ANTOLOGÍA DE ESCRITORES Y POETAS DE OCAÑA Y SU PROVINCIA
Por Gabriel Angel Páez Téllez.
Fecha, enero 22 de 2006 Boletín Literario 21
Biografía sucinta de la obra de Felipe Antonio Molina

Nació en Ocaña el 9 de octubre de 1910 y falleció en Miami (USA) el 19 de febrero de 1970. (Rf. Revista Hacaritama, número 247, año 1970)

Abogado periodista y escritor.

Cursó estudios de bachillerato en el Colegio de San Bartolomé de la ciudad de Bogotá; posteriormente realizó su formación profesional en finanzas y en leyes, en Estados Unidos.

Durante sus casi sesenta años de existencia se destacó como escritor en diferentes diarios nacionales; entre otros: La Nación de Barranquilla; El País y El Tiempo de la ciudad de Bogotá; Diario El Pacífico de Cali, en éste, ejerció como redactor, destacándose siempre por el correcto manejo del idioma español y su preclara inteligencia a favor de la nación colombiana.

En su afecto por el terruño fue un entusiasta colaborador de la revista Hacaritama, órgano oficial de la Academia de Historia.

En su desempeño profesional laboró con eficiencia notable en los diferentes campos de la administración con empresas públicas y privadas.

No obstante haber sido secretario privado del doctor Laureano Gómez, jefe del partido conservador; en una época plena de sectarismo, que aún recuerda el país, el Dr. Felipe Antonio Molina, gracias a su ética ejemplar, relaciones humanas y equidad a toda prueba fue requerido y apreciado por todos sus conciudadanos; gracias a lo anterior, su acción periodística fue registrada y reconocida por diarios de ideología liberal. En muchos de ellos aparece como comentarista y colaborador notable. Su labor ejemplar y objetividad exaltan al periodismo independiente de Colombia.

Se caracterizó además, por su dinamismo y liderazgo organizativo; y su labor se vio reflejada brillantemente a favor de la Biblioteca Nacional; consejero financiero del IFI; organizador y director de la sección cinematográfica del Ministerio de Ecuación Nacional; gerente de la sociedad para la industrial química de Basilea, Suiza.

Fue consejero cultural de la embajada de Colombia en Washington.

Entre diferentes obras escritas de su autoría se cuentan: Laureano Gómez, historia de una rebeldía; Las proyecciones sindicalistas; Julio Arboleda o la imitación de una vida; Biografía de Orellana y Lope de Aguirre…

Estuvo vinculado además con academias de historia: Sociedad bolivariana de Colombia; Centro de Historia de Quito; miembro del Instituto sanmartiniano de Colombia, etc.

A continuación, como una muestra de su admirable capacidad para realizar semblanzas de personajes históricos, copio textualmente fragmentos de escritos en donde en admirable prosa nos habla de dos personajes íntimamente relacionados con la historia de Ocaña: El padre Alfredo Sánchez Fajardo; y el poeta Adolfo Milanés, artículos que en su texto completo aparecen en el libro Periodismo y periodistas de Ocaña.

RECUERDOS DE SÁNCHEZ FAJARDO

Aquellos eran unos días graves y tiernos, tántos los recuerdos, que he perdido un poco de exactitud de sus diámetros y alturas, de sus silencios, glorias y melancolías. Parecían haber crecido un poco intempestivamente, cómo aquellas gotas de resina paralizadas sobre el tronco de un árbol viejo y que nadie sabe dónde nacieron. Diríase que las cosas eran más pequeñas entonces; que el mundo no se había ampliado aún; que las fuerzas telúricas estaban soterradas y que el misterio andaba desnudo y dialogaba con las gentes bajo la luz del sol. Hablo ahora desde la infancia. De aquella infancia mía, que se me ha quedado con el transcurso de los años convertida en el símbolo de mi bicicleta. Yo tenía un triciclo para correr, detenerme y soñar y vivir la aventura infantil.
….
En aquél tiempo, en que todo era desmesurado y bello, conocí a Alfredo Sánchez. Había una fiesta y el padre hablaba desde el presbiterio, junto a los pesados rituales, de vastas letras rojas y negras, que descansaban en fascistoles revestidos de seda. Sus palabras eran una casi profana variación de la salmodia religiosa.

Tan amables cosas dijo de las violetas, que el júbilo me estremecía y ya jamás lo perdí de vista, porque cada vez tuve más tatuado al joven presbítero sobre la carne de mi corazón.

Ahora, se ha ido.

Sánchez Fajardo fue un hombre leve, además tuvo la ingravidez de los tristes que es una forma de vocalización de las lágrimas. Fue una víctima propiciatoria de esa secular angustia con que el adagio latino y en la vida, enloquecen los dioses a los escogidos. La poesía del amor a Dios fue una ruta de fuga para su inquietud, macerada en el silencio.

No tuvo, pues, su muerte el amplio retumbo de los árboles que se desgajan. ¿Para qué? Había sido un junco inclinado sobre las aguas y por las aguas se dejó arrastrar…

ADOLFO MILANÉS

… Adolfo Milanés había sido un poeta absoluto. Quiero significar con ello que su canto fue el pulso que midió la vida de su espíritu. Escribió los versos más puros, más diáfanos y más blandos e inocentes de su generación, sin esfuerzo y sin escuela. Había una correspondencia de música entre su existencia y su sentimiento. Por allí hablaba el poeta con su voz transfigurada por la ternura.

Milanés no conoció otro sosiego que el del paisaje nativo, hacia el que iba con ímpetu de meteoro. Jamás podrá medirse con exactitud esa comunión entre el hombre y el universo, ni el instante preciso en que se sucede el sagrado ayuntamiento. Pero yo creo que hay allí tanto de brutal y diabólico, que lo mismo puede desembocarse en el poema que en la tragedia. No me siento capacitado para diagnosticar si es lo fugitivo del paisaje, lo inasible del mundo, lo que determina al poeta y estimula su génesis, o si por el contrario, es la poesía una resultante del paisaje conquistado y definitivamente infinitamente inferior a quien lo ha perseguido hasta su entraña más íntima, apoderándose de él y domeñándolo. Cualquiera sean los hechos, los términos y condiciones de la tragedia, subsisten, a pesar de todo, y marcan al predestinado con su signo de fuego…

De todo ello nació una poesía maravillosa- que tal fue la de Milanés- poesía de tiernos contrastes, de perfiles suavísimos, de leves esencias, madurada al azar de los días y las noches como un fruto de evasión y santidad. Pero también en lo profundo de esos factores alentaba la semilla de la muerte.

Quiso confundirse con la tierra para cantarla más hondamente, ya no en versos sino en flores, en frutos y en silencio, porque ese era el día en que habían terminado su función musical de las palabras.