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Virgilio Ovallos era su nombre de bautismo, pero cariñosamente la gente del común lo llamaba con el hipocorístico de "GILLO", costumbre muy acentuada en todos los pueblos que conforman la Provincia de Ocaña. Con el paso de los años había sumado a sus achaques de viejo, una sordera que paulatinamente se iba acentuando y que obligaba a sus interlocutores a comunicarse con él mediante gritos y señas para lograr una medio entendible comunicación. La falta de audición de este alto y bonachón hombre, era reemplazada por una infinita ternura en el trato y una desmedida vocación de servicio para con quienes acudían a buscar cualquier tipo de servicio, pues es de suma importancia advertir que sabía muchas artes las cuales combinaba de acuerdo a la necesidad del momento. Su principal talento y el más conocido era el de "Barbero", que incluía, no sólo la afeitada con la tradicional "Navaja Barbera", sino la motilada con una máquina Remington made in USA, de la cual nunca pude conocer cómo llegó a la modesta peluquería de nuestra historia. Lo que sí no necesitaba explicación era la habilidad de "GILLO" para manejar el artefacto, cuyo funcionamiento básicamente consistía en oprimir dos palancas, las cuales movían o entrelazaban dos placas dentadas que iban cortando lentamente el cabello, no sin antes someter al cliente a unos infernales "pellizcos" que a nosotros, de niños, nos atemorizaban tanto, como las vacunas que inmisericordemente nos aplicaban Doña Ana María Claro, en el Puesto de Salud del pueblito. Decía que eran múltiples las facetas laborales que caracterizaban a nuestro personaje, además de barbero también oficiaba de zapatero remendón y era muy común entonces, ver los sábados y domingos, una larga fila de personas llevando sus zapatos y zapatillas para su respectiva refacción o recogiéndolos con cara de satisfacción, pues cabe advertir que en esos tiempos no había la oportunidad económica de hacer tan frecuentemente como ahora, un recambio de tan útil elemento. Era
un experto también en el arte de remendar vasijas de aluminio. Mediante
un artesanal cautín el cual era precalentado con un soplete a base de gasolina
blanca y aire comprimido, se daba a la juiciosa tarea de remendar con estaño,
peroles, poncheras, frideras, bacinillas y cualquier trasto de la casa que el
paso del tiempo y la falta de plata, permitiera los honores de su soldadura casera.
Fue también, en algún momento difícil de su polifacética
existencia, productor de "PONCHE CREMA", una delicia que nos impelía
a los pegotes de esa época, al asalto de cualquier alcancía para
poder comprar el vasito con la amarilla ambrosía producida por la fermentación
en un barril de madera, de panela, maíz y especias. El barril con el ponche,
como era llamado familiarmente, salía por las tres calles de la población,
montado sobre un carrito de madera, con cuatro llantas de caucho, todo fabricado
por él mismo, con la curiosidad y el gusto de un verdadero artista. Con
la fuerza y el apoyo de esta multiplicidad de oficios, "GiLLO" se dio
a la dispendiosa tarea de levantar 3 hombres y 7 mujeres. Dos de los varones heredaron
sus bondades para la peluquería y el tercero, conocido por todos como "Toño
Reforma", desde su adolescencia se perdió entre las brumas de una
locura mental que no terminó sino con su muerte, en los últimos
años. Las mujeres como era tradicional, debieron esperar como en las historias
macondianas, por un hombre que además de amarlas y respetarlas, les diese
la oportunidad de conocer otro mundo diferente al que les tocó vivir en
la pequeña villa provinciana. Cliente
asiduo de la barbería de nuestra historia, era el señor Casimiro
Manzano, hombre de muy baja estatura, por lo cual era objeto de burlas y apodos
por parte de la muchachada de entonces, pero él hacía caso omiso
a las ofensas, arguyendo que, entre más caro fuera el perfume, más
pequeño era el envase
Vestía siempre un impecable saco blanco
de dril, un pantalón del mismo color, sombrero de paño marrón
y unas cotizas en suela de cuero hermosamente blancas y contrastando con su singular
atuendo, brillaban en su dentadura dos calzas de oro, que brillaban cada vez que
hablaba o se reía. Ese Sábado llegó temprano para "coger
puesto", pues aunque Kiko Pérez tenía otra peluquería
en el otro extremo del pueblo, era a la de "GILLO" a la que por regla
general acudían los mas viejos, cumpliendo con esa costumbre inveterada
de ponerle la cabeza al decano de esas artes, quien los complacía y toleraba,
gracias quizás al problema auditivo del que hablamos en un comienzo. Apenas
comenzaba "GILLO" a "trabajar" sobre el plateado cabello de
nuestro amigo Casimiro, cuando apareció en escena y en busca de los mismos
servicios, Abel Claro Carrascal, un hombre curtido por el tiempo y domado por
la vida. Proveniente de una familia con honda raigambre espiritual y social, era
dueño de un hablar sencillo pero amplio y su característica principal
era la de ser un empedernido mamador de gallo. Luego del saludo inicial, éste
se sentó a horcajadas en un desvencijado taburete, justo al frente Casimiro,
quien con una sincera alegría en su mirada, entabló un alegre diálogo
con el recién llegado
"Ay, Abelito. Tenía mucho rato
de no verlo. ¿Por dónde andaba, qué me cuenta de nuevo
?" "Pues,
vea, amigo Casimiro - respondió el interpelado - Andaba yo muy lejos de
por aquí, buscando la mejor forma de ganarme la vida, porque entre otras
cosas, yo creo que no hay alguien que como yo, haya sufrido y se haya jodido tanto
para conseguir el sustento. A mi me ha tocado hacer cosas muy difíciles
y no muy normales
Pero agárrese duro Casimiro, porque le voy a contar
mi última aventura
" El viejo Casimiro se arrellanó en
su silla, tratando de no perder el más mínimo detalle de la charla.
Admiraba su amigo Abel, por esa rara cualidad de hablar largo y parejo, sin ocultar
detalles. "Pues sí, -prosiguió el narrador- como le decía, ahorita mismo vengo desde tierras lejanas, más exactamente desde Venezuela. Cansado de sembrar cebollas y nunca tener nada, decidí largarme en busca de un mejor estar, pero qué va Eso por allá estaba más verraco que madrugar a picar paja y me tocó que deambular por las calles buscando trabajo, casi como un mendigo, viviendo de la bondad de algunas personas que se dignaban regalarme un pan, una fruta o un madrazo Un día después de tanto buscar y buscar, entré a un restaurante en San Cristóbal, en busca de una moneda o un poco de comida. Como el negocio era muy lujoso, había personas que a simple vista se les notaba su riqueza y la opulencia en qué vivían. Me di cuenta entonces de que, al fondo, en un salón más lujoso aun, había un hombre muy alto, de grandes mostachos, quien con un gesto de su cara me dio a entender que me acercara a su presencia. Sin vacilar un instante me dirigí hacia él con la esperanza de recibir algo que valiera la pena. Apenas estuve en frente de él y luego de revisarme de la cabeza a los pies con una mirada que infundía temor, me preguntó: ¿Quién eres y qué buscas? "Vacilé un instante y pensando muy bien en lo que habría de responderle, enseguida contesté: Mi nombre es Abel Claro Carrascal, vengo de La Playa Norte de Santander, un pueblo de Colombia en donde hay tantos guapos como estrellas en el cielo " .- "Ay, Virgen de las Mercedes!!! - le interrumpió Casimiro con tono de incredulidad - y usted, Abelito, para que se puso a decir eso tan comprometedor " "Vea,
Casimiro; usted no sabe nada de nada. La idea era infundir respeto desde un comienzo
y a mi se me ocurrió decir esa mentirita. Entonces el señor grandote
dejó de mirarme de mala manera y con una risita maliciosa, me inquirió:
¿Te gustaría trabajar y ganarte unos buenos bolívares? Sin
meditar en las consecuencias de mi respuesta, le contesté que sí
Entonces el hombrón se paró y acompañado de dos escoltas,
me sugirió que lo siguiera. Al frente del restaurante se encontraba una
limusina de color negro, tan grande como el camión de Carmelo Ortiz. El
chofer abrió ceremonioso la puerta de atrás y luego de subir el
extraño personaje, me hicieron subir a mi también. Si el aparato
era lujoso por fuera, por dentro era como un palacio. Tenía luces de colores
y los asientos eran en cuero, no como el cuero de este taburete, Casimiro, era
un cuero lisito como la seda; yo lo palpaba con una mano, mientras con la otra,
sostenía una copa llena de un licor que tenía un sabor para nada
parecido al "tres brincos" que nosotros nos tomamos los fines de semana
por acá. Después de rodar por las calles de la ciudad por espacio
de una hora, el aparato tomó una carretera que nos iba alejando de la ciudad,
pero no era una carretera común y corriente, pues pasaba por en medio de
un bosquecito lleno de frondosos árboles, de los cuales iban saliendo como
unos copos de humo muy parecidos a esa calima que a veces baja desde Aspasica,
por los meses de Noviembre y Diciembre
" A estas alturas del relato,
una gruesas gotas de sudor surcaban el rostro expectante y sorprendido de Casimiro
que no despegaba sus ojos de los gestos y muecas que Abel imprimía a su
cuerpo durante su relato
"Habiendo
viajado varios kilómetros por esa extraña carretera, el vehículo
se detuvo de repente frente a un portal tan alto y largo como nuestro templo,
el cual apenas si podía apreciar, debido a la neblina y a la poca luz del
lugar, pues ya estaba anocheciendo. Nos bajamos del carro y procedimos a entrar.
Atravesamos un largo pasillo de cuyo techo se desprendía una luz mortecina
que iba disminuyendo, a medida que avanzábamos. Finalmente llegamos a una
sala muy grande, tan grande diría yo, como el Parque Ángel Cortés.
Esa sala estaba adornada con lámparas de muchas formas y colores: Unas
grandes, otras medianas, otras más chiquitas y hasta había unas
igualitas a las que alguna vez vi en el Almacén El Chorrito, allá
en Ocaña. Luego de ofrecerme otra copa llena de sabroso licor y un tabaco
grandote que según él era muy fino y se llamaba "habano"
me preguntó: ¿Realmente quieres trabajar? Al escuchar mi respuesta
positiva, volvió a preguntarme: ¿Estarías dispuesto a realizar
cualquier trabajo? Al reiterar mi afirmación, el sujeto se paró
de su silla y se dirigió hasta un costado del salón en donde procedió
a marcar la clave de una caja fuerte, de la que sacó una caja de color
rojo forrada en una tela como de raso. Ya frente a mi, sacó de su interior
una daga curva que brillaba como la luz del sol, pues era de oro puro
"
"Sagrado
Corazón de Jesús !!! - exclamó Casimiro, saltando de la silla
como impulsado por un resorte - Abelito, por amor a Dios, ¿usted qué
pensaba hacer? Abel se paró de su taburete y le ayudó a sentarse
nuevamente, mientras "GILLO" continuaba con la peluqueada, ignorante
en su sordera del motivo de tanto sobresalto. "Tranquilo,
amigo Casimiro, - continuó Abel - que aun falta lo peor. El hombre aquel
me entregó la daga y dando media vuelta me pidió que lo siguiera.
Cruzamos varias habitaciones adornadas con lujosos cortinajes y alfombras que
denunciaban la riqueza de aquel lugar, hasta que finalmente llegamos a una puerta
inmensa, cuya cerradura abrió con una llave muy grande enchapada en oro.
Dentro ya de la habitación me señaló una cama gigantesca
donde yacía una anciana de rostro demacrado y cuya edad, según calculé,
pasaba de los 80 años
"He
ahí tu trabajo. - me dijo, señalando a la anciana con su dedo -
Si quieres ganar mucho dinero, debes matarla a puñaladas con esa daga que
tienes en tus manos
" "Entonces, amigo Casimiro, cansado de tantas
necesidades por las que había pasado y decidido a todo, levanté
la daga
"
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