Nuestra
apreciada ciudad de Ocaña, por su ancestro español; al igual que
otras regiones de su antigua provincia, tiene múltiples leyendas que se
sitúan en el terreno supersticioso, tan común en los pueblos de
América latina. Me
sorprendió que el amigo Luis Eduardo Páez García, no relacionara
en su artículo Creencias y Supersticiones de Ocaña, el tema de don
Julio Durán que de niño escuché: era quien "sacaba"
las ánimas del cementerio a recorrer algunos barrios de Ocaña. Trata
de recordar y encontrarás que este era un tema del cual se hablaba en Ocaña;
al igual que otros personajes como: "La Mula Maniá", "La
Luz Corredora", "El Cura sin Cabeza, "La Llorona", entre otros. Don
Julio Durán no es un espanto. Fue un ocañero que resolvió
mandar una promesa; y contaban que desde el 2 de noviembre iba al Cementerio local
de Ocaña a llevar las ánimas a recorrer algunos barrios. Don
Julio al pasar por los andenes de las callejuelas, tocaba las ventanas en altas
horas de la noche y pedía un padrenuestro por las almas de los muertos. Es
posible que el buen hombre deambulara solo por los barrios: El torito, El Tejarito,
La Costa, Villanueva, entre otros; pero las gentes aseguraban que las ánimas
le seguían. Las
buenas entre fervorosas y asustadas, por lo imprevisto de la petición en
horas de la noche, rezaban por las almas benditas del purgatorio. Por
la mañana, muy temprano, regresaba don Julio al cementerio a llevar las
ánimas y repetir la salida a la siguiente noche, hasta que finalizaba el
mes de noviembre. Una
señora me comentaba que don Julio no podía volver la vista atrás.
En mi curiosidad de siempre le pregunté y por qué; y me dijo: "No
lindo, porque lo despedazan". Te
imaginas, en una noche oscura y lluviosa al buen hombre pidiendo una oración
por los difuntos... Pues
yo me lo imaginé y lo describo en los endecasílabos que te envío
para la amable audiencia de la página que diriges. En
relación con este personaje lo llamo: EL CABALLERO DE LAS ANIMAS. En el
poema hay dos estilos Décima y Soneto, corte endecasílabo. Es
posible que los ocañeros que lean esta ambientación al poema adjunto
hayan oído de don Julio Durán, que es posible aún tenga familiares
vivos en nuestra ciudad; o en la antigua provincia ocañera. Por
lo anterior, trato este tema con todo respeto; reitero que se trata de una promesa
de tantas, como en la Costa Atlántica, en donde en Semana Santa se azotan;
no obstante la prohibición de los sacerdotes católicos a esta práctica
controvertida de honrar a Dios o los santos. Un
paisano me comentaba hace años en Ocaña: "Cierto que el Señor,
la Virgen o los santos, no piden que se les paguen promesas; pero si se mandan
es para cumplirlas; o si no que le pregunten a don Antón García
de Bonilla lo que le pasó por no cumplirle a santa Rita de Casia..." Don
Julio, tal vez por un favor recibido del Señor: asumió sacar las
benditas ánimas a recorrer algunas callejuelas de Ocaña en altas
horas de la noche y pedir oraciones por ellas, práctica piadosa cristiana,
que a la muerte, nadie ha asumido reemplazarlo. En
este poema relaciono también a ANTON GARCIA DE BONILLA, rico encomendero
que vivió en Ocaña y era dueño de grandes haciendas en lo
que hoy es el Norte de Santander el Sur del Cesar, respectivamente; especialmente
en Aguachica (Cesar). Don
Antón mandó una promesa a santa Rita de Casia, cuando sus hijas
y sobrinas se enfermaron gravemente, víctimas de una epidemia. El rico
español, casado con doña María Téllez, le prometió
a la Abogada de Imposibles en su Capilla de Ocaña que sanara su hija y
sobrina y le prometió una parte de su riqueza para que le construyeran
un templo digno de la santa si curaba a sus familiares. La
hija y las sobrinas sanaron y el rico español se olvidó del asunto,
pero como comentaba el escritor Ciro A. Osorio Quintero, la santa no se olvidó
de don Antón. Cuentan
que el ingrato promesero, fue condenado a desandar y volver a la Capilla a solicitarle
a la santa que perdone su ingratitud. El
cuadro de la santa, Abogada de Imposibles, estuvo hasta hace algunos años
en su Capilla de Ocaña; hasta que inexplicablemente desapareció,
hecho que denuncié en un artículo publicado en www.cocota.com.
Los
robos de las obras religiosas afectan nuestro patrimonio artístico colonial,
sin que en Ocaña y la Provincia haya quien lo impida. El
arte, en nuestra noble ciudad de Ocaña, no tiene dolientes. Medellín,
enero de 2002. EL
CABALLERO DE LAS ÁNIMAS (Leyendas
de Ocaña) De
julio Durán en su promesa de las almas llevar en romería. Se
contó hace años que pedía
Una oración, con
súplica y firmeza. ¿Por qué se ofrecía con entereza a
encabezar la etérea caravana, vagando de la noche a la mañana? ¿Habría
perdido el viejo la razón? Se ignora, mas la procesión
terminaba
con la luz temprana. No
osando volver la vista atrás, decían que el anciano caminaba; en
tanto, la luna contemplaba: La noche y la lluvia pertinaz. La historia se
pierde en el jamás; hoy parece que aquello fue soñado, como
Antón, con su caballo alado, que anhela encontrar en Santa Rita consuelo
final para su cuita
¡Sentirse por siempre perdonado!
El dos de noviembre
se iniciaba del penitente, su extraña devoción. ¡Cómo
saltaba de susto el corazón! Cuando entre la lluvia susurraba: "No
olviden decir sus oraciones por los labios dormidos
siempre yertos. Hallarán
de Dios las bendiciones, orando por las almas de los muertos". Decían
que a la puerta del cementerio retornaba el anciano del misterio al despertar
la luz del nuevo día. Hoy
el anciano, ha muerto: Se ha dormido; Sin que nadie jamás haya podido,
reemplazarlo en su extraña correría. Gabriel
Angel Páez Téllez
Nota:
Gabriel Ángel: En
La Playa de Belén, el caballero de las ánimas se llamaba Daniel
Armesto. Era el sepulturero del pueblo. Yo tendría 6 o siete años
en aquellos lejanos tiempos. Daniel recogía las ánimas
en la meseta -"donde la muerte sueña con los muertos", como diría
Cote Lamus muchos años después- y tocaba, con los viejos nudos de
sus dedos, en las ventanas. Los dueños de casa preguntaban: ¿Quién
es...? y él, con su voz ronca de sepulturero, contestaba: ¡Alerta,
alerta, alerta... que la muerte está en la puerta! y continuaba, mientras
los niños temblábamos de miedo: ¡Un Padre Nuestro por las
benditas almas del purgatorio! Guido
Pérez Arévalo |