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La
Playa de Belén fue en épocas pasadas, un pueblo levítico.
Dada la influencia religiosa con que las antiguas generaciones criaban a sus hijos,
en cada familia era casi imprescindible que hubiese un seminarista, un acólito
o un altar frente al cual ardieron a través de las velas de cebo y posteriormente
de parafina, muchos pedimentos, milagros y sueños que se fueron apagando
a la par con los tiempos modernos, plagados de nuevas tendencias y tecnologías
que, como dijera alguna vez el maestro Facundo Cabral, son como "ir montados
en el tren de la muerte mirando como el progreso acaba con la gente..." La
anterior introducción aparte de hacerme temblar el alma con la nostalgia
de aquellos días incomparables, me sirve también para explicar cuán
importante era para uno de niño, poder llegar a ocupar el honroso puesto
de acólito o "monaguillo", el cual permitía poner al servicio
del párroco de turno nuestros buenos oficios en los quehaceres propios
del transcurrir parroquial. Ellos incluían el acompañamiento en
el rito de la Santa Misa, tocar las campanas, aseo del templo y la Casa Cural
y muchas veces cumplir con los diferentes "mandados" que el sacerdote
solicitaba... Todo por una pequeña remuneración que alcanzaba, como
lo manifesté en un artículo anterior, para la jornada televisiva
dominical, los helados y la infaltable visita a la tienda de "Baña"
a saborear un espumoso vaso de chicha con cucas... Pero
lo que quiero contarles en este escrito, es la manera como ingresé al clan
de los "come velas", como nos llamaban los "envidiosos" de
entonces y las consecuencias de mi inocencia, puesta en las manos de "Carrique"
Armesto, quien oficiaba de Sacristán y por ende, mi jefe inmediato. Sobra
decir que su experiencia de muchos años hacía que conociese al dedillo
todos los intríngulis del oficio, además de su innata habilidad
para la conversa fácil y un desparpajo que aún hoy nos asombra. Como yo me había empecinado con la idea de pertenecer al selecto grupo de acólitos, no había un día que no insistiera al amigo Armesto, para que me diera la oportunidad de realizar el acondicionamiento necesario para mi desempeño, pero éste salía con evasivas que llenaban de frustración mis anhelados propósitos. Cabe anotar aquí, que se desempeñaba como párroco para el momento de mi narración, el Presbítero Nevardo Salazar, (q.e.p.d) de quién también había hecho referencia en anterior escrito; famoso por su afición a los pájaros, razón por la cual el populacho le había asignado el sobrenombre de "El Padre Mirlo". Hombre de recio carácter, nacido en las agrestes montañas de Antioquia, estricto en toda la extensión de la palabra, pero mamador de gallo como todo paisa que se respete. De sus manos salieron las peores "cuerizas" que haya recibido en mi vida y de sus apuntes jocosos, apodos aun conocidos como "Radio Philips", "Marrana Flaca", "El Radio de Cuya", "Chispas", "Trompo Loco", "Cabellos de Ángel" y otros que le huyen al recuerdo, gracias a la fragilidad de mi memoria. Un
día cualquiera, o mejor, una noche cualquiera, luego del infaltable rezo
del Santo Rosario que se realizaba en el templo, yo andaba como siempre por los
alrededores del parque, jugando "cacho" y correteando como loco con
el brío y la dinámica que alcanzan su máxima expresión
en la edad infantil, cuando "Carrique" me llamó y me dio la buena
nueva: "Hoy vas a tener la oportunidad que tanto esperátes",
- me dijo, con una risita entre burlona y sarcástica- "¿Vos
si serés capaz de trancar las puertas de la iglesia y luego apagar las
luces?", "esa es la prueba para ingresar" - argumentó -
Yo no pude menos que reírme ante la estupidez de su pregunta.Con el obsesivo
interés que tenía por ser acólito, no me arredraría
ante nada y así se lo manifesté. Deseándome buena suerte,
el hombre se despidió de mí y procedí entonces con decisión
y sin el menor asomo de temor, a cumplir con la tarea encomendada. Comencé
a cerrar una a una las tres puertas de la iglesia, las cuales estaban protegidas
por unos grandes pasadores de hierro que a su vez eran asegurados con unos inmensos
candados que parecían una réplica exacta de los que se usaban en
las épocas medievales. Seguidamente, me dirigí rumbo a la sacristía,
donde según las indicaciones recibidas, quedaban los tacos o interruptores
que permitían la alimentación0 del fluido eléctrico. Al llegar
hasta el sitio, me di cuenta - allí sí, con un poco de temor- que
para llegar hasta la caja eléctrica, debía pasar por entre todas
las imágenes con que contaba la parroquia. Entre todas ellas, resaltaba
por la perfección de sus rasgos "Jesús del triunfo", esa
famosa imagen que año tras año por semana santa, sacaban en las
procesiones sobre el lomo de un burrito, vestido con una túnica roja, símbolo
inequívoco de su entrada a Jerusalén en su condición de Rey.
Además de esta imagen, también se encontraban San Martín
de Porres, San Juan, María Magdalena, La Verónica y muchos otros
ubicados en sitios estratégicos de ese gran salón. Con la resolución y el arrojo característicos en un jovencito de mi edad, atravesé el salón, abriéndome paso entre las imágenes hasta llegar a la caja de la luz. Bajé con decisión las cuatro cuchillas que permitían el alumbrado del templo, las torres y la sacristía y al hacerlo, se hizo una oscuridad igual o más grande que el silencio de esas horas, en un pueblo acostumbrado a dormir con las gallinas... Una pequeña claridad que atravesaba el vitral de la gran ventana que daba a la calle, me ayudó a caminar hacia la salida, con rumbo a la Casa cural. Ya estaba por llegar a la puerta de salida hacia el altar mayor, cuando sentí un leve chirrido a mis espaldas. Volví la cabeza para descubrir de qué se trataba, cuando pude observar a través de la pequeña claridad, como el "Jesús del Triunfo" levantaba lentamente su brazo derecho...La sangre se heló en mis venas, mi cabeza triplicó su tamaño, pero aún así, tuve alientos para emprender una veloz carrera, en la que me estrellé con las bancas, las columnas y todo lo que a mi paso encontraba y al llegar a la puerta que comunicaba con la Casa Cural, me lancé hacia ella de cabeza... Ante el estrépito, los pájaros que ya dormitaban plácidamente en sus jaulas respectivas, comenzaron a volar y a emitir no trinos, sino sonidos guturales de angustia y desazón. El Padre Mirlo acudió presuroso a verificar que era lo que sucedía. "¿Qué significa ese ruido tan grande. Hombe...?", me preguntó con su peculiar acento paisa... Yo no podía modular palabra alguna. Solamente señalaba con el dedo hacia la iglesia... Un tremendo latazo sobre mi humanidad me sacó del atoro que me tenía petrificado. Cuando logré balbucir algunas palabras, pude manifestarle al padre lo que acababa de presenciar en la sacristía. Lo único que logré con mi explicación, fue desatar su rabia e incredulidad; acto seguido me levantó de un brazo y con dos latazos más, me obligó a regresar por el mismo trayecto. El miedo al castigo pudo más y retomando un coraje inexplicable, empecé a caminar lentamente... Atravesé
toda la nave izquierda, hasta llegar a la puerta de la sacristía. Estiré
el pescuezo hasta dónde pude para observar hacia la sala de las imágenes
y como no vi nada anormal, pensé para mis adentros que lo anterior había
sido producto de mi imaginación, entonces caminé a través
de ellas hasta los tacos de la luz; los subí y miré con detenimiento
para ver si notaba algo extraño, pero no sucedió nada ni reparé
presencia alguna, diferente a los huéspedes sempiternos de la iglesia.
Bajé los interruptores y me dispuse a regresar. No había llegado
a la puerta, cuando de pronto... otra vez el "Jesús del Triunfo"
elevó su brazo derecho, en medio de un ruido realmente pavoroso... Mi miedo se duplicó y esta vez creo que el recorrido hasta la casa cural, habría sido merecedor de un premio, por la rapidez y agilidad con que lo hice...Al atravesar la puerta me tropecé de frente con el sacerdote que ya se dirigía a verificar el estruendo que yo hacía en la iglesia al estrellarme con las bancas... Esta vez su indignación llegó al límite, pues ante la temblorosa narración de lo que había visto, me manifestó que eso no podía ser cierto, que no tenía una explicación lógica... Acto seguido le aplicó tres latazos más a mi doliente humanidad y a empujones me obligó a regresar hasta el sitio... Yo adelante con el pavor sobre mi cabeza y él detrás de mí, impidiéndome el regreso, a empellones... De esa manera llegamos hasta la puerta, pero ésta vez, fue el sacerdote quién atravesó la sacristía con sigilo, a la expectativa y armado con la gruesa lata verde que yo había probado esa noche en seis dolorosas oportunidades. Yo lo seguí de cerca. Ya
estaba a punto de entrar en el salón de las imágenes, cuando aquel
"Jesús del Triunfo" comenzó a levantar sus brazos intermitentemente,
como enloquecido, en medio de un ruido ensordecedor de bisagras oxidadas... En
un primer instante, el clérigo retrocedió con cierto recelo, pero
inmediatamente, como si se hubiese abierto una ventanita dentro de su cerebro,
se dirigió hacia la imagen repitiendo: ¡¡¡Eureka, Eureka!!!,
exclamación que muchos años después, vine a comprender cuando
leí algo sobre la historia del matemático Arquímedes y su
loca carrera "en pelota" por las calles de Siracusa, al descubrir su
famoso "Principio de Arquímedes"... Con
la seguridad y el convencimiento de lo que iba a hacer, levantó de un tirón
el vestido y la capa que cubrían la imagen y... ¡oh, sorpresa...!
Allí, acurrucado, manipulando los dos brazos del "santo", se
encontraba nuestro amigo "Carrique"; tan emocionado y divertido con
su terrorífica chanza, que apenas entendió lo que estaba pasando
cuando el padre "mirlo" lo prendió por los cabellos y tirándolo
al piso, le propinó tal paliza que además de dejarlo varios días
en cama, hizo que mi amigo se dedicara a incubar una aversión casi enfermiza
hacia el párroco, la cual se incrementaba, cada vez que éste preguntaba:
"¿Ve, y vos no has vuelto a ver al "radio de Cuya?"... En cuanto a mí, el siguiente susto que pasé y que me puso los pelos de punta, fue hace tres días cuando me entregaron la última factura de la luz, la cual llegó bastante obesa gracias a la brillante idea de andar dejándola encendida para proteger a mi esposa del imaginario desfile de fantasmas, duendes, espantos y espíritus burlones que hoy, en plena era cibernética, la persiguen por todas partes, catapultando de paso a este humilde playero, hacia los laberintos del insomnio, pues tengo que levantarme a distintas horas de la noche, a cubrirle la retaguardia cuando la necesidad de "hacer pis" la acosa sin misericordia, gracias a los tres vasos de agua que indefectiblemente se bebe cada noche, antes de echarse plácidamente en los brazos de Morfeo... Girón,
Mayo 23 de 2007 | ||||