LA MUGRE, SILVA Y VILLALBA Y EL PLEBEYO
Por Jaime Enrique Claro Arévalo

 

Por allá por los años 80, muy probablemente en el 82 u 81, yo hacía parte de la Tuna de la Universidad Católica de Colombia, en Bogotá, y los ensayos se hacían todos los fines de semana, empezaban el sábado y normalmente no se sabía cuándo terminaban, porque era común que de allí nos trasladáramos a otros sitios y se organizaran sendos acontecimientos con el acompañamiento de bebidas espirituosas que redundaban en verdaderas jornadas de bohemia.

Uno de los sitios donde asistíamos con alguna frecuencia, era el Restaurante Silva y Villalba, un lugar muy animado que se ubicaba por la Carrera 11 con ochenta y algo, donde se podía disfrutar de las delicias colombianas y el show de medianoche era protagonizado por el dueto nacional, acudíamos allí dada la amistad que tenían los dos con nuestro director Luis Alberto Calle.

Era común que en esas noches de juerga y parranda, continuáramos hasta más allá del amanecer en compañía de los célebres músicos, ya bien, viéndolos interpretar las más bellas y populares canciones de la música andina colombiana o compartiendo con otros músicos que se hacían para ver el amanecer citadino; eran verdaderas veladas musicales cerca de muy selectos artistas con quienes teníamos la oportunidad de departir e inclusive hacer algunos intercambios de conocimiento musical.

Una de esas noches terminó dos días después en la finca de Rodrigo Silva, era un acontecimiento muy especial, estaba cumpliendo años la madre de Rodrigo y tuvo la deferencia de invitarnos (pasando de largo), para que fuéramos hasta su finca que se ubicaba en las afueras de Bogotá. La recuerdo pequeña, muy bonita y bien cuidada, en donde se destacaba una casa como las que se conocen de la sabana de Bogotá. Era muy sencilla pero bella, llena de recuerdos de todo el país, con cosas típicas de su ancestral tierra huilense, y, en la sala: una chimenea, me aposté allí, claro, un calentano como yo, amanecido, no podría ubicarse en un lugar diferente del que pudiera abrigarlo para disponerse a disfrutar la velada musical.

Sin el ánimo de exagerar el acontecimiento, debo decir que en lo personal, ha sido uno de los acontecimiento musicales de mayor trascendencia, y le repito, que en lo personal, en lo íntimo, será posible que en mi vida Dios me haya deparado la oportunidad de haber visto otros acontecimiento muy importantes, pero éste, marcó un hito en mi corta vida musical.

Había varios artistas, no muchos, pero todos de un excelente nivel, muy buenos aunque sin gran popularidad (como suele ser en un verdadero acontecimiento musical), y de pronto, el maestro Rodrigo dice: "por favor, llamando a todos en la casa, les ruego que se acerquen a la sala, (a lo que todos acudimos en masa), les pido a los presentes que se ubiquen en donde puedan en este recinto, quiero pedirles un gran favor, como ya saben mi madre está de cumpleaños y yo de regalo le quiero ofrecer, que cada uno de ustedes interprete su mejor versión artística y se la dedique de manera muy especial". Perdone que no recuerde el nombre de la señora madre de Rodrigo Silva, pero en su defensa digo que esa señora inspiró el lugar, era una mujer que con su mayoría de edad, transpiraba dulzura y ternura, era ver a mi madrecita linda, el pelo blanco, las facciones suaves y el andar pausado de la madurez. Acto seguido, nos dispusimos a entregarle nuestra mejor cuota a la señora madre de Rodrigo; entonces, todo fue un derroche de virtuosismo, unos declamaron bellas poesías, otros cantaron, otros interpretaron bellas piezas con sus instrumentos musicales, el maestro hizo pasar al centro a Jesús David Quintana y le "exigió" que como buen nortesantandereano cantara "Ay mi llanura", bello pasaje llanero compuesto por el eximio Arnulfo Briceño (a quien, dicho sea de paso, falta una mayor divulgación de su nutrida producción musical), y la cosa fue así, toda una exigencia; comprendí por qué lo había hecho el maestro después de oírle la interpretación a Jesús David Quintana, pues la verdad es que Jesús David es verdaderamente un artista, un cantante nacional, y ese día en especial, hizo una hermosa y brillante exégesis de esa canción que ha hecho carrera y que hoy ocupa un lugar de privilegio en la larga lista de composiciones nacionales. Jesús David Quintana hizo alarde de su capacidad artística y en una inspiración muy sentida nos hizo delirar a los presentes.

No quiero alargar más este sencillo comentario y paso a contarle el centro de lo que quiero decirle, pues resulta que siendo yo parte de ese acontecimiento, en clara desventaja y condición musical, no tuve otra opción diferente que dedicar a la señora madre, lo mejor de mi exiguo repertorio, pues como ya había contado, la orden era perentoria, además hubiera sido de mucha descortesía no hacerlo. Para esa época, en cada sitio que iba, siempre presumía de los bellos temas de mi Provincia de Ocaña, verdaderas piezas musicales que siendo tan bellas, eran absolutamente desconocidas en el territorio nacional a pesar de que ya se había lanzado el álbum "Geografía del Recuerdo". Me apertreché con mi guitarra y pedí a uno de los acompañantes que me "siguiera" con el tiple, después de una inspirada dedicatoria, interpreté la más bella entre las bellas: "La Mugre". Lo hice con la mayor dedicación y empeño, me concentré lo mejor que pude en cada palabra, en cada bajo de mi guitarra, en cada acorde, en cada acento, me dediqué como si fuera la última vez, y a la postre que no me fue tan mal, realmente me sentí muy feliz cuando terminé mi humilde interpretación y recibí el aplauso de los presentes.

Hubo un extraño silencio, corto pero diciente, después lo comprendí, en la mente de todos estaba esa pregunta: ¿y esa bella pieza de dónde salió? Tanto el maestro Silva como Villalba, una vez concluida mi interpretación, se dieron al vuelo para acercarse y preguntarme con avidez: ¿de quién es esa bella canción que ellos nunca habían oído?, a lo que yo con gesto de orgullo regional contesté "de un 'primo' que vive en Ocaña, Norte de Santander, que se llama Alfonso Carrascal Claro y que además tiene otras bellísimas canciones".

Lo que me causó gran orgullo y felicidad, fue comprobar que en el siguiente disco grabado por los maestros Silva y Villalba, aparecía dentro del repertorio la bella interpretación de La Mugre, que en las manos y voces de ellos, es un verdadero deleite para quienes aún apreciamos esa clase de música.

Ni Alfonso Carrascal Claro, sabe quién soy yo, ni tampoco soy "tan primo" como dije, ni recuerdo con mucha precisión muchos datos de esa reunión, seguramente los maestros Silva y Villalba, hoy no tienen ni idea de quién es Jaime Claro, y no sé si por ese día, ellos tomaron la decisión de grabar la canción, seguramente tuvieron que pedirle permiso a los autores y compositores y cumplir con todos los requisitos de ley de Sayco y Acimpro, pero eso pasó y sucedió así y yo simplemente quería contárselo a usted como una anécdota muy simpática.

Un abrazo… Jaime Claro.