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Mi
tio Sergio que fue un personaje en mis épocas de niño, quizás
por la locuacidad que siempre lo acompañó o por esa característica
tendencia suya a deambular por los caminos sin rumbo fijo, tenía una forma
muy propia para llamar a nuestro radio PHILIPS, le llamaba "la caja de música"...
Cuando llegaba a la casa y me encontraba oyendo por ejemplo, al Grupo "Génesis"
y su nunca igualada "cómo decirte", se quedaba lelo mirándome,
meneando la cabeza con lástima y murmurando entre dientes: "El hombrecito
se va a volver loco con esa música a go-go..." Tenía
que revestirme de paciencia para soportar los regaños, maledicencias y
críticas de quienes me rodeaban, pues para esa época era el sardino
de la familia y en la mayoría de los casos, me convertía en el centro
de atención. Cómo
la televisión era tan escasa en nuestro pueblo, un poco más diría
yo, que la luz eléctrica, la cual cuando se dignó llegar a nuestra
casa, apenas alcanzaba para dos "bombillos" de 25 W; uno en la cocina
y otro en la sala. Y decía que debía armarme de paciencia, pues
llegó un momento en que comenzamos a aficionarnos por la radio novelas
y los dramatizados radiales. De manera que a las seis de la tarde, cuando comenzaban
los grillos a emitir sus estridentes sonidos, nos congregábamos alrededor
de una antigua mesa de madera ubicada en la sala que era junto con los taburetes
de madera, el único mobiliario heredado del abuelo Miguel José Claro,
un viejo y curtido arriero que paradójicamente había muerto ahogado
en las turbulentas y peligrosas aguas del playón en una insuperable crecida,
un 24 de Septiembre en plenas fiestas patronales, cuando "La Banda de Morales",
tocaba sus fandangos en el patio de la casa de mi tío Francisco Velásquez,
a las 8 de la noche... Entonces allí, a las seis en punto de la tarde,
sonaba la fanfarria y anunciaban la llegada de ARANDÚ. El Príncipe
de la Selva, un seriado radial que se robaba todos los índices de sintonía
y que para nosotros se constituía en un super héroe más,
compitiendo con Supermán, Batman, Acuamán, compitiendo en la honrosa
lid de hacer justicia para los más débiles y desprotegidos, o esperábamos
también con impaciencia todos los días a la una de la tarde, otro
seriado que nos llenaba de emoción escucharlo, pues aprendíamos
sin darnos cuenta, lecciones de superación, de amor por nuestros semejantes
y otras enseñanzas que subliminalmente nos iba dejando en lo profundo de
nuestro cerebro, era KALIMÁN, el Hombre Increible y su amigo Solín.
Muchos años después, comprendí los alcances de la fraseología
que utilizaba la serie, al realizar en la ciudad de Barrancabermeja, un curso
intensivo de superación mental y relajamiento, patrocinado por la empresa
para la cual trabajaba entonces. Y en el inventario fantasioso de esa radio antigua,
seguían una infinidad de programas que desgraciadamente hoy, a la luz de
tanta modernidad, parecerían ridículos obsoletos e innecesarios. Todo
ese acervo cultural que se arraigó en mi alma a través de esa maravillosa
invención de la radio, yo me permití agrandarlo con una casi piadosa
devoción por la lectura, la cual me permitió aventurarme por los
más impensados vericuetos del mundo y así pude conocer al rey Schanhar
y a la joven Scherezade de y a de la mano del capitán Nemo, gracias a la
futurista imaginación de Julio Verne; Ana Karenina, me enseñó
la grandeza del alma humana y las lecciones de moral, descritas por Tolstoi; Me
adentré en el relato mejaestuoso de Saint-Exupéry. El Principito,
donde entendí todo lo fácil y complejo del hombre y el mundo; entendí
los misterios de la existencia humana en el Hamlet de Shakesperare, conocí
a la Atenas de Aquiles, Héctor, Menelao, París, Odiseo a través
de la Iliada de Homero y así, sucesivamente, podría seguir enumerando
todo lo amplio y maravilloso que me prodigó la lectura, en épocas
donde la prisa no era conocida y el amor por el olor de los libros era casi un
ejercicio de idolatría... A través de mis amigos los libros, viajé
por los mundos insondables de la poesía lorquiana, nerudiana, borgiana
y de la nuestra tambíen, porque fué de la voz de Silva, de Flórez,
de Milanés, de Pacheco Quintero y otros que aprendí a libar el néctar
del verso puro, diáfano y cristalino. Ese verso de simetrías sin
iguales, de cadencias infinitas, de rimas capaces de adormecer el espíritu
con la danza mágica de su juego, a diferencia de la libertad actual que
existe para la incongruencia del poema y la inexactitud de de las palabras.
N A N O Girón, Mayo 12 de 2009 | ||||||||