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la ley natural de la vida incluye cambios irreversibles de tiempo y acontecimientos,
después apareció uno de los inventos más revolucionarios
que haya inventado el hombre: La televisión. En torno a esa caja mágica,
nos reuníamos los playeros para conocer de primera mano, los últimos
acontecimientos del país y del mundo y a vivir el asombro de películas
y series que apenas podíamos elucubrar con la radio, que a partir de ese
momento, encontró un competidor de irrefutables quilates. Lo difícil
del asunto era lograr satisfacer la gran demanda de "mirones" con tan
pocos aparatos televisivos, pues para esos años 68 y 69, existían
en el pueblo dos receptores: Uno de 24 pulgadas lo tenía mi amigo Aliro
Claro Torrado y era la opción de los más pudientes, puesto que se
cobraba por la entrada y el otro de 12 pulgadas , del cual era propietario el
señor Teodomiro Ramírez (q.e.p.d.), quien valga la pena agregar,
era un hombre muy inteligente y practicaba un sin número de artes, especialmente
el de la electricidad. Posteriormente, a mediados del 68, en el curato de Monseñor
Navarro (q.e.p.d.), un bonachón sacerdote ya de edad, éste adquirió
otro aparato de 12 pulgadas, el cual nos permitió la feliz oportunidad
de presenciar, así fuera en blanco y negro, la llegada de Su Santidad Pablo
VI al Aeropuerto Internacional "El Dorado" de la ciudad de Bogotá,
para la celebración del Congreso Eucarístico Internacional.
Me
conmovió particularmente el sorpresivo gesto del pontífice al arrodillarse
y besar el suelo colombiano, imagen imborrable que aun perdura en mi vetusta retina.
Con los ojos asombrados de ese niño inquieto y rebelde que yo era, pude
extasiarme en julio del año siguiente, con el alunizaje del Apolo 11, el
cual transportaba a Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, tripulantes
de esa misión espacial que se convirtió en un hito para los gringos,
principales competidores junto con los rusos, de la conquista interplanetaria.
Recuerdo en este momento que basado en esa experiencia histórica para la
humanidad, a mi primo Obed Claro, inquieto intelectual de ideas avanzadas, se
le ocurrió rendir su homenaje personal a uno de los astronautas, bautizando
a su primer hijo con el nombre de EDWIN.
El
invaluable invento del telégrafo fue sufriendo con el paso de los años,
variaciones, como la adición del teletipo que vino a reemplazar las líneas
y rayas del Código Morse, el cual consistía en un monitor o pantalla
en vez de la impresora y un teclado de 32 tipos, para teclear números y
caracteres especiales, del que salía finalmente, como por arte de magia,
el telegrama o marconigrama, cuya finalidad era enviar mensajes concisos y precisos,
usando el menor número de palabras. No se empleaban abreviaturas. Se omitía
la fórmula de saludo y de despedida. Se suprimían artículos,
adverbios, preposiciones, conjunciones e interjecciones, procurando que el sentido
del párrafo se entendiera perfectamente. Las cantidades en número
se consignaban en letra y finalmente se pagaba por cada palabra registrada. Como
es de suponer el redactar telegramas era casi un arte y había personas
casi que especializadas en hacerlo ante las cuales acudían las gentes playeras
en busca de asesoramiento cuando las circunstancias así lo exigían.
Personajes con esas características y de los cuales puedo dar fe pública,
fueron Emiro Arévalo Claro y Gerardo Claro Velásquez. Pero como
en todo trabajo, cuando se manipulan palabras, frases, párrafos, etc.,
siempre existe un diablillo impertinente y burlador que nos juega malas pasadas,
quiero terminar el presente escrito con una anécdota personal, basada precisamente
en la distorsión de una palabra que permitió finalmente la tergiversación
del mensaje enviado y por ende provocó inmediatamente el chisme y la maledicencia
de la gente. Vivía y trabajaba a comienzos de los años 80, en la
Ciudad del Oro Negro, como cariñosamente se le llama a Barrancabermeja
y tenía una novia para cuya mamá no era yo personaje de sus afectos.
Pues resulta que dicha señora, con el ánimo de alejarme de mi Dulcinea
de turno, decidió enviar subrepticiamente, un telegrama a mi lejano y amado
pueblo de La Playa, con el siguiente texto: "ALONSO SITUACIÓN DIFICIL
PUNTO TEMEMOS LO PEOR". La telegrafista oficial para la época que
era Doña Ligia Pérez, esposa de Don Nelson Pacheco Claro, mujer
de rancios abolengos dentro de la aristocracia playera y por la cual tuve una
inmenso y profundo cariño, parece que al hacer la transcripción
del mensaje, modificó por error una letra, cambiando totalmente el sentido
del mismo: "ALONSO SITUACIÓN DIFÍCIL PUNTO TENEMOS LO PEOR
"
La conmoción que produjo al interior de mi familia, conformada por mi mamá,
dos tías y dos tíos, fue de tal magnitud, que inmediatamente se
convocó a un conciliábulo luego del cual fue comisionado mi tío
Guillermo Claro Manzano para viajar al Puerto petrolero a rescatarme de un peligro
que ellos ignoraban, pero que estaba allí, en ese papel telegráfico,
claramente expreso.
Cuando
Guillermo Claro Manzano llegó a Barranca, ese 19 de Diciembre de 1983,
la única pista con que contaba para iniciar mi búsqueda, era el
nombre del barrio donde yo vivía y hasta allí llegó en un
taxi, cuyo conductor lo dejó en una de las calles, totalmente desorientado.
Pero existen situaciones en la vida de los hombres que la razón no entiende,
lo que nos permite pensar con certeza, que son "ayuditas extras" de
nuestro Creador, para las gentes buenas. Agobiado por esa típica de la
ciudad y cansado de andar, entró a la primera tienda que encontró,
pidió una gaseosa y como era tan buen conversador, entabló una amena
conversación con el dependiente, contándole la razón de su
viaje. Nada más ni nada menos que el tendero era el señor Pedro
Luis Prada, un floreciente músico de guitarra, a quien yo había
iniciado en el bello arte de la música. Cuando mi tío "Memo"
y yo por fin nos encontramos, ante mi asombro y ante su alegría, hubo un
abrazo largo y silencioso. Restablecidos de la momentánea emoción,
me contó sus objetivos y me entregó dos telegramas en sobre cerrado.
Uno de ellos era el que había motivado el drama y la incertidumbre sobre
mi situación y el otro estaba firmado por el Dr. Guido Pérez Arévalo,
Presidente de la Organización de Integración y Desarrollo (O.I.D),
mediante el cual se me comunicaba de un homenaje que me harían en las instalaciones
del Col. Fray José María Arévalo y en el cual sería
galardonado con la Orden del Ramillón de Oro, el 30 de ese mismo mes. (Dejo
constancia que aún conservo enmarcado y con un cariño sempiterno,
el pergamino donde está registrada el Acta de Acuerdo, con fecha de Diciembre
15 de 1983 y el Ramillón de Oro). Ante esas noticias tan alentadoras y
teniendo en cuenta la precariedad de mi situación económica en ese
momento, decidí acompañar a mi familiar y regresar al soñado
terruño, no derrotado pero sí maltrecho. | |