YO CONOCÍ EL TELÉGRAFO
Por Alonso Velásquez Claro

En medio del caleidoscopio de acontecimientos ocurridos entre los años 65 y 70, tiempo para el cual yo era todavía un niño, ninguno caló tanto en mi espíritu y en mi condición de aprendiz de la vida, como el telégrafo, atribuido al inventor y pintor norteamericano Samuel Morse, patentado y dado a conocer en el año de 1938. Ese invento que yo consideraba entonces tan fantástico y complejo como la actual tecnología que nos avasalla, vino a suplir una necesidad de comunicación, hasta entonces realizada a través del correo postal, con las implicaciones de tiempo y lentitud pues la misiva debía a veces, cruzar el atlántico y hasta el mundo, para llegar a su destino final.

 

 
En la práctica, el emisor, al teclear el código, lo que hacía era cerrar el circuito de una batería, permitiendo así que por la línea (por el cable) circulara un pulso eléctrico, el cual al llegar al electroimán, atrajera con el campo magnético generado, un punzón con tinta. Dicho punzón se movía al ritmo al que se activaba y desactivaba el electroimán; es decir, que el punzón se movía al ritmo de los impulsos que mandaba el emisor. De esta manera el punzón, aplicado sobre un papel, registraba el mensaje enviado en código Morse. Para no tomarme la molestia de explicar en qué consistía el Alfabeto Morse, me di a la tarea de buscarlo en internet y copiarlo aquí, a manera de ilustración:
 
  

 

 

Decía en un comienzo que el telégrafo y su funcionamiento le interpusieron interés a movimientos como el hipismo, la carrera espacial o la revolución cultural china, porque no alcanzaba a comprender en esa corta edad, la comunicación a través de un aparatico tan pequeño y veía a la "telegrafista" como una verdadera prestidigitadora, al manejar dicho artefacto con gran seriedad y rapidez. Me pasaba largos ratos y a veces horas, observándola en su oficio.

La oficina del telégrafo por esos años quedaba ubicada en un inmueble esquinero, propiedad de Don Gervasio Sánchez, diagonal a lo que todos conocimos y conocemos como Puesto de Salud o dispensario.

En esa casa residía la señora Chela Castilla quien fungía como operadora telegráfica, era esposa del señor Rafael Rodríguez, Secretario del Juzgado Promiscuo Municipal, madre de uno de mis grandes amigos de infancia, Alonso Rodríguez Castilla y tenía a su cargo la tutela y custodia de una niña llamada Doris Lizcano, de la que no conocí más detalles que su rubia hermosura y un endemoniado enamoramiento que me obligó a pedir ayuda para que me enseñaran a bailar los "Ojos indios", "Corazón de acero" y otros éxitos de Alfredo Gutiérrez, artista de moda e infaltable en las fiestas de la época, ya que ocurrió en ese tiempo también, un hecho que a los playeros nos marcaba un derrotero dentro de nuestra tradición católica: La Primera Comunión y era de buen recibo que en las casas de los más pudientes, se celebrase el acontecimiento con comida, piñata y baile.

 

Con el paso de los años fui comprendiendo la fuerza arrolladora que producen los amores infantiles, absolutamente sinceros, libres de malicia y casi siempre rechazados. Las asiduas visitas a esa casa que perdura en mis recuerdos, se convirtieron pues, en justificación a las reprimendas y zurras de mi mamá, las cuales recibía con el estoicismo propio de los que piensan que después de los gozosos no importan lo dolorosos.

 

 

Como la ley natural de la vida incluye cambios irreversibles de tiempo y acontecimientos, después apareció uno de los inventos más revolucionarios que haya inventado el hombre: La televisión. En torno a esa caja mágica, nos reuníamos los playeros para conocer de primera mano, los últimos acontecimientos del país y del mundo y a vivir el asombro de películas y series que apenas podíamos elucubrar con la radio, que a partir de ese momento, encontró un competidor de irrefutables quilates. Lo difícil del asunto era lograr satisfacer la gran demanda de "mirones" con tan pocos aparatos televisivos, pues para esos años 68 y 69, existían en el pueblo dos receptores: Uno de 24 pulgadas lo tenía mi amigo Aliro Claro Torrado y era la opción de los más pudientes, puesto que se cobraba por la entrada y el otro de 12 pulgadas , del cual era propietario el señor Teodomiro Ramírez (q.e.p.d.), quien valga la pena agregar, era un hombre muy inteligente y practicaba un sin número de artes, especialmente el de la electricidad. Posteriormente, a mediados del 68, en el curato de Monseñor Navarro (q.e.p.d.), un bonachón sacerdote ya de edad, éste adquirió otro aparato de 12 pulgadas, el cual nos permitió la feliz oportunidad de presenciar, así fuera en blanco y negro, la llegada de Su Santidad Pablo VI al Aeropuerto Internacional "El Dorado" de la ciudad de Bogotá, para la celebración del Congreso Eucarístico Internacional.

Me conmovió particularmente el sorpresivo gesto del pontífice al arrodillarse y besar el suelo colombiano, imagen imborrable que aun perdura en mi vetusta retina. Con los ojos asombrados de ese niño inquieto y rebelde que yo era, pude extasiarme en julio del año siguiente, con el alunizaje del Apolo 11, el cual transportaba a Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, tripulantes de esa misión espacial que se convirtió en un hito para los gringos, principales competidores junto con los rusos, de la conquista interplanetaria. Recuerdo en este momento que basado en esa experiencia histórica para la humanidad, a mi primo Obed Claro, inquieto intelectual de ideas avanzadas, se le ocurrió rendir su homenaje personal a uno de los astronautas, bautizando a su primer hijo con el nombre de EDWIN.

El invaluable invento del telégrafo fue sufriendo con el paso de los años, variaciones, como la adición del teletipo que vino a reemplazar las líneas y rayas del Código Morse, el cual consistía en un monitor o pantalla en vez de la impresora y un teclado de 32 tipos, para teclear números y caracteres especiales, del que salía finalmente, como por arte de magia, el telegrama o marconigrama, cuya finalidad era enviar mensajes concisos y precisos, usando el menor número de palabras. No se empleaban abreviaturas. Se omitía la fórmula de saludo y de despedida. Se suprimían artículos, adverbios, preposiciones, conjunciones e interjecciones, procurando que el sentido del párrafo se entendiera perfectamente. Las cantidades en número se consignaban en letra y finalmente se pagaba por cada palabra registrada. Como es de suponer el redactar telegramas era casi un arte y había personas casi que especializadas en hacerlo ante las cuales acudían las gentes playeras en busca de asesoramiento cuando las circunstancias así lo exigían. Personajes con esas características y de los cuales puedo dar fe pública, fueron Emiro Arévalo Claro y Gerardo Claro Velásquez. Pero como en todo trabajo, cuando se manipulan palabras, frases, párrafos, etc., siempre existe un diablillo impertinente y burlador que nos juega malas pasadas, quiero terminar el presente escrito con una anécdota personal, basada precisamente en la distorsión de una palabra que permitió finalmente la tergiversación del mensaje enviado y por ende provocó inmediatamente el chisme y la maledicencia de la gente. Vivía y trabajaba a comienzos de los años 80, en la Ciudad del Oro Negro, como cariñosamente se le llama a Barrancabermeja y tenía una novia para cuya mamá no era yo personaje de sus afectos. Pues resulta que dicha señora, con el ánimo de alejarme de mi Dulcinea de turno, decidió enviar subrepticiamente, un telegrama a mi lejano y amado pueblo de La Playa, con el siguiente texto: "ALONSO SITUACIÓN DIFICIL PUNTO TEMEMOS LO PEOR". La telegrafista oficial para la época que era Doña Ligia Pérez, esposa de Don Nelson Pacheco Claro, mujer de rancios abolengos dentro de la aristocracia playera y por la cual tuve una inmenso y profundo cariño, parece que al hacer la transcripción del mensaje, modificó por error una letra, cambiando totalmente el sentido del mismo: "ALONSO SITUACIÓN DIFÍCIL PUNTO TENEMOS LO PEOR…" La conmoción que produjo al interior de mi familia, conformada por mi mamá, dos tías y dos tíos, fue de tal magnitud, que inmediatamente se convocó a un conciliábulo luego del cual fue comisionado mi tío Guillermo Claro Manzano para viajar al Puerto petrolero a rescatarme de un peligro que ellos ignoraban, pero que estaba allí, en ese papel telegráfico, claramente expreso.

Cuando Guillermo Claro Manzano llegó a Barranca, ese 19 de Diciembre de 1983, la única pista con que contaba para iniciar mi búsqueda, era el nombre del barrio donde yo vivía y hasta allí llegó en un taxi, cuyo conductor lo dejó en una de las calles, totalmente desorientado. Pero existen situaciones en la vida de los hombres que la razón no entiende, lo que nos permite pensar con certeza, que son "ayuditas extras" de nuestro Creador, para las gentes buenas. Agobiado por esa típica de la ciudad y cansado de andar, entró a la primera tienda que encontró, pidió una gaseosa y como era tan buen conversador, entabló una amena conversación con el dependiente, contándole la razón de su viaje. Nada más ni nada menos que el tendero era el señor Pedro Luis Prada, un floreciente músico de guitarra, a quien yo había iniciado en el bello arte de la música. Cuando mi tío "Memo" y yo por fin nos encontramos, ante mi asombro y ante su alegría, hubo un abrazo largo y silencioso. Restablecidos de la momentánea emoción, me contó sus objetivos y me entregó dos telegramas en sobre cerrado. Uno de ellos era el que había motivado el drama y la incertidumbre sobre mi situación y el otro estaba firmado por el Dr. Guido Pérez Arévalo, Presidente de la Organización de Integración y Desarrollo (O.I.D), mediante el cual se me comunicaba de un homenaje que me harían en las instalaciones del Col. Fray José María Arévalo y en el cual sería galardonado con la Orden del Ramillón de Oro, el 30 de ese mismo mes. (Dejo constancia que aún conservo enmarcado y con un cariño sempiterno, el pergamino donde está registrada el Acta de Acuerdo, con fecha de Diciembre 15 de 1983 y el Ramillón de Oro). Ante esas noticias tan alentadoras y teniendo en cuenta la precariedad de mi situación económica en ese momento, decidí acompañar a mi familiar y regresar al soñado terruño, no derrotado pero sí maltrecho.

 
 
 
Instalado ya en La Playa y tratando de aclimatarme, luego de cinco años de ausencia, semanas después bajaba yo con las manos dentro de los bolsillos por una de las nostálgicas calles del pueblo, tratando casi infructuosamente de medio abrigarlas, gracias al "paramal" que cubría nuestro cielo esa tarde, cuando me salió al paso una vieja amiga de mi madre, quien inquisitiva y casi con cara de dolor me preguntó: "Ve Loncho, y cómo seguites, pues por acá se comenta que estás malito de la cabeza y que venís de un largo reposo en el Siquiátrico San Camilo…" "Ya estoy mejorcito", le respondí y continué mi camino, reteniendo a flor de labios un melodioso hijueputazo que hasta el dia de hoy aun no puedo explicar cómo evité…!!!

Girón, Octubre 23 de 2010
JESUS ALONSO VELÁSQUEZ CLARO ("nano")