Uno
de estos días, mientras caminaba por una de las calles de Cúcuta,
encontré en una venta ambulante una preciosa obra de Ángel Rosenblat,
con el título de "Buenas y malas palabras", editada en 1960.
Es una compilación de artículos sobre diversos tópicos, publicados
en periódicos y revistas de Caracas, con la intención de "despertar
el interés del público culto por los problemas de la Filología
moderna". Pero la obra no está encerrada únicamente en el campo
lingüístico porque cada artículo es un testimonio, un paisaje,
un repaso creativo de la cultura de Venezuela y, en general, de Latinoamerica.
Es el juego de las palabras del habla popular en sabrosas anécdotas, en
escritos picantes con sentido pedagógico En
ese volumen de 500 páginas, que podrían leerse de un tirón,
encontré las famosas hallacas venezolanas, que "son la obra maestra
de la cocina criolla y constituyen el blasón de una cocinera o de una dueña
de casa", que en Colombia conocemos con los nombres de tamal o pastel. Dice
el autor que "se llevan a la mesa en forma de paquetes cuadrilongos que rebasan
el plato, envueltas en hojas de cambur soasadas (en Maracaibo se prefieren las
de bijao), atadas con pabilo, cabuya o fibras vegetales, y humeantes, porque se
acaban de calentar en agua hirviendo. Se cortan los hilos y se apartan las hojas,
operación que algunas dueñas de casa prefieren hacer en la cocina
para presentarlas en la mesa desnudas, en todo su esplendor... La cocinera prepara
la masa con maíz pilado y finamente molido, manteca levemente coloreada
de onoto o achiote y ligero aliño de pimentón en polvo y papelón
rayado... Se impregna con el sabor típico de las hojas en que ha estado
envuelta, y con las que se ha hervido. El guiso es de carne picada de res, de
cochino, de pollo o de pavo. Y una serie de condimentos: cebollas, ajo, ají,
salsa de tomate, encurtido, pimentón picado, perejil o yerbabuena, especias
(comino, canela, nuez moscada, etc.). En los Andes se agregan garbanzos; en Lara,
Yaracuy y Oriente, papas, etc. Pero nos falta aún el adorno: rodajas de
cebolla o de huevo cocido, telitas de tocino, una o dos almendras peladas, tres
o cuatro alcaparras (o una ciruela pasa), un par de aceitunas, unas tiras de pimientos
morrones, etc. En la calidad y finura de la masa, en el arte y sazón del
guisado y en la sabrosura del adorno residen las tres virtudes teologales de la
hallaca". "La
hallaca es la variante venezolana del tamal... Los tamales (en azteca tamalli)
eran los bollos de maíz de los indios mejicanos, y Fray Bernardino
de Sahagún, al estudiar las comidas de los señores, encontraba gran
variedad (algunos eran verdaderas empanadas). Así como la arepa indígena
la llenamos habitualmente de mantequilla y queso, combinando lo americano con
lo europeo, el conquistador español, acostumbró llenar el tamal
de guisos variados. Surgió entonces en Méjico una cohorte de tamales
diversos, y desde Méjico, llevados por el español, se esparcieron
por casi toda América, hasta el Perú y Chile. Cada zona de Méjico
tiene su tamal propio, envuelto en hojas de plátano o de maíz (o
de mazorca), sin guiso, o con pedazos de hebras de carne, o con guisos variados,
picantes (con mucho chile), o dulces con azúcar... Los tamales han adoptado
a veces nombres diversos en las diferentes regiones hispanoamericanas, quizás
para diferenciar los tipos: en Cuba tayuyo o bacán; en Puerto
Rico, guanime, mapiro, mandullo, zorullo o zurullo
y aún amarrao o civil. Nada tiene de particular que en Venezuela
se llame hallaca... La misma palabra tamal equivale en Méjico
a bulto grande o mal formado, lío, atado, envoltorio". |