UN HOMBRE LLAMADO CÉSAR
Alonso Velásquez Claro

Para la señora URSULITA PEÑARANDA valía un soberano güevo que en 1961 hubieran mandado al espacio al ruso Yuri Gagarin, quien era el primer astronauta en viajar al espacio exterior…

Para ella era más importante el 18 de Mayo de 1959, fecha en la cual, dos años antes había nacido el último retoño de su larga colección, al que le habían apodado
CÉSAR AUGUSTO.

Me imagino que el primer nombre sería una manera de "cesar" con esa infalible y permanente puntería de MINCHO CLARO.

Esta conmemoración de los 50 mayos de César Claro, nos remonta a nuestras épocas de niños allá en La Playa de Belén y me parece verlo todavía de pantalón cortico con cotizas y a veces sin ellas, tan flaco como los suspiros que el Mono Orlando, su hermano ya fallecido, exhalaba por la señorita Aurora Claro. Armado de una magnífica cauchera que había fabricado con una horqueta de guayabo y un caucho ancho que le había sacado, según él, a unas enaguas de una de sus hermanas, se paseaba por las orillas del playón y por los solares de las casas vecinas, bajándose de un solo caucherazo cuanto plumífero se pusiera en la mira de sus ojos tan claros como su apellido.

Por ese entonces, creo que era el equivalente a un Magiver moderno, porque todo lo que su calenturienta imaginación calculaba, lo volvía realidad con sus manos, de una manera difícil de imitar. Muchos de sus amigos le envidiábamos los acabados de cualquier tipo de carro que fabricara, ya fuera el típico elaborado con una portola, dos palillos de colombina como ejes y cuatro tapas de cola o de club soda, o el más sofisticado que demandaba más tiempo pues llevaba cabina y carrocería de estacas como los de verdad y además tenía llantas giratorias adelante…¡¡¡Qué belleza de carros tan hijueputa!!!, solía exclamar Güicha Cañizárez, a la vez que grababa en su memoria el modelo, para copiarlo.

Nuestra época fue muy fértil en imaginación. No necesitábamos de televisión, para idearnos las aventuras más asombrosas de Tarzán, el hombre mono. El flacuchento era una mica para subirse a los árboles, lanzar el grito de combate y volar de rama en rama persiguiendo a los cazadores de animales, que terminábamos derrotados por su valentía, la mayoría de las veces con la jeta reventada y llena de tierra, a causa de los totazos que nos pegábamos tratado de escapar de su filoso cuchillo. Eran épocas totalmente diferentes. La luz la proveía una vieja planta LISTER que nos regalaba el precioso servicio hasta las 9 de la noche. Posteriormente aprovechábamos la oscuridad para jugar a policías y ladrones, con la diferencia que no robábamos ni maltratábamos a nadie…, solamente jugábamos y soñábamos…

Y qué decir de los otros juegos. Recuerdo que César contaba con un magnífico rin de cicla, brillantico y bien cuidado el cual "manejaba" impulsándolo con un pedazo de madera, mientras que nosotros debíamos conformarnos con una rueda de caucho sacada de una llanta, la cual hacíamos rodar a mano abierta. Y qué decir de nuestros juegos a la turra, nos íbamos para el playón a conseguir piedras lizas, redondas y anchas las cuales usábamos a manera de tejo, para tumbar la turra que no era otra cosa que un tarro de salmón, encima del cual poníamos los billetes, los cuales consistían en cajetillas de cigarrillos, cuyas denominaciones variaban de acuerdo a la marca. Por ejemplo: Las de Rio de Oro, valían un (1) peso, las de Piel roja, valían cinco (5) pesos, las de Nacional, valían diez (10) pesos, las de President, valían veinte (20) pesos, las de Kent y Marlboro, valían cincuenta (50) pesos y las de Lucky, valían cien (100) pesos y así sucesivamente, pero lo que más valía para nosotros era la honradez con que se jugaba y la seriedad en el manejo de la plata.

Y qué decir de los trompos… Nunca supimos si el langaruto del César los hacía él mismo o los mandaba hacer, lo cierto era que, junto a Rubelindo Acosta y Freddy "El Morcillo" Sánchez, se daban el lujo de dejarnos babeando ante la variedad de trompos que poseían: Unos torneaditos, de colores, bien "asentaditos", los cuales se dormían de lo silenciosos y eran los especiales para exhibirlos; otros menos bonitos pero hechos de una madera muy dura y resistente, con un errón largote y puntiagudo especial para jugar las momas, sin el inminente peligro de que los fueran a rajar de un erronazo y finalmente estaban los de "sequiar" y poner para los secos, estos amenazaban ruina y tenían en su cuerpo las huellas imborrables de todas las batallas pasadas. Cuando no se jugaba a las momas, entonces se hacía un círculo grande en la tierra con una raya en la mitad en la cual se depositaban las monedas apostadas. El objetivo del juego consistía en tratar de sacar del círculo las monedas con la bailada del trompo, de lo contrario, había que irlas "arriando" hasta sacarlas del mismo. Sobra decir la habilidad de nuestro amigo para tal oficio, quien siempre nos dejaba pelados y se iba con una malévola sonrisa de satisfacción, lo cual encendía nuestras iras hasta el extremo de perseguirlo, pero siempre terminaba agazapado debajo de la mesa de sastre de su papá…

Dependiendo de la época, también nuestro Magiver criollo sacaba a relucir su gama de juegos. Cuando pasaba la fiebre del trompo, entonces procedía a fabricar las cocas, utilizando para ello los carretos de hilo calabrés desechados en la sastrería, los cuales rellenaba con esperma para finalmente ponerle un pedazo de pita curricán, que remataba amarrada a un palito hecho con la gracia y el arte de que era capaz. Y qué decir cuando salía cualquier día a la calle con una "runcha", cuya elaboración estaba basada en una tapa de gaseosa aplastada y afilada previamente en sus bordes, por cuyo centro pasaba un pedazo de pita que se enredaba en el dedo anular de cada mano y que al darle varias vueltas, surtía el efecto de girar y girar a una velocidad vertiginosa… Pero el peligro radicaba cuando nos retaba a una guerra de runchas, pues sus amigos, menos ingeniosos y vivos que él, inocentemente las fabricábamos con botones grandes de saco que conseguíamos en nuestras casas, atravesadas por un endeble pedazo de hilo "sedal" y que terminaban destrozadas literalmente por la capacidad, potencia y velocidad que desarrollaba su destructivo invento.

Los años pasaron y fueron dejando atrás parte de ese tesoro que significan los juegos y travesuras, y nos fueron formando en otro ambiente de más responsabilidad y aunque César nunca dejó su manía de mamar gallo y hacer bromas a diestra y siniestra, tuvo que pensar en las palabras de la Biblia las que sabiamente rezan que no es bueno que el hombre esté sólo. Entonces comenzó a engatusar ladinamente los nobles de corazones de Ñolo Claro y Necho Velásquez, mis primos hermanos, para arrancarles de su bien cuidado jardín, una de sus más bellas flores: Ayda Fabiola, dueña a su vez de unos ojos gatunos los cuales serían en el futuro cómplices confesos de todas sus maturrangas.

Producto de ese amor, les nació una hermosa niña que les alegró los momentos difíciles del espinoso camino que recorrían para entonces y que apaciguó en gran medida las cantaletas que mi querida vieja me montaba tratando de inducirme a mí, sibarita y soltero irredento, en la búsqueda del nieto que nunca pudo conocer. Para placer nuestro, volvimos entonces a ser vecinos y mientras él manejaba taxi, y yo manipulaba libros en una Biblioteca del Plan Camina, la ojizarca nos preparaba pasa bocas los sábados, para animar los ensayos del grupo "Los Rumbosos", que se convirtió en la atracción de propios y extraños por la peculiar manera como interpretábamos la carranga que nos llegaba del maestro Veloza. El grupo lo conformábamos: Juan Abel Claro, guitarra marcante; Cesar Claro; guitarra acompañante, Coque Ortiz, en la charrasca y este que escribe, ejecutando los punteos en el tiple. Nos convertimos en invitados especiales a cuanta fiesta y parrandón hubiese en el pueblo y en los alrededores. Tanta llegó a ser la popularidad que un día nos contrataron para una fiesta de Cootransunidos y hasta nos pagaron!!!

El matrimonio de "los Rumbosos" duró poco ya que al Flaco se le metió la ventolera de irse a probar suerte y a pescar incautos para sus bromas, en la nevera y desde entonces echó raíces en la gran urbe. Pero en estos momentos estoy completamente seguro que si lo pusieran a escoger entre un pasaje para las Islas Canarias y uno de ida y vuelta a La Playa de Belén, optaría por el segundo en menos de lo que canta un gallo, porque su mente y su corazón están allá, permanentemente… Me parece que si todos nosotros manejáramos un cuarto del cariño, el afecto y el respeto que este hombre profesa por su pueblo, muchas cosas buenas, grandes e importantes lograríamos. Pero no crean que esa idolatría que César le tiene a meterse debajo de una "vaca loca" en las fiestas decembrinas es gratis o espontánea, no señor. Ella viene ancestralmente desde las épocas de nuestra niñez, cuando retando a la buena suerte y gracias al arrojo característico que sólo puede dar la valentía de un niño, nos íbamos a la polvorería de Moncho Guerrero ubicada en una desvencijada casucha de bahareque y paja que se encontraba en una meseta arriba de mi casa, justo al frente de la palma de vino que en mal momento echaron por tierra hace poco, matando una parte de la historia playera. Por un mísero tabaco que paradójicamente le llevábamos al polvorero, éste nos obsequiaba en retribución, una manotada de "busca patas", otra de "cucaracheros" y a veces unos totecitos adicionales… Vale decir que estas visitas generalmente las hacíamos por los meses de Septiembre o Diciembre, épocas de fiesta y de parranda. Con este preciado tesoro en nuestras manos, las féminas de entonces sobre todo, debían pagar escondederos a peso, pues nos convertíamos en sus verdugos, metiéndole candela a tan explosivos juguetes y lanzándolos a sus pies, para que estos hicieran estragos faldas arriba, trayendo consigo muchas veces, las interminables persecuciones del Agente Gilberto Claro Carrascal, quien bolillo en mano nos atrapó a todos en su momento, menos a nuestro personaje de marras, el cual parecía tener pacto con el patas, pues se mimetizaba de tal manera que el pobre Don Gilberto, terminaba exhausto, sin lograr su objetivo.

Por eso al cumplir hoy sus primeros 50 años, este muchachón debe darse por bien servido pues tiene como aval para la historia, el afecto de mucha gente que lo quiere, lo admira y lo respeta. No importa que hable hasta por los codos y joda por veinte, pues esa es la personalidad que un día Dios le asignó, aprovechando la bondad, el ejemplo y la grandeza de dos auténticos playeros, como lo fueron MINCHO y URSULITA…

Felicitaciones por tu cincuentenario y Dios nos libre de tus chanzas… AMEN….!!!!

N A N O

Girón, Mayo 21 de 2009