Más abajo del CIELO
Nuestra familia, Barriga. Desde 1853 hasta 2008
ALFREDO BARRIGA IBÁÑEZ

CAPÍTULO DIEZ

DESCENDENCIA DE JOSÉ DEL CARMEN(1) BARRIGA PÉREZ Y
RITA DEL CARMEN VERGEL

En consideración a la verdad, el nombre de José del Carmen(1) Barriga lo llegué a saber hace siete años. Y lo vine a conocer en el momento en que mi hermano Aliro me presentó en Ocaña un primo llamado Neftalí(3), precisamente nieto del citado tío. Al identificar nuestra familiaridad, por supuesto, me agradó saludarlo. Le hice algunas preguntas; y sus respuestas me llevaron a la conclusión, errónea por parte mía, de que el tío había tenido sólo dos hijas, una que vivió en La Playa de Belén y que posiblemente ya había muerto; y la otra, la madre del recién presentado, de nombre Flor de María, quien vivió y murió del corazón en la ciudad de Barranquilla. La confusión se acrecentó mucho después en Cúcuta, al escuchar de Ramón(2) Solano Barriga la expresión, "Mi tío Carmen"; pero como "Moncho" tenía sus tragos en la cabeza, me imaginé que se refería a una mujer, y que la palabra "tío" era producto de su delicioso estado. En todo caso, en ese momento me satisfizo saber que mi papá Gilberto(1) había tenido dos hermanas: Carmen y María, lo cual era cierto pero en un cincuenta por ciento.

Eso de las denominaciones españolas tiene algo de desconcierto en mínimos casos, especialmente cuando los nombres son compuestos. Existen nombres como José María y como María José, como Jesús María y María Jesús, constituidos para erizar el entendimiento de quien al dominar otro idioma anhela aprender el nuestro, pues no sabrá si quien posee cualquiera de las dos palabras, es hombre o es mujer. Habrá que explicarle que, en múltiples ocasiones, cuando el nombre, en este caso, "José", va primero, se refiere a hombre, así posea después el femenino "María". Por el contrario, si empieza con el femenino "María", aunque lleve después el "José", se relaciona con una mujer: María José. Lo risible será enseñarle que al invocar a José Javier, es muy probable que no atienda, pues toda la gente lo acostumbró a escuchar siempre su Jota Jota.

En lo que respecta a José del Carmen, ya el gringo comprenderá que se trata de un apelativo masculino; si simplemente le dicen "Carmen", inmediatamente entenderá que el nombre representa a una mujer. Y si me expresan que yo tenía un familiar llamado José del Carmen(1), enseguida identificaré que se trata de un tío a quien debí adorar; y si no lo hice, se debió sencillamente a que él murió en el año en que yo estaba naciendo, 1945. En todo caso, su sangre también es la mía, así mismo el apellido, complemento de un nombre que, en mi época de niñez, me producía fastidios y que hoy, cargado de años, me hace sentir en la más amable de las complacencias. Es una lástima no haber conocido todos los hermanos de mi padre Gilberto(1). Más consentida hubiera sido la existencia.

El tío José del Carmen(1) tenía veinte años cuando murió su progenitor, Ángel Ricardo. Era el año de 1907, lo que al restarse del 1887 de su nacimiento, da una diferencia que lo ubica en plena juventud, con derecho a matrimonio. Si lo ubicamos en el 1900, tiempo en que la familia Barriga arribó a Ábrego desde Aspasica, comprenderemos que el tío José era un niño de tan sólo trece años y podía ver y sentir, mas no participar, los fragores de la guerra de los Mil Días. Es de suponer que si los niños no conseguían participar, tampoco les estaba permitido "molestar"; cuestión que, entre otras cosas y según parece, eran muy expertos los infantes de esa bella población. "Jodían Mucho", como se dice en la terminología actual para señalar a los indisciplinados de la escuela. Y tanto "jodían" que, incluso, un alcalde que no era su padre, por cuestión de conveniencia filial, promulgó un decreto que autorizaba a los militares apresar a los niños que fastidiaran por las calles.

Si no molestó en el pueblo, sí lo hizo en cuestiones del amor y así obtener la debida habilidad para el futuro; pues, entre todos los hermanos, se cree que fue el primero en casarse. El amor se llamó Rita del Carmen Vergel, de Ábrego, cuya unión posiblemente se realizó en el 1909, ya que el primer hijo nació el 13 de mayo de 1910, y fue niña, la misma que al crecer y con los años volverse anciana, en el lugar de La Playa de Belén donde la conocimos nos causó inmensas emociones.

La primera hija, por consiguiente, fue ella, se llamó María de Jesús(2); y la última, Ramona Ecilda(2). La primera falleció recientemente, como ya se expresó. En la mitad hubo cinco hijos más; tres mujeres y dos hombres; pero ya murieron. Los hombres se extinguieron muy niños. Uno de ellos fue enterrado de "caridad", según indica la partida de defunción, y ello también insinúa el grado de dificultades que poseyó el amado tío en ese momento de su tristeza. Es necesario recordar, para una mejor comprensión de la época, que había entierros de primera, de segunda, de tercera y de caridad, según los ofrecimientos económicos de los dolientes; y esa clasificación estaba dada por la cantidad de sacerdotes que acompañarían el cadáver hasta el cementerio, con los correspondientes ritos y cantos. Hoy, tal división no existe por haber sido suprimida en los convenios del Concilio Vaticano II, 1962, correspondiendo a los dolientes su asistencia a un cementerio que no cobra por la soledad.

La fórmula para conocer a Ramona Ecilda(2) Barriga me la obsequiaron Alejo(3) y Dálida(3) "Lala" Velásquez Barriga, sus sobrinos que viven cerca del cementerio de Ocaña. Fácil de descifrar. Empieza así: "Usted se ubica en la pared derecha de la entrada principal del terminal de buses de Cúcuta. Usted camina y encuentra un Telecom a cincuenta metros, derechito. No entre allí. Devuélvase y entre a una tienda que queda antecitos de llegar a Telecom. Allí pregunta por Carmen María, que es hija de Ramona. Pero vaya antes de las siete de la mañana por ser la hora en que ella entrega su tienda a otra persona"(Sic).

Fue sencillo resolver el misterio de la fórmula; aunque, en la primera ocasión tuve dificultades. Después de una noche de insomnio y anhelos por cumplir la entrevista, a las seis ya estaba listo. Me dirigí a la "Terminal" a pie, por aquello del ejercicio. Me ubiqué a la derecha de la entrada y seguí cada uno de los pasos, hasta llegar al último, lugar en donde pregunté por Carmen María(3) a una señora que atendía una venta de tinto, y la respuesta fue:
"¡Se acaba de ir; pues estaba que se le reventaba la cabeza!".

Al otro día se repitió la misma operación; y fue la señora del tinto quien la señaló desde una distancia con la expresión "¡Aquélla es!". Después gritó, con una voz que, más que asonancia, era la de un ruido trasnochado de café y de insomnios generados por las impiedades de la pobreza, voz que al viajar a tres veces la velocidad del sonido llevaba, similar a la sorpresa, también el aviso de las precauciones. "¡Ve Carmen, es el mismo señor de ayer que te necesita!". Me dirigí a ella con una sonrisa que hiciera comprenderle mi presencia sin atisbo de ningún peligro. A pesar de ello, la noté esquiva.
-"¡Señora!", le dije, ¿Es usted Carmen María Páez Barriga?".
-"¿Yo?. ¿Y usted quién es?", me contestó con aquella intranquilidad propia de un país en el que todo el mundo debe estar atento ante situaciones imprevistas. Entonces le respondí:
-"¡No se preocupe, señora. Lo que pasa es que yo soy de apellido Barriga y trato de averiguar si usted es hija de una prima llamada Ramona Ecilda!". No fue la explicación; más bien el saberse compartida por un apelativo que por su escasez, obligaba a pensar en el parentesco. Ello le impulsó a responderme, en esta ocasión con amabilidad:

-"¡Sí, ella es mi mamá!", ¿Y por qué somos familiares de usted?, me preguntó.
-"¡Porque mi padre, Gilberto Barriga, tenía un hermano que se llamaba José del Carmen Barriga; y él viene a ser su abuelo!. ¿Entiende?", le dije.
-"¡Hum!, ¡Yo sabía que el abuelo de mi mamá se llamaba así!", me aclaró. Y fue entonces cuando le enseñé sobre el motivo de mi presencia, incluyendo el dato más importante para apartarla de la intranquilidad, el haber conocido su "dirección" a través de sus primos "Lala" y Alejo(3), en Ocaña. La táctica resultó eficiente.
-"¿Y usted quiere conocer a mi mamá?", me preguntó.
-"¡Por supuesto!", contesté. "¡Es prima mía; y de primer grado!", le complementé, para enseguida sugerirle que fuéramos a la dirección en donde ella vivía.

Ramona Ecilda(2) Barriga tiene 83 años y no está tan demacrada como mi padre en los momentos que antecedieron su muerte, a los 79 cumplidos. Desde el instante en que la vi, sin necesidad de que su hija me la señalara, por sus rasgos físicos identifiqué que era ella. Algo parecida al primo, común para ambos, Alberto(2) "Beto" Barriga Torrado, ya en su vejez.
-"¡Mamá, mire, le presento un primo suyo!", le dijo Carmen María(3). Cuestión a la que ella sorpresivamente prestó atención, pues jamás había escuchado esa forma de la familiaridad en su vida.
-"¿Cómo así?, le dijo a su hija, ¿Y él quién es?".
-"¡Un hijo de su tío Gilberto, mamá!", le explicó ella lo que a la vez yo le había comentado en los momentos en que veníamos a verla. Y sucedió lo mismo que su hermana María de Jesús(2), la ancianita de La Playa de Belén, al identificarnos mutuamente.
-"¡Oh!, ¡Sí! ¡Yo recuerdo que mi papá nos hablaba de un hermanito llamado Gilberto!". Situación que aproveché para extraer de un álbum las fotografías tomadas en La Playa a su única consanguínea viva. Al principio no la reconocía; ya después, fue como si a su alma le hubieran aplicado inyecciones de melancolía, pues, observando la imagen, empezó a llorar con el sentimiento de un cariño maltratado por el tiempo y la distancia.
-"¡Ay, tantos años sin verla Dios Mío!. ¡Y ella que fue como una verdadera madre en mi vida!", expresó. Luego se dejó caer sobre una silla de mimbre; no para descansar y sí para recorrer con sus recuerdos todo un espacio en el que su hermana practicó la bondad de una santa, con tanta abnegación que, incluso, pensándola, en ella valían más las actitudes del pasado que las presentes en las cuales yo, como un nuevo primo, me encontraba. Para romper el hielo provocado por su tristeza, le dije:
-"¿Cuántos años tiene de no verla?".
-"¡Como veinte!".
-"¡Si usted quiere, un día de estos que yo viaje a Ocaña, la acerco a La Playa y se queda con ella algún tiempo. Luego, en el regreso mío, la recojo y la traigo de nuevo. Usted decidirá!". Y su respuesta fue tan lógica que, al hacerme reír, me indujo posteriormente en un diálogo en el que los conocimientos sobre ella, sobre su padre José del Carmen(1) y sobre su descendencia, me llenaron de asombros, en su mayoría, nostálgicos:
-"¡Ay, hijo, viajar en mis ochenta en un automóvil, es peor que el viaje que hice de La Playa a Ocaña en mis veinte años... pero en mula!".

Conocí a través de ella, muchas, muchas cosas, pero no aquella que fuera comentada por Jairo(3) Barriga y Víctor Pérez, un familiar cuyo ancestro se une a la abuelita Telésfora Pérez, segunda esposa del inolvidable antepasado, Ángel Ricardo. Ellos hablan de la frecuencia humorística del tío José del Carmen(1), y en ella, la observación que daba al último producto de la digestión, encima de un escusado: "¡Si querés salir, salí; y si no, quedáte ahí, que yo no te voy a hacer ninguna fuerza!". Así mismo es el recuerdo que conserva Ciro Barriga(2), en torno a su gracejo y a su paciencia en el hablar y en el caminar, siempre con las manos atrás: "¿Qué quieren... que corra más que un morrocoy?", añoraba sobre el tío.

Ramona Ecilda(2) comenta que su padre "era bonito, carefinito" y que se desempeñó de asentista y telefonista en La Playa de Belén. De igual manera recuerda que el licor llegaba en timbas de Bogotá a fin de ser envasado y entregado a los adictos para su consumo; o a los maestros, para que con su venta pudiesen asimilar los sueldos atrasados, como era la orden en todo el país. El tío José del Carmen(1) murió de cáncer intestinal a los 58 años, en La Playa, año de 1945, en casa de su yerno Agapito Pérez, esposo de su hija, María Esther(2) Barriga.

A la vez, Ramona Ecilda(2) señala que su mamá se llamaba Rita del Carmen Vergel y que murió de cáncer en Ábrego, cuando algunas de sus hijas eran todavía muy niñas. En el "Libro de Defunciones" de esa misma ciudad, quizás por error del amanuense, aparece como María del Carmen Vergel. Este es el correspondiente certificado:

ACTA DE FALLECIMIENTO DE RITA DEL CARMEN VERGEL, ESPOSA DE JOSÉ DEL CARMEN (1) BARRIGA PÉREZ

"En la Parroquia de Santa Bárbara, a 26 de junio de 1930, le dieron sepultura en el cementerio parroquial, hallándose el párroco en León III, al cadáver de María del Carmen Vergel, casada con José del Carmen Barriga, e hija legítima de José Dolores y María Ascensión Vergel. Murió el día anterior a las cuatro pasado meridiano, en la población, de afección uterina y a los cuarenta años de edad. No recibió los últimos Sacramentos. Doy fe. El cura párroco.
Cristóbal Castro". (Sic)

(León III, es una vereda del municipio de Ábrego)

Los siguientes fueron los hijos del tío José del Carmen(1) Barriga Pérez

NOMBRE NAC. BAUT. FOLIO LIBRO MUERTE
1. María de 13V10 26V10 310 12 La Playa, 2007.
Jesús.
Padrinos: Agapito Álvarez y Narcisa Vergel

2. Eva 14X.11 1.XII.11 109 13 murió en la Playa
María
Padrinos Venceslao y Dolores Vergel

3. Ángel 12.I.14 11 II.14 288 13 Murió en Ábrego el 12.II14
María siendo un niño de30 días de nacido.
Se le hizo un entierro de
Caridad
Padrino: Pedro León Solano

4. Ángel María 24V15 12VI-16 40 14 Murió el 16VI16, de 13 meses de edad
Padrinos: Pablo Bayona y Felipa Trillos.

5. Flor de María 10X17 8II-25 (Bautizada ocho años después). Murió en Barranquilla
Padrinos: Antonio y Elvira Pérez.

6. Esther 2 II.21 5.IV.21 219 16 Murió en 1996, en Cúcuta
Padrinos: Alipio Vergel y Delfina Álvarez.

7. Ramona 24VII24 25Sep24 314 17 Vive en Cúcuta
Ecilda
Padrinos: Rozo y Emma Arenas.

Como dato curioso, a las hijas del tío José del Carmen(1), salvo Ramona Ecilda(2), les dan el nombre de María, incluida Esther, según lo aclaran los descendientes de Cúcuta. Ello es producto de un recuerdo dedicado a María de los Ángeles León, madre de Telésfora Pérez, quien fuera esposa de nuestro primer abuelo, Ángel Ricardo Barriga. Dicho nombre también fue impuesto a los dos hijos que fallecieron cuando eran niños. Se llamaban, ambos, Luís María(2). En cuanto a los otros descendientes:

-Eva María(2): Murió joven y de cáncer, en La Playa de Belén, casada con Ramón Vergel, les quedó un hijo, ya fallecido.
-Flor de María(2): Murió del corazón en Barranquilla, año 2002. Dejó los siguientes hijos: Del primer matrimonio, Neftalí(3) y Marleny(3); del segundo, Margoth(3), Carmen Alicia(3) y Álvaro(3).
-María Esther(2), otra hija del tío, murió en Cúcuta, a los 75 años, 1996. Estos son sus hijos; Flaminio Antonio(3); Gladis(3) y Doris(3), residenciados en Caracas; Hernán(3), Joaquín(3), Carmen Cenit(3); Eddy Judit(3), Luís Fernel(3) y Agapito Antonio(3) Pérez Barriga. Viven en Cúcuta.

En torno a los descendientes de María de Jesús(2), la ancianita linda que vivió en La Playa de Belén, es valioso recordar que su hijo Luís Eduardo(3), radicado en Ocaña, tiene una hija llamada Yaneire(4) Velásquez, de cualidades intelectuales y físicas hermosas que hicieron candidatizarla para el reinado Nacional del Bambuco, en Neiva; actitud proyectada a la profesión de "Modelo" para hacerse conocer internacionalmente. Actualmente es doctora en Jurisprudencia, especializada en Derecho Financiero y se desempeña como funcionaria de la Auditoría General de la República, en Medellín. ¡Uf!, un orgullo. Allí mismo vive con su hermano Eduardo(4), Ingeniero Mecánico. En Ocaña, lugar de residencia de sus padres, viven sus hermanos Lizeth(4) y Jaime Andrés(4), estudiantes.

En el mes de noviembre de 2006, la tristeza llegó de nuevo a la descendencia del abuelo Ángel Ricardo. En esta violencia despiadada que desangra a Colombia, un hijo de Dálida(3), "Lala" Velásquez Barriga, llamado Pedro Alexis(4) García, soldado del ejército colombiano, cayó en una emboscada realizada en la vía que conduce de Cúcuta a Ocaña. Fueron 17 los muertos, lamentablemente. Su asesinato enturbia de pesar nuestra sangre, la misma de la abuela linda, María de Jesús(1), quien en sus 97 años supo sentir las dificultades que de por vida le generó esta patria loca a su alma de bondades. Paz en su tumba.

Todos los hijos del tío José del Carmen(1) Barriga Pérez, cinco mujeres y dos varones, nacieron en Ábrego.

RAMONA ECILDA (2) BARRIGA VERGEL.
BALAS, ANGUSTIAS, PERSECUCIONES, TOTAL: OCHENTA Y TRES AÑOS DE HEROÍSMO.

A Ramona Ecilda, por ser copartidaria en los ideales del conservatismo, los bandoleros le perdonaron la vida. A pesar de todo le pegaron cuatro tiros, dos en el brazo izquierdo y dos en el pecho. La dejaron tirada en el suelo y en medio de un croquis de sangre. A sus ochenta y tres años todavía conserva las balas en el cuerpo. Las del brazo se mueven de un lado a otro, al tocarlas. Las del pecho se mueven al compás del corazón y los recuerdos sobre un hombre al que adoró toda la vida. Incluso con la demostración de un acto de amor que la acercó casi a la muerte. Si hubiera sido liberal, y así lo era su esposo, la hubieran despedazado viva, como acostumbraban con los opositores los godos de Locutama, una vereda de Hacarí, en la provincia de Ocaña. Todo sucedió en el año 1947. No la remataron porque, sencillamente, la palabra "conservatismo" que ella practicaba se incrustaría como una forma de arrepentimiento en la conciencia de los asesinos. La dejaron para que se desangrara y fueran las desatenciones clínicas los siguientes personajes en ese hecho de barbarie. Luego llegó un vecino para hacerle curaciones y ponerle dos inyecciones que la salvaron. Por supuesto que el esposo huyó y así protegió su vida. Con el tiempo ella recibió sus mensajes para que se uniera a su trashumancia. Fue una huida por pueblos y veredas en los que ella ponía el amor; y él, el ideal del liberalismo para seguir hacia otros caminos, otros terrores y otras salvaciones. Por fin llegaron a Cúcuta, lugar de su tranquilidad y con los años, del fallecimiento de su cónyuge. Región en la que su heroísmo se salta en lágrimas para contar que la vida, de no haber sido por la presencia de sus hijos y nietos, se hubiera escrito con todas las letras de la amargura.

Sus ojos, como los de los antiguos Barriga, también eran verde claros. Hoy, en sus ochenta y tres calendarios, cambiaron de luz al naufragar bajo el peso de sus nostalgias. Incluso, cuando habla de su pasado, parece que observan un punto de la distancia invisible a sus propósitos, porque los ojos que ven están en su cerebro, y son los que sueltan lágrimas al sentir que las cosas del ayer se proyectan en su historia, frecuentada por hechos de una política que no producía ganancias… y sí sangre.

"¡Mi esposo se llamó Dionisio Páez Guarín!", comenta, "¡Fue un hombre muy bueno. Con él me enlacé cuando apenas tenía diez y seis años y él veintinueve. Los cuarenta y ocho años de matrimonio hubieran sido totalmente felices, de no haber sido por las persecuciones que al principio nos tocó soportar. Me casé a sabiendas de su filiación liberal. Y mi papá también lo sabía; pero para él, lo único que formaba la dicha era el amor y no la política. Ésta, por el contrario, era la de los desengaños; y fueron los que llegaron cuando la gente de Hacarí se dio cuenta que en las elecciones del cuarenta y seis, el único voto en el pueblo por el liberalismo de Gaitán fue el de mi marido. Entonces se nos vino la desgracia!".

"¡En el pueblo todo el mundo sabía que él no se metía con nadie, que era trabajador y dedicado a su campo para obtener el sustento de nuestro hogar, que ya contaba con Jesús Humberto, con Débora y Evelia como nuestros primeros hijos. Todo eso sirvió para que los de Hacarí lo respetaran y no le hicieran daño. Sin embargo, los de la vereda Locutama no le perdonarían y por estar ya disfrutando del poder, ellos, que eran conservadores, juraron que en cualquier día se lo bajarían. Esa zozobra demoró casi un año, influyendo en el abandono de las labores agrícolas y permitiendo que mi marido se dedicara a las ventas de algunos productos en la población, donde sólo podía permanecer, pues salir a otras partes era como provocar a los asesinos. Todavía no habían matado a Gaitán y ya la violencia iniciaba sus resentimientos. Una tarde, y mientras Dionisio se encontraba en el depósito que en ese entonces estaba levantando, alguien que no conocí tocó a mi puerta para decirme que le avisara, ya que en la noche vendrían a matarlo. Por supuesto que le creí y le mandé razón, pues yo sabía que esa clase de gente de Locutama cumplía lo que prometía por ser unos salvajes. Cosa que él no creyó y se quedó trabajando como de costumbre en las horas de la tarde; no sin antes mandarme la razón de que esas eran unas situaciones de un año atrás y muy seguro a ellos ya se les había pasado. En el atardecer yo me encontraba muy nerviosa y con la certeza de que todo se iba a cumplir. Esa noche se me quemaron las arepas; lo mismo sucedió con el pescado salado. Estaba que no se podía comer, pues, por la preocupación, a mí se me olvidó dejarlo en el agua varias horas para quitarle la sal. Yo salía a la calle y me acompañaba un viejito amigo de la casa, don Ramón Velásquez, a quien le rogué que fuera a donde Dionisio y le dijera que se volara, que no viniera a la casa. Pero él se vino y me tocó implorarle que se fuera, al menos por esa noche y que después mandara por nosotros a donde quisiera. Menos mal que me hizo caso para después encerrarme yo solita con mis hijos y don Ramón. Como a las nueve de la noche yo vi venir a los bandoleros por el camino real. Sabía que eran ellos porque nadie a esas horas venía por allí. Venían con unos hachones encendidos y a medida que se iban acercando se escuchaban sus voces al echar abajos a los cachiporros hijueputas, como así le decían a mi marido, y cuando llegaron a la casa y la encontraron cerrada, con tranca y todo, yo les iba a abrir para que se dieran cuenta que Dionisio no estaba, pero don Ramón Velásquez me dijo que no la abriera porque de pronto nos iban a matar a todos. Cosa que yo no creí porque tanto él como yo éramos conservadores y ellos nos respetarían. Fue entonces cuando le hice caso a don Ramón y dejé cerrada la puerta y antes le puse otra tranca para asegurarnos más. Cuando ellos preguntaron por él, yo les dije que Dionisio no estaba, que se había ido para Ocaña a hacer unos negocios y que vendría a los dos días. Pero ellos no creyeron y me decían que abriera la puerta, que ellos no respondían por lo que pasara y yo les volvía a decir que él no estaba y fue cuando sentí el ruido de un tiro que atravesó la tabla de la puerta y se me introdujo la bala en el brazo izquierdo. Luego hicieron tres tiros más, una bala entró por el mismo brazo y las otras se me metieron en el pecho y caí en el suelo y perdí el sentido. Cuando yo me mejoré, don Ramón me comentó que esa noche, porque las balas abrieron la puerta, ellos se metieron a la sala y a los dormitorios y esculcaron por todas partes y como no encontraron a Dionisio empezaron a hacerles tiros a las cabezas de las gallinas que estaban en los palos mientras que al mismo tiempo gritaban que así era como debían morir los cachiporros hijueputas. Después me dijo don Ramón que incendiaron todo y que él se llevó las dos niñas pequeñas a donde un vecino, porque Jesús Humberto, el mayor que estaba ya grandecito, desde la pura mañana Dionisio se lo había llevado p´al trabajo; y yo me quedé vomitando sangre en el suelo y si no hubiera sido por Tiberio Luna, hermano del político de Ocaña, Juan Luna, que me hizo algunas curaciones y me puso dos inyecciones de no sé qué, yo me hubiera muerto!".

Es parte de un relato de Ramona Ecilda(2) Barriga. Por la forma como expresa el suceso, en nada difiere de aquellos hechos que acontecieron (y siguen sucediendo) en muchas regiones del país. Ello fue en 1947, cuando apenas tenía seis años de casada. La diferencia entre los asesinados de antes con los de ahora está dada en que las víctimas, antes de morir, identificaban a sus propios criminales; y si la impunidad llegaba a cubrirlos, el dedo del pueblo les señalaría sus degradaciones. Parece increíble que por una sola palabra se asesinase. Palabra solamente, pues la idea que pudiera contener, llámese conservatismo o liberalismo, no era entendida ni por el muerto ni por el matón, y sólo el diablo que hierve en el pecho impulsaba a la realización de esos perjuicios sociales, infinitos en la historia de Colombia. Es el mismo del hincha, acrecentado por el inconsciente colectivo que, al perseguir la camiseta contraria, puede ocasionar la herida o la muerte como respuesta de sus derrotas. A Ramona Ecilda(2) le sucedió un hecho peor, pues fue realizado por miembros de su mismo color, no el color de su piel, sí el de su política, infamia de la que todos los sectores llevaban culpabilidad en el desastre de la patria. Ella era conservadora, y a pesar de ello, también le tocó huir de "sus mismos copartidarios".

"¡Yo demoré varios meses en cama!", continúa Ramona, "¡Cama de la casa y no del hospital, en donde debí estar para sanar mis heridas. A mí nunca me atendieron en el hospital; de lo contrario, me hubieran sacado las balas que todavía están en mi cuerpo. Algunos vecinos me ayudaron a aliviar y a arreglar la casa en algo, que también resultó destruida por el incendio. Así pasaron como dos meses y fue cuando Dionisio me mandó razón con un obrero que me fuera para donde él estaba escondido. Yo le mandé respuesta que sí, que cuando ya tuviera alientos pa´caminar, pues todavía me encontraba enferma. El obrero me dijo el lugar exacto en el que él se encontraba. Y ese lugar no lo sabía sino el obrero y yo, pues si se regaba la razón, muy seguro lo buscarían y lo matarían. Pa´ evitar esto yo me inventé y le dije a todo el mundo que me iba para Ocaña a buscar a mi marido. Que me iba a los cinco días; lo cual no fue cierto, pues me fui a los tres días para despistar a la gente. Salimos en una noche con el obrero amigo de Dionisio, no para Ocaña. Nos fuimos fue pa´l Tarra, más allá de Convención, que era el lugar en donde Dionisio me estaba esperando. Yo llevaba a Evelia, que tenía dos años, dentro de un catabre colgado en la espalda, y a Débora la llevaba en mis brazos. En muchas ocasiones, especialmente las dificultosas en el trayecto, el obrero me ayudaba cargando a la más grandecita, pues él llevaba otras cosas. La gente no supo a dónde fue que cogimos. Fueron días y noches atravesando montes y ríos de la selva del Catatumbo, incluso aguantando hambre, hasta que llegamos. Dionisio y mi hijo Jesús Humberto apenas nos vieron, se pusieron a llorar. Fue la primera vez que la alegría nos produjo lágrimas!".

"¡En esa tierra del Tarra nos tocó vivir en el puro monte, pues allá también existían enemigos. Y fue tanta la preocupación porque no nos descubrieran que nos tocaba comer animales que Dionisio cazaba. Y los comíamos crudos porque si levantábamos fogones, las gentes nos descubrían por el humo y nos podían hasta matar. Lo mismo pasó con el sueño, especialmente el mío, pues por las balas que recibí en el pecho, en las horas de la noche me daba por roncar; y pa´evitar que nos oyeran, nos tocaba dormir al lado de las quebradas pa´ que el ruido ocultara los ronquidos. Fue una vida muy amarga, terrible, prácticamente nos encontrábamos aislados de todo el mundo. Lo cual fue tan cierto que, incluso, la quebrada que escogimos, una noche se desbordó y quedamos con la casita que habíamos construido con palos, chamizos y palmas, como metidos en una isla!".

"¡Debido a que Dionisio decía: "Yo no quiero que mis hijos crezcan en el monte", de la región del Tarra, al cabo del tiempo nos fuimos pa´ La Playa; por cierto, enteramente conservadora, y los conservadores al verlo pasar le gritaban a mi marido Cachiporro hijueputa, haciéndonos la vida imposible. Fue entonces cuando decidimos irnos a vivir a Guamalito, en donde la gente era liberal y nos respetaba. Allí estuvimos alrededor de veinte años. Luego nos pasamos pa´ Pailitas en donde hubo tranquilidad y buenas amistades, entre ellas la de un señor que me decía "prima" porque él se llamaba Genaro Barriga; así mismo conocimos a un señor que se llamaba Efraín Mena Barriga, pero yo creo que ninguno de los dos era de los mismos Barriga, hasta ahora usted, que por las indicaciones que me da sobre mi tío Gilberto y mi tía María, sí creo que usted es primo mío. Me da mucha alegría encontrar en estas horas de mi vejez, un familiar que ninguno de nosotros conocía y que es diferente a los sobrinos y nietos de todas mis hermanas. Aunque sé que mi papá tenía más familiares, nosotras prácticamente, de no haber sido por María de Jesús, la de esta foto, hubiéramos vivido en pleno abandono!".

Ochenta y tres años de existencia. Y veo a la prima Ramona Ecilda(2) con el mismo cariño que sentí por su hermana, en La Playa de Belén. Cariño que es parecido a la ternura. Me parece observar en sus cabellos la vida de mi padre, plateados, porque esa es la forma como los años colorean la divinidad. Un cielo que en la existencia de mi progenitor, afortunadamente jamás poseyó tormentas; y el de ella, de no haber sido por los hijos, nietos y toda su descendencia que le llena de orgullos, hubiera sido del color de los sufrimientos.

El esposo de Ramona, Dionisio Páez Guarín, murió de 77 años. Estuvieron casados alrededor de 48 años. Murió en Cúcuta, 7 de junio 1989. "Hombre de gran corazón", según lo dicen ella y sus hijos; y terminan expresando: "Fue quien pagó todos los gastos mortuorios de papá José del Carmen, en La Playa, 1945".

DESCENDIENTES DE RAMONA ECILDA (2) BARRIGA VERGEL Y DIONISIO PÁEZ GUARÍN

1. Jesús Humberto(3) Páez Barriga. 4 hijos. Sobreviven Walter Alfonso(4) y Jacqueline(4). Viven en Cúcuta.
2. Evelia María(3). Es soltera.
3. Débora Esther(3), tiene cinco hijos: Jesús Omar(4), Edgar(4), Alexander(4), Solymar(4) y Fredy Alberto(4). Viven en Cúcuta.
4. Ana Edilia(3). Casada con el Dr. Pedro Mindiola, actual Vicepresidente de la Cruz Roja del Departamento de la Guajira. Tienen los siguientes hijos: Dazer Fabian(4) y Ecilda Margarita(4) Mindiola Páez, Administradores de Empresas. Harold José(4) es Ingeniero Ambiental. Boris Alfredo(4), profesor de Educación Física y Campeón Nacional de Taeckwondo. Pedro Ángel(4) es Ingeniero Industrial. Ana Edilia Páez Barriga(3) vive en Ríohacha, calle 13 # 1784. Teléfono: 727…., indicativo 095.
5. José Libardo(3) Páez Barriga. Hijos: Dionisio Javier(4): Arquitecto. Vladimir(4): Ingeniero de Producción Pecuaria. Carolina(4): Ingeniera Electrónica. Residencia, Cúcuta.
6. Myriam Lucía(3). Hijos, Madeleine(4), Alberto(4) y José Alfredo(4) Jiménez Páez. Viven en Cúcuta.
7. Carmen María(3), vive en Cúcuta. Tiene una hija, Yury Mayerly(4) Santana Páez, residenciada en Aguachica, quien a su vez tiene una niña, chozna de José del Carmen(1), llamada Andrea Marcela(5) Pérez Santana.
8 .Fernel Antonio(3). Hijos: Ecilda Milena(4), Yamile Tibisay(4), Fernel David(4).
9 .Farides(3). Hijos: Wilson(4) y Richard Andrés(4) Pabón.
10. Dionisio(3). El menor. Inició el estudio de una carrera profesional. Tiene un hijo: Dionisio Licodavid(4).

Hay cinco fallecidos en el matrimonio de Ramona Ecilda(2) Barriga. El teléfono en Cúcuta es 58…863. Indicativo 097.