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puede deducirse de la crónica local, esta conmemoración tradicional
data, en Ocaña, de la época colonial y revistió gran pompa
y colorido por aquellos tiempos, como correspondía a la manera de ser de
los peninsulares que se asentaron en estas tierras. Igual aconteció con
las fiestas de Corpus, ambos eventos presididos por la máxima autoridad
religiosa y las autoridades civiles y militares. La
Semana Santa estuvo presidida, incluso, por el Obispo de Santa Marta, como consta
en las añejas crónicas, cuando Fray Juan Espinar de Orozco, en 1643,
estuvo de visita en la ciudad. La
fe católica del pueblo ocañero, ha tenido desde épocas remotas
una de sus expresiones más significativas con la celebración de
la llamada Semana Mayor, donde se confunde el pueblo, sin distingos sociales,
en todas las misas y procesiones que se llevan a cabo. Ciro
A. Osorio Quintero, uno de nuestros más reputados cronistas, describe un
Domingo de Ramos, así: Hoy
es Domingo de Ramos. Para conmemorar la entrada triunfal del Rabino a Jerusalén,
la sierra generosa ha ofrecido todo el sencillo esplendor de sus ramos campesinos.
Y así la piadosa feligresía, encabezada por los ministros del altar
ataviados todos de moradas vestiduras rituales recorrerá esta mañana,
en nutrida procesión, los amplios camellones del parque principal luciendo
en alto el alegre tremolar de sus ramos benditos, mientras las campanas de la
catedral vierten sobre la plaza colmada su jubiloso repique de triunfo. Adelante,
los primeros, ufanos, orgullosos de su verde palma, irán los muchachos
de la ciudad. Desde muy temprano estos rapaces se han apostado a todo lo largo
del comulgatorio de la iglesia, en espera de la hora de repartir el simbólico
gajo. Allí, entre empujones y pisotones y desafiando la paciencia del Sacristán
y los policiales, han logrado coger uno, dos y hasta tres ramos benditos. Lograr
el mayor número de ellos es una graciosa proeza infantil admirada y aplaudida
por sus compañeros
Pasada la procesión, los alegres rapazuelos
irán a la casa y en el pequeño altarcito del aposento, distribuidos
convenientemente, se colocarán sus ramos, los que sumados a los que llevan
los demás habitantes del hogar, formarán un místico bosquecillo
reverdecido. Allí los ramos se irán secando. Pasado algún
tiempo y cuando y cuando ya estén completamente secos, la abuela hará
con ellos pequeñas cruces de tosca apariencia, las que colocará
clavadas tras de las puertas de los dormitorios para evitar así que cualquier
mal día el Enemigo Malo se le ocurra visitarlos.
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