Una broma con cara de drama
Alonso Velásquez Claro (Nano)

 
 

Virgilio Ovallos era su nombre de bautismo, pero cariñosamente la gente del común lo llamaba con el hipocorístico de "GILLO", costumbre muy acentuada en todos los pueblos que conforman la Provincia de Ocaña. Con el paso de los años había sumado a sus achaques de viejo, una sordera que paulatinamente se iba acentuando y que obligaba a sus interlocutores a comunicarse con él mediante gritos y señas para lograr una medio entendible comunicación.

La falta de audición de este alto y bonachón hombre, era reemplazada por una infinita ternura en el trato y una desmedida vocación de servicio para con quienes acudían a buscar cualquier tipo de servicio, pues es de suma importancia advertir que sabía muchas artes las cuales combinaba de acuerdo a la necesidad del momento.

Su principal talento y el más conocido era el de "Barbero", que incluía, no sólo la afeitada con la tradicional "Navaja Barbera", sino la motilada con una máquina Remington made in USA, de la cual nunca pude conocer cómo llegó a la modesta peluquería de nuestra historia. Lo que no necesitaba explicación era la habilidad de "GILLO" para manejar el artefacto, cuyo funcionamiento básicamente consistía en oprimir dos palancas, las cuales movían o entrelazaban dos placas dentadas que iban cortando lentamente el cabello, no sin antes someter al cliente a unos infernales "pellizcos" que a nosotros, de niños, nos atemorizaban tanto, como las vacunas que inmisericordemente nos aplicaban Doña Ana María Claro, en el Puesto de Salud del pueblito. Decía que eran múltiples las facetas laborales que caracterizaban a nuestro personaje, además de barbero también oficiaba de zapatero remendón y era muy común entonces, ver los sábados y domingos, una larga fila de personas llevando sus zapatos y zapatillas para su respectiva refacción o recogiéndolos con cara de satisfacción, pues cabe advertir que en esos tiempos no había la oportunidad económica de hacer tan frecuentemente como ahora, un recambio de tan útil elemento.

Virgilio Ovallos era su nombre de bautismo, pero cariñosamente la gente del común lo llamaba con el hipocorístico de "GILLO", costumbre muy acentuada en todos los pueblos que conforman la Provincia de Ocaña. Con el paso de los años había sumado a sus achaques de viejo, una sordera que paulatinamente se iba acentuando y que obligaba a sus interlocutores a comunicarse con él mediante gritos y señas para lograr una medio entendible comunicación. La falta de audición de este alto y bonachón hombre, era reemplazada por una infinita ternura en el trato y una desmedida vocación de servicio para con quienes acudían a buscar cualquier tipo de servicio, pues es de suma importancia advertir que sabía muchas artes las cuales combinaba de acuerdo a la necesidad del momento. Su principal talento y el más conocido era el de "Barbero", que incluía, no sólo la afeitada con la tradicional "Navaja Barbera", sino la motilada con una máquina Remington made in USA, de la cual nunca pude conocer cómo llegó a la modesta peluquería de nuestra historia. Lo que sí no necesitaba explicación era la habilidad de "GILLO" para manejar el artefacto, cuyo funcionamiento básicamente consistía en oprimir dos palancas, las cuales movían o entrelazaban dos placas dentadas que iban cortando lentamente el cabello, no sin antes someter al cliente a unos infernales "pellizcos" que a nosotros, de niños, nos atemorizaban tanto, como las vacunas que inmisericordemente nos aplicaban Doña Ana María Claro, en el Puesto de Salud del pueblito. Decía que eran múltiples las facetas laborales que caracterizaban a nuestro personaje, además de barbero también oficiaba de zapatero remendón y era muy común entonces, ver los sábados y domingos, una larga fila de personas llevando sus zapatos y zapatillas para su respectiva refacción o recogiéndolos con cara de satisfacción, pues cabe advertir que en esos tiempos no había la oportunidad económica de hacer tan frecuentemente como ahora, un recambio de tan útil elemento.

Era un experto también en el arte de remendar vasijas de aluminio. Mediante un artesanal cautín el cual era precalentado con un soplete a base de gasolina blanca y aire comprimido, se daba a la juiciosa tarea de remendar con estaño, peroles, poncheras, frideras, bacinillas y cualquier trasto de la casa que el paso del tiempo y la falta de plata, permitiera los honores de su soldadura casera. Fue también, en algún momento difícil de su polifacética existencia, productor de "PONCHE CREMA", una delicia que nos impelía a los pegotes de esa época, al asalto de cualquier alcancía para poder comprar el vasito con la amarilla ambrosía producida por la fermentación en un barril de madera, de panela, maíz y especias. El barril con el ponche, como era llamado familiarmente, salía por las tres calles de la población, montado sobre un carrito de madera, con cuatro llantas de caucho, todo fabricado por él mismo, con la curiosidad y el gusto de un verdadero artista.

Con la fuerza y el apoyo de esta multiplicidad de oficios, "GiLLO" se dio a la dispendiosa tarea de levantar 3 hombres y 7 mujeres. Dos de los varones heredaron sus bondades para la peluquería y el tercero, conocido por todos como "Toño Reforma", desde su adolescencia se perdió entre las brumas de una locura mental que no terminó sino con su muerte, en los últimos años. Las mujeres como era tradicional, debieron esperar como en las historias macondianas, por un hombre que además de amarlas y respetarlas, les diese la oportunidad de conocer otro mundo diferente al que les tocó vivir en la pequeña villa provinciana.

Cliente asiduo de la barbería de nuestra historia, era el señor Casimiro Manzano, hombre de muy baja estatura, por lo cual era objeto de burlas y apodos por parte de la muchachada de entonces, pero él hacía caso omiso a las ofensas, arguyendo que, entre más caro fuera el perfume, más pequeño era el envase… Vestía siempre un impecable saco blanco de dril, un pantalón del mismo color, sombrero de paño marrón y unas cotizas en suela de cuero hermosamente blancas y contrastando con su singular atuendo, brillaban en su dentadura dos calzas de oro, que brillaban cada vez que hablaba o se reía. Ese Sábado llegó temprano para "coger puesto", pues aunque Kiko Pérez tenía otra peluquería en el otro extremo del pueblo, era a la de "GILLO" a la que por regla general acudían los mas viejos, cumpliendo con esa costumbre inveterada de ponerle la cabeza al decano de esas artes, quien los complacía y toleraba, gracias quizás al problema auditivo del que hablamos en un comienzo.

Apenas comenzaba "GILLO" a "trabajar" sobre el plateado cabello de nuestro amigo Casimiro, cuando apareció en escena y en busca de los mismos servicios, Abel Claro Carrascal, un hombre curtido por el tiempo y domado por la vida. Proveniente de una familia con honda raigambre espiritual y social, era dueño de un hablar sencillo pero amplio y su característica principal era la de ser un empedernido mamador de gallo. Luego del saludo inicial, éste se sentó a horcajadas en un desvencijado taburete, justo al frente Casimiro, quien con una sincera alegría en su mirada, entabló un alegre diálogo con el recién llegado… "Ay, Abelito. Tenía mucho rato de no verlo. ¿Por dónde andaba, qué me cuenta de nuevo…?"

"Pues, vea, amigo Casimiro - respondió el interpelado - Andaba yo muy lejos de por aquí, buscando la mejor forma de ganarme la vida, porque entre otras cosas, yo creo que no hay alguien que como yo, haya sufrido y se haya jodido tanto para conseguir el sustento. A mi me ha tocado hacer cosas muy difíciles y no muy normales… Pero agárrese duro Casimiro, porque le voy a contar mi última aventura…" El viejo Casimiro se arrellanó en su silla, tratando de no perder el más mínimo detalle de la charla. Admiraba su amigo Abel, por esa rara cualidad de hablar largo y parejo, sin ocultar detalles.

"Pues sí, -prosiguió el narrador- como le decía, ahorita mismo vengo desde tierras lejanas, más exactamente desde Venezuela. Cansado de sembrar cebollas y nunca tener nada, decidí largarme en busca de un mejor estar, pero qué va… Eso por allá estaba más verraco que madrugar a picar paja y me tocó que deambular por las calles buscando trabajo, casi como un mendigo, viviendo de la bondad de algunas personas que se dignaban regalarme un pan, una fruta o un madrazo… Un día después de tanto buscar y buscar, entré a un restaurante en San Cristóbal, en busca de una moneda o un poco de comida. Como el negocio era muy lujoso, había personas que a simple vista se les notaba su riqueza y la opulencia en qué vivían. Me di cuenta entonces de que, al fondo, en un salón más lujoso aun, había un hombre muy alto, de grandes mostachos, quien con un gesto de su cara me dio a entender que me acercara a su presencia. Sin vacilar un instante me dirigí hacia él con la esperanza de recibir algo que valiera la pena. Apenas estuve en frente de él y luego de revisarme de la cabeza a los pies con una mirada que infundía temor, me preguntó: ¿Quién eres y qué buscas?

"Vacilé un instante y pensando muy bien en lo que habría de responderle, enseguida contesté: Mi nombre es Abel Claro Carrascal, vengo de La Playa Norte de Santander, un pueblo de Colombia en donde hay tantos guapos como estrellas en el cielo…" .-

"Ay, Virgen de las Mercedes!!! - le interrumpió Casimiro con tono de incredulidad - y usted, Abelito, para que se puso a decir eso tan comprometedor…"

"Vea, Casimiro; usted no sabe nada de nada. La idea era infundir respeto desde un comienzo y a mi se me ocurrió decir esa mentirita. Entonces el señor grandote dejó de mirarme de mala manera y con una risita maliciosa, me inquirió: ¿Te gustaría trabajar y ganarte unos buenos bolívares? Sin meditar en las consecuencias de mi respuesta, le contesté que sí… Entonces el hombrón se paró y acompañado de dos escoltas, me sugirió que lo siguiera. Al frente del restaurante se encontraba una limusina de color negro, tan grande como el camión de Carmelo Ortiz. El chofer abrió ceremonioso la puerta de atrás y luego de subir el extraño personaje, me hicieron subir a mi también. Si el aparato era lujoso por fuera, por dentro era como un palacio. Tenía luces de colores y los asientos eran en cuero, no como el cuero de este taburete, Casimiro, era un cuero lisito como la seda; yo lo palpaba con una mano, mientras con la otra, sostenía una copa llena de un licor que tenía un sabor para nada parecido al "tres brincos" que nosotros nos tomamos los fines de semana por acá. Después de rodar por las calles de la ciudad por espacio de una hora, el aparato tomó una carretera que nos iba alejando de la ciudad, pero no era una carretera común y corriente, pues pasaba por en medio de un bosquecito lleno de frondosos árboles, de los cuales iban saliendo como unos copos de humo muy parecidos a esa calima que a veces baja desde Aspasica, por los meses de Noviembre y Diciembre… " A estas alturas del relato, una gruesas gotas de sudor surcaban el rostro expectante y sorprendido de Casimiro que no despegaba sus ojos de los gestos y muecas que Abel imprimía a su cuerpo durante su relato…

"Habiendo viajado varios kilómetros por esa extraña carretera, el vehículo se detuvo de repente frente a un portal tan alto y largo como nuestro templo, el cual apenas si podía apreciar, debido a la neblina y a la poca luz del lugar, pues ya estaba anocheciendo. Nos bajamos del carro y procedimos a entrar. Atravesamos un largo pasillo de cuyo techo se desprendía una luz mortecina que iba disminuyendo, a medida que avanzábamos. Finalmente llegamos a una sala muy grande, tan grande diría yo, como el Parque Ángel Cortés. Esa sala estaba adornada con lámparas de muchas formas y colores: Unas grandes, otras medianas, otras más chiquitas y hasta había unas igualitas a las que alguna vez vi en el Almacén El Chorrito, allá en Ocaña. Luego de ofrecerme otra copa llena de sabroso licor y un tabaco grandote que según él era muy fino y se llamaba "habano" me preguntó: ¿Realmente quieres trabajar? Al escuchar mi respuesta positiva, volvió a preguntarme: ¿Estarías dispuesto a realizar cualquier trabajo? Al reiterar mi afirmación, el sujeto se paró de su silla y se dirigió hasta un costado del salón en donde procedió a marcar la clave de una caja fuerte, de la que sacó una caja de color rojo forrada en una tela como de raso. Ya frente a mi, sacó de su interior una daga curva que brillaba como la luz del sol, pues era de oro puro…"

"Sagrado Corazón de Jesús !!! - exclamó Casimiro, saltando de la silla como impulsado por un resorte - Abelito, por amor a Dios, ¿usted qué pensaba hacer? Abel se paró de su taburete y le ayudó a sentarse nuevamente, mientras "GILLO" continuaba con la peluqueada, ignorante en su sordera del motivo de tanto sobresalto.

"Tranquilo, amigo Casimiro, - continuó Abel - que aun falta lo peor. El hombre aquel me entregó la daga y dando media vuelta me pidió que lo siguiera. Cruzamos varias habitaciones adornadas con lujosos cortinajes y alfombras que denunciaban la riqueza de aquel lugar, hasta que finalmente llegamos a una puerta inmensa, cuya cerradura abrió con una llave muy grande enchapada en oro. Dentro ya de la habitación me señaló una cama gigantesca donde yacía una anciana de rostro demacrado y cuya edad, según calculé, pasaba de los 80 años…

"He ahí tu trabajo. - me dijo, señalando a la anciana con su dedo - Si quieres ganar mucho dinero, debes matarla a puñaladas con esa daga que tienes en tus manos…" "Entonces, amigo Casimiro, cansado de tantas necesidades por las que había pasado y decidido a todo, levanté la daga… "

 

¡¡¡No, no, no, por las llagas de Cristo!!!, -gritó el viejo Casimiro, parándose nuevamente de la silla, pero esta vez completamente bañado en una mezcla de sudor y llanto que lo hacían temblar como un niño asustado- No, Abelito, usted no puede haberse convertido en un asesino de la noche a la mañana, su familia es de santos, no puede ser…!!!

"Ay, mi amigo Casimiro, qué vaina tan horrible… Entonces, cuando ya iba a descargar el primer golpe mortal, me desperté de repente, asustado de aquel sueño tan maluco, consecuencia talvez de todo el "tres brincos" que nos habíamos zampao donde Locho, el día anterior…

"Vea Abelito, no sea hijueputa, vaya a burlarse de su abuela…!!! - fue lo único que atinó a decir Casimiro, antes de salir de la peluquería con media cabeza motilada, el paño de pelo amarrado al pescuezo y una indignación que sólo el tiempo curaría…
Cabe anotar que "GILLO", debido a su sordera, jamás pudo saber lo que pasó aquella tarde de sábado y lo más triste de todo fue haber perdido a uno de sus mejores clientes.

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Girón (Santander) Julio 28 de 2011
JESÚS ALONSO VELÁSQUEZ CLARO ("nano")