LOS CHIVAS
Por Alonso Velásquez Claro ("nano")
 

 

Nunca pude comprender la razón por la cual a este par de personajes playeros les llamaban así. Muy adentro de mis dudas, trataba de explicar a mi manera, las causas: Siendo un pueblo que desde tiempos ancestrales había sido levantado a base de concepciones supremamente machistas, era muy probable que el artículo "las", hiriera su sensibilidad de machos cabríos y como el adjetivo "chivas" se utilizaba para significar el poderío y el empuje de estos mamíferos y su arrojo para avanzar en contra de todos los obstáculos, yo concluía que, como ellos siempre estuvieron en cuanta parranda y sancocho que se respetase dentro de la vida comarcal de La Playa, pues de ahí provenía el curioso apodo.

Invitados o no, siempre se daban sus mañas para "pegarse"; luego de unos cuantos rasgueos de guitarra y charrasqueados de una carraca que ni siquiera era tal, pues esas funciones las cumplía un viejo termo al que le habían sacado las vísceras y soportaba los embates de un oxidado trinche que su ejecutor le propinaba sin piedad, ya estaban listos e integrados en la juerga de turno…

Los personajes de marras, eran hijos del señor José Bayona y de la señora Eva Ortiz. "Chepe" como se le llamó cariñosamente al señor, era un hombre bonachón que siempre inclinó su vida y su quehacer, por los rumbos del negocio de tienda y que yo recuerde, uno de los que más verduras tenía para la venta en su local, junto con arrumes de bultos de leña que le compraba a la señora Ana Delia Acosta, una humilde mujer que sobrevivió transportando leña desde los montecillos más cercanos hasta el pueblo. El señor Bayona vivió en sus primeras épocas en la casa que actualmente pertenece a Roque Bayona, justamente a dos patios de dónde viví mi niñez, periodo en el cual conocí de las bondades del vecino tendero. A mi me encantaba que me enviaran a hacer los "mandados", pues siempre llegaba sin titubeos donde Chepe, con la certeza que por cada compra hecha obtendría una "ñapa", la cual consistía en un maduro, una almendra de miel de abeja o una menta de aquellas que duraba uno degustándola toda una tarde y nada que se acababa. A falta de carteles, anuncios o avisos, debido a lo limitados de las comunicaciones en aquellas épocas, los tenderos solían anunciar los principales productos de sus negocios, colgándolos del dintel de las puertas. Entonces los compradores ya sabían en dónde conseguir yuca fresca, plátanos, maduros piñas y hasta bocachico y bagre secos, traídos de la vecina Gamarra hasta el mercado público de Ocaña

Pasado algún tiempo, ignoro por qué razones, plantó su residencia en la casa de habitación que ahora pertenece a mi amiga Imelda Pacheco Carrascal. Para entonces, la casa era muy diferente: tenía un patio grande, muy grande, el cual estaba rodeado de grandes árboles de "totumo" y muchos azucenos que iban bordeando El Playoncito, un pequeño caudal que venía de Cantarillas, el cual atravesaba lo que hoy se conoce como Santa marta, canalizado y pavimentado posteriormente por un gran hombre como lo fue el señor Gerardo Claro Velásquez.

Ahí en esa casa, fue donde comencé a reconocer las dotes artísticas de los hermanos Bayona: Alcides y Misael, "Los Chivas". Pues era muy común que los fines de semana tomaran sendos taburetes y se dedicaran a entonar canciones populares de la época. Alcides era el intérprete de la guitarra, la cual estaba adornada con una cantidad incierta de calcomanías y colgando de las clavijas unas cuantas cintas de colores, lo que yo interpretaba como una implícita extensión de su personalidad alegre y bulliciosa. Poseía una característica bastante curiosa y era que en vez de usar una uña o pajuela para puntear la guitarra, lo hacía con los dientes de una peinilla común y corriente, situación embarazosa en la mayoría de los casos ya que literalmente destrozaba las cuerdas con el adminículo y debía todo momento, cargar encordados nuevos para reponerlas. Misael tocaba la carraca, descrita al comienzo del escrito, de una manera que contagiaba a quienes le escuchaban, con el desaforado movimiento de su cuerpo, ya fuese en vaivén para acompañar los boleros o brincando y estirando graciosamente las piernas cuando se trataba de música más movida. Pero había algo curioso en estos dos hermanos: A pesar de que se entendían perfectamente en la ejecución musical pues eran muy medidos y afinados, en cuanto a su forma de ser eran dos polos opuestos. Alcides tenía una vocación innata para el negocio y era él, quien en las fiestas patronales y decembrinas, incluso en los primeros festivales de la cebolla, se adelantaba a todo el mundo y levantaba su caseta de ventas alrededor del Parque Ángel Cortés. Allí se podía conseguir casi de todo: Dulces, licores, sombreros trenzados, fabricados en el mismo pueblo por la señora Cándida Ovallos, esposa de Don Braulio Plata y hasta juegos de azar. Cuando no eran épocas de fiesta, entonces arrendaba cualquier pieza pequeña y allí montaba su ventorrillo de frutas, verduras o víveres. Mientras tanto, Misael, era el hijo calavera de la familia: Bohemio empedernido, visitaba la casa únicamente con ocasión de comer y dormir y era muy común verlo deambulando por las calles sin oficio conocido. Aún así, cuando los dos se juntaban para tocar y cantar, lo hacían muy bien. Tenían dos voces bien definidas y aunque a mi me gustaba las baladas y el rock de entonces, no podía evitar detenerme a escucharlos interpretar canciones de vieja data como el pasillo "La Enredadera", la rumba criolla "Julio Rincón", el bolero "Los abrojos" del Dueto de Antaño o los vallenatos de moda como "Matilde Lina" de Leandro Díaz o el paseo "Grito Vagabundo" de Guillermo Buitrago, que eran las canciones populares más apetecidas del momento.

Don José Bayona tuvo también un hijo muy apreciado por la comunidad, se trataba de Ronulfo, a quien desde niño se le aplicó el mote de "Pequita" y con quien disfrutamos los juegos propios de nuestra infancia. Desde su adolescencia se distinguió por ser un ardiente seguidor del fútbol y posteriormente, previo cumplimiento de los requisitos de rigor, se convirtió en árbitro. Aunque ya toda la familia había fijado su residencia en la ciudad de Ocaña, él seguía muy de cerca el acontecer deportivo del pueblo, fungiendo como árbitro oficial en los campeonatos municipales. También fue un apasionado de la política, llegando a ser concejal y candidato al primer cargo municipal, hasta que las balas asesinas de esta violencia nacional que nos azota desde tiempos inmemoriales, acabaron con su existencia, casi en la mitad de su ciclo vital.

Después de vivir varios años a orillas de El Playoncito, la familia Bayona Ortiz arrendó la casa que queda en una esquina del parque, enseguida de las oficinas del Juzgado Promiscuo y la Registraduría. Allí Don José estableció su nueva morada y su visión del negocio le advirtió que éste era un punto estratégico para la venta de licores, pues en tiempos de fiesta y aún los fines de semana, toda la actividad social de aquellos tiempos, giraba en torno al parque del pueblo. Pensó entonces en medio de su inocente mentalidad de pueblerino que para llamar la atención de la gente, debería mandar hacer un aviso bien llamativo que pudiese identificar su negocio muy por encima de los demás. Se dirigió a la ciudad de Ocaña y le hicieron a su gusto, el anuncio que inclusive, llevaba luces por dentro: BAR EL NUEVO AMANECER. Puesto en toda la esquina de su negocio, el aviso empezó a causar curiosidad en las gentes, no tanto por el nombre, sino por la luminosidad que despedía, pues sólo contaban con el preciado anuncio en la localidad, los negocios de Don Aliro Claro Torrado, llamado LA TROPICANA y el ALMACËN SOFÍA de Doña Sofía Claro de Pacheco.

Transcurrió cierto tiempo y las ganancias del nuevo negocio de Chepe Bayona iban en aumento, Sin embargo ocurrió algo que daría un giro total a su promisoria carrera de negociante.

Para unas fiestas patronales, La Playa de Belén estaba literalmente repleta de gente, no solamente de habitantes del municipio sino de los pueblos circunvecinos que acudían cada año, tras la huella que dejaban los incomparables festejos organizados por las administraciones municipales de turno. Ese año no sería la excepción, de manera que "Los Chivas", alistaron sus mejores galas y se prepararon a la espera del primer parrandón que encontrasen a la vista. Y en la esquina opuesta del parque encontraron lo que buscaban: Un grupo de ocañeros amantes de las fiestas que habían llegado en busca del jolgorio y la diversión. Con esa maña que estilaban siempre que pretendían abordar o más bien, "goterear" a las personas, se aproximaron y al cabo de unos minutos ya se habían granjeado la atención de los rumberos, quienes procedieron a brindarles los primeros guarilaques, cosa que nuestros artistas agradecieron, entonando a grandes voces "La casa en el aire" del maestro Rafael Escalona, la cual causaba furor por esos días. Prosiguió la parranda y al cabo de un buen tiempo, se acabó el licor, momento que "Los Chivas" consideraron propicio para invitar a sus nuevos amigos al negocio de Chepe, su padre, con la intención de que éstos, compraran allí una nueva provisión espirituosa. Se dirigieron al sitio y los visitantes pudieron apreciar con cierta curiosidad y malicia el rimbombante nombre del establecimiento: BAR EL NUEVO AMANECER. Se sentaron en las tres únicas mesas de madera del local, juiciosamente tendidas con sendos manteles plásticos de dibujos florales. Al cabo de una hora, más o menos y animado por el calor de un litro mas de "EXTRA" que se habían bajado, uno de los presentes preguntó a los cantantes con cierta sorna: …"¿Y, las muchachas?" … - Con la candidez y la cortesía característica de Alcides, uno de Los Chivas, le contestó al interlocutor: "Están por allá adentro…" El hombre pidió permiso y abriendo la puerta de madera que daba acceso a la sala de la casa, entró y no encontrando nada particular salió al corredor desde donde observó a las dos mujeres de la casa: Eva la esposa y Anisilda la hija de Chepe, sentadas sobre unas banquetas de madera. Dirigiéndose a ellas con una sonrisa mezcla de morbo e incredulidad, les preguntó: "¿Y ustedes tan feas y viejas, todavía le jalan a esa vaina…?" Ellas no entendieron la razón de la pregunta y pensando que el extraño venía en busca del orinal, le dieron las indicaciones sobre cómo llegar. De regreso con los otros, éste les manifestó: "Apenas hay dos viejas, las cuales no alcanzan para todos y aparte de eso, son más feas que madrugar a fiar…" Al escuchar estas palabras, Los chivas comprendieron exactamente a qué se refería el turista y sobra decir que la parranda terminó en un pandemónium del cual salieron varios heridos, dos encarcelados y todo el mobiliario del negocio de Don Chepe, en ruinas.

Meses después, El esposo de Anisilda que era un agente de la Policía Nacional, le disparó en extrañas circunstancias desde el puente de El Playoncito, a un muchacho de apellido Sánchez, en pleno Domingo de Corpus Christi, mientras éste iba de camino para su casa, en la vereda La Honda. Este hecho sumado al alboroto surgido a raíz del nombre de la cantina, contribuiría para que la familia Bayona Ortiz abandonara el pueblo de sus afectos y fincarán sus raíces para siempre en la ciudad de Ocaña.

Hoy después de tantos años y en medio de la feroz arremetida del modernismo, no puedo evitar un suspiro impregnado de nostalgia por "Los Chivas", cuando guitarra en mano, acudimos con nuestra esposa Adriana, a inundar el pequeño espacio de nuestra sala, entonando aquella canción que de ellos aprendí: "TIENES UNA ENREDADERA EN TU VENTANA, CADA VEZ QUE PASO Y MIRO SE ENREDA MI ALMA…"

JESÚS ALONSO VELÁSQUEZ CLARO ("nano")
Girón, Septiembre 5 de 2012