Si
pudiéramos decidir el hacer o no hacer, a cada momento, la vida sería
un paseo, pues siempre haríamos aquello que nos diera placer, felicidad,
alegría y no sufrimiento; pero, por experiencia, sabemos que la vida no
funciona así y que las circunstancias no llevan a hacer cosas que no queremos
hacer. Nadie quiere tener deudas, pero las circunstancias nos obligan a endeudarnos,
y peor aún, las circunstancias nos hacen agachar la cabeza ante personas
engreídas, soberbias, que tienen dinero o un puesto de poder y que dependemos
de ellos para solucionar situaciones de vida. Las
circunstancias nos llevan a dejar un lugar de trabajo para ir a otra ciudad o
país, y nos hacen tomar decisiones erróneas o acertadas, por las
cuales nos sentimos culpables o exitosos. Las circunstancias nos llevan a generar
enemistades, separaciones, guerras, odios, amores, viajes, traslados, porque todos
nos movemos por nuestros intereses y nuestros intereses están determinados
por las circunstancias. Todos queremos ser felices, prósperos, sanos, fuertes,
exitosos. Nadie quiere ser pobre, infeliz, fracasado, perseguido, endeudado ni
degradado, pero esto es decisión de las circunstancias. Ellas deciden el
rumbo de nuestras vidas. Entonces,
si la vida funciona así, en todo lugar y momento, ¿Por qué
sentirnos culpables si las circunstancias nos obligan al hacer o al no hacer?
¿Y cuál es la mano invisible que junta las circunstancias, con precisión
matemática, para que los eventos de destino se den o no se den? ¡Esa
mano invisible que hace congruir las circunstancias para que un evento de destino
suceda o no suceda se llama
! Destino ¡
¡ Y el destino
no otra cosa que la Voluntad de Dios¡ ¿Para
qué esta reflexión? Para no sentirnos culpables por las decisiones
que tomamos ya que nosotros no elegimos, son las circunstancias que nos tienen
haciendo lo que hacemos, porque no podríamos hacer nada diferente a lo
que las circunstancias o el destino determinen. Si comprendemos esto nos liberamos
del mortificante y pesado sentimiento de culpa. | |||||