ALIRO CLARO TORRADO

MI PRIMER RELOJ DE PULSO
Por
JESÚS ALONSO VELÁSQUEZ CLARO ("nano")

 

 
 
 
Ignoro qué sortilegio tendrá que cuando alguien muere, los recuerdos surgen apresuradamente de nuestra memoria para volverse patentes, explícitos y en la mayoría de los casos permiten honrar a la persona que parte hacia la eternidad. Es el caso de Don ALIRO CLARO TORRADO, un playero de los de antes, de aquellos que sostuvieron en las espaldas, hasta el día de su muerte, el amor por su patria y por su país, que no tuvieron el menor empacho en decir las cosas por su nombre y sostener un pensamiento con la convicción de estar pensando con la conciencia y no con el corazón. De rigurosas posiciones y una visión un tanto a ultranza de la disciplina familiar, estuvo siempre convencido de que la mejor forma de educar era con el castigo y aunque nunca compartí esa forma particular de corregir, siempre la respeté pues en el fondo de su alma, se escondía un ser con una sensibilidad a toda prueba, humanitario, responsable, trabajador y defensor inobjetable de su tierra y de su gente, como lo demuestra su paso por la Alcaldía Municipal desde 1967 hasta 1970, época para la cual éramos aun inquietos chiquillos que debíamos pagar nuestras pilatunas, desyerbando con un "zuncho" (pedazo de lata doblado en forma de U) las tres calles empedradas de nuestro querido pueblo, siempre bajo la vigilancia permanente y silenciosa de Don Gilberto Claro Carrascal, un policía extremadamente serio y bonachón, hermano de los Frailes Dominicos, Domingo de Guzmán y Campo Elías Claro Carrascal y por supuesto, de Don Manuel Antonio Claro.
Aliro Claro Torrado, con su padre, don Pedro Claro Arévalo.

Siempre desde muy niño, me unió a la familia Claro delgado, un vínculo de afecto y cariño que ni ni siquiera esas largas ausencias de La Playa de Belén y los años de la adultez lograron romper. Basta entonces el inexorable fenecimiento de Aliro, para remontarme entre las brumas de los años, hasta aquella infancia en que no teníamos mucho que ver pero hacíamos mucho de lo que veíamos, pues dábamos los primeros pasos hacia la conquista del conocimiento. En mis tempranas incursiones en búsqueda de lo desconocido, no perdía la ocasión de observar y de leer todo lo que estuviera a mi alcance y entre lo que siempre estuvo a mi alcance, se encontraba la bondad y la hospitalidad que desde entonces me brindaba esta familia. Siempre hubo tienda en esa casa, pero no era precisamente el negocio lo que me atraía, sino una pieza en la que Aliro se refugiaba algunas veces , "a jugar" - según creía yo - con una cantidad indefinible de relojes de distintos tamaños, marcas, formas y colores de los cuales extraía piezas e insertaba otras que ningún ojo normal podía apreciar bien, debido a su pequeñez, objetivo que él si lograba gracias a un adminículo que mágicamente anexaba a su ojo derecho y que mi imaginación de niño comparaba con los robots que mostraban en las películas televisivas de aquel tiempo. Este arte de reparar relojes, con que Dios premió a mi amigo, muy poco se veía, salvo en Ocaña que para nosotros era entonces una gran ciudad, ya que nuestros pasos no habían traspasado sus fronteras, por lo tanto, la admiración y confianza que despertaba entre la gente era muy grande; a mi, sobre todo, me parecía, algo incomparable y podía permanecer horas y horas de pie, observando el minucioso examen que hacía de cada reloj, la perilla roja con boquilla negra, la cual oprimía fuertemente, logrando que el aire expulsado limpiara de polvo y de pequeñas partículas el interior de la maquinaria, el recambio o ajuste de las piezas y la pasta que finalmente aplicaba a la caja y la manilla, para limpiarlas luego con un pañito especial que dejaba relucientes y como recién salidos de la fábrica, los artefactos confiados para su arreglo. Era tal mi arrobamiento y concentración que algunas veces me decía: "Y vos te vas a quedar como un espetón, ahí mirando. ¿Es que no pensás ir a almorzar…?"

Un día que como de costumbre me paré en frente de la cabina de madera y vidrio donde trabajaba mi amigo, vi en una esquina del mueble un hermoso reloj de caja dorada, tablero blanco y unos hermosos números romanos de color negro, de cuyos extremos se desprendía una pulsera de cuero de color negro con labrados y creo que me enamoré a primera vista de esa hermosa pieza, pero yo sabía que ese romance lo viviría únicamente en mi imaginación, pues al preguntarle los detalles, Aliro me comentó que ese reloj se lo había dejado hacía años un turista que había estado en el pueblo y que posiblemente no volvería por él, pues a pesar de ser un ORIS suizo, original, no valdría la pena regresar desde tan lejos para reclamarlo. Entonces, a partir de ese momento me obsesioné con la idea de tenerlo para mí, pero nunca decía nada por temor a una reacción de enfado o de burla por parte del técnico, pues era muy dado a ser riguroso y honesto con los trabajos que hacía. En cierta ocasión, tan pronto entré a la casa, me di cuenta que no había nadie en el sitio de los relojes, entonces furtivamente me acerqué y cogí de la cabina el elegante ORIS y más con ansias que temor me lo puse en la muñeca, para soñar un momento con ese dulce peso.
 

Unos instantes después entró Aliro y con el terror en mis ojos presintiendo el fenomenal regaño que se avecinaba, no fui capaz de pronunciar palabra alguna. Me puso la mano en el hombro y con voz pausada me dijo: "Te gusta el reloj…? Ganátelo…!!! No podía creerlo… Con un hilo de voz apenas perceptible, atiné a preguntar: "¿Y qué debo hacer…?" Se aproximaba por esos días, la Fiesta de la Virgen de las Mercedes, patrona y reina de los playeros, festejo que aprovechaban tanto pueblerinos como campesinos de toda la región para lucir sus mejores galas y regodearse con los artículos comestibles de que se abastecían las tiendas para aprovechar el importante momento. La tienda del señor Pedro Jesús Claro "Pedrito" como se le conocía coloquialmente, y padre de mi amigo Aliro, se caracterizaba por vender el más suave y delicioso queso criollo de los alrededores, así como la famosísima Kola Calle, orgullosamente fabricada en el Barrio La Costa de la Ciudad de Ocaña y las infaltables "Calillas Cóndor", de Piedecuesta, Santander. Los orígenes de tan famoso queso, los vine a saber dos días antes de las fiestas patronales, cuando en mi acostumbrada visita, el dueño de casa entre sonriente y malicioso me dijo: "Ve, Candelillo: Querés quedarte con el reloj que tanto te gusta…? Pues preparáte para una larga caminata, porque mi papá necesita traer 10 quesos frescos de donde "Juanito Pacheco", allá en La Tenería…" (Hasta el fin del mundo, pensé para mis adentros, con tal de tener para mi, el soñado reloj) Luego de pedir el respectivo permiso a mi mamá, quien a regañadientes me lo concedió, emprendí la marcha, con QUINCE (15.oo) PESOS M/CTE., suma que me había entregado Pedrito, para el pago del encargo.

Con el acicate del premio que recibiría y alentado por la vitalidad de mis 12 años, atravesé raudo veredas como "Rosa Blanca", en donde nacimos muchísimos playeros, quienes aún lejos de nuestro caro terruño, le apuntamos a la esperanza de volver y reposar allí nuestras cansados pasos; luego pasé por "Los Espinos" lugar donde naciera y viviera sus primeros años Ramón David "Moncho" García, ciudadano ejemplar, compañero y amigo de estudios, alcalde de grandes logros y merecimientos, quien fuese arrastrado hace algunos años, por la vertiginosa e insana corriente de esa guerra cruel y despiadada que no hemos podido desterrar de este gran país. Luego de mucho caminar llego a un sitio denominado "El Reposo" , en donde fatigado pero alegre, puedo beber el agua transparente de una cantarina quebrada que cruzaba por el lugar y posteriormente atravieso un sitio denominado "El Llano del Hato", hermoso lugar en donde según nuestra historia municipal, nació Don Carlos Daniel Luna Manzano, hombre probo y de aquilatadas virtudes, quien le dedicó los mejores años de su vida al servicio de la comunidad en el desempeño de diferentes funciones públicas y es a él como Representante por la Provincia de Ocaña en la Asamblea Departamental, a quien La Playa de Belén debe su identidad territorial como municipio, mediante la Ordenanza No 16 de Abril 10 de 1934.

Ya estaba a unos pocos pasos de lograr mi objetivo. A la distancia se veía el bucólico paisaje que rodeaba la casona de Don Juan Francisco Pacheco Y Doña María Ruedas, autores biológicos de una extensa prole, entre la que se encontraba Leonel, un desgarbado muchachito que a la postre se convertiría en un magnifico puntero de la guitarra y amigo incondicional que nos permitió junto con mi amigo de siempre, Octaviano Tarazona, conformar por mucho tiempo, "El Trío Playamar", motivo de sueños y aspiraciones en un excelente capítulo de nuestras vidas. Desde aquella planada donde se encontraba situada la casa, podía observarse un paisaje maravilloso, inclusive, se podía percibir en un eco lejano el vago rumor de la entonces caudalosa "Quebrada Tenería" de la cual hacía un uso racional las familias del entorno, además se desprendía de ella misma, por el sistema de gravedad, el servicio de agua para el consumo humano de los habitantes del casco urbano. Veíase también desde aquel sitio, la sinuosa y blanca carretera que siempre ha unido la ciudad de Ocaña, con los municipios de la Playa de Belén y el vecino Municipio de Hacarí, pasando por los corregimiento de Aspasica y La vega de San Antonio.

Después de haber presenciado el humilde pero laborioso ritual de preparar ese exquisito queso criollo con el que los playeros solemos sagradamente "embutir" nuestra infaltable arepa diaria, emprendí mi regreso al pueblo, silbando alegres tonadas mientras mis pasos presurosos iban dejando su huella indeleble por los abruptos caminos de mis años mozos. Cumplida la misión encomendada, pude con mi agradecida alma de niño, disfrutar de aquel anhelado Reloj Oris de cuerda, cuya maquinaria de origen suizo y la belleza de su contextura, habría de despertar la envidia de mis amigos y hasta la suspicacia de otros que nunca pudieron comprender el alma generosa y desprendida de Aliro

Algunos años después, siendo orgulloso habitante del Colegio Fray José María Arévalo, entré a formar parte como portero, del "Unión Bachiller", el equipo de fútbol insignia de la Institución y del municipio en general, y en uno de tantos entrenamientos en la inolvidable cancha de Los Estoraques, terminó su vida contra uno de los arcos, mi primer reloj de pulso.

Como decía al comienzo, ALIRO CLARO TORRADO, fue un hombre de muchas facetas y creo que su recuerdo permanecerá latente en cada animal que necesite cariño, en cada ranchera que la nostalgia del pasado nos haga entonar, en cada regalo que hagamos y nos hagan, pero principalmente su presencia de paisano, de amigo y de playero ya se encuentra asegurada en la descendencia que dejó, en esos genes que multiplicados por diez se hacen patentes en sus hijos William y Aliro J.R. ,quienes heredaron la destreza manual de su padre para arreglar o reparar desde un humilde reloj casero, hasta los más sofisticados equipos electrónicos y lo que es más plausible y meritorio, con ese despego de lo material, que los convierte en benefactores compulsivos. Con las sabias palabras del Dalai Lama, termino este corto pero cariñoso homenaje a un gran hombre y gran señor:

"La verdadera esencia del ser humano es la bondad. Existen otras cualidades provenientes de la educación y la sabiduría, pero, si uno quiere convertirse en un verdadero ser humano y dar un sentido a su existencia, es esencial tener un buen corazón…"

JESÚS ALONSO VELÁSQUEZ CLARO ("nano")
Girón, Julio 15 de 2014