilio voluntario, murió Caro en Santa Marta. Menéndez
Pelayo, que lo admiró como poeta, escribió, además: "No
hay duda que era un hombre y uno de aquellos que honran y ennoblecen la especie
humana". De
su poema Al Ciprés es esta estrofa: ¡Sí,
funeral ciprés! Cuando la noche con su callada sombra te rodea, cuando
escondido el solitario buho en tus oscuras ramas aletea, la sombra de mi
padre por tus hojas vagando me parece, que a velar por los días de
su hijo del reino de los muertos aparece... | Otro
autor: | |
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| POEMAS | | POEMAS | | | | ÉL
Y YO Pude
un tiempo esperar que tú me amaras; Mas
mi dulce esperanza ya acabó; Que,
vivo aún más que en los pasados días, Arde
en tu pecho tu primer amor. Siempre
la imagen del ausente amigo Vive
interpuesta entre nosotros dos: Su
hermosa faz mi oscura faz eclipsa, Su
voz contrasta con mi ronca voz. Ingenio,
orgullo, gracias, hermosura... ¡Ah!
¡todo tiene, nada tengo yo! Sólo
una cosa tengo que él no tiene: Mi
enemigo mortal, mi corazón. Mi
corazón, que me dictó te amara; Mi
corazón, que para ti nació; Mi
corazón, que al verte se estremece, Cual
se estremece el ángel ante Dios. Octubre
28, 1839.
CONTRASTE Tus
ojos a mis ojos no responden, Cuando a tu lado lloro tú no lloras; ¡Ah!
¡las borrascas hórridas ignoras Que en mi profundo corazón
se esconden! ¡Sordas
en él revuélvense y sombrías Voces de amor, imágenes
de muerte, Lágrimas de dolor abrasadoras, Risas y estrepitosas alegrías!
¡Y en
tanto, al par de mis funestos días Rápidas huyen tus brillantes
horas! ¡Y tú que me enajenas y enamoras Miras en paz mis crudas
agonías! 1838.
DESALIENTO Acabaron
mis sueños de gloria, Acabaron mis sueños de amor, Resta sólo
su triste memoria, Y mi mente perdió su esplendor. Al
salir de mi tímida infancia A encontrar mi primer juventud, ¡Cuál
corría con tierna ignorancia ¡A embriagarme de amor y virtud! ¡Y
ese amor que buscaba es mentira! ¡La virtud una amarga irrisión! ¡Los
suspiros que daba mi lira! ¡No movieron ningún corazón! Dulces
sueños de amor y de gloria Si es posible olvidar cuanto fue, ¡Ah!
¡cerrad de mi vida la historia Cual se abrió, con virtud y con
fe!
EL POBRE
¡El
pobre! Al pobre menosprecia el mundo El pobre vive mendigando el pan; Falsa
piedad o ceño furibundo, Cual un favor le dan. La
gloria al pobre le deniega un nombre, El poder le deniega su esplendor, La
noche el sueño, su amistad el hombre, La mujer el amor. ¡Oh
verdes bosques, círculo del polo, Montes, desiertos donde el rico va! ¡Mar
insondable, eterno, inmenso y solo! El pobre no os verá. ¡Ah!
en los ojos del pobre brota el lloro, Y no enternece un solo corazón; Que
las lágrimas sólo en copa de oro Merecen compasión. ¡Vedle!
su pie la tierra triste pisa; Todo en él nos revela el padecer: Ojos
sin luz, y labios sin sonrisa, Y vida sin placer. Y
empero el pobre tiene una esperanza Que vale más que el mundo y mundos
dos; Inmenso bien que el oro vil no alcanza El pobre tiene a Dios. EL
CIPRÉS Árbol
sagrado, que la oscura frente, Inmóvil,
majestuoso, Sobre
el sepulcro humilde y silencioso, Despliegas
hacia el cielo tristemente; Tú,
sí, tú solamente Al
tiempo en que se duerme el rey del mundo Tras
las altas montañas de occidente, Me
ves triste vagando Entre
las negras tumbas, Con
los ojos en llanto humedecidos Mi
orfandad y miseria lamentando. Y
cuando ya de la apacible luna La
luz de perla en tu verdor se acoge, Solo
tu tronco escucha mis gemidos, Sólo
tu pie mis lágrimas recoge.
¡Ay!
hubo un tiempo en que feliz y ufano Al
seno paternal me abandonaba; Hubo,
sí, día en que con blanda mano Una
madre amorosa De
mi niñez las lágrimas secaba... Y
hoy, huérfano, del mundo desechado, Aquí
en mi patria misma Solitario
viajero, Desde
lejos contemplo acongojado Sobre
los techos de mi hogar primero El
humo blanquear del extranjero..., Entre
el bullicio de los pueblos busco Mis
tiernos padres para mí perdidos; Vanamente...
¡los rostros de los hombres Me
son desconocidos! Y
sus manes, empero, noche y día Presentes
a mis ojos afligidos Vienen
a resonar en mis oídos. ¡Sí,
funeral ciprés! Cuando la noche Con
su callada sombra te rodea, Cuando
escondido el solitario buho En
tus oscuros ramos aletea; La
sombra de mi padre por tus hojas Vagando
me parece, Que
a velar por los días de su hijo Del
reino de los muertos se aparece. Y
sí el viento sacude impetuoso Tu
elevada cabeza, Y
a su furor con susurrar medroso Responde
pavoroso; En
los tristes silbidos Que
en torno de ti giran, A
los paternos manes Escucho
que dulcísimos suspiran. Árbol
augusto de la muerte ¡nunca Tus
verdores abata el bóreas ronco! ¡Nunca
enemiga, venenosa sierpe Se
enrosque en torno de tu pardo tronco! ¡Jamás
el rayo ardiente Abrase
tu alta frente! ¡Siempre
inmoble y sereno Por
las cóncavas nubes Oigas
rodar el impotente trueno! Vive,
sí, vive; y cuando ya mis ojos Cerrar
el dedo de la muerte quiera, Cuando
esconderse mire en occidente Al
sol por vez postrera, Moriré
sosegado A
tu tronco abrazado. Tú
mi sepulcro ampararás piadoso De
las roncas tormentas; Y
mi ceniza entonces agradecida, En
restaurantes jugos convertida, Por
tus delgadas venas penetrando, Te
hará reverdecer, te dará la vida. Quizá
sabiendo el infeliz destino Que
oprimió mi existencia desastrada, Sobre
mi pobre tumba abandonada Una
lágrima suelte el peregrino. UN
SUEÑO
Junto
contigo caminar la vida; Una
tras otra ver volar las horas; Al
mundo y a sus dichas impostoras Volver
la espalda y dar la despedida; Entrar
de amor en la región profunda Solos
tú y yo; de amor no más viviendo, La
luz gozar hoy lejos estoy viendo, Ultima
luz de amor que al hombre inunda. ¡Estoy
contigo! ¡Unido yo contigo! ¡Rabia y dolor! ¡Es esto sólo
un sueño! ¡Recio su puerta amor cerró con ceño, A
ti y a mí negándonos abrigo! DESESPERACIÓN
El sepulcro me aguarda: en vano, en vano Lucho
y relucho al borde del abismo; Que en
mi afligido corazón se enclava La
dura mano del fatal destino. Cubierto
ya de tempestad oscura, Muéstrase
el cielo; y ronco en su mugido El trueno
que amenaza mi cabeza, Rueda en los senos
del excelso Olimpo... ¡Piedad,
buen Dios! Arroja de tu mano La cuchilla
sangrienta de exterminio; Mi ruego escucha;
no el clamor desoigas Con que demanda
tu favor tu hijo. Y si a tus ojos criminal
parezco, Si digno soy del celestial castigo, Si
escrita está mi próxima ruin Del
porvenir sobre el eterno libro; Harto
carcomen mi existencia infausta Mi propia
angustia y mi tenaz martirio. ¡Ay
de mí! Placentera la inocencia, Del
sueño un tiempo susurrando el himno, Mi
cuna remeció; la amable infancia, De
la mano llevándome cogido, A los
prados guió mis tiernos pasos, Y
entre las flores retozó conmigo... Y
hoy, en la aurora de mis verdes días, Cuando
la copa del placer propicio Brinda el
amor; cuando la voz de guerra, El pecho
salta de impaciente brío, Sólo
en mi alma con afán excava El infortunio
su hondo precipicio, Bramando dentro cual
borrasca ronca, De las pasiones los contrarios
gritos. ¿Qué
espero ya? ¿Por qué vacilo? ¿Acaso Más
allá de la tumba mi destino También
me oprimirá? ¿También la muerte Traerá
la espina del pesar consigo? ¡No!
en la callada eternidad no sopla El huracán
del reino de los vivos; Sus dilatadas
soledades nunca Barrió el dolor
con fúnebres vestidos. ¡Oh!
¡Escóndame en sus senos! ¡La honda llaga De
mi insanable corazón, alivio Sólo
allí encontrará; sólo su inmensa Concavidad
me servirá de asilo. ¿Qué
busco ya en la tierra? ¿Del sepulcro Ha
vuelto acaso mi primer amigo? ¿Sus
acentos de paz y de consuelo Otra vez
sonarán en mis oídos? ¿Derramará,
cual en mejores años, Aun sobre
mí su celestial rocío...? ¡Nunca!...
mas ¡ay! que su paterna sombra Ante
mis ojos muéstrase, lo mismo Que
cual lo vi del moribundo labio Soltar
mi nombre en su postrer suspiro. Mi
padre... ¡Sí! cuando trasmonta y se hunde En
occidente el astro de los siglos, Y triste
suena por los altos cielos La fatal hora
en que nació el suicidio, Mi padre
se presenta... Sí... mi padre... Del
sol sentado en el inmenso disco, Yo, yo
lo veo... sus amantes brazos Alarga tierno
a su infelice hijo. Ya vuelo a ellos...
¡Ay! deja tan sólo, Deja
que llore en el sepulcro mío; Que
cuando cubra mis cenizas, nadie Sobre
mi losa lanzará un gemido. MEMORIAS
Dulces
memorias, Cual inefables glorias, Hoy
recibí que me has dejado: ¡Y
hoy vuelvo humilde apenas un quizá! Viejas
historias, Que son a ti notorias, Esto
en refrán han consagrado: ¡Quien
recordó quizá después querrá! ¡Oh!
ya lo veo ¡Oh! ya en tus ojos leo Que
a replicarme vas ceñuda: ¡Quien
recordó tal vez odiando está! ¡Ah!
si el deseo También orgullo feo No
te parece, cual la duda, Deja que al menos
vuelva un ojalá. Septiembre,
1838. A UN TIRANO
(fragmento) Te falta ¡desdichado!
inteligencia; Te falta el santo amor de
la verdad; Te falta serio estudio, noble
ciencia; Te falta al alma rígida
conciencia, Al corazón bondad.
Tienes las prendas todas de un tirano: Venganza,
envidia, vanidad, doblez. Eres falso y
crüel, porque eres vano. Aun del
orgullo, en su ilusión ufano, Te
falta la altivez. No tienes
ilusión sino despecho, Despecho
rencoroso y sin placer; ¡Y es tan
brutal tu escarnio del derecho Que por
disculpa da del mal que ha hecho El que
dejó de hacer! ¡Oh! ¡casi
el vengador pincel me ataja El rubor,
al pintar tu indignidad. Y a criatura
como tú tan baja, La libertad,
su más preciosa alhaja. Fío
la humanidad! ENVIANDO UNA MANZANA Esta
disforme, colosal manzana, Tan
bella hoy, marchita ya mañana, Emblema
mudo de nosotros es. Gústala
pronto, el tiempo se apresura... ¡Ay!
¡la fealdad sucede a la hermosura, Y
a la edad de las risas la vejez! | | A
OCAÑA Aquí
nací: bajo este hermoso cielo Por vez primera vi la luz del sol; Aquí
vivieron mis abuelos todos... ¡Adiós, Ocaña! ¡adiós,
¡Ocaña! ¡adiós! ¡Ocaña!
¡Ocaña! ¡dulce, hermoso clima! ¡Tierra encantada de
placer, de amor! Ufano estoy de que mi patria seas... ¡Adiós,
Ocaña! ¡adiós, Ocaña! ¡adiós! Mi
padre aquí de boca de mi madre El dulce sí por vez primera oyó, Aquí
de amor él a sus pies lloraba... ¡Adiós, Ocaña!
¡adiós, Ocaña!, ¡adiós! Y
yo también aquí pensé... ¡silencio! Olvidemos tan
plácida ilusión; Y aunque mi pecho deba desgarrarse, ¡Adiós,
Ocaña; para siempre adiós! AL
CHIMBORAZO ¡O
monte-rey, que la divina frente ciñes con yelmo de lumbrosa plata, y
en cuya mano al viento se dilata de las tormentas el pendón potente! ¡Gran
Chimborazo! tu mirada ardiente sobre nosotros hoy revuelve grata, hoy que
de la alma Libertad acata el sacro altar la americana gente. ¡Mas
ay! si acaso en ominoso día un trono levantándose se muestra bajo
las palmas de la Patria mía, ¡volcán
tremendo, tu furor demuestra, y el suelo vil que oyó la tiranía hunda
en los mares tu invencible diestra! ¡BUENAS
NOCHES, PATRIA MÍA! Lejos
¡ay! del sacro techo Que
mecer mi cuna vió, Yo,
infeliz proscrito, arrastro Mi
miseria y mi dolor. Reclinado
en la alta popa Del
bajel que huye veloz, Nuestros
montes irse miro Alumbrados
por el sol; ¡Adiós,
adiós, patria mía! ¡Aún
no puedo odiarte, adiós! A
tu manto, cual un niño, Me
agarraba en mi aflicción; Mas
colérica tu mano De
mis manos lo arrancó: Y
en tu saña desoyendo Mi
sollozo y mi clamor, Más
allá del mar tu brazo De
gigante me lanzó. ¡Adiós,
adiós, patria mía! ¡Aún
no puedo odiarte, adiós! De
hoy ya más, vagando triste Por
antípoda región, Con
mi llanto al pasajero Pediré
el pan del dolor: De
una en otra puerta el golpe Sonará
de mi bastón; ¡Ay!
¡en balde! ¿en tierra extraña Quién
conocerá mi voz? ¡Adiós,
adiós, patria mía! ¡Aún
no puedo odiarte, adiós! ¡Ay!
de ti sólo una tumba Demandaba
humilde yo. Cada
tarde la excavaba Al
postrer rayo del sol. «Ve
a pedirla al extranjero» Fue
tu réplica feroz; Y
llenándola de piedras Tu
planta la destruyó. ¡Adiós,
adiós, patria mía! ¡Aún
no puedo odiarte, adiós! En
un vaso un tierno ramo Llevo
de un naranjo en flor; El
perfume de la patria Aún
aspiro en su botón. El
mi huesa con su sombra Cubrirá;
y entonces yo Dormiré
mi último sueño De
sus hojas al rumor. ¡Adiós,
adiós, patria mía! ¡Aún
no puedo odiarte, adiós! Diciembre,
1834. 1
My native Lang-Good night! BYRON. Childe Harold
EL
HUÉRFANO SOBRE EL CADÁVER
I Este
tu cuerpo es, pues, ¡oh padre mío! ¡Padre!
Ya no respondes. ¿Qué te has hecho? ¿Eres
acaso el cuerpo inmóvil, frío, Que
yace aquí sobre este aciago lecho? ¡Oh,
no! que hablabas, y este cuerpo calla, Calla
y nunca hablará: tu lengua muerta Fija,
trabada al paladar se halla, Y
la vida en tus ojos no despierta. Al
recibir mis últimos abrazos Ayer
de amor tu corazón latía, Y
me estrechaban con afán tus brazos, Y
una lágrima en tu ojo se veía. Y
hora a tu ojos lágrimas no asoman, Y
hora en tu pecho ni un latido siento, Y
hora tus brazos yertos se desploman Cuando
enlazarlos a mi cuello intento. ¡Oh!
ya no volverán nunca a abrazarme ¡Oh
padre mío! de mi infancia amigo, Nunca
ya volverás a consolarme, Nunca
a llorar ya volverás conmigo. Y
este cuerpo infeliz, manos de extraños A
hundirlo van en olvidado suelo: Y
sobre él volverán sin fin los años, Y
sobre él lucirá sin fin el cielo. II
Y
para mí las risas y alegrías, Y
las horas de amor, de luz, de oro Vieron
su fin; y desde hoy los días Van
a empezar de soledad y lloro. De
hoy más, bajo el hogar del extranjero, Sin
ti me sentaré solo a la mesa: Y,
como tú te fuiste, si yo muero, Nadie
a llorar irá sobre mi huesa. Y
un ser sobre la tierra que me ame Como
me amaste tú, buscaré en vano... ¡Ah!
¿qué me importa que haya quien me llame Alguna
vez amigo, esposo, hermano? Sin
el amor, ¿de amor qué son los nombres? No
logran engañar ni al que los dijo. ¡Ay!
no veré de nuevo entre los hombres Al
que de veras me llamaba hijo. Tú,
tú me amaste, y sólo tu supiste De
amar mi sed, mi sed de ser amado; Y
a mí tu inmenso corazón abriste, Y
en él entré, y en él quedé saciado.
Y
hora te vas... ¡ah! ya te fuiste... y nunca, ¡Oh!
nunca... ¡No! vuelve otra vez siquiera. Vuelve;
que ya mi vida siento trunca, Y
espera en ti mi amor que en nada espera. PRESENTIMIENTO
Calla
entre un mar de oscuridad el mundo; Calla;
y sobre él el sueño se resbala: Y,
como el ronco hervor del moribundo Que
el ¡ay! postrero en largo afán exhala, Oyese
lejos el rumor profundo Que
hace al abrir la tempestad su ala: Sordo
rodando ya se acerca el trueno... ¡Oh!
¿por qué tiembla de pavor mi seno? ¡Ah!
¡yo no sé...! De las borrascas mías Tal
vez no tarde el fin... de nuevo el fuerte Sacudón
siento que sentí otros días, Cuando
el amigo que me dio la suerte, Mi
mano asiendo con sus manos frías, Vi
que me dio su bendición de muerte. Y
hoy... cuando ya yo lo olvidaba... el mismo Presagio
suena en mi interior abismo. No
hay duda, no... del rumoroso suelo, Alguno
va a salir... alguno en breve Verá
entreabrirse el suspirado cielo, Verá
el gran ser que el universo mueve. ¡Ah!
ya lo entiendo: yo en vehemente vuelo Soy
quien lanzarse para siempre debe... ¡Ay!
cierta voz. ¡El padre! un tiempo dijo, ¡Y
él sucumbió! La voz dama ¡El hijo! ¡Y
yo sucumbiré! La helada vida Debo,
pues, dejar... ¡Ah! ¡yo pensaba, Sí,
yo pensaba que la cruda herida Que
ha de postrarme no tan cerca estaba! ¡No
tanto, no! Más ¡qué! ¿Yo la partida Que
del dolor mi corazón destraba Debo
acaso llorar? ¿Acaso encierra Con
nuestros huesos nuestro amor la tierra? ¡Vivir!
¡vivir!... ¿Y para qué? ¿Tan sólo Para
vagar por entre esquiva gente, Y,
en mi vejez, desamparado y solo, Irme
llorando con nublada frente De
las ciudades al abierto polo A
ver el sol hundirse en occidente? ¿Y
para esto vivir? ¡Oh! ¡no! ¡muramos, Y
al otro borde del sepulcro vamos! ¡Oh
padre mío! ¿no es verdad...? Apenas, Apenas
diere el temeroso salto, Libre
mi pecho de hórridas cadenas, Latirá
sin congoja y sobresalto. ¡Ah!
¡cómo he de abrazarte! Yo mis penas Te
contaré llorando; y tú en el alto Cielo
dirás, cruzándolo conmigo: «¿Lloras?
¿no estás con tu primer amigo?» MI
JUVENTUD Infancia,
infancia, que mi pecho un tiempo Alimentabas
con tu fresca brisa, ¿Por qué
no tornas más? ¿Por qué a mis ojos Se
oscureció de la esperanza el día? ¡Ah!
semejante a las virgíneas nieblas Que
de los montes el azul cobijan En la mañana
cándida, tu velo Fragante de ámbar
sobre mí tendías. Y hora
entre sombras a mi vaga mente Tu sueño
aéreo rápido se pinta; Lánzome
a él; y el ala de los tiempos Más,
más lo esconde a mi anhelante vista. Y,
ciego, insano, con mortal angustia, En
balde me sacudo; de mi vida El sol funéreo
a su zenit ya llega, Su ojo de sangre
ya encendido brilla. ¿Lo veis?
¿Lo veis? De lo alto de los cielos Con
ígneo nudo la garganta mía, Cine
y abrasa; y con furor vibrando Su lanza
de oro sobre mí la hinca. ¡Oh!
¡Basta ya! ¡No más...! Mi flaca mano A
las hinchadas fauces negrecidas Llevo,
y la aparto ardiendo; en vez de sangre Fuego
corre en mis venas, y pompillas Brota
la lengua mil. ¿Dó está la copa, La
usada copa, que por la alta orilla La
leche derramando a borbotones, Mis secos
labios refrescar solía? ¿Dónde
el marmóreo baño, de palmeras Oscuras
entoldado, al que yo iba A hacer bullir
de murmurante lluvia Hasta mis pies las
perfumadas linfas? ¿Dó el
agrio caldo que al mantel de nieve Manaba
allí de la entreabierta piña? ¿No
valerme podrán? ¡Ah! con mi infancia Risa,
cantares, juguetonas triscas, Todo abismose;
no podrán valerme, No aplacarán
las furias que me agitan. ¡Nadie
jamás ya lo podrá...! Mi padre, Mi
padre sólo mi dolor oiría... El,
sólo él... como en mejores años Cuando
acallaba las angustias mías, Y,
ciego, y pobre, y desvalido, y triste, Mi
amargo llanto consolar sabía. El...
mi padre... también... ya para siempre También
huyó con mi niñez tranquila; Y,
en su lugar, desconocidos sueños Mi
ardiente edad, mi juventud enfrían. Hoy...
sólo yo lo sé... cual si durmiera Del
tigre en la caverna, todavía Con
sangre salpicada, yo en las horas Calladas
de la noche, con no vista. Congoja
y repentino sobresalto, Despiértome
temblando: adoloridas Mis cansadas espaldas
erizarse Sienten el lecho, con horror,
de espinas; Entre el silencio de las densas
sombras, De alguno que callado se aproxima Oigo
los sordos pasos; y, apartando De mi pecho
las ropas que lo abrigan, De una mano
fatal que no conozco Los fríos
huesos sobre mí se estiran. Yo
tiemblo y callo... El corazón me hielan Sus
dedos de esqueleto... mis mejillas Baña
sudor mortal... todo encogido No oso mover
mis palpitantes fibras... ¡Y esta
es mi juventud! ¡La edad es esta Que
yo cantando a recibir salía! ¡Estos
los brazos son de tierna esposa! ¡Estos
sus besos de placer y vida! ¡Buen
Dios, Dios de piedad! ¿cuál fue mi crimen Para
que así con tu furor me oprimas? ¿Cuál,
cuál ha sido? Y, si tus santas leyes Acaso
hollé; si tu tremenda ira Provoqué
insano; ¿ya expiación bastante No
ofrece el curso de mis negros días? ¿Qué
más demandas? Triste, abandonado, Llorando
a solas sobre mi honda herida, ¿Harto
no padecí, sin ver siquiera Para
enjugar mis lágrimas, la orilla De
un manto alzar, sin que una voz oyese Que
se doliera de la suerte mía? ¡Duélete
tú...! ¡Perdón! ¡De ti lo espero! ¡Perdón...!
¡Mas ay! que de mi yerma vida Inmóvil
brilla en el confín profundo Lívida
mancha; el huracán ya silba Con
sordo zumbo; de rojiza arena Rodar se
ven dispersas nubecillas... Ya
van creciendo, ya... su ardiente soplo Hiere
y enturbia mi espantada vista. ¡Llegó
mi hora! Ya bamboleando Bajo mis pies,
que al gran vaivén vacilan, El
desierto en furiosos remolinos Todo entero
revuélvese y agita... ¡Qué
hacer...! Yo huyo... ¡Cielos! A mi espalda, ¿Qué
miro alzarse...? Pálida, sombría, Gigantesco
fantasma, de su seno Detrás de
mí la eternidad vomita. ¡Ay!
que sin ojos... ¡Harto te conozco, Padre,
tremenda sombra! Mis desdichas Vienes
a terminar... Sí, ya lo entiendo: Yo
de tu boca con la boca mía Recogí
el ¡ay! postrero; yo tus ojos Moribundo
cerré; yo tu ceniza En la tumba
escondí: la sacra deuda Hoy a pagarme
vienes... ¡Ay! ¿suspiras...? ¿No
me ves? ¿No me ves? ¡Triste! ya es justo Que
en tus paternos brazos me recibas: Ábrelos,
¡ay! ¡esa será mi tumba, La
tumba, sí, que al cielo yo pedía! Enero,
1835. |
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